“De la rareza como una de las bellas artes”
“Rarity as One of the Fine Arts”
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Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Filológicas, Ciudad de México. México, anazavala@filos.unam.mx, https://orcid.org/0000-0003-0883-7334
Los raros y los otros (autores y ediciones). Coordinación y edición de Mora P. México: Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 2023, 352 p., il. ISBN: 978-607-30-7210-6
Recepción: 12.03.24 / Aceptación: 15.03.24
En octubre de 2016, a propósito del centenario del fallecimiento de Rubén Darío, Pablo Mora organizó un coloquio en el Instituto de Investigaciones Bibliográficas, con el fin de -según él mismo explicó- “difundir una parte selecta y singular del patrimonio bibliográfico nacional y literario, tomando como referencia el libro Los raros (1896) […], y de las colecciones resguardadas en la Biblioteca Nacional de México, [… así como] de identificar y reflexionar sobre otros raros, libros y escritores, además de los catalogados [en aquel volumen] por el poeta nicaragüense”. Ciertamente, esos dos intereses son el eje organizativo de Los raros y los otros (autores y ediciones), volumen colectivo producto colateral de aquella reunión académica. En este libro sui géneris, lo “extraño”, lo “inusual”, lo “inesperado” y lo “curioso” tejen una red de sentidos, articulados alrededor de la multiplicidad de acepciones y manifestaciones que se confieren a lo “raro”, noción que se define a partir del enfoque disciplinar desde el cual se aborde y, sobre todo, del ojo que observe e intente descifrar los mecanismos ocultos de la rareza en una obra, una biografía, una imagen o un proyecto creativo o editorial.
Si se considera que, de acuerdo con el Diccionario de la Real Academia Española, el término “raro” remite a alguien que “se comporta de un modo inhabitual” o que es “extravagante de genio o de comportamiento y propenso a singularizarse”, y que también se emplea para categorizar algo como “extraordinario, poco común o frecuente”, “escaso en su clase o especie” o “excelente en su línea”, sin duda, los documentos, las ilustraciones y los 17 trabajos críticos incluidos en el libro obligan a repensar esta noción no sólo como una categoría crítica -y, quizá, hasta biográfica y bibliográfica- sino, de igual forma, como un artefacto poliédrico que despliega sus posibilidades de uso en diferentes espacios materiales, creativos e imaginarios, a la vez que en múltiples niveles de interpretación, según se aprecia en el ensamblado material de este libro coordinado y editado por el citado investigador. En él, el editor apuesta por replicar la rareza que se invoca desde el título mismo de la obra y que se refuerza en sus contenidos, los cuales permiten al menos dos posibles campañas de lectura: una, que recurre al referente visual, con la reproducción de un conjunto de documentos y portadas de obras “raras o curiosas”; la otra, que se apoya en lo textual, aunque también ilustrada, con las colaboraciones de estudiosas y estudiosos que reflexionan sobre la vida y la escritura de figuras a las que bien pueden aplicárseles tales adjetivos.
A caballo entre antología, catálogo de libros, sala de lectura, gabinete de curiosidades y repertorio crítico de autoras y autores, Los raros y los otros (autores y ediciones) incita al lector a recorrer sus páginas; a pasar la mirada por los heterogéneos módulos o salas de exhibición que conforman las distintas taxonomías de lo raro que se exploran ahí; a adentrarse de forma lúdica por las secciones que lo constituyen, entre las cuales se establecen implícitas y explícitas relaciones textuales, visuales y bibliográficas. Así, en este viaje editorial es posible acceder a la reproducción de fragmentos de las escrituras de Santiago Sierra Méndez, Amalia Domingo Soler, Rogelio Fernández Güell y Laureana Wright, figuras que, más adelante o más atrás, según se decida acometer el desplazamiento por este volumen, son objeto de estudio de Sergio Márquez Acevedo, Amelia Correa Ramón, José Ricardo Chaves y María Emilia Chávez Lara, respectivamente. En otros casos, la reproducción de portadas de obras de Luis G. Inclán, Hilarión Frías y Soto, Laura Méndez de Cuenca, Francisco Sosa, Efrén Hernández y Gerardo Deniz tienden un puente visual con las exploraciones críticas que sobre estos autores y sus obras realizan Cuauhtémoc Padilla, Roberto Sánchez Sánchez, Antonio Saborit, Alejadro Toledo y Pablo Mora.
Con cierto espíritu museográfico o bibliófilo, el curador de este artefacto editorial explicita la apuesta que subyace a la aludida composición del libro; para él, “lo raro puede ser una anomalía dentro de la tradición, pero también es una oportunidad de fundar una tradición de la anomalía” (p. iii) desde un paradigma hispanoamericano; con tal ejercicio se abre el espectro literario configurado por Rubén Darío en su célebre repertorio de autores, el cual aborda Vicente Quirarte en este volumen, a contrapelo de la generación decadentista mexicana. Resulta, sin duda, muy sugerente la propuesta de pensar una tradición desde lo anómalo, pues esto permite explorar imaginativamente taxonomías dinámicas, móviles y simultáneas que, a su vez, posibilitan rescatar a figuras del olvido, como algunas de las mencionadas, pero también otras, por ejemplo, Enrique Fernández Ledesma, Alfonso Junco y Sergio Golwarz, estudiados por Pablo Mora, Sergio Márquez Acevedo y Laura Elisa Vizcaíno, respectivamente; permiten, también, abordar desde diferentes horizontes metodológicos y críticos rarezas estilísticas, ideológicas, poéticas o genéricas, según sea el caso. Una tradición de lo anómalo desestabilizaría, además, nuestras nociones de centralidad y periferia en el campo literario, al visibilizar, incluso en las creaciones o acciones culturales de plumas consagradas, fisuras o zonas inusuales, extrañas o “curiosas”, antes oscurecidas o desconocidas, como lo señala José María Espinasa en su texto dedicado a Juan José Arreola.
Si bien son diversas las aportaciones de cada uno de los capítulos que dan cuerpo a esta galería de raros y raras, se destacan dos filones de estudio en la original propuesta editorial. El primero se vincula con la presencia del espiritismo, señalada y estudiada por varios autores de la obra como una ruta de acceso para comprender la complejidad del fin del siglo XIX, marcado por el auge de una serie de prácticas culturales de resistencia contra el control ideológico del racionalismo positivista. En ese contexto, dicha doctrina deviene matriz creativa de un amplio corpus literario donde la imaginería y las conceptualizaciones espíritas funcionan cual punto de fuga para configurar mundos y vías existenciales alternas a las hegemónicas en aquel momento histórico.
En el caso de algunas escritoras -según lo plantean Correa Ramón y Chávez Lara en sus trabajos a propósito de Amalia Domingo Soler y Laureana Wright- la adhesión a dicha corriente esotérica fue una estrategia de validación autoral, que favoreció su ingreso a publicaciones periódicas y círculos intelectuales liderados por hombres; en esos espacios letrados y editoriales, ciertas plumas pudieron enunciar un incipiente feminismo, sustentado en las postulaciones de Allan Kardec acerca de la igualdad de inteligencia entre hombres y mujeres. Desde esa perspectiva, como sostiene Chávez Lara, el espiritismo bien pudo servir como una tribuna política con la cual contaron algunas autoras de entre siglos “para confrontar a materialistas, positivistas y a todo aquel que promoviera ideas sobre la incapacidad femenina para el ejercicio intelectual” (p. 110).
El segundo filón tiene que ver con algo que ya se mencionó: la posibilidad de vislumbrar zonas ocultas, extrañas o inusuales en la producción de algunos personajes marginales o centrales del campo literario. Ya aludí al trabajo de José María Espinasa sobre Arreola, pero también puede encontrarse el mismo impulso en otras colaboraciones dedicadas a Sosa, Inclán, Frías y Soto y Fernández Ledesma. Me detengo, en este sentido, en la revisión que propone Roberto Sánchez Sánchez sobre la labor de Laura Méndez de Cuenca como cronista de moda. Concuerdo con este investigador, igual que con otras estudiosas que han abordado el tema -entre las que destacan Cecilia Rodríguez Lehmann-, en que estas narrativas en apariencia banales sirvieron, aunque desde la perspectiva del mercado y del espectáculo, como espacio de agencia autoral femenina; fueron, en otras palabras, no sólo laboratorios de escritura para desarrollar estilos diversos, sino también tribunas desde donde procuraron normar el gusto de las lectoras y criticar o sancionar conductas sociales en el marco de los cambios emanados del complejo fenómeno de modernización de finales del siglo XIX y principios del XX. Aunque de manera muy diferente al espiritismo, la crónica de moda favoreció, también, el surgimiento de firmas femeninas que se ganarían el reconocimiento de sus potenciales destinatarias, a quienes intentarían guiar no sólo en afeites y vestidos, sino también en acciones sociales.
Aun cuando me he concentrado únicamente en estos dos aspectos, Los raros y los otros (autores y ediciones) abre más derroteros para explorar la “rareza”, lo “desconocido” y lo “excepcional” en las tradiciones literarias mexicana e hispanoamericana, así como para repensar, de igual modo, los mecanismos de consagración y cosificación del canon literario en esas latitudes, pues, sin duda, lo raro siempre alude a lo otro, a lo distinto, a esas zonas ocultas que, al iluminarse, revelan otros aspectos de un mismo rostro.
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