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Desarrollo de la mujer escritora en Inglaterra, siglos XVIII y XIX: contribución de las bibliotecas circulantes para la inclusión femenina en la economía del libro


Female Writers Development in England, 18th and 19th Centuries: Contribution of the Circulating Libraries to the Feminine Inclusion in the Book Economy

Amanda Salomão*
Eduardo da Silva Alentejo**

* Instituto Brasileño de Información en Ciencia y Tecnología, Universidad Federal de Río de Janeiro (IBICT-UFRJ), Brasilia, Brasil, amandachrisalomao@msn.com
** Universidad Federal del Estado de Río de Janeiro (UNIRIO), Río de Janeiro, Brasil, alenteju@gmail.com



Resumen:

Artículo sobre la escritura femenina en el contexto de las bibliotecas circulantes inglesas de finales del siglo XVIII a mediados del XIX. Analiza las condiciones socioeconómicas que fomentaron el desarrollo de la mujer como escritora. En específico, considera la contribución de esas bibliotecas -entendidas como establecimientos dedicados a alquilar libros- en el proceso de expansión de las posibilidades de la inclusión femenina en la economía del libro. Con abordaje cualitativo, adopta la investigación bibliográfica y documental, orientada por los estudios de la bibliografía textual. Se infiere que las posibilidades de participación de las mujeres como autoras aumentaron gracias a las bibliotecas circulantes.



Abstract:

This article approaches feminine writing in the context of the English circulating libraries in the late 18th to mid 19th centuries. It analyzes the social and economic conditions that promoted the development of women as writers. Specifically, it considers the contribution of these libraries -characterized as book rental ventures- to the process of expansion of the possibilities of women’s inclusion in the book economy. Through a qualitative approach, this paper adopts the bibliographic and documental research, guided by the studies of textual bibliography. In this work, it is inferred that the possibilities of women’s participation as authors increased due to such libraries.

Recepción: 28.09.18 / Aceptación: 02.05.19


Palabras clave: Bibliotecas circulantes, escritura femenina, inclusión de la mujer, economía del libro, novela romántica inglesa.
Keyword: Circulating libraries, feminine writing, women inclusion, book economy, English romantic novel.

Introducción

El periodo de la Revolución Industrial en Inglaterra abarcó grandes acontecimientos en el campo socioeconómico; específicamente en la bibliotecología, bibliografía y documentación, ocasionó importantes transformaciones en las actividades relativas a la expansión del acceso al libro y a la lectura. Con el proceso de la mecanización de la prensa, uno de los principales resultados fue la modificación de las formas de producción, circulación y diseminación de la información y el conocimiento, que alcanzaron públicos antes marginados del acceso a los bienes intelectuales.

Entre ese público, el grupo más numeroso estaba constituido por mujeres que, sujetas a los modelos de comportamiento establecidos en los siglos XVIII y XIX, eran relegadas al mundo privado del hogar y durante mucho tiempo permanecieron excluidas de la esfera pública: educación, mercado de trabajo y procesos relativos a la producción y el consumo del material impreso, sobre todo los libros y las publicaciones periódicas.

Las mujeres que deseaban o tenían las condiciones para explotar sus capacidades intelectuales enfrentaban innumerables obstáculos que dificultaban su desarrollo como lectoras y escritoras, y -en consecuencia- su abierta participación en los procesos de producción y consumo de los materiales de lectura.1 A pesar de las limitaciones socioeconómicas, muchas de ellas encontraron los medios para alcanzar su inclusión en el mercado literario, especialmente a través de las bibliotecas circulantes, un tipo de comercio que floreció en la Inglaterra del siglo XVIII y estaba orientado al alquiler de libros.

Esos establecimientos centraron sus actividades en el alquiler de novelas románticas, dirigidas al público femenino.2 Mediante la estipulación de tasas de suscripción más accesibles -en comparación con los altos precios de los libros antes de la mecanización de la prensa-, las bibliotecas circulantes ampliaron el acceso al libro y a la lectura de los estratos sociales menos favorecidos, en especial las mujeres.

Este artículo se propone analizar las condiciones que fomentaron la escritura femenina en Inglaterra desde finales del siglo XVIII hasta mediados del XIX, aclarando la participación e influencia de las bibliotecas circulantes en el proceso del desarrollo de la mujer como escritora, al igual que la ampliación de las posibilidades de su inclusión en la economía del libro. Para ello, a partir de los aportes teóricos de la bibliografía textual, el trabajo se apoya en la revisión de literatura y el análisis de libros y catálogos producidos en esa época por las bibliotecas circulantes y por las escritoras inglesas.

Este trabajo es, por tanto, el resultado de una investigación en el campo de la bibliografía textual con abordaje histórico, en el contexto de los estudios bibliotecológicos sobre la lectura y las bibliotecas, desde las perspectivas de la mujer. Su enfoque general radica en comprender las funciones y contribución de las bibliotecas circulantes en la ampliación de las posibilidades de inclusión de la mujer en la economía del libro en Inglaterra durante el periodo señalado.

En la primera etapa de investigación, el objetivo fue verificar la participación de esos establecimientos en el desarrollo de las prácticas de lectura femenina a través, sobre todo, de la comercialización de novelas románticas que, por su contenido de fácil comprensión, facilitó el acceso a un público alejado de la educación intelectual (como las mujeres) y posibilitó su inclusión en la economía del libro, en calidad de lectoras. Para la segunda etapa analizamos la contribución de esas bibliotecas en el desarrollo de la mujer escritora, con el fin de comprender bajo qué condiciones consiguieron publicar sus obras y cómo la comercialización y publicación de novelas románticas de autoría femenina por parte de las bibliotecas circulantes contribuyeron en la inclusión de la mujer escritora dentro de la economía del libro. En la tercera etapa nos enfocamos en las prácticas bibliotecológicas de las bibliotecas circulantes, especialmente en su funcionamiento, organización interna y oferta literaria, aclarando su actuación como nuevos espacios de distribución y circulación de la información en la Inglaterra industrial de la época.3

Citamos los casos de Ann Radcliffe, Fanny Burney, Jane Austen y las hermanas Brontë, quienes se consagraron como escritoras a lo largo de los siglos XVIII y XIX , a pesar de las incontables restricciones y de la censura moral entonces vigente. Si en la actualidad sus nombres son libremente comercializados, leídos y aclamados, en los siglos anteriores sus obras eran publicadas bajo seudónimos o anónimamente, para proteger su identidad y así aumentar las posibilidades de que las creaciones de autoría femenina fuesen más fácilmente aceptadas.

Por esta razón, la justificación del énfasis en la temática aquí abordada radica en la relación entre la producción literaria femenina y las condiciones existentes para el desarrollo de las capacidades intelectuales de la mujer, considerando los escenarios socioeconómicos prevalecientes en la Inglaterra de esa época. A pesar de que las transformaciones ocasionadas por la Revolución Industrial -como la expansión del mercado de trabajo y el aumento en las tasas de alfabetización- hayan configurado factores cruciales para el desarrollo y crecimiento de la mujer como escritora, las bibliotecas circulantes también tuvieron una participación esencial en ese proceso.

Metodología

La investigación, de abordaje cualitativo y naturaleza exploratoria, está dividida en dos partes. La primera se basa en la investigación bibliográfica y documental en libros y artículos de áreas científicas de las Ciencias Humanas y Ciencias Sociales. Consultamos dos catálogos de bibliotecas circulantes del siglo XIX que evidencian la presencia de mujeres escritoras. A través del método inductivo, analizamos la inclusión de la mujer escritora en la economía del libro desde finales del siglo XVIII hasta mediados del XIX, aclarando la presencia y contribución de las bibliotecas circulantes.

En cuanto a la recolección y análisis de datos, mapeamos los campos de la bibliotecología, historia social y estudios literarios; consultamos bases de datos en línea nacionales e internacionales, como la Library and Information Science Abstracts (LISA), la Base de Dados de Periódicos em Ciência da Informação (BRAPCI) y las revistas especializadas Persuasions, Women's Writing y Studies in English Literature. Para la búsqueda documental en catálogos de las bibliotecas circulantes consultamos la biblioteca digital Archive.org, a partir de lo cual encontramos la Hookman’s Circulating Library y la Mudie’s Select Library. Los términos utilizados para las búsquedas fueron: bibliotecas circulantes, circulating libraries, escritura femenina y feminine writing.

La segunda etapa considera los aportes de la bibliografía textual consignados por Rosemarie Erika Horch4 y Philip Gaskell,5 considerando cómo fueron escritos y recibidos los libros por la sociedad en una determinada época y analizando el contexto socioeconómico de producción, circulación y recepción de los materiales de lectura. Las consecuencias de la mecanización de la prensa fueron fundamentales para moldear las nuevas configuraciones de la producción, circulación y diseminación del libro y la lectura. Y esos factores, asociados a las transformaciones resultantes de la Revolución Industrial, aumentaron las posibilidades de inclusión de la mujer escritora en la economía del libro.

Eric Hobsbawm señala que no hay un año preciso para señalar el inicio y final de la Revolución Industrial; sin embargo, es entre la segunda mitad del siglo XVIII y mediados del XIX cuando este autor posiciona la transición de la producción agraria y artesanal en los nuevos procesos de manufactura. Ese nuevo contexto también influyó en el escenario social de la época, ocasionando transformaciones en la economía del libro, lo cual se demuestra principalmente a través de la mecanización de la prensa y sus efectos en los procesos de producción, circulación y transmisión de la información y el conocimiento. Así, en esta investigación adoptamos el periodo indicado por Hobsbawm para definir el espacio-tiempo de la Revolución Industrial.6

En este contexto ­-y para no incurrir en anacronismos porque el término como lo conocemos actualmente no existía en la Inglaterra de los siglos XVIII y XIX- entendemos por inclusión la definición presentada por Maria das Graças Pimentel: aplicación de acciones que promueven el acceso irrestricto a los bienes producidos por la sociedad, considerando una existencia previa con algún nivel de exclusión o marginación establecida por un orden social vigente.7 En el caso de la inclusión femenina en la economía del libro dentro del contexto de la sociedad industrial, la función social que se le atribuía a la mujer estaba limitada a la administración del hogar, imponiendo obstáculos al desarrollo de sus habilidades intelectuales, lo cual incluye el acceso a la información y al conocimiento.

En la primera parte de este trabajo presentamos una breve contextualización de las bibliotecas circulantes, destacando el menosprecio y discriminación que sufrieron, al igual que su contribución en el desarrollo de las prácticas de lectura femenina gracias a la comercialización de novelas románticas. A continuación discurrimos sobre las condiciones para la escritura femenina en la Inglaterra industrial, aclarando los obstáculos enfrentados por las mujeres escritoras. Por último, discutiremos la participación y contribución de las bibliotecas circulantes en el proceso de desarrollo de las habilidades intelectuales y en la expansión de la inclusión de la mujer como escritora en la economía del libro.

Contextos para el desarrollo de la mujer escritora: las bibliotecas circulantes en la economía del libro inglés

La Revolución Industrial desencadenó significativas transformaciones en el escenario económico y social inglés, entre las cuales podemos destacar el crecimiento de las actividades comerciales en los centros urbanos, que a la vez contribuyó a la ampliación del mercado de trabajo y al aumento de las tasas de alfabetización, impactando directamente en las funciones desempeñadas por hombres y mujeres. En el contexto de la economía del libro, Matthew Taunton apunta que la mecanización de la prensa fue una de las modificaciones más significativas durante ese periodo,8 ya que estableció una nueva configuración para los procesos de producción y circulación del material impreso, en especial los libros,9 posibilitando su abaratamiento y el desarrollo de nuevos géneros literarios, lectores y prácticas de lectura, lo cual puede constatarse a través del ascenso de la novela romántica y el florecimiento de las bibliotecas circulantes.

Catherine Hall10 señala que en comparación con etapas anteriores, cuando la presencia de la mujer en la vida pública era más restringida, las transformaciones ocasionadas por la Revolución Industrial permitieron su mayor participación en el mercado laboral. Si bien la actuación femenina como fuerza de trabajo no era parte de lo que se consideraba una función social de la mujer, muchas de ellas -pertenecientes a las clases sociales menos favorecidas- necesitaban trabajar para contribuir al sustento familiar, y lo hacían sobre todo en el mercado del libro.11

En los estratos medios, a pesar de la contribución de las mujeres en los negocios familiares, no tenían muchas posibilidades de mejoría económica e independencia financiera, ya que el modelo del comportamiento ideal femenino de la época determinaba que sólo debían dedicarse a la administración del hogar y a los asuntos ligados al matrimonio. Las que deseaban desarrollar sus capacidades intelectuales eran muy criticadas y, muchas veces, excluidas socialmente.12 Así, aunque gran parte del género femenino estuviera inserto en la vida pública como fuerza de trabajo, la distinción entre las oportunidades para los hombres y las mujeres era evidente, principalmente en lo que se refiere al contexto educativo y económico.

En la Inglaterra del periodo estudiado, contrario a los hombres de las clases medias y altas, a las mujeres se les restringía el acceso a la educación formal y tenían muy pocas posibilidades de desarrollar sus capacidades intelectuales. Aprendían las actividades domésticas a través de sus madres, aunque también se les enseñaban ciertas habilidades para auxiliar en el comercio de la familia, siempre que fuera necesario.

Por su parte, Devon Lemire13 explica que las tasas de alfabetización en la Inglaterra industrial aumentaron gracias a la mecanización de la prensa, aunque gran parte de la sociedad, principalmente las mujeres, tenía acceso restringido al libro y la lectura. Ian Watt, Reinhard Wittmann y Richard Altick consignan que en 1790 existía un público compuesto por 80 mil lectores,14 lo que equivalía -en una población de cerca de 6 millones de personas- a menos de 2%. A mediados del siglo XIX se estima que 69% de la población masculina era alfabetizada, mientras que del sexo femenino sólo alcanzaba 54%, a pesar de sobrepasar en número a los hombres.15 Sin embargo, hay que aclarar que Martyn Lyons afirma que los datos sobre la alfabetización durante la Revolución Industrial son, en su mayoría, imprecisos, ya que los métodos utilizados para medir las tasas -el registro de matrimonio- eran poco confiables porque los registros matrimoniales solamente evidencian que las mujeres sabían escribir sus nombres, pero no que tuvieran la suficiente instrucción para leer o escribir materiales más extensos.16

Asimismo, Lyons señala que el crecimiento en las tasas de alfabetización femenina, asociado con la nueva configuración socioeconómica en Inglaterra gracias a la Revolución Industrial, contribuyó a que las oportunidades de empleo para las personas del sexo femenino crecieran a lo largo del siglo XIX, especialmente en el mercado del libro. Esos factores posibilitaron que las mujeres ocuparan cargos como profesoras, empleadas de tiendas, asistentes en las bibliotecas circulantes e incluso en calidad de editoras de libros de cocina y de algunas publicaciones periódicas dirigidas a las propias mujeres.17

Taunton18 agrega que, a partir del desarrollo de los aparatos tecnológicos proporcionados por la Revolución Industrial, se hizo posible la expansión de las bibliotecas y su función como diseminadoras de información y conocimiento. En ese contexto, y aunado al progreso de la alfabetización, podemos destacar el surgimiento y ampliación de nuevos lectores, géneros literarios, espacios y prácticas de lectura, lo que a su vez contribuyó en la demanda de nuevos materiales de lectura entre las clases menos favorecidas de la sociedad, en especial las mujeres.19

Es decir que la producción bibliográfica originada en el contexto industrial británico posibilitó llegar a lectores de los más diversos tipos y niveles sociales, modificando las formas en que los saberes circulaban, eran transmitidos y recibidos. Es precisamente en ese escenario donde podemos señalar la participación y contribución de las bibliotecas circulantes en el ascenso y desarrollo de la mujer escritora. Esas bibliotecas -siguiendo a Lee Erickson-20 pueden ser entendidas como negocios privados gestionados por libreros, cuyo objetivo era el alquiler de libros a precios accesibles, en comparación con los altos precios cobrados por los materiales de lectura en la etapa anterior a la mecanización de la prensa.

En cuanto al desarrollo de nuevos lectores, géneros literarios y prácticas de lectura, los libreros identificaron en ese mercado en expansión la oportunidad de ampliar sus negocios y obtener ganacias. La idea de crear una biblioteca circulante proporcionaría muchos beneficios a los libreros, al igual que a las clases menos favorecidas, sobre todo en la apertura de posibilidades para adquirir libros a precios módicos.

En Gran Bretaña el surgimiento de las bibliotecas circulantes está situado en la primera mitad del siglo XVIII, cuando la primera de ese tipo de la que se tiene conocimiento fue fundada en Escocia por el intelectual y librero Allan Ramsay, pero fue en Inglaterra donde esos establecimientos lograron gran éxito. En 1728 Thomas Sendall inauguró una biblioteca en Bristol, que incentivó la apertura y expansión de nuevos estabelecimientos similares. A decir de Gerard y Watt,21 estas bibliotecas se difundieron más a partir de los años 1740 a 1800, periodo durante el cual, inicialmente, Londres tenía nueve: la de Samuel Fancourt, fundada en 1742, era una de las más conocidas y la primera en utilizar el término “biblioteca circulante” para describirse a sí misma, lo cual inspiró a otros libreros a hacer uso de esa terminología. Entre 1770 y 1780 Hilda Hamlyn22 consigna la existencia de 19 bibliotecas circulantes en Londres.

De acuerdo con Roger Chartier y Paul Kaufman,23 a lo largo del siglo XVIII había cerca de 380 bibliotecas circulantes en Inglaterra: 112 en Londres y 268 en las demás provincias, dispersas entre 119 ubicaciones diferentes, principalmente en los centros urbanos. Erickson24 indica la existencia en 1801 de cerca de mil bibliotecas circulantes; a partir de 1826, casi toda ciudad británica tenía al menos un establecimiento de ese tipo.

El acceso a los materiales comercializados por las bibliotecas circulantes era mediante el alquiler con tasas más accesibles, en comparación con los altos costos de los libros durante la segunda mitad del siglo XVIII.25 Stephen Colclough menciona que esas bibliotecas funcionaban de dos maneras: las que cobraban por cada libro prestado y las que exigían tarifas de suscripción a sus usuarios.26

Las bibliotecas cuyo acervo de libros era menor hacían préstamos diarios o semanales y cobraban 1 centavo o cerca de 3 peniques, respectivamente; los establecimientos que tenían una colección mayor cobraban tasas anuales, semestrales o cuatrimestrales. Los libros, en formato de duodécimo u octavo, podían ser escogidos a través de los catálogos de las bibliotecas circulantes, donde cada obra tenía una numeración única: para elegir un ejemplar en particular sólo era necesario solicitar a los libreros el número deseado.27

En principio, sobre todo durante la segunda mitad del siglo XVIII, la mayoría de las bibliotecas circulantes comercializaban diversos materiales de lectura como folletos, libros de sermones, libros de viaje y otras obras de carácter educativo, religioso y moral; además, considerando las pocas ganancias obtenidas inicialmente por esos establecimientos, comercializaban otros productos para poder mantenerse. A partir de la modificación en las prácticas de lectura, las novelas románticas constituirían el principal género literario comercializado en las bibliotecas circulantes.

Así, las bibliotecas circulantes ofrecían una amplia colección de libros cuya compra sería muy costosa e inviable para sus lectores -la mayoría pertenecientes a las clases medias-. Muchas veces el precio de un solo libro equivalía a las tasas de suscripción anuales cobradas por esas bibliotecas, de tal manera que el alquiler constituía una de las pocas formas de acceso al libro y la lectura de ficción por parte de las clases sociales menos favorecidas.28

Asimismo, podemos destacar la participación de las bibliotecas circulantes no sólo como parte del cambio de los procesos de producción y circulación del libro y de las prácticas de lectura, sino también en la creación de nuevos espacios de sociabilidad. Esos establecimientos se ubicaban, principalmente, en las ciudades y litorales donde los hábitos de entretenimiento eran difundidos por las clases medias, que frecuentaban esas bibliotecas para adquirir libros en préstamo, encontrarse con otras personas y enterarse o anunciar quién visitaba la ciudad.29

Stephen Colclough30 señala que, para satisfacer las necesidades de sus clientes, las bibliotecas circulantes incluían la comercialización de otros productos como paraguas, tés, perfumes y juguetes; incluso era posible encontrar a la venta invitaciones para bailes y conciertos.31 Lo anterior sugiere que las bibliotecas circulantes eran consideradas verdaderos espacios de sociabilidad donde las familias de las clases medias podían reunirse, conversar y comprar diversos productos.

Al combinar el préstamo de libros con el entretenimiento, las bibliotecas circulantes contribuyeron al desarrollo de las prácticas de lectura como actividades de recreación dirigidas sobre todo a las mujeres, lo cual también influyó en la expansión de las posibilidades de su inclusión en la economía del libro como lectoras y escritoras.

En este contexto Gerard afirma que, si bien el principal objetivo de las bibliotecas circulantes fue la obtención de ganacias, el alquiler de textos a precios más bajos posibilitó el acceso al libro y a la lectura a quienes no podían adquirirlos con frecuencia, por ejemplo las mujeres de los estratos medios.32

A pesar de que la mecanización de la prensa disminuyó el precio de los impresos en comparación con las épocas anteriores al periodo de la Revolución Industrial, todavía no eran lo suficientemente baratos para ser comprados por algunas clases sociales. Erickson y Watt33 afirman que quienes compraban libros pertenecían a la aristocracia, mientras que las clases menos favorecidas -cuando no tenían acceso a bibliotecas particulares- accedían a ellos casi siempre por medio de las bibliotecas circulantes.

Por otra parte, y siguiendo a Barbara Benedict y Jan Fergus,34 aunado a la diseminación de la alfabetización entre las clases menos favorecidas, los libros comercializados por las bibliotecas circulantes influyeron en la formación y expansión del público lector, especialmente las mujeres. En el contexto del surgimiento de nuevos lectores y la ampliación de las prácticas de lectura, y de acuerdo con sus finalidades lucrativas, las bibliotecas circulantes comercializaron el género literario que estaba en ascenso durante esa época -la novela romántica- y enfocaron sus actividades hacia quienes se convertirían en su mayor público lector: las mujeres pertenecientes a las clases medias.35

Recapitulando, las bibliotecas circulantes incentivaron el gusto y posibilitaron el acceso al libro y a la lectura sobre todo a las mujeres, quienes durante mucho tiempo no tuvieron las mismas oportunidades que los hombres para desarrollar sus capacidades intelectuales. En muchas ocasiones los libros ofrecidos por esas bibliotecas constituían una de las pocas fuentes de instrucción a las que dichas mujeres tenían acceso.

Debemos mencionar que existieron otras formas de acceso a la información y al conocimiento, por ejemplo las publicaciones periódicas, que también contribuyeron en la formación e incremento de los lectores pertenecientes a los estratos medios. Sandra Guardini Vasconcelos explica que, frente al reducido acceso femenino a la educación formal durante los siglos XVIII y XIX, esas publicaciones, en especial las dirigidas a ese público, se convirtieron no solamente en una forma de acceder a los saberes, sino también en una fuente importante de instrucción.36 Concordamos con Guardini al afirmar que, pese a la contribución de las publicaciones periódicas en el acceso de la mujer a la lectura y su participación en los procesos de producción y circulación del conocimiento, fueron las actividades de comercialización de novelas románticas por parte de las bibliotecas circulantes las que ampliaron sus posibilidades de inclusión en la economía del libro como escritora.

Sin importar el alto precio de los libros, Watt y Wittmann37 señalan que la novela romántica fue el género literario que más influyó en la expansión y formación de nuevos lectores a lo largo de los siglos XVIII y XIX. Además, por ser consideradas lecturas de bajo esfuerzo intelectual, las lecturas ofrecidas por las bibliotecas circulantes contribuyeron a la alfabetización de muchas mujeres, que encontraban en sus páginas un contenido de fácil aprehensión. Leídas por las clases medias británicas, las novelas románticas se difundieron por toda Inglaterra a través de las bibliotecas circulantes, y fueron las mujeres quienes crearon la mayor demanda para su producción y circulación.

Hay que decir que tales factores -aunados a la inquietud de los hombres británicos de que las mujeres fueran influenciadas por esos libros y cuestionasen lo que se consideraba su única función social- despertaron el menosprecio por el ambiente de las bibliotecas circulantes y por las novelas románticas que comercializaban.38

Al respecto, Erickson agrega que al incentivar las prácticas de lectura de novelas románticas a través de su comercialización, estos establecimientos eran criticados por estimular la ociosidad y la inmoralidad.39 Se pensaba que tales libros suscitaban en las mujeres el cuestionamiento sobre su posición y deberes sociales, lo cual desencadenaba el temor masculino de que pudieran declinar sus obligaciones o anhelar otros intereses más allá de la administración del hogar que las limitaba.

Por su parte, Colclough40 menciona que las bibliotecas circulantes eran, casi siempre, objetivo de críticas de los intelectuales en la prensa periódica y en el campo literario, quienes las veían como las suministradoras y estimuladoras de las nuevas prácticas de lectura: las de entretenimiento y recreación, centralizadas en las novelas románticas y consideradas una actividad frívola y desdeñable. Por tanto, esas bibliotecas eran consideradas no solamente una fuente de inmoralidad, sino también un espacio femenino cuyos comentarios negativos las describían esencialmente como un establecimiento frecuentado sólo por mujeres que buscaban novelas románticas y quienes carecían de las capacidades intelectuales necesarias para leer otro tipo de lectura considerada más edificante.

De tal manera, y a pesar de ser tan criticadas, las bibliotecas circulantes -a través de la estipulación de tasas de suscripción accesibles y la comercialización de las novelas románticas- contribuyeron notablemente en la expansión del acceso al libro y a la lectura en el ámbito de los estratos medios y del sexo femenino, además de constituir ambientes y espacios propicios en aras de la formación y desarrollo de la mujer lectora y escritora.

Asociadas generalmente con las actividades de ocio, diversión y entretenimiento, las bibliotecas circulantes dominaron el mercado librero de ficción durante la mayor parte de los siglos XVIII y XIX.41 En este contexto, las mujeres tuvieron acceso a un nuevo tipo de lectura y, como usuarias frecuentes de las bibliotecas circulantes, desarrollaron el deseo de convertirse en escritoras, específicamente de novelas románticas.

A lo largo de la época señalada esos establecimientos tuvieron una participación esencial, en un primer momento, en el desarrollo de las prácticas de lectura femeninas. Posteriormente, buscando atender tanto sus propios objetivos comerciales como a su público lector femenino, muchas bibliotecas circulantes estimularon y propiciaron la publicación -inicialmente anónima o bajo seudónimos- de obras de autoría femenina, ampliando así las posibilidades de la inclusión de la mujer en la economía del libro.42

La era de las femmes des lettres: el ascenso de la escritura femenina

Martyn Lyons afirma que el periodo de 1800 puede ser considerado el siglo de las femmes des lettres.43 Este autor hace referencia a una época en la que muchas mujeres dejaron su marca no sólo en la prensa periódica sino también, y con énfasis aún mayor, en el campo de la creación literaria, contribuyendo al desarrollo de la economía del libro en Inglaterra.

Para que la trayectoria de la escritura femenina inglesa asumiese la importancia que ganó a partir de las primeras décadas del siglo XIX, es necesario comprender las modificaciones ocurridas en las prácticas de la lectura femenina, que desde finales del siglo XVIII se configuró como una de las razones fundamentales para que la mujer anhelase ser incluida en el mercado literario, ahora en la posición de escritora.

La imagen de la mujer lectora en la sociedad británica acompañó las transformaciones desencadenadas por la Revolución Industrial. Con la mecanización de la prensa, la lectura femenina, antes sólo de tipo religioso y alejada de los asuntos de la vida pública, se transmutó gradualmente hacia gustos más seculares como los libros de cocina, las revistas, las publicaciones periódicas y, sobre todo, las novelas románticas.

En esta nueva coyuntura podemos destacar el crecimiento de la participación de las mujeres -comparando con periodos anteriores a la Revolución Industrial-, en la economía del libro, inicialmente como lectoras de las novelas románticas comercializadas por las bibliotecas circulantes.44 En un segundo momento, debido a la expansión de las prácticas de lectura y las nuevas oportunidades económicas que surgían paulatinamente, gran parte de las mujeres pertenecientes a la clase media comenzaron a cuestionar su función social y despertó su interés de convertirse en escritoras, sobre todo del nuevo género en ascenso.45

En el transcurso de la primera mitad del siglo XVIII los indicios de producción literaria femenina eran incipientes, principalmente porque la Iglesia en los siglos XVII y XVIII había alentado a las mujeres a leer pero no a escribir, con el fin de cercenar su libertad de expresión.46 Se decía que a ellas sólo les correspondía mantener la moral y las buenas costumbres hogareñas, no la creación y difusión de nuevas ideas.

Virginia Woolf47 señala que las condiciones socioeconómicas de la época eran adversas para que las mujeres se convirtieran en escritoras: la educación formal llegó a la mujer mucho después que al hombre, los recursos financieros eran escasos y el ascenso económico y social ocurría predominantemente a través del matrimonio, lo cual disminuía las posibilidades de obtener independencia financiera; la legitimidad intelectual femenina era prácticamente inexistente; el papel social desempeñado por la mujer -que era relegada al mundo privado del matrimonio y el hogar- era considerado un impedimento para el arte de escribir, ya que no tendría tiempo ni espacio para hacerlo; por otra parte, la censura moral que sufrían aquellas que optaban por las prácticas de escritura revela un escenario desfavorable para la creación literaria femenina. Sin embargo Woolf también afirma que, a finales del siglo XVIII y mediados del XIX, las mujeres, particularmente las de clase media, escribieron con frecuencia y éxito -si comparamos con los siglos anteriores-, a pesar de las numerosas restricciones.48 Hasta entonces los escasos índices de producción femenina se debían, en gran parte, a mujeres pertenecientes a las clases aristocráticas.

Durante ese periodo las mujeres alcanzaron notable visibilidad, ya sea en la posición de escritoras, lectoras o como personajes de los libros, hecho que constituyó un factor decisivo para producir una nueva imagen del sexo femenino hasta finales del siglo siguiente. En ese contexto Woolf verifica un ambiente favorable para el desarrollo de la escritura femenina, asociando su progreso a las transformaciones ocurridas en la sociedad británica de los siglos XVIII y XIX. Para esta autora es claro que:

la extraordinaria explosión de ficción a principios del siglo XIX en Inglaterra fue predicada por innumerables y pequeños cambios en las leyes, las costumbres y las prácticas sociales. Las mujeres del siglo XIX tenían algún tiempo libre y cierto nivel de instrucción. Elegir al propio marido ya no era una excepción, sólo para las mujeres de las clases altas. Y es significativo que de las cuatro grandes novelistas -Jane Austen, Emily Brontë, Charlotte Brontë y George Eliot-, ninguna tuvo hijos y dos no se casaron. Sin embargo, a pesar de estar claro que la prohibición de la escritura femenina fue entonces revocada, se diría que todavía había una considerable presión sobre las mujeres para escribir novelas románticas.49

Aunque las mujeres ya no sufriesen tantas discriminaciones para expresar sus pensamientos y ejercer sus habilidades en la escritura, aún eran vistas como personas intelectualmente capaces de escribir solamente novelas románticas. Virginia Woolf y Kelly Mays50 atribuyen tal concepto a las discrepancias en las condiciones socioeconómicas, así como a las diferentes experiencias vividas por hombres y mujeres.

El género masculino ocupaba, en su mayoría, la esfera pública de la sociedad, de tal manera que no únicamente conocía sino que experimentaba los aspectos políticos, sociales y económicos a su alrededor, por ejemplo los clubes, las guerras, el comercio y el mercado de trabajo, lo cual le daba cierta experiencia de vida. Las mujeres, en especial las pertenecientes a la clase media, sólo estaban destinadas a la administración del hogar, lo que restringía considerablemente sus visiones del mundo.51

En ese contexto, y considerando que la vivencia ejercía una fuerte influencia sobre la producción de ficción, Woolf señala que el retraso de la educación formal femenina -que contribuyó al desconocimiento de las técnicas de escritura-, asociado a su falta de experiencia de vida, hacía que las mujeres sólo fueran consideradas capaces de escribir novelas románticas y no poesía o cualquier otro género literario.52 Entre otras razones, la autora atribuye tal escenario al hecho de que la mujer carecía de un espacio propio e independiente para desarrollar su intelectualidad, es decir que la creación de novelas románticas no exigía tanta concentración ni conocimientos formales como la de la poesía, únicamente exigía la observación de los acontecimientos y comportamientos que ocurrían alrededor. Otra consideración relevante es que las mujeres de la clase media con frecuencia compartían una habitación con toda su familia, por lo cual no tenían tiempo, silencio ni otras condiciones adecuadas a su disposición para dedicarse a escribir libros más edificantes.

Por su parte, Mays afirma que la tendencia femenina a la escritura de ficción era más una cuestión de necesidad que de elección, porque reflejaba las concepciones del ideal femenino de la época, el cual obstaculizaba que la mujer tuviese la misma educación y experiencias de vida que el hombre, e incidía de manera negativa en el tipo de creación literaria desarrollada. Sin las mismas oportunidades ofrecidas a las personas de sexo masculino, las mujeres quedaban prácticamente limitadas a escribir un solo tipo de género.

Lo cierto es que, si bien las condiciones socioeconómicas empezaron a favorecer a las féminas e hicieron posible su inserción en el mercado de trabajo -dejando atrás la rigurosa exigencia del matrimonio como única forma de ascenso y desarrollo-, las mujeres aún sufrían las consecuencias de significativos siglos de retraso y restricciones, en comparación con los hombres. Los estereotipos de la época sobre que la mujer no era capaz de aprehender temas más complejos que las novelas románticas comercializadas por las bibliotecas circulantes perduró no solamente en la imagen de la mujer lectora, sino también en la de la escritora. Además de quienes criticaban las obras de autoría femenina, otros reseñistas y críticos literarios asumían una actitud condescendiente al declarar que las novelas románticas de esas autoras no deberían ser tomadas en serio ni sus reseñas dar una opinión crítica desde el punto de vista literario, pues sólo se trataba de libros escritos por mujeres.

Fergus y Guardini Vasconcelos53 señalan, asimismo, que una de las razones para mitigar las críticas que las novelas románticas femeninas recibían era el hecho de que muchas escritoras se disculpaban o justificaban sus actividades de escritura en los prefacios de sus propias obras. Peo no es raro que trataran de justificar esa actividad y alegaran precisar del dinero para contribuir al sustento familiar, pues se trataba de casos aislados en los que la escritura femenina se tornaba mínimamente tolerable a los ojos de los hombres.

Es curioso que esa parcialidad respecto a la creación femenina sea justificada como el temor de los críticos y reseñistas para no ofender “la delicadeza de una dama”. De acuerdo con Guardini Vasconcelos,54 los críticos literarios aseveraban constantemente su complacencia con esa producción, de tal manera que muchas novelas románticas escritas por mujeres o publicadas bajo seudónimos femeninos se ahorraron todo tipo de comentarios, más fuertes, que los reseñistas solían hacer.

Así, se observa la ironía en el hecho de los reseñistas y críticos literarios por devaluar el talento y capacidad de la mujer para escribir cualquier género literario, incluso la propia novela romántica. Entonces, los comentarios sobre la producción femenina deberían estar desprovistos de opinión crítica, ya que ellos creían que las mujeres no tenían capacidad para escribir una obra tan buena, en el sentido técnico y literario, como aquellas producidas por los hombres, al punto de que sus escritos ni siquiera merecían una crítica seria y formal de su parte.

Podemos destacar la crítica sutil y soterrada -bajo el pretexto de “no ofender la delicadeza de una dama”- de que la mujer estaba fuera de lugar allí, pues el ambiente literario y la vida pública no pertenecían sino a los hombres. Ella debería estar en casa, cuidando de la administración del hogar, y no desvirtuar su función social al desarrollar actividades intelectuales propias de los hombres. En otras palabras, las novelas románticas de autoría femenina difícilmente serían aceptadas y consideradas escritura seria si no había ningún tipo de aval, contestación o reacción masculina al respecto.

La creencia era que los libros considerados buenos ciertamente no podrían haber sido escritos por una mujer; al final, eran los hombres quienes dominaban el arte de escribir y a ellos pertenecían los títulos de novelistas, editores, reseñistas y críticos literarios. El oficio de escritora y las producciones femeninas representaban una afrenta a las buenas costumbres y eran consideradas de escaso valor, principalmente si eran comparadas con cualquier tipo de creación masculina.

Guardini Vasconcelos ofrece un buen ejemplo representativo de esa mentalidad a partir del periódico The Monthly Review de 1763, en una reseña referente al libro The School for Wives. Según la crítica: “Tratar esa producción con cualquier grado de severidad sería imperdonable, ya que es la [representación] de una dama”.55 Cabe resaltar que irónicamente muchos hombres utilizaban seudónimos femeninos para evitar las posibles críticas que sus libros recibirían si no fuesen lo suficientemente buenos, ya que la autoría masculina sí enfrentaba la opinión de una crítica seria.

Woolf y Guardini Vasconcelos56 agregan que las mujeres eran constantemente ridiculizadas por gran parte de los hombres, ya fueran reseñistas, críticos literarios, familiares o desconocidos. Prevalecía en esa época el pensamiento de que los esfuerzos intelectuales de una mujer sólo eran actividades degradantes y pecaminosas, de tal manera que las que poseían algún tipo de conocimiento o habilidad para escribir debían ocultarlo. En otras palabras, era como si el acto de escribir fuese una presunción femenina inalcanzable, de modo que el desarrollo de actividades intelectuales no podía ser parte de su universo. Si la mujer encontraba en la escritura su hábito y placer, sus escritos no eran considerados creación literaria. Por esa razón Woolf se cuestionaba sobre la condición social de las escritoras en el medio intelectual y literario a lo largo de los siglos XVIII y XIX, señalando que la figura femenina quedó relegada a un segundo plano en casi todos los sectores de la cultura impresa.

Ante la perspectiva del menosprecio a la seriedad de la producción femenina, asociado con los estereotipos impuestos a las mujeres, que hacían de la escritura algo vergonzoso, aquellas que optaban por transgredir las reglas sociales para que sus obras fuesen publicadas se veían obligadas a esconderse detrás de seudónimos masculinos o del anonimato, para no ser criticadas, reconocidas ni socialmente excluidas. Woolf explica que las condiciones sociales de la época impuestas a las mujeres cercaban su libertad de expresión, así como sus aspiraciones personales y profesionales:

Fue el recuerdo del sentido de castidad el que dictó la anonimia de las mujeres hasta el siglo XIX. Currer Bell, George Eliot, George Sand, todas las víctimas de una lucha íntima, como prueban sus escritos, buscaron sin éxito esconderse usando nombres de hombre. De ese modo reverenciaban la convención, si no creada por el otro sexo, abiertamente alentada por ellas [...] de que la publicidad es algo detestable para una mujer. La anonimia está en su sangre. El deseo de quedarse oculta todavía la toma por entero.57

Al respecto Jan Fergus y Guardini Vasconcelos58 afirman que en una sociedad que equiparaba “publicar” a “hacerse público”, la indicación de autoría de cualquier tipo de producción femenina implicaba necesariamente la “abominable” publicidad de su sexo, colocándolo bajo la severa crítica social. De acuerdo con el patrón de la época, las mujeres “de bien” deberían ser modestas, reservadas y, esencialmente, pertenecer al ámbito del mundo doméstico. Aquellas que se atrevían a publicar sus creaciones ponían no solamente su reputación en riesgo, sino también su posición social.

El mismo sentido de castidad y temor a convertirse en mujeres criticadas o socialmente excluidas es señalado por Guardini Vasconcelos, quien añade:

aunque muchas mujeres se hayan profesionalizado a lo largo de los siglos XVIII y XIX, no todas han firmado sus producciones, por ejemplo Eliza Haywood, o admitieron que escribían para sobrevivir, como Charlotte Smith. Muchas, a causa de las restricciones para las mujeres en este tipo de oficio, se ocultaron bajo seudónimos o publicaron anónimamente. Este fue el caso de Fanny Burney, que solamente se reveló como autora de Evelina después de haberse comprobado que la novela romántica había tenido buena acogida entre sus amigos y familiares.59

Notamos que no era raro para las mujeres escritoras revelar la autoría de sus producciones, pero sólo si su reputación como novelista era establecida de manera positiva, lo cual ocurría después de las primeras ediciones de sus obras, cuando había una buena acogida entre la crítica y sus conocidos. Además de adoptarlos por el temor a recibir críticas hostiles, el seudónimo y el anonimato también fueron utilizados en calidad de protección al establecerse una relación entre las escritoras y sus editores, como una forma de mantener secreta su identidad.60

James Raven ofrece el ejemplo de Jane Austen quien, además de utilizar intermediarios en sus negociaciones, usaba seudónimos como “By a Lady” o “By a Young Lady” para publicar sus obras y mantener su autoría en secreto. A mediados del siglo XIX las hermanas Brontë también empleaban seudónimos, como indica Daise Fonseca Dias,61 con el propósito de mantenerse alejadas de las posibles críticas negativas; así evitaban la tan “abominable” publicidad y el hecho de ser identificadas como escritoras. Emily Brontë publicó Wuthering Heights con el seudónimo de Ellis Bell, mientras que Charlotte Brontë lanzó Jane Eyre bajo la autoría de Currer Bell, y Anne Brontë fue Acton Bell en la novela Agnes Grey.

En 1870 la escritora británica Elizabeth Gaskell apunta en The Life of Charlotte Brontë un fragmento escrito por su gran amiga Charlotte sobre la cuestión del uso de seudónimos en sus obras y las de sus hermanas:

Contrarias a la publicidad personal, cubrimos nuestros verdaderos nombres bajo Currer, Ellis y Acton Bell; la elección ambigua fue dictada por una especie de escrúpulo de conciencia en asumir nombres cristianos positivamente masculinos, mientras que, por otro lado, no queríamos asumirnos como mujeres, pues -sin sospechar, en la época, que nuestra forma de escribir y pensar no era la que suele llamarse femenina-, teníamos una vaga impresión de que las escritoras estaban sujetas a críticas; habíamos notado cuánto los críticos acostumbraban castigarlas usando el arma de la identidad sexual, o recompensarlas con la adulación, que no es un elogio verdadero.62

Charlotte Brontë -después de la muerte de sus dos hermanas, Emily y Anne- modificó algunos pasajes de Wuthering Heights y The Tenant of Wildfell Hall, debido a las críticas negativas que esas obras recibieron por contravenir las convenciones sociales de la época. Charlotte atribuyó esas opiniones, que las consideraban transgresoras, a la ausencia de estudio, lectura y calificación intelectual de sus hermanas -aunque ambas leyesen bastante y fuesen versadas en muchas habilidades intelectuales-. Es probable que Charlotte hiciera tantos cambios para preservar la reputación de sus hermanas después de la muerte.63

Por otra parte, muchas escritoras aprovecharon el hecho de que sus creaciones estuvieran protegidas por el anonimato o el seudónimo para usarlas como instrumento de crítica y denuncia de la sociedad en que vivían. A partir de relatos ficticios esas mujeres -incluyendo a Jane Austen y las hermanas Brontë-ilustraron, discreta o abiertamente, las opresiones que experimentaron durante buena parte de los siglos XVIII y XIX.64

Woolf65 menciona que, inicialmente, el foco de interés de la escritura de ficción femenina eran casi siempre las cuestiones sobre las mujeres y su condición en la sociedad británica, constituyendo las novelas románticas materiales que ilustraban, muchas veces, el propio sufrimiento de las autoras, así como un medio para defender y difundir sus opiniones, además de mostrar su transgresión de los valores patriarcales de la época. Era una forma de demostrar que -a pesar de las muchas limitaciones sociales que padecían- varias novelistas asumieron la responsabilidad de defender a la mujer y su derecho a aspirar a intereses más amplios que la administración del hogar, al igual que al desarrollo de sus capacidades intelectuales.

En ese contexto podemos destacar que uno de los factores determinantes para que la mujer no tuviera las mismas oportunidades que los hombres de reforzar sus habilidades literarias fue su función social como administradora del hogar, un papel al que siempre estuvo relegada. Al ser responsable de cuidar de la casa, los hijos y el marido y las actividades inherentes al matrimonio, la mujer carecía de los recursos financieros, un espacio propio y tiempo para escribir, debido a sus innumerables quehaceres domésticos y a causa de su dependencia económica.66

Criadas desde el nacimiento para cumplir con las concepciones de feminidad de la época, la mayoría de las mujeres fueron apartadas de la educación formal y de las oportunidades para desarrollar sus capacidades intelectuales, además de no poder contar su propia historia ni tener la libertad de moldear su imagen ante la sociedad.

Tal caso es ilustrado por Jane Austen en Persuasion, libro publicado en 1817. Esta autora utilizó las novelas románticas para denunciar las parcas condiciones de las mujeres, presentando en su discurso, aunque discretamente, formas de transgresión social para ilustrar cómo la realidad femenina estaba condicionada por los valores patriarcales de la época, que las privaban de sus deseos personales y de la oportunidad de narrar su propia historia. En un diálogo entre el capitán Harville y Anne Eliot, Austen expone la revuelta sutil del personaje femenino al ver que su género está siendo estereotipado y moldeado por una visión masculina, tanto en la historia como en la literatura:

y no creo que jamás haya abierto un libro en mi vida en el que no se dijera algo sobre la inconstancia de las mujeres. Canciones y proverbios, todo habla de la fragilidad femenina. Pero quizá diga usted que todos han sido escritos por hombres. -Quizá lo diga. Sí, sí, por favor, nada de referencias a libros. Los hombres tienen todas las ventajas sobre nosotras por ser ellos quienes cuentan la historia. Tuvieron siempre una educación mucho más completa; la pluma ha estado en sus manos. No permitiré que los libros me prueben nada.67

Austen ilustra que no solamente la vida de las mujeres estaba regida por valores patriarcales, sino que sus propias historias eran contadas por los hombres, relegándolas casi siempre al papel de coadyuvante, “villana” o “sexo frágil”. Señala que “la pluma ha estado en sus manos”, es decir que ellos siempre tuvieron la historia, la educación y la sociedad a su favor para moldear un ideal de feminidad y, a su vez, decidir sobre la imagen femenina en la literatura, ya que los hombres dominaban casi todo el universo de la creación literaria.

Es por ese motivo que el personaje Anne Eliot afirma que los libros no pueden probar nada acerca de la imagen de la mujer, ya que la verdadera esencia femenina invariablemente había sido mantenida oculta por las opiniones y visiones masculinas, bajo su propio estereotipo de feminidad. A la mujer siempre se le negó la posibilidad de crear su propia imagen en la esfera pública, siendo reflejada sólo bajo la perspectiva masculina.

Las mujeres no tuvieron las mismas oportunidades culturales, económicas y sociales, por el hecho de vivir en un entorno esencialmente patriarcal. Ello coartó sus posibilidades de insertarse en la economía del libro, ante el temor de ser criticadas y excluidas socialmente. Tampoco pudieron escribir su propia historia ni moldear la imagen que mejor les hiciera justicia, sin precisar que el sexo opuesto lo hiciera por ellas. Las mujeres carecieron, sobre todo, de voz y libertad de expresión, derechos que durante mucho tiempo les fueron negados.

Resultados: contribución de las bibliotecas circulantes en el desarrollo de la escritura femenina

Como hemos visto, Virginia Woolf señala que los siglos XVIII y XIX son considerados el periodo de mayor profusión de la escritura femenina, especialmente debido a la mecanización de la prensa, que a la vez contribuyó al desarrollo de la novela romántica y al crecimiento de las bibliotecas circulantes. Era una época en que la literatura femenina de ficción se expandió, posibilitando la publicación de obras de diversas autoras ahora mundialmente reconocidas, como Jane Austen, Ann Radcliffe, Fanny Burney y las hermanas Brontë.

Agrega Woolf que, a pesar de todas las restricciones para el desarrollo intelectual femenino en ese momento, como el acceso restringido a la educación y el temor de ser criticadas o socialmente excluidas, muchas mujeres lograron superar esos obstáculos y encontraron el tiempo, el espacio y los recursos financieros necesarios para publicar sus creaciones. Hay que decir que, si bien representan más una excepción que una regla en su ámbito social, esas mujeres encontraron una forma de expresarse intelectualmente, de liberarse como seres poseedores de deseos y aspiraciones profesionales propias.

Las bibliotecas circulantes tuvieron una participación esencial en ello, al crear un ambiente propicio para el progreso de un género literario que dominó las prácticas de lectura de la clase media y que contribuyó a despertar en la mujer la voluntad de formar parte del mercado literario como escritora, además de ampliar su función social más allá de la administración del hogar. La biblioteca circulante constituye, así, uno de los instrumentos fundamentales que posibilitó la ampliación de instancias de inclusión de la mujer en una época donde tenía pocas oportunidades para desarrollarse intelectualmente.

La participación de esas bibliotecas en los procesos de inclusión de la mujer en la economía del libro como escritora ocurrió esencialmente bajo dos formas: la publicación de las producciones femeninas a través de seudónimos y el anonimato, y la comercialización y difusión de novelas románticas escritas por mujeres.

Desde mediados hasta finales del siglo XVIII muchos libreros y propietarios de bibliotecas circulantes -sobre todo las menores y no tan conocidas-, además de la comercialización de libros, incluirían en sus actividades la publicación anónima o bajo seudónimos de novelas románticas escritas por mujeres: su propósito era atender la creciente demanda de los nuevos lectores por ese género literario en progreso y competir con otras bibliotecas, ya consolidadas, en el mercado del libro. En las décadas de 1780 y 1790 esos establecimientos fueron los responsables de la producción de más de 60% de toda la ficción anónima femenina publicada en Inglaterra.68

No es el objetivo del presente estudio discurrir profundamente en la temática de los procedimientos de publicación de las bibliotecas circulantes; sin embargo, destacaremos un par de ejemplos de autoras publicadas por esos estabelecimientos a finales del siglo XVIII: Ann Radcliffe, precursora de las novelas góticas en Inglaterra, publicó anónimamente en 1792 y 1793 las primeras ediciones de A Sicilian Romance y The Castles of Athlin and Dunbayne: A Highland Story en la Hookham’s Circulating Library, ubicada en Londres y especializada en novelas románticas de autoría femenina.69 Frances Burney, famosa escritora que tuviera gran influencia literaria en los libros de Jane Austen, publicó anónimamente en 1776 y 1777 Evelina, en la Thomas Lowndes Circulating Library.70

Edward Jacobs y JoEllen DeLucia71 afirman que diversas razones de índole económica y social contribuyeron a que las mujeres optasen por publicar en las bibliotecas circulantes, siendo uno de los factores principales las limitadas opciones de publicación existentes para el sexo femenino ya que, como señalamos, tales prácticas podrían amenazar su reputación y posición social. Para las que anhelaban publicar sus obras, esos establecimientos representaban una alternativa viable, ya que simplificaban los procesos de publicación y los ofrecían bajo el anonimato o seudónimo, protegiendo así la identidad femenina.

Si bien las bibliotecas circulantes publicaron novelas románticas de autoría femenina a finales del siglo XVIII y contribuyeron en la expansión de la participación de la mujer en la economía del libro como escritora -aunque bajo el anonimato y el seudónimo-, su contribución real se dio más efectivamente con la comercialización de sus obras.

De acuerdo con Barbara Benedict,72 al no tener que preocuparse por mantener una reputación debido la comercialización de novelas románticas, pues su interés radicaba en obtener beneficios y no en los valores morales que podrían transmitir, las bibliotecas circulantes comercializaron ese género literario indiscriminadamente, lo cual puede verificarse a través de sus catálogos, considerados por Edward Jacobs uno de los instrumentos principales de comprobación y circulación de la producción literaria femenina durante el periodo.73

A mediados del siglo XIX, conforme la novela romántica y la escritura femenina se expandían, las producciones literarias de las mujeres ya no aparecían en los catálogos de las bibliotecas circulantes sólo bajo anonimato o seudónimo, sino con la identificación de sus autoras, evidenciando cada vez más la participación femenina en el mercado literario inglés. El catálogo de la Hookman’s Circulating Library (ca. 1829) muestra que muchas escritoras a lo largo del siglo XIX asumían la autoría de sus obras identificándose como “Mrs.”, “Miss” o “Lady”, y enseguida su apellido.

En el catálogo Hookman podemos encontrar los nombres de algunas de las novelistas que se consagraron a lo largo del periodo estudiado: Fanny Burney, que aparece en Cecilia, Memoirs of an Heiress como Miss Burney; Charlotte Turner Smith firma Mrs. Charlotte Smith en Celestina. A novel; y Elizabeth Inchbald, con la publicación de Nature and Art, a Novel, donde se registra como Mrs. Inchbald.

Resulta curioso que muchas veces las novelas románticas escritas por autoras más conocidas -como Sense and Sensibility, Emma y Pride and Prejudice de Jane Austen- aparezcan sin identificación de autoría. Deirdre Le Faye señala que esto ocurría debido al éxito de venta de esos libros y a las finalidades comerciales y lucrativas de las bibliotecas circulantes, que creían que la identificación de las obras más vendidas sólo por su título ya era una recomendación suficiente para atraer lectores a sus establecimientos.74

En otro ejemplo un poco más tardío, en el catálogo de 1860 de la Mudie’s Select Library,75 biblioteca circulante ubicada en Londres y especializada en la comercialización de novelas románticas, podemos encontrar la identificación de autoría femenina de muchas obras consagradas en el siglo XIX:76Jane Eyre, Shirley, Vilette y The Professor, de Charlotte Brontë; Wuthering Heights, de Emily Brontë; North and South, Mary Barton y Cranford, de Elizabeth Gaskell, cuya autoría aparecía en el catálogo como Mrs. Gaskell.

Lee Erickson señala que las novelas románticas llenaban los estantes de las bibliotecas circulantes,77 una afirmación que nos permite reiterar la contribución de esos establecimientos en el desarrollo de nuevos lectores y nuevas prácticas de lectura de ese género literario en ascenso, así como en la expansión de la participación femenina en el mercado literario.

Al respecto, observamos innumerables y significativas transformaciones en la vida de las mujeres, sobre todo en su desarrollo intelectual y en la ocupación de espacios en el mercado editorial. Podemos destacar, asimismo, las instancias de inclusión de la mujer en la economía del libro a través de las bibliotecas circulantes, que influyeron también en su participación dentro del universo literario no sólo como lectoras sino también como escritoras.

Conclusiones

Sabemos que el sexo femenino tuvo, durante mucho tiempo, acceso restringido a la información y al conocimiento producidos en la sociedad inglesa, a causa de las concepciones patriarcales vigentes en los siglos XVIII y XIX sobre la función social de la mujer. La noción del ideal de feminidad relegaba a las mujeres al mundo del matrimonio y la administración del hogar, sin considerar la importancia del desarrollo de sus capacidades intelectuales mediante una educación formal.

Sin duda, esos factores contribuyeron al retraso intelectual de la mujer en relación con el sexo masculino, al igual que en la reducción de sus oportunidades de desarrollo como escritora, restringiendo así su participación en la economía del libro, principalmente en lo que se refiere a los procesos de producción, circulación y recepción.

Debido a ciertas transformaciones que trajo consigo la Revolución Industrial, sobre todo la mecanización de la prensa, la mujer superó gradualmente las innumerables dificultades impuestas a su desarrollo intelectual. En ese contexto podemos destacar la contribución de las bibliotecas circulantes que posibilitaron, en un primer momento, la expansión de las prácticas de lectura femenina por medio de la comercialización de novelas románticas. A partir de la formación y desarrollo de la mujer lectora, las obras ofrecidas por esos establecimientos despertaron su voluntad de convertirse en escritora, lo que fue posible gracias a las labores de publicación y comercialización de novelas románticas escritas por mujeres que llevaron a cabo las propias bibliotecas circulantes. Esos procedimientos, aunados a los cambios socioeconómicos en Inglaterra, ampliaron la participación de la mujer en la economía del libro durante los siglos XVIII y XIX.

Si antes eran los hombres quienes ocupaban mayoritariamente los cargos de novelistas, editores y reseñistas en el mercado literario inglés, a partir de las transformaciones ocasionadas por la Revolución Industrial, las novelas románticas de autoría femenina llenaban los catálogos y estantes de las bibliotecas circulantes, contribuyendo así en la formación de nuevos lectores -en especial las mujeres- y la expansión de nuevas prácticas de lectura.

Sabemos acerca de la existencia de otras formas de inclusión de la mujer en la economía del libro durante los siglos anteriores a la Revolución Industrial y la mecanización de la prensa, sobre todo en calidad de libreras y tipógrafas, considerando a las hijas y las viudas que administraban los negocios libreros familiares después de la muerte de los padres y maridos.78 Asimismo, hay que mencionar la contribución de las publicaciones periódicas en la formación y desarrollo de mujeres lectoras y escritoras, ya sea como autoras reseñadas por esas publicaciones o solamente en la posición de lectoras; muchas de ellas encontraban en esos materiales las únicas oportunidades para su instrucción.79 Sin embargo, proponemos que en la Inglaterra de finales del siglo XVIII hasta mediados del XIX, el ápice de la expansión del acceso femenino al libro y la lectura, así como las posibilidades de la inclusión de la mujer en la economía del libro en calidad de escritora, surgió a través de las bibliotecas circulantes.

Eric Glasgow afirma que las bibliotecas circulantes constituyen uno de los instrumentos fundamentales de la liberación cultural e intelectual de las mujeres durante los siglos XVIII y XIX. Para este autor, antes de convertirse en escritora, la mujer anheló el acceso a las prácticas de lectura, lo cual hicieron posible las bibliotecas circulantes que se esparcieron por toda Inglaterra. Y a través de esos ambientes y espacios, las mujeres pudieron finalmente desarrollarse como escritoras y adquirir cierta visibilidad.80

Es decir que la nueva configuración de la economía del libro, posibilitada por la mecanización de la prensa, creó un mercado para el surgimiento de un nuevo género literario, al igual que nuevos lectores, consumidores de las novelas románticas. En este nuevo panorama -aunado a las modificaciones socio-económicas y estimuladas por las lecturas que ofrecían las bibliotecas circulantes- las mujeres pudieron expandir sus oportunidades de desarrollo intelectual y se convirtieron en escritoras. Ganaron prestigio, se hicieron conocidas y dieron un nuevo significado al papel femenino dentro de la sociedad industrial.

En comparación con los demás estratos sociales, sobre todo con las clases trabajadoras, las actividades de las bibliotecas circulantes tuvieron un alcance más restringido para quienes no tenían las posibilidades económicas que les permitieran pagar el alquiler de libros y las tasas de suscripción de esos establecimientos. Sin embargo, si comparamos entre la posición social ocupada por la mujer antes de los siglos XVIII y XIX con el papel que asumió después de desarrollarse intelectualmente, podemos destacar que las transformaciones ocasionadas por las bibliotecas circulantes alcanzaron a un público que antes tenía restringido el acceso al libro y la lectura.

Con el presente trabajo no pretendemos agotar la temática sobre la inclusión de la mujer en los procesos y actividades relacionados con el libro y la lectura. Es relevante mencionar que las bibliotecas circulantes contribuyeron significativamente en proporcionar y ampliar las posibilidades de inclusión del sexo femenino en el campo literario y profesional de la escritura, ámbitos imprescindibles en la economía del libro.


Notas al pie
1

Amanda Salomão, “Bibliotecas circulantes na Revolução Industrial inglesa: inclusão social da mulher na economia do livro” (tesis de maestría, Universidad Federal del Estado de Río de Janeiro, 2017), 11. http://www.unirio.br/unirio/cchs/eb/arquivos/tccs-2017.1/Amanda%20Salomao.pdf.

2

David Gerard, “Subscription Libraries: Great Britain”, en Encyclopedia of Library and Information Science, ed. de Allen Kent, Harold Lancour y Jay Daily (Nueva York: CRC Press, 1980), 205-221.

3

Sobre esta etapa publicamos recientemente un artículo en portugués de temática similar, también basado en la tesis de maestría de Amanda Salomão, pero enfocado en las prácticas bibliotecológicas de las bibliotecas circulantes, aclarando su actuación como nuevo espacio de distribución y circulación de la información en el periodo. Véase “Bibliotecas circulantes na Inglaterra industrial: práticas biblioteconômicas e sua atuação como novo ambiente de distribuição e circulação de informação”, Revista Brasileira de Biblioteconomia e Documentação 15, núm. 2 (mayo-agosto de 2019): 194-215.

4

Rosemarie Erika Horch, “Bibliografia textual”, Revista Brasileira de Biblioteconomia e Documentação 11 (1978): 147-154.

5

Philip Gaskell, A New Introduction to Bibliography (New Castle, DE: Oak Knoll Press, 2012).

6

Eric Hobsbawm, “A Revolução Industrial”, en A era das revoluções: 1789-1848 (Río de Janeiro: Paz e Terra, 2013), 57-95.

7

Maria das Graças Pimentel, “A biblioteca pública e a inclusão digital” (tesina, Universidad de Brasilia, 2006), http://repositorio.unb.br/bitstream/10482/2035/1/2006_Maria%20das%20Gra%C3%A7as%20Pimentel.pdf.

8

Véanse Hobsbawm, “A Revolução Industrial”, 57-95; Catherine Hall, “Sweet Home”, en História da vida privada 4: da Revolução Francesa à Primeira Guerra, coord. de Michelle Perrot (São Paulo: Companhia das Letras, 2003), 47-76, y Matthew Taunton, “Print Culture”, acceso el 17 de junio de 2019, http://www.bl.uk/romantics-and-victorians/articles/print-culture.

9

Sabemos que la mecanización de la prensa abarató otros materiales de lectura (como los folletos y las publicaciones periódicas), pero aquí sólo analizamos los libros ofrecidos por las bibliotecas circulantes.

10

Hall, “Sweet Home”, 47-76.

11

Paula McDowell, “Women in the London Book Trade”, en The Women of Grub Street: Press, Politics, and Gender in the London Literary Marketplace, 1678-1730 (Oxford: Clarendon Press, 1998), 33-62.

12

Sandra Guardini Vasconcelos, A formação do romance inglês: ensaios teóricos (São Paulo: FAPESP, 2007).

13

Devon Lemire, “A Historiographical Survey of Literacy in Britain between 1780-1830”, Constellations 4 (2012): 248-261.

14

Véanse Ian Watt, “O público leitor e o surgimento do romance”, en A ascensão do romance: estudos sobre Defoe, Richardson e Fielding (São Paulo: Companhia das Letras, 1990), 34-54; Reinhard Wittmann, “Was there a Reading Revolution at the End of the Eighteenth-Century?”, en A History of Reading in the West, ed. de Guglielmo Cavallo y Roger Chartier (Massachusetts: University of Massachusetts, 1999), 284-312, y Richard Daniel Altick, The English Common Reader: A Social History of the Mass Reading Public, 1800-1900 (Ohio: Ohio State University Press, 1998). Para esta afirmación sobre el número de lectores, los autores se basan en una estimación hecha por Edmund Burke, que puede verificarse en el prefacio del primer volumen del periódico Penny Magazine (1832).

15

Lemire, “A Historiographical Survey…”, 248-261.

16

Martyn Lyons, “New Readers in the Nineteenth Century: Women, Children, Workers”, en A History of Reading in the West, ed. de Guglielmo Cavallo y Roger Chartier (Massachusetts: University of Massachusetts, 1999), 313-344.

17

No olvidemos el papel relevante de las mujeres en los procesos relativos a la economía del libro en épocas anteriores a la Revolución Industrial, sobre todo durante el siglo XVII y hasta el inicio del XVIII. Paula McDowell señala como práctica común que las hijas y esposas fueran capacitadas para asumir los negocios familiares después de la muerte de los padres y maridos. En su mayoría eran viudas de libreros y tipógrafos, pero había casos en que las mujeres casadas administraban los negocios de la familia y asumían cargos importantes en la producción, circulación y transmisión de la información y el conocimiento, como impresoras, editoras, libreras y tipógrafas. En este artículo proponemos que su visibilidad efectiva en el mercado del libro y en la vida pública se expandió considerablemente a partir de la mecanización de la prensa, del surgimiento de la novela romántica y, sobre todo, del desarrollo de las bibliotecas circulantes.

18

Taunton, “Print Culture”.

19

Felipe Meneses Tello, “Bibliotecas y división de clases: las bibliotecas cuasi públicas en el sistema burgués británico durante los siglos XVIII-XIX”, Información, Cultura y Sociedad 31 (2014): 11-28, acceso el 17 de junio de 2019, http://revistascientificas.filo.uba.ar/index.php/ICS/article/view/1055/1034.

20

Lee Erickson, “The Economy of Novel Reading: Jane Austen and the Circulating Library”, Studies in English Literature 30, núm. 4 (1990): 573-590.

21

Gerard, “Subscription Libraries: Great Britain”, 205-221; Watt, “O público leitor e o surgimento do romance”, 34-54.

22

Hilda Hamlyn, “Eighteenth-Century Circulating Libraries in England”, The Library: the Transactions of the Bibliographical Society 5, núms. 3-4 (1946): 197-222.

23

Roger Chartier, “Uma revolução da leitura no século XVIII?”, en Livros e impressos, coord. de Lúcia Maria Bastos das Neves (Río de Janeiro: EDUERJ, 2009), 93-106; Paul Kaufman, “The Community Library: A Chapter in English Social History”, Transactions of the American Philosophical Society 57, núm. 7 (1967): 1-67.

24

Erickson, “The Economy of Novel Reading…”, 573-590.

25

Salomão y Da Silva Alentejo, “Bibliotecas circulantes na Inglaterra industrial...”, 194-215.

26

Stephen Colclough, “The Circulating Library, Book Club and Subscription Library: Readers and Reading Communities: 1770-1800”, en Consuming Texts: Readers and Reading Communities: 1695-1870 (Hampshire: Palgrave Macmillan, 2007), 88-117.

27

V. J. Kite, “Circulating Libraries in Eighteenth-Century Bath”, en A second North Somerset Miscellany, ed. de R. K. Bluhm (Somerset: Bath and Camerton Archaeological Society, 1971), 17-22.

28

Salomão y Da Silva Alentejo, “Bibliotecas circulantes na Inglaterra industrial...”, 194-215.

29

Erickson, “The Economy of Novel Reading...”, 573-590.

30

Colclough, “The Circulating Library, Book Club and Subscription Library…”, 88-117.

31

Kite, “Circulating Libraries in Eighteenth-Century Bath”, 17-22.

32

Gerard, “Subscription Libraries: Great Britain”, 205-221.

33

Erickson, “The Economy of Novel Reading...”, 576; Watt, “O público leitor e o surgimento do romance”, 34-54.

34

Barbara Benedict, “Readers, Writers, Reviewers, and the Professionalization of Literature”, en The Cambridge Companion to English Literature: 1740-1830, ed. de Thomas Keymer y Jon Mee (Cambridge: Cambridge University Press, 2004), 3-23; Jan Fergus, “Eighteenth-Century Readers in Provincial England: The Customers of Samuel Clay’s Circulating Library and Bookshop in Warwick, 1770-72”, The Papers of the Bibliographical Society of America 78 (1984): 155-213, acceso el 17 de junio de 2019, http://www.jstor.org/stable/24302783.

35

Salomão y Da Silva Alentejo, “Bibliotecas circulantes na Inglaterra industrial...”, 194-215.

36

Sandra Guardini Vasconcelos, “O romance feminino do século XVIII”, en Dez lições sobre o romance inglês do século XVIII (São Paulo: Boitempo Editorial, 2002), 103-117.

37

Watt, “O público leitor e o surgimento do romance...”, 34-54; Wittmann, “Was there a Reading Revolution at the End of the Eighteenth-Century?”, 284-312.

38

Eric Glasgow, “Circulating Libraries”, Library Review 51, núm. 8 (2002): 420-423.

39

Erickson, “The Economy of Novel Reading...”, 576.

40

Colclough, “The Circulating Library, Book Club and Subscription Library…”, 88-117.

41

Erickson, “The Economy of Novel Reading…”, 573-590.

42

Norbert Schürer, “Four Catalogues of the Lowndes Circulating Library, 1755-1766”, The Papers of the Bibliographical Society of America 101, núm. 3 (2007): 329-357.

43

Lyons, “New Readers in the Nineteenth Century…”, 313-344.

44

Salomão y Da Silva Alentejo, “Bibliotecas circulantes na Inglaterra industrial...”, 194-215.

45

Glasgow, “Circulating Libraries”, 420-423.

46

Lígia Maria Moreira Dumont y Patrícia Espírito Santo, “Leitura feminina: motivação, contexto e conhecimento”, Ciências & Cognição 10 (2007): 28-37, acceso el 17 de junio de 2019, http://www.cienciasecognicao.org/revista/index.php/cec/article/view/618/400.

47

Virginia Woolf, Um teto todo seu (São Paulo: Tordesilhas, 2014).

48

Virginia Woolf, “Mulheres e ficção”, en O valor do riso e outros ensaios (São Paulo: Cosac Naify, 2014), 270-283.

49

Ibid., 273. La traducción es nuestra.

50

Kelly Mays, “The Publishing World”, en A Companion to the Victorian Novel, ed. de Patrick Brantlinger y William Thesing (Massachusetts: Blackwell Publishing, 2002), 11-30.

51

Guardini Vasconcelos, A formação do romance inglês.

52

Woolf, “Mulheres e ficção”, 276

53

Jan Fergus, “The Professional Woman Writer”, en The Cambridge Companion to Jane Austen, ed. de Edward Copeland y Juliet McMaster (Cambridge: Cambridge University Press, 2011), 1-19; Guardini Vasconcelos, “O romance feminino do século XVIII”, 103-117.

54

Guardini Vasconcelos, A formação do romance inglês.

55

Ibid., 214. La traducción es nuestra.

56

Woolf, Um teto todo seu; Guardini Vasconcelos, A formação do romance inglês.

57

Woolf, Um teto todo seu, 74-75. La traducción es nuestra.

58

Fergus, “The Professional Woman Writer”, 1-19; Guardini Vasconcelos, “O romance feminino do século XVIII”, 103-117.

59

Guardini Vasconcelos, A formação do romance inglês, 153. La traducción es nuestra.

60

James Raven, “Book Production”, en Jane Austen in Context, ed. de Janet Todd (Cambridge: Cambridge University Press, 2005), 194-203.

61

Daise Lilian Fonseca Dias, “A recepção crítica a O morro dos ventos uivantes: questões de mulher e literatura”, Revista Graphos 14 (2012): 18-45.

62

Rodrigo Lacerda, Presentación de O morro dos ventos uivantes, de Charlotte Brontë (Río de Janeiro: Zahar, 2016), 12. La traducción es nuestra.

63

Sheila Hancock, “The Brilliant Brontë Sisters”, video, acceso el 17 de junio de 2019, https://www.youtube.com/watch?v=dLI1Bm6rNuc.

64

Guardini Vasconcelos, “O romance feminino do século XVIII”, 103-117.

65

Woolf, “Mulheres e ficção”.

66

Woolf, Um teto todo seu.

67

Jane Austen, Persuasão (São Paulo: Martin Claret, 2012), 277. La traducción es nuestra.

68

Ver Edward Jacobs, “Anonymous Signatures: Circulating Libraries, Conventionality and the Production of Gothic Romances”, English Literary History 62, núm. 3 (1995): 603-629, DOI: 10.1353/elh.1995.0027; “Eighteenth-Century British Circulating Libraries and Cultural Book History”, Book History 6 (2003): 1-22, DOI: 10.1353/bh.2004.0010, y “A Previously Unremarked Circulating Library: John Roson and the Role of Circulating Library Proprietors as Publishers in Eighteenth-Century Britain”, The Papers of the Bibliographical Society of America 89, núm. 1 (1995): 61-71.

69

JoEllen DeLucia, “Radcliffe, George Robinson and Eighteenth-Century Print Culture: Beyond the Circulating Library”, Women’s Writing 22, núm. 3 (2015): 287-299.

70

Schürer, “Four Catalogues of the Lowndes Circulating Library…”, 329-357.

71

Ver Jacobs, “Anonymous Signatures…”, 603-629, y “Eighteenth-Century British Circulating Libraries…”, 1-22; DeLucia, “Radcliffe, George Robinson and Eighteenth-Century Print Culture…”, 287-299.

72

Benedict, “Readers, Writers, Reviewers, and the Professionalization of Literature”, 3-23.

73

Jacobs, “Eighteenth-Century British Circulating Libraries and Cultural Book History”, 1-22. Esos catálogos son considerados intermediarios entre los lectores y las bibliotecas, y reflejan los gustos de la época, pues los libreros ponían en ellos las obras de gran demanda. Además, pueden ser entendidos no sólo como instrumentos de divulgación, sino también para conocer la descripción del acervo de las bibliotecas circulantes y del público que buscaban alcanzar.

74

Deirdre Le Faye, Jane Austen: The World of her Novels (Nueva York: Harry N. Abrams, Inc., 2002).

75

La elección de los catálogos de las librerías circulantes Hookman y Mudie obedece a su relevancia en la comercialización de obras de autoría femenina durante los siglos XVIII y XIX, y su consecuente contribución a la inclusión de la mujer en la economía del libro.

76

Si bien este artículo centra su análisis en el desarrollo de la escritura femenina desde finales del siglo XVIII hasta mediados del XIX, quisimos dar un ejemplo sobre cómo los esfuerzos emprendidos en las décadas anteriores por las escritoras inglesas y las bibliotecas circulantes posibilitarían y estimularían la expansión de la escritura femenina en la segunda mitad del siglo XIX, ya sin tantas restricciones.

77

Erickson, “The Economy of Novel Reading…”, 573-590.

78

McDowell, “Women in the London Book Trade”, 33-62.

79

Guardini Vasconcelos, “O romance feminino do século XVIII”, 103-117.

80

Glasgow, “Circulating Libraries”, 420-423.

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