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“Homenaje a un demiurgo tutelar de la Biblioteca Nacional”


“Tribute to a Guardian Demiurge of the National Library”

Francisco Mercado Noyola*

* Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, Ciudad de México, México, franciscomn@unam.mx

José María Vigil: A cien años de su muerte. Castro MÁ, Romero Valle AM. México: Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 2018, 265 pp., il. ISBN: 978-607-30-1070-2

Recepción: 07.03.19 / Aceptación: 15.03.19


Palabras clave: Biblioteca Nacional de México, biobibliografías, bibliógrafos, siglo XIX, periodismo, bibliología.
Keywords: National Library of Mexico, biobibliography, bibliographers, 19th century, media studies, journalism, book studies.

El año que corre, una década después del centenario luctuoso de don José María Vigil y con la apertura del Museo de San Agustín en ciernes, representa una ocasión oportuna para honrar la memoria de este imprescindible en la historia del quehacer intelectual en México, acaso injustamente relegado a un papel secundario por haber sido humilde y sereno entre sus coetáneos. El Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la Universidad Nacional Autónoma de México publica José María Vigil: A cien años de su muerte. En 2009 se celebró en el Auditorio de la Biblioteca Nacional de México -nombrado en su honor durante la gestión de Guadalupe Curiel Defossé- el coloquio “Visión de José María Vigil. Homenaje en el centenario de su muerte”, junto con una bien documentada exposición bibliográfica. El libro que hoy nos ocupa es fruto de los trabajos formulados durante esa reunión académica.

Su coordinador y editor, Miguel Ángel Castro, ofrece en la “Introducción” una línea biográfica asequible en la que enuncia algunos hitos en la vida de don José María, entre los que están su nombramiento como director de la Biblioteca Nacional por parte del presidente Porfirio Díaz en 1880, la solemne inauguración de ésta en 1884 y la publicación de sus Catálogos, la fundación del Instituto Bibliográfico Mexicano en 1899 y la publicación de su Boletín en 1904. Castro también ofrece un ensayo bellamente ilustrado con imágenes del extemplo de San Agustín, su arquitectura y escultura notables, la conservación del relieve del santo por parte del gobierno juarista debido a su condición de filósofo, las críticas de Ignacio Ramírez El Nigromante al arte sacro preservado -tan radicales como su célebre ateísmo-, así como la prosopografía de José Luis Martínez, en la que describe a Vigil: “delgado y de vestir cuidadoso, de rostro fino y sereno, gruesos bigotes canosos y perilla al uso romántico, mirada reposada y reflexiva”,1 encarnación idónea del liberal sencillo y el erudito fecundo.

Pablo Mora, por su parte, destaca en su trabajo la labor crítica de Vigil, su defensa del liberalismo clásico, su rescate de la poesía de Nezahualcóyotl y de sor Juana, su valoración de las poetas decimonónicas Esther Tapia de Castellanos e Isabel Prieto de Landázuri -a quienes consideró poseedoras de una sensibilidad estética y de una preeminencia moral indisputables en la sociedad de su tiempo-, al igual que sus ensayos sobre la situación de la mujer mexicana. Vigil se adscribe al nacionalismo en su concepción ancilar de la literatura, en su carácter moral y como agente del progreso social. Atribuye con Goethe la salud y el equilibrio entre la materia y el ideal al principio clásico, así como la patología hiperbólica al Romanticismo. En este sentido, comulga con el nacionalismo literario de Ignacio Manuel Altamirano e Hilarión Frías y Soto, quienes como él exaltaban el binomio verdad y belleza en el realismo y la moral.

Ana María Romero dedica un original estudio a la labor periodística de Vigil, particularmente por cuanto hacía a los problemas de higiene pública, penitenciarías, embriaguez, suicidio y mendicidad. En los periódicos El Monitor Republicano, El Siglo Diez y Nueve y La Patria, motivado por su ideario republicano de progreso y civilización para México, don José María publicó artículos donde trataba los problemas de insalubridad, drenaje deficiente, venta de alimentos en descomposición, cárceles como escuelas de la criminalidad y una beneficencia pública insuficiente en la Ciudad de México, vista nuestra capital como foco de la mirada internacional y como “ciudad que es un país”, expresado en palabras de Vicente Quirarte.

Laurette Godinas pone de relieve en su ensayo la faceta de Vigil como traductor de la poesía latina, específicamente de los Epigramas de Marco Valerio Marcial, dando cuenta para ello de la latinidad académica de nuestro autor como profesor en el Liceo de Varones de Guadalajara. La doctora Godinas aduce, para fundar el interés de Vigil por la obra de Marcial, al origen hispano de éste, la facultad proteica del género epigramático -que podía avenirse bien con la figura poligráfica de aquél-, así como la equiparación que Vigil hace del verso latino breve con el octosílabo español, para hacer su traducción más asequible a un lector coetáneo. Roberto Heredia Correa, por su parte, disertó acerca de la traducción que Vigil llevó a cabo de las Sátiras de Persio, exaltando el estilo, la versificación y la atenuación de conceptos corrosivos hacia otros, morigerados y adoctrinadores.

Una obra de capital importancia sobre nuestro devenir histórico es el libro del autor estadounidense Charles A. Hale La transformación del liberalismo en México a fines del siglo XIX, donde hace notar que el liberalismo clásico europeo de la centuria, según postulados comtianos, debía ser superado en nuestro país. La necesaria etapa de rebeldía ante un régimen tiránico -la Reforma contra el clericalismo y la reacción- había ya concluido. La bandera de lucha ideológica quedó desprovista de sentido. El partido liberal -entonces ya como régimen- debía legitimarse con una orientación pragmática, es decir, como administrador de la riqueza nacional e implementador de políticas públicas.

Después de los reacomodos políticos de la República Restaurada, se comenzó a ver al positivismo como programa educativo y nave rectora del Estado. Así lo preconizó Justo Sierra en 1878 en el periódico La Libertad, sentando las bases para el posterior lema porfiriano: “Poca política y mucha administración”. Sin embargo, con el propósito de lograr la unidad nacional y la cohesión social indispensables, debía pervivir un “mito político unificador” en la efigie de Benito Juárez, la memoria de fuego de la segunda independencia nacional y la veneración simbólica de la vieja guardia republicana, aunque la nueva política científica debiera basarse en el empirismo, y no en dogmas caducos y abstracciones inoperantes.2

En este orden de ideas, José Hernández Prado repara en la injusticia que la historia broncínea comete con personajes como Vigil -quienes llevan a cabo con humildad reformas sustanciales y de fondo- junto a figuras como Justo Sierra, que saben atraerse las miradas del areópago. Vigil pugnaba por un liberalismo espiritual, desde el origen y la moral católica del pueblo, mientras que Sierra llevaba adelante el cientificismo despótico. De igual forma, Ambrosio Velasco propone una dicotomía entre el liberalismo humanista y utópico de Vigil y el liberalismo científico y pragmatista de Sierra, tendencia que -al decir de Velasco- ha llevado a México por el camino del yerro histórico, y que al final del Porfiriato llevó al propio don Justo a poner en duda la ideología de toda una vida.

El 18 de mayo de 1895, en las columnas de El Siglo Diez y Nueve, Hilarión Frías y Soto, firmando como El portero del Liceo Hidalgo, hace la reseña de una polémica ocurrida en septiembre de 1880, con motivo del índice de textos para las escuelas nacionales que proponía la Junta Directiva de Instrucción Pública a la Secretaría de Justicia para 1881. En la justa filosófica, al decir de Frías, José María Vigil debía combatir con un positivista “raro, extraño y fenomenal”, con Justo Sierra, que sólo mediante un gran esfuerzo de la imaginación podía ser concebido como un positivista, negador “de toda idealidad, de todo principio fundamental, de toda ley general de causalidad, él, el Sr. Sierra, tan espiritual, tan metafísico, tan abstracto y tan levantado sobre las teorías del sensualismo… tan poeta, en fin”.3 Frías y Soto aduce, para su mordaz ironía, al indudable idealismo esteticista de Sierra, basándose en la existencia de textos como la novela Confesiones de un pianista, publicada por entregas en el semanario El Domingo de Gustavo Gostkowski en 1872. En este sentido, Francisco Quijano da cuenta en su ensayo de la victoria de Vigil en la polémica que sostiene contra el positivismo en 1880 y de su posterior derrota en 1890. Sin embargo, Quijano considera que el espiritualismo liberal de nuestro prócer jalisciense sentó las bases para la aparición del Ateneo de la Juventud en los albores del siglo XX.

El 12 de noviembre de 1874, el Liceo Hidalgo celebra el natalicio de sor Juana Inés de la Cruz. Francisco Sosa lee un discurso en el que reconoce inteligencia y talento a la Décima Musa; sin embargo le niega carta de mexicanidad, ya que afirma su innegable pertenencia a la España barroca. José María Vigil replica a Sosa que los méritos de la poeta, en cuanto al fondo filosófico y la forma métrica, son notables en la historia de la poesía en lengua española. Más adelante Vigil escribiría un extenso estudio llevando a cabo la revaloración de la figura y obra de Juana de Asbaje en su primera etapa, que sería retomada por Marcelino Menéndez Pelayo y perpetuada por un sinnúmero de estudiosos hasta nuestros días.4 Al respecto, Dalmacio Rodríguez aporta un minucioso estudio en el cual traza la ruta que Vigil recorre para edificar el paradigma de sor Juana como una de nuestras glorias literarias más legítimas. El querido maestro Jorge Ruedas, a quien los universitarios recientemente echamos de menos, destaca la importancia de Poetisas mexicanas. Siglos XVI, XVII, XVIII y XIX, libro donde Vigil rescata la obra de poetas novohispanas y mexicanas a través de los siglos. Lucrecia Infante, por su parte, resalta asimismo la labor del liberal tapatío como promotor, crítico e historiador de la literatura femenina del siglo XIX.

Lilia Vieyra trata en su ensayo un tema particularmente interesante, las ideas de Vigil sobre la inmigración extranjera en México, expresadas en el periódico El Porvenir en 1874. Nuestro gran polígrafo tapatío consideraba a aquélla y al ferrocarril los dos pilares del progreso nacional, y encontraba en la anarquía, inseguridad, incomunicación y la ausencia de libertad de expresión imperantes en la República, los principales impedimentos para que los migrantes se establecieran en México. Vigil instaba a los mexicanos a expresar su buena voluntad hacia ellos y evitar las expresiones de xenofobia. Sofía Brito ofrece con su trabajo una noticia fundamental para nuestro quehacer bibliográfico: la de la implementación -por parte de Vigil- de la metodología conservadora del bibliógrafo belga Jean Pie Namur durante el proceso de organización de la Biblioteca Nacional, así como la del Sistema de Clasificación Decimal del inglés Dewey durante la creación del Instituto Bibliográfico Mexicano y la participación de éste en el Catálogo de literatura científica de la Royal Society de Londres. Edwin Alcántara y Antonia Pi-Suñer visualizan al Vigil de México a través de los siglos en sus episodios de la Reforma. El primero destaca su firme convicción en la gesta juarista como factótum de la redención histórica del ser nacional. La segunda reconoce el discurso parcial y tendencioso de un historiador apasionado y plenamente inmerso en la lucha por separar a la Iglesia del Estado. Silvia Salgado da noticia pormenorizada de una de nuestras joyas bibliográficas del siglo XIX. Se trata del manuscrito 42 de la Biblioteca Nacional de México, que contiene las actas de la Junta organizadora del XI Congreso Internacional de Americanistas de 1895. María Teresa Solórzano discurre sobre los trabajos de don José María sobre la formación de una literatura nacional, publicados en la prensa entre 1872 y 1876, en los que atribuye a los siglos de sumisión virreinal la imitación servil que caracterizó nuestros primeros pasos en este sendero. Alejandra Vigil recupera los inicios en el periodismo de nuestro gran bibliógrafo, precisamente en cuanto a su labor patriótica en El País. Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Jalisco, durante el punto más álgido de la Intervención francesa, entre 1861 y 1863. Evelia Trejo se cuestiona sobre la inercia kantiana en la disciplina historiográfica mexicana, anterior al hito de un Vigil relator de la Reforma que formula su discurso sobre ésta como una ruptura fundamental, desde la que la nación emprenderá un auténtico caminar hacia su destino. Aurora Cano establece algunos interesantes puntos de contacto entre la -lamentablemente trunca- obra del polígrafo duranguense Francisco Zarco y la de su coetáneo Vigil, quien gozó de suficiente tiempo para mirar en retrospectiva los hechos históricos acaecidos durante su juventud y así poder reformularlos en su discurso.

José María Vigil falleció el 18 de febrero de 1909 y fue velado dos días más tarde en el extemplo de San Agustín, e inhumado en el panteón de Dolores. En 1979, sesquicentenario de su natalicio y durante el cambio de sede de la Biblioteca Nacional a nuestra Ciudad Universitaria, sus restos debieron ser trasladados a la Rotonda de los Hombres Ilustres, pero esto jamás ocurrió. Se trata de una deuda de la nación con uno de sus imprescindibles hombres de la Reforma, quien empuñó las armas de la inteligencia en la obra de emancipación, así como de la fundación política y literaria de México. Su memoria debería ser revisitada, su obra debería ser más difundida, leída y discutida, antes de que optáramos continuamente por celebrarla obliterándola. No hay que olvidar que José Luis Martínez consideró el legado de Vigil “la obra de un sabio y de un patriota”.

José María Vigil: A cien años de su muerte es un libro que tuvo el contratiempo -pero asimismo la ventaja- de haber reposado durante 10 años en las prensas del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM. De manera que tuvo la fortuna de haber pasado por una formación muy cuidadosa en su edición. Casi ninguna errata es perceptible a lo largo de su lectura, la cual -pese a tratarse de una serie de textos académicos, casi todos de notable rigor y profundidad en el tratamiento de sus temas- no representa la menor sensación de marasmo ni tedio. Las materias que se desarrollan en torno a la figura del prócer y polígrafo tapatío don José María Vigil son de una variedad miscelánea que, no obstante su amplia diversidad, constituyen un sólido bloque biobibliográfico que hace honor a su convocatoria y confección en la Biblioteca Nacional de México, institución que el propio Vigil contribuyó a fundar y a cuyo desarrollo y consolidación dedicó los esfuerzos de toda una vida. La lectura del libro en cuestión se erige no sólo como una experiencia académica informativa, sino como una experiencia estética lectora que, debido a su importancia y exhaustividad, adquiere las proporciones de un “gajo de la epopeya”, en una concepción lopezvelardeana de lo patrio.

No obstante todas las cualidades enunciadas, sería necesario señalar que unos pocos de los textos -una reconocible minoría- carecen de la extensión y abundamiento que sus temáticas harían deseable. De tal modo que esta situación implica una notoria disparidad en cuanto a la unidad que el libro requeriría, en los rubros de la envergadura de las investigaciones, al igual que en el ineludible largo aliento de su despliegue. Asimismo, por cuanto hace a la uniformidad retórica de los ensayos, es evidente -considerando la multiplicidad de autores y estilos que se suceden en estas páginas- que el esquema de la espiral un tanto errática presenta comprensibles altibajos en su concatenación. Desde luego, la pluralidad de voces reunidas en torno a la figura y obra de José María Vigil en esta obra colectiva ha contribuido notablemente a la edificación de un monumento biobibliográfico que -pese a sus imperfecciones, tensiones y oscilaciones- se yergue como un innegable logro multidisciplinario. La lectura de José María Vigil: A cien años de su muerte adquiere la categoría de un must de la historia, literatura, periodismo, filosofía, bibliografía, bibliotecología, etcétera, en ese bello e intrincado interregno de nuestro siglo XIX mexicano.


Notas al pie
1

José Luis Martínez, “José María Vigil. Un liberal y un investigador”, en La expresión nacional (México: Conaculta, 1993), 338-339; citado por Miguel Ángel Castro en su artículo “Vigil y los espíritus tutelares de la Biblioteca Nacional”, 132.

2

Véase Charles A. Hale, La transformación del liberalismo en México a fines del siglo XIX, trad. de Purificación Jiménez, La Reflexión (México: Vuelta, 1991), 399-400.

3

El portero del Liceo Hidalgo [Hilarión Frías y Soto], “José María Vigil. IV”, El Siglo Diez y Nueve, 9a. época, año 54, t. 107, núm. 17,221 (18 de mayo de 1895): 1.

4

Véase Alicia Perales Ojeda, Las asociaciones literarias mexicanas. I y II, 2a. ed. revisada y aumentada. Al Siglo XIX. Ida y Regreso (México: UNAM, CH, IIFL, 2000), 135.

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