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“Importancia de la bibliometría en los estudios de cultura impresa”


“The Importance of Bibliometrics in Printed Culture Studies”

Manuel Suárez Rivera*

* Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, Ciudad de México, México, manuelsr@unam.mx, https://orcid.org/0000-0003-2552-0611.

Las letras y el oficio. Novohispanos en la imprenta. México y Puebla, siglo XVIII. Moreno Gamboa O. México: Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Filológicas, Centro de Estudios Literarios / Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 2018, 332 pp. ISBN: 978-607-029-415-0

Recepción: 27.10.20 / Aceptación: 04.11.20

bg01.Mar.21; 4(1)

Palabras clave: impresos novohispanos, estudios bibliográficos, historia del libro, circulación de ideas en la Nueva España, cultura impresa.
Keywords: New Spain prints, bibliographical studies, history of books, circulation of ideas in New Spain, printed culture.

Hacia la mitad del siglo XVIII, Juan José de Eguiara y Eguren publicó su Bibliotheca mexicana, en la que respondía a las injurias propinadas por el deán Martí sobre la nula existencia del cultivo de las letras en Nueva España. La respuesta de Eguiara se dio desde el ámbito académico, fue una respuesta dura en la que se le fue la vida, pero que sin duda inauguró en México una de las disciplinas más laboriosas de las humanidades: la bibliografía. A partir de esta publicación personajes como José Mariano Beristáin, Vicente de Paul Andrade, Joaquín García Icazbalceta, Nicolás León, José Toribio Medina y un largo etcétera, produjeron obras monumentales que hoy en día representan la piedra angular de los estudios bibliográficos y de la historia del libro en México.

En particular, me parece que la influencia de la obra de Medina ha sido abrumadora, ya que sus ocho volúmenes siguen siendo ­-a más de cien años de su publicación y a pesar de los errores de numeración, entre otros­- el referente en relación con los impresos novohispanos. El estudio de la cultura impresa, desde Eguiara y hasta la mitad del siglo XX, otorgó a los libros un peso casi total, dejando fuera del radar a los impresos menores e incluso a los manuscritos, y reduciendo así drásticamente nuestro entendimiento sobre la circulación de ideas en el virreinato.

¿Cómo comparar la relevancia del vocabulario de Alonso de Molina con una novena de un pliego con grabados, más bien, feos? Esa era la postura que los bibliógrafos y bibliófilos tenían respecto al estudio del libro. Fue en fechas muy recientes cuando esta tendencia comenzó a cambiar y a partir de los años 50 del siglo XX comenzaron a cuestionarse otro tipo de problemáticas que dieron peso al análisis material, al público lector y, en general, a las prácticas culturales a través de la lectura. Así, lo que antes era una novena sin valor bibliófilo se convertía en objeto de estudio, y nuevas preguntas emergieron: ¿Cuál era el uso que daba la sociedad a ese impreso de cordel? ¿Quién era el autor de tal librito y para qué se publicaba? ¿Cuántos autores lograron publicar obras de este tipo? Y las preguntas se extienden a sermones, libros litúrgicos, manuscritos académicos e incluso a la papelería oficial y social.

Las letras y el oficio representa un paso más hacia nuevos estudios que, lejos de desdeñar los repertorios monumentales de siglos pasados, utilizan y aprovechan tal información para aventurar nuevas hipótesis a través de un estudio seriado, cualitativo y cuantitativo del universo de autores que dieron a las prensas sus escritos. En ese sentido, la obra llama a reconocer el valor cultural y estético de las grandes ediciones novohispanas, pero deja claro que enfocarnos sólo en ellas es limitarse a ver unos cuantos árboles e ignorar el bosque completo que, dicho sea de paso, consta de miles de árboles de diferentes tamaños, colores y usos; recordemos que una golondrina no hace verano. Este universo de impresos es el reflejo de una sociedad compleja que dio usos específicos a la palabra escrita y que Olivia Moreno contribuye a desvelar con un fino análisis bibliométrico.

El tema es de sumo interés para ampliar nuestro conocimiento de la cultura impresa en México. Ciertamente, en los últimos años la historiografía del libro en Nueva España ha beneficiado los estudios sobre impresores, libreros y bibliotecas; sin embargo, los autores habían quedado relegados del interés de los historiadores. Esto debido quizá a la enorme complejidad de estudiar un corpus documental tan extenso, que requiere de un ingente esfuerzo para elaborar una base de datos que sirva de cimiento al proponer fenómenos concretos sobre el entorno cultural novohispano. De esta forma, en Las letras y el oficio, el lector puede encontrar una investigación de corte prosopográfico que da cuenta, con base en los autores que publicaron algún impreso, de los cambios culturales que ocurrieron en Nueva España a lo largo del periodo, siempre ligados a los acontecimientos políticos y sociales. En este sentido, el trabajo debe entenderse como referencia obligada para cualquier estudioso que pretenda acercarse al entorno cultural del siglo XVIII, de la misma forma que la obra de Magdalena Chocano Mena ­-La fortaleza docta. Élite letrada y dominación social en México colonial (siglos XVI-XVII)­- lo es para los siglos XVI al XVII.

Desde mi perspectiva, uno de los valores más destacables de Las letras y el oficio reside precisamente en la elaboración de una base de datos a partir de los catálogos de José Toribio Medina, lo cual arrojó 1 703 autores con 5 153 obras impresas. Cabe destacar que los estudios en torno a la historia del libro necesitan elaborar sus propias fuentes para realizar análisis certeros y confiables. No obstante, la simple producción de la base de datos es insuficiente (aunque quiero destacar que, de por sí, es un trabajo sumamente laborioso) para aportar conocimientos nuevos y precisos a nuestro entendimiento de la cultura novohispana. Es necesario interpretar y estudiar las cifras, además de contrastarlas con fenómenos históricos concretos tanto en la realidad local como en la externa, para explicar los procesos que subyacen en los cuadros y gráficas, los cuales ayudan mucho a entender, pero que verdaderamente cobran vida cuando un historiador hace bien su trabajo.

Por ello, lo que hay detrás de este libro representa un esfuerzo académico que en buena medida utiliza la información que José Toribio Medina publicó y nadie había depurado, procesado y proyectado desde la aparición misma de los trabajos del bibliógrafo chileno, hace poco más de cien años. Considerando este elemento, el rigor académico mostrado a lo largo del libro es incuestionable en función de que además del aspecto metodológico, Moreno debió profundizar en todas las temáticas que los autores novohispanos trataron en sus impresos: religión, literatura, periodismo, ciencia ilustrada y enseñanza del latín, entre muchas otras, dificultad que entendemos bien quienes nos dedicamos a la historia del libro.

La obra aborda muy diversos temas, para lo cual se divide en dos grandes partes: El negocio de imprenta en Nueva España y Autores y teatros literarios, estructura que permite a la autora organizar mejor todos los tópicos tratados. La primera parte incluye los elementos indispensables para comprender el entorno de la producción del libro y que permitirán al lector enlazar las condiciones tipográficas novohispanas con algunos de los argumentos esgrimidos en la segunda parte. Asimismo, en esta primera sección se ofrece un análisis global de la población de autores y sus obras, en donde quiero destacar que la división por reimpresiones y obras nuevas también es un acierto, pues permite advertir situaciones específicas en torno al mundo editorial novohispano.

Me parece que dentro de esta primera parte Moreno logra sintetizar y mostrar los avances que ha tenido el estudio de la cultura impresa en los últimos años, al utilizar a autores que considero fundamentales en el avance de la historiografía del libro novohispano, y quienes siguen produciendo textos en estos momentos. Es decir, este libro incorpora de forma tangible una lectura de las últimas investigaciones sobre la imprenta en Nueva España y ello vislumbra un avance alentador al respecto, que nos obliga a redoblar esfuerzos y seguir aportando estudios que desvelen con mayor detalle la circulación novohispana de ideas. Sin embargo, hay que decirlo, hubiera sido más enriquecedor que también se incorporaran trabajos recientes sobre la imprenta poblana, como el de Marina Garone ­-Historia de la imprenta y la tipografía en Puebla de los Ángeles (1642-1821). México: UNAM, IIB, 2018­-, si bien por ser del mismo año y considerando los tiempos de edición, asumo que no hubo forma de que se conocieran mutuamente. De cualquier forma, la historiografía del libro en la Puebla virreinal se ha beneficiado con estas dos obras.

Por otro lado, se ponen en el tintero varios puntos sobre los cuales vale la pena reflexionar, como el asunto de la competencia entre impresores virreinales. Y es que este concepto de “competencia”, entendido en una lógica mercantil de nuestros días, no tendría que ser compatible con la realidad novohispana dieciochesca. Me explico: en algún punto Moreno menciona que las imprentas de la Ciudad de México tuvieron competencia con la poblana, más en concreto cuando aquélla obtuvo el privilegio de impresión de las cartillas, que hoy en día podría entenderse como una especie de contrato millonario de impresión de libros de texto en adjudicación directa. Entiendo que no les debió caer en gracia a los impresores capitalinos este privilegio pero, en mi experiencia, la documentación muestra que más bien había una especie de armonía mercantil en donde los impresores respetaban los privilegios que cada uno obtenía. Por ejemplo, a partir de 1792 Mariano Zúñiga comenzó a recibir mercancía producida por Pedro de la Rosa, pero también enviaba sus almanaques a la Angelópolis. En varias ocasiones Sedano (su cajero, que no cajista) tramitó los permisos para sacar de la aduana los “catones, catecismos, cartillas y relaciones” poblanos, pero también intentaba recuperar fardos con “calendarios de 18º invendidos”.1

Esto sugiere que la convivencia de privilegios formaba una especie de comunidad de impresores que se repartían el pastel y, si bien peleaban por tener más rebanadas, una vez repartidas, el sistema funcionaba con relativa concordia. Asimismo, me parece que ningún impresor se quería indigestar con tanto pastel, pues también tenemos evidencia de que las prensas del nuevo rezado y de Zúñiga funcionaban a tope. Esta colaboración mercantil se infiere además al revisar los inventarios de las librerías de los impresores, que dejan ver una buena cantidad de impresos de otras oficinas, así como los anuncios de la Gazeta de México de Valdés que, siendo de la Oficina de Zúñiga, también anunciaba mercancía de otros talleres.

Otro aspecto a destacar es que, mediante un análisis más minucioso que consideró aspectos materiales como el tamaño del libro, la autora tuvo la posibilidad de aportar evidencia histórica sólida que matiza lo que se había dicho de forma un tanto irresponsable: que la producción de impresos en Nueva España se incrementó significativamente en el siglo XVIII. En Las letras y el oficio se deja claro que en realidad tal incremento es un mito, o por lo menos debe ser matizado, pues la producción que sí aumentó fue la de impresos efímeros, mientras que los libros o “competentes volúmenes”, como los llamó José Antonio de Hogal, no incrementaron, aunque a finales del siglo sí disminuyó el número de oficinas tipográficas. En fin, me parece que justo ahí está uno de los aspectos más relevantes de esta obra, ya que pone varios temas en la mesa de discusión y permite confrontar fuentes, en aras de enriquecer nuestro entendimiento respecto a la circulación del libro novohispano.

La segunda parte está estructurada en función de los resultados del análisis elaborado. Los capítulos explican, en primer lugar, el apogeo de los autores regulares; el siguiente aborda el declive de las órdenes y el ascenso de los clérigos seculares en la utilización de las prensas mexicanas; después se estudia a los autores laicos, que en términos proporcionales son los menos, aunque no por ello irrelevantes. Finalmente, un capítulo explica la distribución de las lenguas en que fueron impresas las obras: después del castellano viene el latín, seguido por las lenguas indígenas.

Esta sección hace hincapié en los cambios del grupo estamental de los autores a lo largo del siglo XVIII, dato de suma relevancia obtenido a partir del estudio del origen y pertenencia corporativa de los mismos. Además de registrar las obras y los autores, Moreno incluye el perfil de cada uno de éstos, y proyecta cifras que aportan datos significativos para la cultura novohispana, como el auge de autores regulares, el incremento de los seculares y el arribo de los laicos. Estos datos están correlacionados con los acontecimientos más relevantes de la realidad novohispana y, lejos de ser una peculiaridad, tienen una correspondencia relativamente clara con otras realidades del mundo occidental, como el ámbito español y el francés.


Referencias
Archivo General de la Nación (AGN), Inquisición, vol. 1401, f. 422.

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