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La Biblioteca John Carter Brown: del éxodo bibliográfico a la conservación del patrimonio mexicano


The John Carter Brown Library: From the Bibliographical Exodus to the Mexican Heritage Conservation

Javier Eduardo Ramírez López*

* El Colegio de México, Diócesis de Texcoco, cehstexcoco@hotmail.com



Resumen

Basado en el análisis documental y de catálogos de subastas, se muestra un panorama general del éxodo bibliográfico mexicano desde 1868 hasta 1896, centrado en la venta de libros del doctor Nicolás León a la familia Brown. La Biblioteca John Carter Brown es uno de los acervos más importantes del libro americano y sobre América. En la actualidad, se ha situado como el primer repositorio en poseer la colección más grande de impresos mexicanos del siglo XVI. No obstante, hasta el momento no existe una historia acerca de los modos de adquisición de dicho acervo.



Abstract

Based on the analysis of documents of and auction catalogues, this paper shows an overview of the Mexican bibliographic exodus from 1868 to 1896, focused on the sale of Doctor Nicolás León's books to the Brown family. The John Carter Brown Library is one of the most important collections of books from and about the Americas. It is currently the first repository to keep the largest collection of Mexican prints of the 16th century. However, so far there is no story about how this collection was acquired.

Recepción: 03.03.20 / Aceptación: 21.04.20

bg01.Sep.20; 3(2)

Palabras clave: Nicolás León, Joaquín García Icazbalceta, patrimonio cultural mexicano, impresos mexicanos del siglo XVI, bibliofilia decimonónica.
Keywords: Nicolás León, Joaquín García Icazbalceta, Mexican cultural heritage, Mexican prints of the 16th century, 19th century bibliophilia.

Introducción1

Siempre amé los libros y ésta es mi biblioteca; puedo afirmar y sostener ante cualquiera que es una magnífica biblioteca. Magnífica no porque sea exótica o de lujos, sino porque es de utilidad para la ciudad de México, para los investigadores, para todo el mundo. Lo terrible es que el gobierno no lo ha sabido ver, no lo supo captar cuando aún era tiempo. Y ahora ya no se puede, es muy difícil […]. Lo que usted ve aquí, los libros, los muebles, las fotografías, todo esto estaba materialmente tirado en la calle. El gobierno debió de haberlo comprado, pero lo despreció por ignorancia.2

Con estas palabras Felipe Teixidor, destacado bibliófilo y librero, resumió la falta de interés del gobierno mexicano respecto a la adquisición de libros, manuscritos, panfletos y documentos históricos de México en los siglos XIX y XX. El único caso excepcional fue la compra del denominado Códice Chimalpahin, en 2016, a la Sociedad Bíblica de Londres.3 El éxodo de las bibliotecas de los intelectuales mexicanos del siglo XIX trajo consigo una pérdida, muy significativa, del material bibliográfico e histórico de la nación mexicana. Por ejemplo, las importantes colecciones de políticos y bibliófilos como José Fernando Ramírez, el padre Agustín Fischer, José María de Andrade, Joaquín García Icazbalceta y Nicolás León fueron objeto de gran codicia en México y en el extranjero. No obstante, el gobierno mexicano no adquirió estos acervos.

Algunas de estas colecciones fueron subastadas, después de la muerte de sus propietarios, en Londres, Nueva York y Leipzig, donde destacados bibliófilos estadounidenses y europeos adquirieron verdaderas joyas históricas, y con ello emergió la migración bibliográfica. En dichas subastas, los coleccionistas siempre buscaron comprar y vender los primeros libros impresos de México, que Joaquín García Icazbalceta denominó incunables americanos (1539-1600).4

Este artículo se enfocará en el análisis de la compra de impresos mexicanos del siglo XVI por parte de John Carter Brown y su familia en el mercado trasatlántico del siglo XIX. Formaban parte de la familia Brown importantes comerciantes de Providence, Rhode Island, EUA, quienes además fueron destacados filántropos y coleccionistas de libros de y sobre América. Las adquisiciones bibliográficas sobre México que obtuvieron a lo largo de décadas son de gran relevancia, a tal grado que su colección se ha colocado como el primer acervo mundial en poseer un amplio repertorio de impresos mexicanos del siglo XVI, en total 63 títulos.5 Con base en lo anterior, analizar el proceso adquisitivo de la familia Brown permitirá comprender las redes de compra-venta que se formaron en Estados Unidos y Europa a finales del siglo XIX.

El principal comprador de libros fue John Carter Brown, quien antes de morir dejó a su hijo John Nicholas Brown el interés y gusto por los libros, y como custodio de la biblioteca a John Russell Bartlett, quien a su vez enriqueció con diferentes compras al librero Bernard Quaritch y a otros particulares. Debido a lo destacado del acervo, Joaquín García Icazbalceta, importante bibliógrafo mexicano, entabló una larga correspondencia con Bartlett y posteriormente con John Nicholas Brown, donde les solicitaba información sobre los impresos mexicanos del siglo XVI en el acervo estadounidense, para completar su catálogo de libros que aparecería en la Bibliografía mexicana del siglo XVI. Por ello, para entender la conformación de la Biblioteca Americana de los Brown es necesario revisar la correspondencia familiar, y en especial la de su bibliotecario Bartlett.6

Después de la muerte de John Carter Brown su hijo siguió sus pasos y comenzó a comprar libros de y sobre América, con el propósito de acrecentar la colección. Debido a las constantes compras y tras la muerte de Bartlett, la familia Brown contrató a un nuevo bibliotecario de nombre George Parker Winship, quien tuvo dos comisiones: la primera fue enriquecer el acervo y la segunda ordenar los libros.

Así, a partir de ese momento las adquisiciones de los Brown tuvieron un giro. El sistema que había empleado Bartlett fue la compra mediante la venta directa o en subastas, lo cual significaba el pago de comisiones a las casas vendedoras y al agente que los representaba. Por ello, Winship se ayudó de “corresponsales” que le informaran sobre las bibliotecas privadas o libros que se vendían en México, para así pagar menos.

Las adquisiciones de los Brown no fueron un fenómeno único, existieron grandes ventas de libros mexicanos a extranjeros. Para contextualizar este éxodo bibliográfico, existen diversos trabajos sobre las bibliotecas de intelectuales mexicanos que fueron subastadas. Entre ellos destacan, por un lado, Juan B. Iguíniz (1953), quien estudió la migración de las principales colecciones mexicanas al extranjero, y concluyó que las carentes leyes mexicanas no protegieron el patrimonio documental y bibliográfico de México, lo cual ayudó al tráfico ilegal de libros y manuscritos.7 Por otro lado, Joaquín Fernández Córdoba (1955) examinó las principales bibliotecas estadounidenses que poseían manuscritos e impresos mexicanos, algunos únicos en el mundo; de ciertas piezas, el autor logró rastrear su origen en México y su proceso de adquisición.8 Ambos autores se basan en el análisis de los catálogos de subastas.

Por otra parte, Emma Rivas Mata y Edgar O. Gutiérrez (2010) estudiaron la dispersión de la colección de José Fernando Ramírez en Londres9 y muestran la relación de los Brown en la subasta de dicha biblioteca, lo cual permite estudiar qué impresos y manuscritos mexicanos compraron con ayuda de los libreros Ellis & White, sus representantes en la licitación. Estos autores retomaron el estudio clásico de Felipe Teixidor para las cifras y costos de la venta en Londres (1931).10

La base del presente trabajo no sólo serán los catálogos de la subasta, sino también la comunicación epistolar de los Brown, con el propósito de entender los procesos de negociación y adquisición. Gran parte de esta investigación está fundamentada en la correspondencia privada depositada en la Biblioteca John Carter Brown, que incluye contratos de compra-venta de libros, facturas, cotizaciones y documentos personales. Hasta el momento, no existe un estudio acerca de estos papeles, los cuales se encuentran en varias decenas de cajas sin catalogar. Lamentablemente durante varios años no se permitió a investigadores su consulta, pero ahora, con el libre acceso a estos documentos, se podrán hacer estudios del mercado de libros americanos en los siglos XIX y XX, no sólo sobre México, sino de Perú, Brasil y Estados Unidos.

La mayoría de las misivas aquí estudiadas son de John Carter Brown y John Nicholas Brown con Joaquín García Icazbalceta, así como de Francis P. Borton y George Parker Winship con Nicolás León durante el periodo de 1860 a 1896. Es importante destacar que existe un trabajo preliminar de Hannah Alpert-Abrams, donde esboza las relaciones de bibliófilos mexicanos (García Icazbalceta y León) con la biblioteca John Carter Brown.11 Por otra parte, el reciente trabajo de Fernando Gónzalez Dávila se limita a repetir los juicios y conclusiones de Ignacio Bernal y García Pimentel (nieto de Joaquín García Icazbalceta) sobre la venta de la biblioteca del doctor León.12

A lo largo de esta investigación se retoma el postulado de Marcello Carmagnani, quien enfatizó la propuesta de no dependencia económica de América respecto a Europa, de que existieron “interconexiones” que muestran la importancia de lo que América Latina legó al Viejo Mundo.13 Si aplicamos su propuesta a la bibliofilia decimonónica, México dio al mundo del coleccionismo europeo importantes joyas del siglo XVI y no dependió de una imprenta europea para producir obras, pues Nueva España tuvo sus propias prensas desde los primeros años de la monarquía. Sin embargo, se traían muchos libros de Europa a México, el estudio más reciente es sobre la influencia de los impresos flamencos en Nueva España.14

Aunado a esto, hace falta un estudio sistemático del proceso adquisitivo de obras mexicanas por parte de instituciones norteamericanas, tales como la Universidad de Tulane, Texas, Los Ángeles y las bibliotecas Newberry y del Congreso. Esto ayudaría a entender cómo se dio el comercio de libros, manuscritos y códices, los cuales ya no solamente tenían un valor cultural, sino también económico. Como resultado de estas grandes colecciones se formaron importantes acervos extranjeros con documentos referentes a México.15

Con el propósito de entender el éxodo bibliográfico, se ha dividido este trabajo en seis partes. En la primera, se partirá con el ejemplo de la nacionalización de la biblioteca de San Francisco de México. La segunda consiste en el análisis de las primeras subastas de impresos mexicanos del siglo XVI que se llevaron a cabo en Londres, Nueva York y Leipzig. La tercera analiza cómo la familia Brown permitió el acceso a su acervo para realizar investigaciones. La cuarta parte está centrada en las relaciones intelectuales y amistosas de los Brown con Joaquín García Icazbalceta. La quinta se refiere a los procesos adquisitivos de la familia Brown. Finalmente, la sexta contextualiza el proceso de compra-venta de la biblioteca del doctor Nicolás León.

Nacionalización de bibliotecas conventuales: piedra angular del éxodo bibliográfico

Para contextualizar la importancia de la bibliofilia mexicana, estadounidense y europea es necesario conocer las bibliografías o bases de datos de los impresos mexicanos del siglo XVI, muchos desconocidos, tanto que aún hoy en día siguen apareciendo obras omitidas en las diferentes bibliografías sobre la imprenta en México.

En la década de 1540, al establecerse el arte de la imprenta en Nueva España, comenzó un proceso de impresión de libros doctrinales, misales, gramáticas (artes), diccionarios y sobre algunas temáticas no religiosas, como matemáticas y medicina. En la actualidad se conocen 222 títulos de impresos mexicanos en bibliotecas públicas,16 y otros más existen en las bibliotecas particulares de destacados bibliófilos e historiadores.

Los primeros impresos realizados en México se encontraban en las bibliotecas conventuales de las órdenes religiosas, y otros pocos en poder de algunos particulares.17 Es interesante conocer que todas esas bibliotecas poseyeron algo en común: por orden del comisario general y provincial de las respectivas órdenes, debían mantener un inventario de la “librería”, es decir, la biblioteca.18 En estos inventarios se daba razón de los libros existentes, pero no eran elaborados de manera cuidadosa, puesto que los frailes sólo se limitaban a colocar el apellido del autor y el título de la obra, a veces incompleto.19

Fueron fray Francisco Antonio de la Rosa Figueroa, Juan José de Eguiara y Eguren y el canónigo José Mariano Beristáin de Souza quienes escribieron amplios catálogos sobre autores novohispanos que dieron a la prensa libros o dejaron manuscritos históricos, religiosos y científicos. De la Rosa Figueroa escribió un Diccionario acerca de los franciscanos americanos que pudieron imprimir sus obras o las dejaron inéditas; de este manuscrito se sirvió Eguiara y Eguren para redactar una parte de su Bibliotheca mexicana.20 Esta obra se publicó en latín para demostrar a los intelectuales del Viejo Mundo la importancia de los “mexicanos” en la imprenta del Nuevo Mundo, así como la calidad y relevancia de los hombres de letras que habían escrito y publicado obras sobre diversas temáticas.21 En este sentido, con ideas ilustradas y liberales, Beristáin de Souza dio a la prensa tres tomos de los autores americanos y europeos que escribieron y publicaron acerca del Nuevo Mundo.22 Estas “bibliografías” eran la base o guía para los intelectuales decimonónicos que comenzaron a buscar libros impresos en México o manuscritos, asombrados tal vez por su rareza y su elaboración. Conjuntamente con las “librerías” conventuales, existían también bibliotecas públicas, es decir, de libre acceso, tales fueron los casos de las de la Universidad, la Catedral y el Colegio de San Gregorio (inaugurada en 1845),23 y la Academia de San Carlos.24

A estas bibliotecas públicas, y en algunas conventuales, se podía acceder para investigar diversos temas. Así fue como Joaquín García Icazbalceta consiguió los permisos necesarios para entrar en algunas bibliotecas conventuales, con la finalidad de escribir un artículo sobre la tipografía en la imprenta mexicana del siglo XVI (1855).25 En sus visitas aprovechó para consultar y copiar algunos impresos que registró en su Bibliografía mexicana del siglo XVI. Pero en algunas ocasiones no se le permitió ingresar a los conventos, por ejemplo, en el de San Francisco de México quiso indagar sobre los “nueve cuadernos” de la crónica de fray Antonio Tello que trataban de la conquista y evangelización de Nueva Galicia; lamentablemente le negaron el acceso y se desconocen estos manuscritos.26 No obstante, en 1896 una copia antigua del libro II de la crónica de Tello fue adquirida por John Nicholas Brown.

¿Cómo coleccionar si no se sabe lo que existe? Ésta es la pregunta principal para entender el origen de las bibliografías y de los bibliófilos mexicanos decimonónicos. En México hubo diversos saqueos en las bibliotecas conventuales y de los colegios, por ejemplo, la invasión estadounidense ocasionó la pérdida de algunos libros y manuscritos. Durante ese tiempo, José Fernando Ramírez, con la ayuda de José María Andrade, logró ocultar celosamente 32 cajones con documentos y libros de gran importancia para la historia de México, que eran custodiados en el “Archivo Nacional y objetos del Museo Nacional”.27 Con la salida de territorio mexicano del ejército invasor, los documentos y artefactos fueron devueltos a su lugar de origen por Ramírez y Andrade.

En 1856, el presidente Ignacio Comonfort ordenó la nacionalización del Convento de San Francisco de México;28 entonces, por instrucciones de Manuel Siliceo, ministro de Fomento, Colonización e Industria, se comisionó a José Fernando Ramírez y a Manuel Orozco y Berra para que hicieran un “ynventario de la Biblioteca y Archivo del convento”.29 El objetivo de estos inventarios era regresar los libros al provincial fray Buenaventura Homedes.

En ese momento, en la biblioteca de San Francisco de México estaban los libros del Convento de San Cosme, inmueble que había sido entregado al gobierno de Antonio López de Santa Anna, en 1851, para que fungiera como hospital. Según escribió el último bibliotecario de San Francisco de México, fray Luis Malo, la colección crecía porque algunas obras habían sido donadas por los frailes que morían, y también habían adquirido libros con dinero de las limosnas.30

Fue en 1861, con el triunfo del ejército liberal, cuando se cumplió el decreto de la nacionalización de bienes eclesiásticos y el gobierno mexicano llevó a cabo la incautación de los libros y manuscritos históricos de las principales bibliotecas conventuales del país para crear con ellos la Biblioteca Nacional de México, inicialmente en el edificio de la Universidad y luego en la antigua Parroquia y Convento de San Agustín de México. Pese a que el proyecto era factible, el proceso de incautación y traslado de los libros a los diferentes edificios gubernamentales no fue el adecuado, puesto que no se siguieron los consejos de José Fernando Ramírez.

Ese año fueron sacados los libros de San Francisco: según fray Luis Malo se llevaron cerca de 20 mil libros, pero Manuel Payno afirma que solamente se trasladaron 16 417 a la biblioteca de la Universidad. Es posible que esta información sea retomada de la publicada por Ramírez en el Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía e Historia,31 debido a que esta cifra tan cuadrada es poco realista, pues distintos periódicos hicieron referencia a los problemas al trasladar los libros, porque se caían de las mulas.

Sobre este suceso refieren algunas crónicas de la Ciudad de México: que de las carretas llenas de libros, algunos se caían al piso y los indígenas o gente del común los tomaban y los vendían a bajo precio. Sin embargo, quien conocía las obras después las revendía a precios altos en las nacientes librerías.32 ¡Qué joyas bibliográficas se perdieron o cayeron en manos poco conocedoras! No obstante, esto parece un modo general de recolección de libros conventuales. En el caso de la biblioteca de los paulinos de Michoacán, los libros quedaron abandonados durante varios años y fueron objeto de saqueo, hasta que en 1860 pasaron al Colegio de San Nicolás.33

En la descripción de fray Luis Malo sobre la nacionalización de la biblioteca conventual de San Francisco, se queja del proceder del gobierno. Debe mencionarse que el padre Malo había sido nombrado bibliotecario de San Francisco de México hacia 1857 y trabajó junto a José Fernando Ramírez en la ordenación y catalogación de ese acervo bibliográfico. Al ingresar por la fuerza al convento, en 1861, el ejército de Benito Juárez, los libros perdieron su orden y se los llevaron como pudieron, lamentablemente el archivo no corrió con la misma suerte. Éste en realidad estaba conformado por tres archivos que convergían en el mismo lugar: el primero era de los papeles del Convento de San Francisco, en el segundo estaban los documentos de la Provincia del Santo Evangelio y, por último, había expedientes del Comisario General de la Orden.34 Dichos acervos quedaron en poder de particulares.

Es imposible visualizar, hasta el día de hoy, la pérdida documental franciscana. Los inventarios elaborados por fray Francisco de la Rosa Figueroa y los trabajos de fray Lino Gómez Canedo muestran la riqueza y variedad documental existente, porque todo estaba en orden y tenía índices para las búsquedas. Según relata el padre Malo, después de la nacionalización y entre los escombros del gran salón de la extinta biblioteca, encontró la patente donde el ministro provincial fray Francisco de los Ángeles mandaba a los 12 frailes al Nuevo Mundo en 1523. Al morir el padre Malo en Texcoco, su hermana -según Felipe Teixidor- vendió el documento al Museo Nacional por 100 pesos.35 Es importante mencionar que el padre Malo refiere que la biblioteca del convento grande estaba a disposición de la gente que estudiaba y leía libros, ya fueran jóvenes o adultos.

Debido a la situación política del país y a la escasez de fondos económicos, los libros trasladados al Convento de San Agustín de la Ciudad de México se encontraban tirados en el suelo sin ningún cuidado, entre el agua y el polvo, además de que no se hicieron adecuaciones al recinto para colocarlos, conservarlos y consultarlos, lo cual ocasionó que se perdieran definitivamente distintas obras.

Por otro lado, algunas de las incautaciones de libros conventuales pasaron a formar parte de las bibliotecas públicas de los diferentes estados. Tal es el caso de la Biblioteca Pública de Toluca, Estado de México, que incrementó sus fondos documentales con “los libros de los conventos del Carmen, de la Merced, de San Francisco de Toluca, así como de los conventos de Metepec y Zinacantepec”.36

En ese tiempo el “gran vacío lo llenaron los coleccionistas particulares, que entre la confusión y la suerte pudieron adquirir muchas veces, a precios bajos o bien por donación, o como papel viejo, muchos libros valiosos, en ocasiones, ejemplares únicos con las marcas de fuego conventuales”.37 La idea de conformar una biblioteca nacional fue un proyecto poco práctico, porque sin una fuerte inversión presupuestal del gobierno federal para la ordenación, clasificación, catalogación e infraestructura en el recinto del Convento de San Agustín, no se tendría el impacto esperado.

Ante la carente conformación de un orden en la Biblioteca Nacional, existieron destacados bibliófilos mexicanos que adquirieron importantes libros y manuscritos, algunos de ellos únicos. Tal es el caso de José Fernando Ramírez, director de la Biblioteca Nacional, quien trató de organizar el acervo, pero con pocos recursos. Además, Ramírez compró importantes obras manuscritas e impresas, otras logró adquirirlas directamente de los franciscanos antes de la confiscación, debido a que Ramírez era el síndico del Convento de San Francisco de México, cargo que aprovechó y gracias al cual obtuvo singulares obras, principalmente las de fray Bernardino de Sahagún38 y el actualmente denominado Códice Ramírez.

Después de la incautación de los bienes eclesiásticos, los gobiernos liberales no pudieron crear una biblioteca nacional estable ni con suficientes fondos para la conservación del patrimonio mexicano. Fue durante el periodo del Segundo Imperio, con Maximiliano de Habsburgo, cuando se procuró conformar la Biblioteca y Museo de México, y para ello se negoció la compra de la biblioteca personal de José María Andrade, destacado librero, bibliófilo y anticuario. En esa época fue relevante la adquisición de esta biblioteca con “4,484 obras, sin incluir la multitud de hojas sueltas, opúsculos y otras piezas menores, y la parte mexicana”,39 pero lamentablemente se desconoce el número exacto de las piezas que la conformaron, su costo o si fue comprada con dinero del Imperio o del propio Maximiliano.40

El principio del éxodo bibliográfico mexicano

Al caer el gobierno de Maximiliano, José Fernando Ramírez fue enviado al exilio político y llevó consigo parte de sus libros de la colección “Americana”, a la cual denominó “su predilecta mitad”, que guardó en cajas para dirigirse a Bonn, Alemania.41 En cambio, las obras compradas a José María Andrade para formar el fondo de origen de la Biblioteca Imperial de México fueron sacadas inmediatamente de la Ciudad de México por orden del padre Agustín Fischer, capellán de Maximiliano: en mulas y con cargadores de confianza fueron trasladadas a Veracruz, de donde partieron hacia Europa.

El llamado “Ángel malo del Imperio”, es decir Fischer, entre 1868 y 1869 vendió en Leipzig, Alemania, la colección de Andrade a un costo mayor que el de su adquisición. Esta acción resultó muy significativa porque fue la primera gran subasta de importantes libros mexicanos, un total de 4 484 piezas, todas valuadas en “moneda Sajonia: thalers y neusgroschen”.42 En ese tiempo Andrade se encontraba exiliado en París, donde se enteró de la fragmentación de su biblioteca personal; así, vio perdidos todos sus esfuerzos de décadas por conformar su acervo y, sobre todo, sintió la desilusión de no poderse consolidar la Biblioteca Imperial de México.

Cabe destacar que antes de la venta de la biblioteca de Andrade, en 1837 el bibliófilo francés Henri Ternaux puso a la venta gran parte de su colección de libros y manuscritos, los cuales se anunciaron en un minucioso catálogo; debido a la rareza de las obras, todos los lotes fueron comprados por Obadiah Rich y el librero Stevens.43

La venta de la colección de Andrade en Alemania tuvo grandes repercusiones para la bibliofilia y el mercado de libros decimonónicos porque se abrió una venta para los bibliófilos estadounidenses y europeos, todos llamados por la curiosidad y el deseo de poseer libros raros y únicos sobre México, algunos escritos en lenguas mexicanas. El catálogo de la subasta se dividió en diferentes secciones: la principal, “Livres concernant le Mexique ou imprimés dans cet état”,44 incluyó manuscritos, libros de política, religión, historia natural, medicina, astronomía, revistas, literatura, geografía y lenguas indígenas. Entre los lotes se encontraban libros impresos en el siglo XVI.

El principal comprador de la colección de Andrade fue el californiano Hubert Howe Bancroft, quien estuvo representado por John Whitaker, de Londres. Bancroft envió a Whitaker la cantidad de 5 mil dólares para que comprara los libros que, a su juicio, fueran importantes. Como resultado Whitaker adquirió tres mil piezas de la colección de Andrade, es decir 66.90% de los lotes subastados; principalmente eran manuscritos, impresos mexicanos del siglo XVI y obras raras.45 En total, la subasta de la colección de Andrade se vendió en 16,562.44 pesos.

El bibliófilo californiano relató en sus memorias el significado de la subasta de la colección de Andrade y las importantes adquisiciones para su colección:

Nunca había tomado en cuenta que en México se hubieran estado imprimiendo libros durante tres siglos y un cuarto -cien años antes que Massachusetts- y que las obras más antiguas rara vez aparecían en las librerías o en las salas de venta. Sería quizá lógico pensar que en México resultase posible lograr una cosecha abundante, que un país cuyos habitantes son ignorantes y poco adictos a la cultura, los libros no se aquilatasen debidamente y se pudiese con facilidad hacer una gran colección.46

Con estas palabras Bancroft señaló, por un lado, el desconocimiento de los intelectuales de la época sobre la existencia de los primeros libros impresos en América y, por otro, el desinterés de los mexicanos por una cultura del libro. Lo más llamativo es la aceptación de que México fue la primera ciudad en poseer una imprenta en el Nuevo Mundo (ca. 1539) y que no fue sino hasta cien años después cuando en Massachusetts se empezaron a imprimir libros.47

Andrade regresó de su exilio en 1870, aunque sin su rica colección formada en el transcurso de más de 40 años. En cambio, su amigo José Fernando Ramírez no corrió con la misma suerte; por ocupar un importante cargo en el gobierno de Maximiliano, se le acusó de traidor y nunca regresó a México. Ramírez murió el 4 de marzo de 1871, en Bonn, Alemania, y sus restos y bienes fueron enviados a México tiempo después. Hermann Stahlknecht, su yerno, fue el encargado de mandar la “predilecta mitad” a los familiares de Ramírez.48

En este sentido, Emma Rivas Mata ha estudiado la importancia que tuvo para Ramírez su colección, así como su gran temor por lo que pudiera sucederle a sus libros y manuscritos tras su muerte. Una parte de su acervo en vida lo vendió al gobernador de Durango para formar la Biblioteca Pública de dicha entidad. Sin embargo, no dejó nada estipulado sobre sus libros comprados durante el exilio, las copias de documentos mexicanos en el extranjero y su “predilecta mitad”.

Se desconoce cuántos libros y manuscritos poseyó Ramírez en su biblioteca. Al poco tiempo de la llegada de sus bienes a México, sus familiares comenzaron la dispersión de los mismos. Lo primero que vendieron fue la “predilecta mitad”, tal vez por ser propiedad de un “traidor” a la patria mexicana. La venta de la biblioteca de Ramírez fue privada y en silencio, posiblemente por temor a la incautación de los bienes. Según propone Rivas Mata, José Hipólito Ramírez vendió a Alfredo Chavero parte de dicha biblioteca, siendo esto una manifestación de su relación, por las ideas políticas liberales que tuvieron en común.49

Joaquín García Icazbalceta, gran amigo de Ramírez y colaborador en la formación de dicho acervo, no logró obtener la colección de Ramírez, pese a su insistencia. Así, en 1872 Alfredo Chavero adquirió la parte más selecta de la misma; se desconoce el monto y el total de los libros del “lote americano” que adquirió, pero, sin lugar a duda, fueron los principales manuscritos y libros mexicanos del siglo XVI, al igual que los Diarios y copias de documentos.

El hecho de que se vendiera a Chavero la rica colección de Ramírez significó un golpe duro para Joaquín García Icazbalceta, quien se consideraba el “legítimo poseedor”. García Icazbalceta y Andrade estuvieron al pendiente y temerosos de que la colección de Ramírez pudiera salir del país. Tiempo después Chavero les permitió, en diferentes ocasiones, el acceso al acervo, para que consultaran los libros y manuscritos necesarios, con el propósito de que lograran terminar sus investigaciones. Sin embargo, Chavero pronto tuvo problemas económicos y puso a la venta la colección de Ramírez. Posiblemente las diferencias políticas “disimuladas” entre Chavero (liberal) y García Icazbalceta (conservador) ocasionaron que no se la ofreciera en venta.

Chavero procuró vender la biblioteca de Ramírez -parte o toda la colección- al gobierno mexicano, por ello recurrió en primera instancia a José Díaz Covarrubias, encargado del Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, quien a su vez trató el tema con Sebastián Lerdo de Tejada, presidente de México. La respuesta fue negativa: el gobierno no podía adquirir los libros y manuscritos. La esperanza aún no estaba perdida y Chavero se dirigió entonces al gobierno del estado de Puebla, debido a que éste había adquirido la colección de Lafragua, pero la respuesta fue la misma.50

La noticia sobre la venta de la biblioteca de Ramírez fue conocida en su época. Uno de los posibles compradores era el sobrino del emperador Maximiliano, que se encontraba en México. No obstante, Chavero respetó la memoria de Ramírez para que la colección no saliera del país. La crisis económica que padecía Chavero ocasionó que vendiera la biblioteca a Manuel Fernández del Castillo por un monto de 18 mil pesos, gracias a la influencia del padre Fischer.51

Fernández del Castillo, al poco tiempo de adquirir la colección, se vio animado por el “Ángel malo del Imperio” para mandar los libros a Europa y así poder venderlos en subasta pública. Sin tomar en cuenta la sugerencia de Chavero, Fernández del Castillo mandó los libros con el padre Fischer a París en 1878. Fue en julio de 1880 cuando se hizo una subasta pública en Londres, por medio de la casa Puttick & Simpson.

La venta de la Bibliotheca Mexicana de Ramírez constituyó una de las más importantes subastas de finales del siglo XIX, no por la cantidad de libros, la cual tuvo a la venta 934 lotes,52 sino debido a la calidad y rareza de las obras impresas y manuscritas. Hay que recordar que antes, en 1869, se había vendido en Alemania la biblioteca de Andrade con 4 484 lotes, y la de Fischer en Londres, con 2 962 lotes.

Una vez más, el mundo de la bibliofilia estadounidense y europea observó con deseo las obras mexicanas. El trabajo de Felipe Teixidor sobre la compra de los libros de Ramírez se basó en el catálogo de Andrade, que poseía las notas sobre los costos y datos de quién los compró. Así, sabemos que los compradores fueron: Hubert Howe Bancroft y el British Museum, representados por Henry Stevens; la viuda de John Carter Brown con Ellis & White; a título personal Ricardo Heredia, Bernard Quaritch, Salas, Thomson, Sabin, Tubner, Molini, Duffossé y Money. Todos ellos se disputaron esta colección.

La comercialización de la biblioteca de Ramírez -afirma Teixidor- alcanzó un monto final de 6,414 libras esterlinas con 17 chelines, lo que en el año 1880 equivalía a 32,074.25 pesos mexicanos. Esta misma cifra la retomó Rivas Mata para el estudio de la biblioteca de Ramírez. Sin embargo, es posible que Andrade no haya marcado los precios completos, debido a que los resultados del análisis de dos ejemplares del catálogo muestran que la venta total fue por un monto de 6,957 libras esterlinas, 11 chelines, con 6 peniques, es decir, poco más de 34,789.23 pesos.53

Sin duda, la subasta de la colección Ramírez fue un gran negocio para Fernández del Castillo, el padre Agustín Fischer y la casa subastadora Puttick & Simpson, porque Chavero vendió la colección a Fernández del Castillo en 18 mil pesos y la venta final se concretó en 34,789.23 pesos, es decir, que tuvo una ganancia de 16,789.24 pesos. Sin embargo, en la venta de Londres en 1880, no fueron subastadas todas las obras, algunas se las quedó Fernández del Castillo y otras, posiblemente, Fischer.54

La venta de la biblioteca de Ramírez significó la pérdida de documentos de incalculable valor para la historia de Nueva España y el México decimonónico, algunos de ellos inéditos, por ejemplo, la mayor cantidad de manuscritos escritos en náhuatl por fray Bernardino de Sahagún, que fueron comprados por Henry Stevens y Bernard Quaritch,55 así como todos los escritos de Carlos de Sigüenza y Góngora, los cuales quedaron dispersos entre los diferentes compradores.56

Joaquín García Icazbalceta plasmó su tristeza en los epistolarios con diferentes corresponsales, por la gran pérdida para México de una de las más importantes bibliotecas de un insigne mexicano. En sus diferentes obras, como en las Cartas de religiosos y el Códice franciscano, da razón de su venta en Londres y critica los precios sumamente elevados.

Las puertas se abren: el acceso al acervo bibliográfico de los Brown

Hasta el momento no se tienen noticias exactas acerca de la participación de la familia Brown en la subasta de Andrade y Fischer, sin embargo, compraron algunas piezas y en su acervo conservan los catálogos de las ventas. La gran cantidad de correspondencia existente de los bibliotecarios y la familia Brown con Puttick & Simpson, Ellis & White, Quaritch y Henry Stevens, entre otros, son muestra de cómo los Brown adquirieron importantes joyas documentales del Nuevo Mundo, y de México en particular, tanto en subastas públicas como en tratos directos.

Un ejemplo muy importante es la adquisición por parte de Stevens de la Apelación final de Cristóbal Colón al rey Fernando por la cantidad de 1,050 libras esterlinas, siendo éste el documento más antiguo que posee la biblioteca, del cual existe una edición facsimilar, pero en el estudio introductorio de ésta no hay noticias de cómo fue adquirido el manuscrito.57

Las primeras compras de libros mexicanos por parte de los Brown ocurrieron en 1837, cuando el bibliófilo francés Henri Ternaux vendió gran parte de su colección de libros y manuscritos a Obadiah Rich y al librero Stevens.58 En el catálogo se hace referencia a libros hoy en día desconocidos, como la impresión de los Colloquios de fray Juan de Gaona en 1593, cuando la edición conocida es de 1582. Tiempo después Stevens vendió a Brown los libros de fray Alonso de Molina, así como otros sobre América.

No obstante, hay sorpresas en el mundo libresco de los coleccionistas de esta época. En el catálogo de venta de Ternaux son llamativos los lotes 234 y 253, el primero con la siguiente descripción: “PLATICAS antiquas que en la excellentissima lengua Náhuatl, enmendó y crecento el P. Juan Bautista, franciscano […] 1599”,59 y el segundo: “FR. Juan Bautista, franciscano. Platicas morales de los Indios para la doctrina de sus hijos, en lengua Mexicana intitulado huehuetlahtolli […] 1601”.60 Ambos libros se refieren a ejemplares distintos de los Huehuetlahtolli recopilados por fray Andrés de Olmos y publicados por fray Juan Bautista. Esos dos libros tal vez sean los dos ejemplares de los Huehuetlahtolli que, con el pasar del tiempo y por circunstancias diferentes, fueron adquiridos por la familia Brown (como se analizará más adelante).

Tiempo después, John Carter Brown encargó a John Russell Bartlett elaborar los catálogos de la biblioteca familiar (1865-1871) y al hacerlo compartió con el mundo intelectual, amigos de la familia y bibliotecas públicas la gran cantidad de libros y joyas bibliográficas que poseía su acervo. Los cuatro tomos de la colección fueron de acceso restringido, pero en algunos lugares podían ser consultados. Al agotarse la edición, por disposición de la señora Brown se hicieron nuevas versiones, corregidas y aumentadas, entre 1875 y 1882.61

Brown permitió consultar su colección a intelectuales de su época. Tal es el caso del franco-americano Henry Harrisse, destacado bibliógrafo decimonónico, cuando llevaba a cabo investigaciones para su Bibliotheca Americana Vetustissima (1866), obra que incluyó la mayor cantidad de libros sobre y de América impresos entre 1492-1551.62 La correspondencia entre Henrry Harrisse, John Russell Bartlett y Joaquín García Icazbalceta demuestra la importancia de la colección de los Brown, por conservar ejemplares únicos sobre temas americanos, al tiempo que muestra la buena disposición de los norteamericanos para compartir la información solicitada, ya fuesen descripciones o copias de libros y manuscritos.

Al morir John Carter Brown, la biblioteca pasó a manos de su esposa, quien contó con la ayuda de Bartlett. Él había trabajado para los Brown en la conformación de la Biblioteca Americana, la cual incluyó libros sobre temas americanos que fueron impresos tanto en América como en Europa.63

La relación intelectual y amistosa entre los Brown y García Icazbalceta

En 1865, Bartlett publicó la Bibliotheca Americana. A Catalogue of Books Relating to North and South America in the Library of John Carter Brown. Part I. 1493 to 1600. Este catálogo de la rica biblioteca de John Carter Brown fue objeto de colección, era una de las pocas publicaciones que hacía público un acervo personal y privado. El catálogo inició con la parte más antigua, es decir, los incunables europeos y mexicanos. Diez años después, Bartlett publicó una nueva edición, donde daba razón del aumento de la biblioteca de John Carter Brown. Ante el conocimiento de este catálogo en México, Joaquín García Icazbalceta recibió una grata noticia de Bartlett:

Muy Sr. Mío hace un momento que recibí la apreciable de V. 25 del pasado, la cual me informa de que por encargo de la Sra. Brown me envía V. por conducto de los Sres. Landero, Pasquel y Ca, de Veracruz, la nueva edición de la primera parte del Catálogo de su famosa librería, comprendiendo los libros relativos a la América impresos en los siglos XV y XVI. Espero recibir pronto el libro, pero como el correo sale esta noche, me apresuro a dar a V. las debidas gracias por tan estimable obsequio suplicándole las dé igualmente en mi nombre a la Sra. Brown, a reserva de avisar a V. la llegada del libro cuando esté en mi poder.64

La llegada del deseado libro tardó más de lo esperado, debido a que la obra no llegó a México, sino que fue recibida por un señor Bruce en Nueva York. Fue hasta diciembre de 1876 cuando García Icazbalceta recibió finalmente el Catálogo de la Biblioteca Brown, y le escribió la siguiente carta a Bartlett:

Cuando menos lo esperaba recibí ayer de N. York un paquete de libros y entre ellos encontré el Catálogo de la Biblioteca Brown. No sabría explicar a V. cuánto me ha agradado ese libro, no sólo por su espléndida ejecución tipográfica que honraría a un príncipe, sino también por la importancia de su contenido y por la idea que trasmite de la incomparable riqueza de la Biblioteca a que se refiere.
No me creo autorizado para dar directamente las gracias a la Sra. Brown por su inestimable presente; pero ruego a V. me sirva de intérprete y le manifieste mi agradecimiento, aceptando, para V. mismo la parte que le corresponde y mi sincera felicitación por su precioso trabajo.65

La correspondencia entre Bartlett y García Icazbalceta se volvió hasta cierto punto amistosa y bibliográfica; el periodo de las misivas abarca de los años 1875 a 1886, y en ellas se informaban mutuamente sobre impresos mexicanos y manuscritos. En ocasiones, ambos eruditos intercambiaron portadas de libros o fojas faltantes en los impresos. El encargado de hacer las fotolitografías en México era Luis García Pimentel, hijo de Joaquín García Icazbalceta.

Durante la década de 1870, y desde varias atrás, García Icazbalceta trabajó en la Bibliografía mexicana del siglo XVI, que se dio a la prensa hasta 1886.66 Al leer el catálogo de la Biblioteca Brown el historiador notó que consignaba algunos de los primeros impresos mexicanos, por ello, en su misiva del 5 de junio de 1877 aprovechó para seguir con sus investigaciones:

Aprovechando la generosa oferta de la Sra. Brown quisiera una copia fotográfica de la portada (recto) del Vocabulario de Molina, 1555 (pág. 195, n° 206, Cat. Brown). El objetivo de esa copia es para sacar de ella aquí una negativa que servirá para trasladarla a la piedra. De consecuente, es necesario, que esté muy limpio el fondo. Aunque esa portada está impresa en rojo y negro, no hay necesidad de marcar los colores en la fotografía, porque sé cómo están distribuidos. Igual prueba quisiera del título del Confesionario mayor de Molina (pág. 232, n° 259); pero marcado de algún modo el rojo, si lo hay, porque no puedo ver aquí la distribución. Si esta suplicada produjere a V. mucha molestia o pusiere en peligro los libros originales, téngala V. por no hecha.
Siento mucho no poder dar a V. ninguna noticia acerca del Huehuetlatolli de fr. Juan Bautista, de que la Biblioteca Brown posee el ejemplar incompleto que fue del P. Fischer. Ese ejemplar es el único que he visto. No hay otro para completar lo que falta, ni tampoco conozco de un modo seguro el verdadero título, ni la fecha de la impresión. Fr. Juan Bautista, en el prólogo de su Sermonario, 1606, le da ese título que no era exacto. Huehuetlahtolli, que contiene las pláticas que los padres y madres hicieron a sus hijos y sus hijas, y los Señores a sus vasallos, todas llenas de doctrina moral y política.67

Por su parte, Bartlett solicitó información a García Icazbalceta sobre el impreso de los Huehuetlahtolli, de fray Andrés de Olmos, porque la Biblioteca John Carter Brown conserva los dos ejemplares hasta ahora conocidos. Cada uno tiene su historia, uno de ellos se había vendido en la subasta del padre Fischer (1869) por 4 libras y 10 chelines. Otros ejemplares de la obra de Olmos formaron parte de la biblioteca de Ramírez: uno impreso, que conservó Chavero, y otro era copia manuscrita que salió en la subasta de 1880,68 comprada por Quaritch en 4 libras y 4 chelines. No obstante, García Icazbalceta mencionó que en 1884 otro ejemplar impreso e incompleto fue vendido en Nueva York y formaba parte de la colección de Henry C. Murphy. Sin embargo, su comprador quedó en el anonimato hasta que tiempo después Quaritch escribió a John Nicholas Brown informando sobre la existencia de un impreso de los Huehuetlahtolli; debido al interés por el libro, fue comprado por 6 libras, 6 chelines y 6 peniques, el 9 de septiembre de 1885.69 Así fue como los Brown adquirieron estos dos ejemplares en fechas distintas, 1869 y 1885. Lamentablemente no se conoce ningún ejemplar con portada, por ello el tipógrafo mexicano Juan Pascoe realizó al menos tres posibles propuestas, con la esperanza de que algún día aparezca un ejemplar con el nombre correcto.70

Las adquisiciones de los Brown de impresos mexicanos del siglo XVI

Las adquisiciones bibliográficas de la familia Brown en Europa eran a través de su agente Henry Stevens, pero John Russell Bartlett cambió de agente para la subasta de la biblioteca Ramírez y contrató a Ellis & White, a fin de que adquiriera algunas obras para la Biblioteca Brown. Probablemente contrató a este representante porque Stevens iba a comprar a favor de Hubert Howe Bancroft y el British Museum. Existe una vasta correspondencia entre Bartlett y Stevens sobre las adquisiciones de impresos europeos y mexicanos, que permite tener una idea de los procesos de negociación y los costos.

Felipe Teixidor contabilizó 12 lotes comprados por Ellis & White para la familia Brown, pero el ejemplar del Catalogue de la subasta de Ramírez depositado en la Biblioteca Benson, de la Universidad de Austin, da razón de que Ellis & White adquirió 13 piezas,71 de las cuales se vendieron únicamente 10 lotes a la familia Brown. Entre las obras adquiridas se encontraban cinco impresos mexicanos del siglo XVI: Agurto, Tratado de que se deben administrar los sacramentos (1573), con un costo de 6 libras, 17 chelines y 6 peniques; Medrano, Instrucciones y arte (1579), por 11 libras; Gaona, Colloquios de paz (1582), en 16 libras; Palacios, Diálogos militares (1583), en 7 libras y 15 chelines; y Rincón, Arte (1595), en 11 libras y 15 chelines.

Casi todos los libros comprados por Ellis & White pasaron a la Biblioteca Brown, con excepción del Tratado de que se deben administrar los sacramentos; posiblemente en alguna negociación privada Henry Stevens lo adquirió para la biblioteca de Bancroft. Se desconoce el destino de los otros dos libros comprados por Ellis & White, pero se sabe que eran referentes a temas europeos.

La subasta de Ramírez se llevó a cabo los días 7, 8, 9, 12 y 13 de julio de 1880. Al terminar y después de recibir los libros comprados, Ellis & White envió a Bartlett los libros y el recibo total de la compra de los 10 lotes de la colección, por un total de 75 libras esterlinas y 10 chelines, con una comisión de 10%, más otros gastos, y con ello solicitó el pago de 85 libras esterlinas, 15 chelines y 10 peniques, el 14 de julio.72

Después de las compras en las subastas de las colecciones de Andrade, Fischer y Ramírez, la familia Brown continuó la búsqueda de impresos mexicanos. Poco antes de morir, Bartlett solicitó ayuda a García Icazbalceta para que intercediera ante el padre Fischer en la venta del Tripartito de Gerson (1544), que el “Ángel malo del Imperio” pensaba subastar en Londres. Como acto insólito, el insigne bibliógrafo mexicano accedió a apoyar a Bartlett y convenció al padre Fischer de venderle su ejemplar. Hay que recordar que García Icazbalceta estuvo en contra del éxodo bibliográfico mexicano al extranjero. Probablemente, como él poseía un ejemplar, creyó que el “mejor” lugar para que se conservara ese libro sería en la biblioteca de sus amigos bibliófilos. El precio que Bartlett ofreció pagar a Fischer por el impreso fue de 150 dólares, y con ello se cerró el trato.73

Como agradecimiento por las atenciones de la familia Brown y de Bartlett, Joaquín García Icazbalceta obsequió a la Biblioteca Brown un ejemplar de su Bibliografía mexicana. Pero no se trató de cualquier ejemplar, fue el número 4 de 12, en formato grande y de lujo: una verdadera joya bibliográfica y bibliófila de la época, imposible de conseguir hoy en día.74 El envío se llevó a cabo de forma segura, pero con muchos tropiezos: debido a que era un libro muy voluminoso, la Aduana estadounidense no permitía su acceso y desde El Paso, Texas, la obra fue regresada a García Icazbalceta.75

Por el aprecio que sentía hacia la familia Brown, García Icazbalceta envió nuevamente la caja con el libro, en esta ocasión por mar, con la esperanza de que llegara a su destino, y primero llegó a Nueva York y luego a Providence. Como agradecimiento por su ayuda, García Icazbalceta dedicó el ejemplar de la Bibliografía a Bartlett, fechado en diciembre de 1886, meses después de la muerte de su intermediario y amigo en Providence.

Al morir Bartlett, John Nicholas Brown se hizo cargo personalmente de las adquisiciones de libros. Un ejemplo de sus procedimientos de compra es el caso del libro Mystica Theologica, que adquirió en 1888. Dado que no figuraba en la Bibliografía mexicana (1886), John Nicholas pidió informes a García Icazbalceta sobre esta obra, impresa en 1549, y Joaquín le contestó:

Poco antes había yo recibido del Sr. Eames de Nueva York la noticia de la aparición y venta de esa Mystica theologica de 1549; pero ignoraba yo que V. la hubiese adquirido. Es un libro de gran valor, pues pertenece a los incunables americanos, y el ejemplar es, hasta hora único. Le felicito por haber añadido esa joya a las muchas que ya comprendía la incomparable biblioteca de su familia.76

Además de comprar en subastas, la familia Brown recibió diferentes ofertas privadas de libros a costos bajos y altos, según fuera su antigüedad y rareza. La subasta de la colección de Ramírez fue el parteaguas para la tasación de impresos mexicanos, porque después en los distintos catálogos de subastas en Europa y México se marcaba si la obra ya había sido vendida, así como la cantidad en que se había cotizado.

La década de 1890 fue de gran importancia para la formación de la parte mexicana de la Biblioteca Brown. Con la muerte de Bartlett, la familia buscó un bibliotecario capaz de organizar el acervo y poder seguir enriqueciéndolo, para ello contrataron a George Parker Winship, quien implementó otro modo de adquirir libros a bajo costo. Este método consistió en buscar agentes en México que le informaran sobre la venta de bibliotecas y libros mexicanos, siempre en las pesquisas de incunables americanos, que en esa década eran conocidos entre los principales bibliófilos europeos gracias a la obra de Joaquín García Icazbalceta.

La compra-venta de la biblioteca mexicana del doctor Nicolás León (1896)

Un joven amigo y “discípulo” de García Icazbalceta fue el doctor Nicolás León. Desde joven, León tuvo gran interés en aprender acerca de la historia de Michoacán y sobre la imprenta en México. Debido a sus diversos empleos, pudo acceder a las bibliotecas conventuales de diferentes estados: Michoacán, México, Guanajuato y Chiapas, en donde encontró, entre los “saqueados” acervos, importantes joyas bibliográficas.

Es importante señalar que la figura de Nicolás León ha sido causa de controversias, puesto que se le ha tachado de “ladrón” de libros, y en ocasiones de saqueador. Por ello, es necesario hacer una amplia biografía de este intelectual mexicano que realizó importantes aportes a la arqueología, historia, historiografía, bibliografía, medicina, archivología, biblioteconomía, antropología y antropología física. La mancha con la que vivió León fue por fomentar el éxodo de libros, lo cual combatía Joaquín García Icazbalceta. Las crisis económicas en que estuvo envuelto ocasionaron que se deshiciera de la mejor parte de su biblioteca, sin poder recuperarla nunca, y pese a sus ofrecimientos al gobierno mexicano, tampoco logró que éste adquiriera la colección. No se puede entender cabalmente la personalidad de León en la historiografía mexicana, debido a la dispersión de su archivo personal. A diferencia del caso de Luis García Pimentel, los familiares de León vendieron y regalaron su archivo a diversas personas.

Esta mancha sobre la personalidad del doctor Nicolás León consiste en que, historiográficamente, se le ha cuestionado el modo de adquirir libros y manuscritos, pero sobre todo por el hecho de haber vendido su colección a distintos compradores extranjeros. En gran medida este mito surgió debido a que Ignacio Bernal y García Pimentel, al editar el epistolario entre Joaquín García Icazbalceta y Nicolás León, mencionó que García Icazbalceta dio a León (el 28 de julio de 1886) la dirección de la familia Brown y esto significó el camino del éxodo bibliográfico, según lo expresó: “no podría fijarse don Joaquín las consecuencias que para la bibliografía y bibliofilia mexicanas iban a tener estos dos renglones con la dirección de Mr. Brown, su amigo y corresponsal”.77

En este sentido, Ignacio Bernal cae en el presupuesto de que León vendió su biblioteca directamente a John Nicholas Brown. Lo que no conoció el investigador fue la correspondencia que aquí se estudia. Al poseer Nicolás León la dirección en Providence, tuvo la iniciativa de escribir una misiva a John Nicholas Brown en diciembre de 1886. En dicha carta le solicitó un ejemplar del Catálogo de la Biblioteca Brown, pues lo había visto en la biblioteca de Joaquín García Icazbalceta. Para ello, ofreció a cambio un ejemplar sin portada del Manual para administrar sacramentos, en tarasco, del Br. Juan Martínez de Araujo, impreso en México (1690) por la viuda de Juan de Rivera,78 y además se puso a su disposición para venderle libros sobre filología e historia. La respuesta a la carta de León no fue favorable, John Nicholas Brown rechazó el ejemplar “imperfecto” del Manual y le escribió que el Catálogo de la Biblioteca Brown estaba reservado únicamente a amigos y bibliotecas públicas.79

Sin embargo, todo cambió en 1896 cuando León, por cuestiones económicas, tuvo que vender lo más destacado de su colección. Para ello, imprimió el catálogo en inglés, francés y español con el título: Biblioteca mexicana. Catálogo para la venta de la porción más escogida de la Biblioteca del Dr. Nicolás León. Sección 1a. Filología mexicana. Impresos mexicanos del siglo XVI y libros ejemplares únicos conocidos. Probablemente, al poner los datos en varios idiomas, considerara la posibilidad de que su acervo saliera de México. Es interesante mencionar que los precios estaban tasados conforme a las subastas de Andrade, Fischer y Ramírez, y los ejemplares únicos tenían un precio estimado por el propio León.

Al ofrecer el catálogo de su rica colección, León entabló negociaciones por un tiempo con el presidente mexicano Porfirio Díaz para que la adquiriera, pero no llegaron a ningún acuerdo.80 Al parecer, la venta de la parte más selecta fue una gran noticia en la Ciudad de México. Es importante destacar que León nunca pensó en las consecuencias sociales de la venta de su biblioteca, como ocurrió con las grandes disputas entre Genaro García y Manuel Gamio, quienes lo desprestigiaron al considerarlo un “ladrón” de libros.

Ante la noticia de la comercialización de la biblioteca de Nicolás León, José María Vigil -director de la Biblioteca Nacional de México- escribió a Joaquín Baranda, secretario de Justicia e Instrucción Pública, solicitando el dinero para que el gobierno comprara la colección por 5 mil pesos, y con ello pasara a los fondos del repositorio nacional.81 Lamentablemente se desconoce la respuesta de Baranda a Vigil, pero lo más probable es que haya sido negativa.

La compra de la biblioteca de Nicolás León no fue pactada directamente entre su propietario y John Nicholas Brown, como supusieron Ignacio Bernal, Emma Rivas Mata, Rodrigo Martínez Baracs y Fernando González Dávila, sino que se llevó a cabo mediante un agente. Este hombre se llamaba Francis P. Borton y estaba en Puebla cuando se enteró del asunto; así, contactó a George Parker Winship para informarle sobre esta venta y, con el fin de mostrarle la importancia del acervo, envió una lista con las principales obras del catálogo. En las diferentes cartas que intercambió con Winship le explicó la situación de León y, en la misiva del 16 de marzo de 1896, le proporcionó información detallada acerca de la venta, además de adjuntar dos ejemplares del catálogo.82

Borton, siguiendo instrucciones de Winship, visitó en diferentes ocasiones la casa de Nicolás León en la Ciudad de México, para tratar el asunto de la compra y negociar el costo. Asimismo -en su misiva a Winship, fechada el 22 de mayo-, dio una lista de cada libro que John Nicholas Brown y Winship deseaban para la Biblioteca Brown; en cada lote colocó el precio y su estado de conservación.83

Parece que Nicolás León estuvo indeciso en vender su biblioteca a Borton, tal vez porque todavía esperaba alguna respuesta de Porfirio Díaz o de la Biblioteca Nacional de México. Fue hasta agosto de 1896 cuando Borton da razón de que la biblioteca de León estaba en “statu quo y no se había vendido aún”.84

Debido al costo de la colección de León y a su negativa de venderla en partes por la gran calidad de obras y manuscritos inéditos, muchos en lenguas indígenas, John Nicholas Brown envió a su bibliotecario Winship a México. Éste y Borton visitaron la biblioteca de León sin informarle que eran embajadores de la familia Brown.85 La venta se concretó entre Nicolás León y Borton-Winship a finales de agosto de 1896. Sin embargo, el éxodo de la biblioteca de León no terminó ahí.

Al enterarse Nicolás León de que sus compradores trabajaban para Brown, escribió una carta a John Nicholas (fechada el 11 de septiembre), donde da razón de la venta de la Biblioteca Mexicana por el monto de 5 mil pesos.86 Falto de recursos económicos, León también puso a la venta otras piezas de gran relevancia que, debido a cuestiones personales, no anunciaba públicamente. Por ejemplo los manuscritos de Puebla, un total de 14 libros del noviciado de San Francisco de Puebla de los Ángeles (“Franciscan records”), el Cedulario de Puga (1563) y la copia antigua del libro segundo de la Crónica de fray Antonio Tello.87 La rareza de estas obras influyó para que Brown comprara el impreso mexicano y los manuscritos por mil pesos,88 dando así un total de 6 mil pesos.89

Borton y Winship hicieron llegar los libros a Brown por un costo total de 2,600 dólares más comisión, y la Biblioteca Mexicana fue remitida en una caja mediante el Express Wells Fargo y Cia, el 13 de septiembre de 1896.90 La adquisición de la biblioteca de Nicolás León dio como resultado que la colección Brown se consagrara entre las pocas bibliotecas en poseer un gran acervo de impresos americanos del siglo XVI. Los 63 títulos adquiridos la convirtieron en la primera biblioteca, a nivel mundial, en resguardar más de la mitad de las obras -hasta ahora inventariadas- del siglo XVI. Fueron las diferentes ventas de Nicolás León las que hicieron crecer el acervo de los Brown, pues vendió poco más de 30 títulos entre 1896 y 1920.

Debido a que en la Biblioteca Mexicana de Nicolás León se ofrecían varios manuscritos y libros en lengua purépecha o tarasco, cuando a León le llegaba alguna obra en este idioma escribía a Brown, ofreciéndola. El motivo principal era acrecentar la colección tarasca de los Brown.


Nicolás León, colección particular, 1903.

Conclusiones

El éxodo de las bibliotecas de Ramírez y León es una muestra del poco interés del gobierno mexicano por conservar el patrimonio de la nación; tal vez por cuestiones políticas o ideológicas no compró los libros y manuscritos históricos que en su mayoría fueron obras singulares, de las que no se conservan copias en México. En cambio, el proyecto de la Biblioteca Brown de poseer un acervo “americano” se cumplió, en gran medida gracias a su capital económico, pero esto ocasionó que mantuviera una constante competencia con el bibliófilo James Lenox en Nueva York, con quien discutía quién tenía la biblioteca más importante.

La Biblioteca de la familia Brown quedó en manos de John Nicholas Brown en 1898, y con la ayuda de su hermano siguieron enriqueciendo el acervo. Dos años después murió John Nicholas y en su testamento dejó explícito su deseo de que la colección completa pasara a la Brown University, siendo éste un paso fundamental porque dejó de ser una biblioteca privada y transitó a una pública. Una estipulación de John Nicholas Brown para donar el fondo bibliográfico al recinto universitario fue que sería bajo comodato, es decir, la Universidad no podría decidir sobre los fondos documentales ni retirar los libros de la colección, en consecuencia, se mantendría intacta la base de origen, y con el dinero legado se iría aumentando el acervo.

John Nicholas Brown, preocupado por el destino de su herencia intelectual, en su testamento creó un fideicomiso con 500 mil dólares para la manutención de la Biblioteca, el pago del bibliotecario (actualmente, el director) y ­-con objeto de continuar incrementando la colección- se destinó una cantidad a la compra de libros raros e importantes para la historia, usando el dinero de los intereses emanados del fondo. Además Brown, previendo el lugar que resguardaría la colección, donó 150 mil dólares para la construcción del recinto.91

A causa de una nula política de conservación del patrimonio mexicano, se permitió el éxodo documental de estos “libros y papeles viejos”, que en el México decimonónico solamente eran apreciados por los bibliófilos y los libreros. Por ello, surgió el interés de varias personas para conservar lo que muchos consideraban "basura" -como lo afirma Felipe Teixidor- y les dieron un valor económico, que se contrapone al valor cultural. Dado que los libros de las bibliotecas conventuales pertenecían a la nación, no debían ser vendidos ni salir del país.

La Biblioteca John Carter Brown es un ejemplo del interés que existe por conservar el patrimonio bibliográfico de y sobre América. Lo que empezó como una biblioteca privada pasó a ser el principal acervo que custodia la más rica colección de impresos mexicanos del siglo XVI y posteriores.

Ahora, mediante el acceso al archivo personal e institucional de los Brown, es posible historiar la adquisición de los 63 libros mexicanos del siglo XVI, de diversos códices indígenas y mexicanos. Entre los objetivos actuales de la John Carter Brown Library está poner a disposición, de manera gratuita, gran cantidad de impresos y manuscritos, con la finalidad de que en cualquier parte del mundo puedan ser consultados y generar así estudios históricos sobre México y otros lugares.


Notas al pie
1

En la realización de este trabajo se contó con el apoyo económico de monseñor Juan Manuel Mancilla Sánchez, obispo de Texcoco, para una estancia de investigación en la Biblioteca John Carter Brown. Del mismo modo, agradezco al doctor Neil Safier, director de dicha institución, por permitirme la consulta de la correspondencia de la familia Brown. Aunado a esto, estoy en deuda con la doctora Hannah Alpert-Abrams, por su ayuda en Brown. Además, expreso mi agradecimiento a la doctora Anne Staples, el doctor César Manrique y la maestra Beatriz Morán, por sus comentarios y sugerencias a los borradores de este artículo.

2

Claudia Canales, Lo que me contó Felipe Teixidor, hombre de libros (1895-1980) (México: Conaculta, 2009), 240. Tiempo después se vendió la colección de Felipe Teixidor a la Biblioteca de México, donde actualmente se custodia en el Fondo Reservado, véase Biblioteca Virtual de México, acceso el 17 de junio de 2020, https://bibliotecavirtualdemexico.cultura.gob.mx/acercaBM.php.

4

El término incunable se refiere a los impresos europeos del siglo XV. En el caso de México, García Icazbalceta llamó incunables americanos a los primeros impresos mexicanos del siglo XVI. Para una detallada referencia sobre este tema véase Emilio Valton, Impresos mexicanos del siglo XVI (Incunables Americanos) en la Biblioteca Nacional de México, el Museo Nacional y el Archivo General de la Nación, con cincuenta y dos láminas. Estudio Bibliográfico (México: Biblioteca Nacional de México, 1935). Agradezco al doctor Benjamin Daniel Johnson el obsequiarme este inconseguible libro.

16

Rosa María Fernández de Zamora, “Presencia de los impresos mexicanos del siglo XVI en las bibliotecas del siglo XXI”, Investigación Bibliotecológica 18, núm. 36 (2004): 15, contabilizó 124 títulos, dejando de lado las hojas sueltas. No obstante, Guadalupe Rodríguez Domínguez registra 222 títulos, pero omite cuatro, lo que daría un total de 226 obras impresas entre 1540 y 1600. Véase Guadalupe Rodríguez Domínguez, La imprenta en México en el siglo XVI (Mérida: Editorial Regional de Extremadura, 2018).

25

Su artículo apareció en el Diccionario universal de historia y de geografía. Posteriormente se reeditó en las Obras de Joaquín García Icazbalceta.

29

Carta de José Fernando Ramírez al ministro provincial fray Buenaventura Homedes, colección particular. Debido a que se desconoce el papel jugado por Ramírez, se publicarán las cartas inéditas; véase Javier Eduardo Ramírez López, José Fernando Ramírez y la biblioteca de San Francisco de México, 1856 (Texcoco: Diócesis de Texcoco), de próxima aparición.

35

Teixidor, Ex libris y bibliotecas de México, xix-xx. Actualmente el documento se custodia en la bóveda de seguridad de la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia.

38

Por ejemplo: el impreso de la Psalmodia cristiana (1583), los Sermones en mexicano, la Doctrina Christiana y los Exercisios quotidianos.

53

Los ejemplares del catálogo de la Bibliotheca mexicana de Ramírez analizados fueron los depositados en la Colección Nettie Lee Benson (Universidad de Texas en Austin) y el de John Carter Brown (Universidad de Brown). Lamentablemente el ejemplar personal de Hubert Howe Bancroft no fue localizado durante mi estancia en la Bancroft Library, en Berkeley, el cual pudiera ayudar a comprender lo que pensaba comprar y lo que adquirió por medio de Henry Stevens. Tiempo después, el doctor Rodrigo Martínez Baracs me facilitó un ejemplar del catálogo depositado en la Biblioteca Británica (con anotaciones manuscritas sobre la venta de cada libro) y coincide en información con los dos reseñados.

72

El recibo de esta compra se conserva en el ejemplar del Catálogo de la JCBL.

74

En 2019 la casa de subastas Morton puso a la venta, con un costo alto, dos ejemplares de la Bibliografía mexicana del siglo XVI.

76

Carta de Joaquín García Icazbalceta a Juan Nicolás Brown, 5 de mayo de 1888, JCBL, John Russell Bartlett Papers, ca. 7. En realidad, no se había equivocado García Icazbalceta: solamente se conocen dos ejemplares de esta obra, el de la JCBL y otro que vendió Nicolás León al chileno José Toribio Medina y se conserva en la Biblioteca Nacional de Chile; ver García Icazbalceta, Bibliografía mexicana, 86.

80

Comunicación personal con Ken Ward durante mi estancia de investigación en la JCBL (abril de 2017).

81

Carta de José María Vigil a Joaquín Baranda, BNM, Adquisiciones-compra, ca. 29, exp. 655.

89

Nicolás León dio razón, en diferentes catálogos, de que su biblioteca se vendió en $6,000 pesos a John Nicholas Brown, en Providence. Uno de estos ejemplares es el de Luis González Obregón que se conserva en la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia.

Referencias
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