Subir

“Del daguerrotipo al cinematógrafo, del Parián a Plateros. El siglo XIX en las calles de la ciudad”


“From the Daguerreotype to the Cinematograph, from the Parián to Plateros. The 19th Century in the Streets of the City”

Francisco Rodolfo Mercado Noyola*

* Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, Ciudad de México. México, franciscomn@unam.mx, https://orcid.org/0000-0001-5994-141X

Crónicas periodísticas del siglo XIX. Antología. Coordinación, selección y prólogo de Castro MÁ. ; colaboración, edición y asesoría de Romero Valle AM y V. Guillén MB. México: Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 2023, 542 p. ISBN: 978-607-30-7619-7

Recepción: 11.03.24 / Aceptación: 15.03.24

biblio07.Sep.24; 7(2)


En su lúcido ensayo “Los espacios otros”,1 Michel Foucault los caracteriza como las “heterotopías” que se sitúan al margen de la vida cotidiana de la urbe, aquellos “no-lugares” desde donde es acaso posible tener una visión panóptica de ésta. Escribe el filósofo francés: “pese a todas las técnicas que lo ocupan, pese a toda la red de saber que permite determinarlo o formalizarlo, el espacio contemporáneo tal vez no esté aún completamente desacralizado -a diferencia del tiempo, sin duda desacralizado en el siglo XIX”.2 Esta reflexión arroja importante luz sobre la secularización de la vida en la centuria decimonona. El tiempo litúrgico abrió paso al trajinar burgués de las manecillas del reloj, y éste entronizó al gran medio de expresión de las ideas del siglo: la prensa. Ésta, en una simbiosis con el arte literario, alumbró a la criatura proteica de las columnas impresas.

La crónica, en su naturaleza híbrida -entre el periodismo y las letras- y especialmente durante nuestro siglo XIX en México, fungió como “espacio otro”, en tanto dispositivo de la cultura impresa cuya arquitectura discursiva erigió una urbe modélica, distante de los miasmas del Anáhuac real, y quizá más próxima en su imaginario a los bulevares del París de Haussmann. El libro que aquí se reseña constituye una compilación variopinta de las crónicas más señaladas de esa centuria en nuestro país. Miguel Ángel Castro, antologador y prologuista, así como las editoras, Ana María Romero y María Bertha Guillén, proponen un íncipit situado entre 1805 y 1848, periodo en el que la cultura literaria y editorial de México abarcaba los géneros, las corrientes y las tendencias del cuadro de costumbres, la Arcadia poética y el “buen gusto” dieciochesco. En el ámbito de las asociaciones literarias, la fundamental Academia de Letrán desplegaba entonces su fecunda actividad en la gestación de la literatura nacional. En este marco, toda producción, en el cultivo de las bellas letras, era registrada en una suerte de prensa miscelánea, donde tenían cabida -a una vez- la retórica más directamente proselitista de la política, al igual que otros discursos pragmáticos y coyunturales.

En este sentido, y considerando el contexto de la vida y la cultura nacionales en las primeras décadas de vida independiente, sobrevino una era de incipientes costumbres urbanas. Así como el Romanticismo europeo hizo sentir su influencia -consolidando sus postulados estéticos tendientes hacia el subjetivismo, las emociones líricas y las pasiones arrebatadas-, la novedad del paisaje urbano de México y sus tipos sociales buscó su asimilación con el imaginario del Viejo Mundo, ineludible y perenne vanguardia.

A lo largo de tres décadas, en las que la población -tanto rural como urbana- se fue diferenciando con base en sus muy diversos orígenes y repertorios socioculturales, irrumpió contundente y ubicuo el costumbrismo. El proyecto republicano de modernidad y civilización coincidió con el despliegue de las lecciones del nacionalismo literario de la década de 1870, encabezado por el liderazgo y magisterio de Ignacio Manuel Altamirano. Dentro del contexto histórico-político de la República Restaurada, tuvieron un papel fundamental en las letras nacionales las Veladas Literarias que se llevaron a cabo en la capital entre 1867 y 1868.

La crónica literaria que se generó y se publicó en la prensa -en torno a estas célebres tertulias- constituyó un parteaguas en el cultivo de este género, a la vez que sentó un precedente formal y estructural en su escritura en nuestro país. Un poco más adelante, al comenzar a existir la paz imprescindible para el cultivo de las letras y el ocio necesario para colmar las columnas de la prensa con relatos distintos de los inherentes a la política, hicieron su aparición en ellas la crónica de modas, la de música y la de espectáculos, como signo inequívoco de la civilización en una “ciudad letrada” que logró finalmente consolidarse, después de décadas aciagas y hostiles a la cultura.

Más adelante, durante el periodo comprendido entre 1881 y 1910 -que desde luego coincide con el apogeo del régimen porfiriano-, la crónica fue fiel espejo dinámico (kinetoscopio e inclusive cinematógrafo) que proyectó sobre la pantalla del periódico y la revista la buena nueva de la modernidad, la sofisticación del “bulevar mexicano” y la consolidación de una urbanidad letrada en estrecho contubernio con el aparato estatal. Otra faceta de Ciudad de México que quedó representada en la crónica de la época fue la de la afirmación del barrio y su lenguaje, espacio de la “ciudad real” que rodeó y puso sitio a la “ciudad letrada” de esta belle époque nacional.

Luego entonces, mediante el dispositivo de esta antología y su estructura, es asequible al lector poner en perspectiva las interpretaciones de la crónica de cada periodo histórico; ya que cada capítulo o apartado del libro abre con una pertinente síntesis del contexto histórico, así como se diserta sobre la evolución del género y se lleva a cabo un análisis de las crónicas seleccionadas en atención a su representatividad y significado, como textos literarios y documentos históricos. Además de ello, la obra en comento aporta información complementaria sobre datos biográficos de los cronistas antologados, una síntesis hemerográfica de las publicaciones periódicas de las que han sido extraídos los textos, así como una bibliografía general de consulta sobre la prensa nacional del siglo XIX.

Es recomendable la lectura de Crónicas periodísticas del siglo XIX. Antología, debido a que constituye una propuesta académica de indudable calidad, en la cual tanto la visión panorámica del género planteada en el estudio introductorio como la propia selección de textos conforman una unidad bien lograda y un estudio que hace contribuciones notables a este tema fundamental de la literatura mexicana.

Además de lo anterior, el recorrido cronológico resulta muy placentero. Vicente Quirarte -avezado “diacronista” de nuestro tiempo- sitúa en la obra de Guillermo Prieto el acta de nacimiento de la crónica en Ciudad de México, cuando Don Simplicio nos relata lo que era posible hacer con el ocio en un domingo casi a mediados de siglo, en 1840, desde el cultivo del amor platónico en la celebración de la misa hasta el baile de compadritos en los barrios populares, con sus sillas tan desiguales y misceláneas como su concurrencia. Fortún, el gran Francisco Zarco, en “Los transeúntes” traza el prodigio de una prefiguración de The Man of the Crowds, anterior a la divulgación baudelaireana de la obra de Edgar Allan Poe en Hispanoamérica. Zarco abona a los cimientos culturales de la gran urbe, con una vitalidad digna del Dostoievski de la crónica europea en 1867, en la que el moscovita erige a París y a Londres como los grandes polos de la deshumanización.

Por su parte, José Rivera y Río, Luis Gonzaga Ortiz y Guillermo Prieto -en nuestra latitud- construyen el arquetipo femenino de “La chiera”, a quien -medio siglo más tarde- Ramón López Velarde deseara “raptar[te] en la Cuaresma opaca”. Aquella a la que Ortiz atribuyó altas cualidades de admiración viril que contribuían a su negocio de refresco, pregonando: “Oigasté vida mía: ¿qué tomasté?”. Mujer independiente que don Guillermo Prieto inmortalizó en su romance de “La Migajita”, en un imposible binomio de libertad y autogestión femeninas, sofocadas por la brutalidad misógina, oculta tras el celo pasional.

En 1868 Hilarión Frías y Soto escribió sobre la “miseria pública” en La Orquesta, en el contexto de las entonces recientes Veladas Literarias. Su severidad característica, en la República Restaurada, parecía clamar que no podía haber tertulias ricas con pueblo pobre y devastado por la guerra. El poeta y cronista Luis G. Ortiz comentó en su momento: “Mas ¡ay! desgraciadamente, cuánto lujo y cuánta elegancia. -Aquí los confidentes de terciopelo, allá la consola a la Luis XIV o XV, pues no somos fuertes sobre la materia; sobre una mesa los magníficos ramos de flores en elegantes jarras; más allá los álbumes de terciopelo adornados de oro y porcelana; la esperma brillando por todas partes, y una orquesta en la plaza contigua…”.3 Ortiz reseñaba aquí -para El Siglo Diez y Nueve- la velada literaria celebrada en el palacete de los Escandón, prominente familia de la época. Los poetas pugnaban entonces para que el “becerro de oro” no tomara por asalto un espacio sacralizado más, junto con otros de la “ciudad letrada”, el ara literaria y sus rituales.

Un lustro después, cuando las cosas marchaban un poco mejor para el país, el milagro tecnológico del puente del Metlac -en el ferrocarril México-Veracruz- era exaltado por un positivista Justo Sierra y un afrancesado Gustavo Gostkowski. Las “Humoradas dominicales” de éste en El Domingo se publicaron en un México semiletrado que soñaba avec l’esprit parisien.

En 1880, en sus crónicas sobre las “rúas” de Plateros y San Francisco, Juan Antonio Mateos perfiló gráciles pasos que taconeaban en las baldosas, hacia los versos de “La duquesa Job” y las columnas de “La novela del tranvía” gutierreznajerianas. Escribe Miguel Ángel Castro al respecto en otro de sus estudios: “En efecto, la ciudad era todavía una aspirante, de ahí la importancia de la serie de los veinticuatro viajes que Juan A. Mateos publicó en La República; es el principio de la aventura, el redescubrimiento del paseo urbano previsto por Zarco y del consumo de las novedades que distraerán a Micrós y Gamboa dos lustros después”.4 De este comentario se desprende una idea clara de la transición que implicó el rito narrativo y descriptivo del espacio urbano, entre la aún convulsa década de 1870 -pasando por el cuatrienio del presidente Manuel González- hasta la bella década porfiriana, marcada por el hito de la Revista Azul (1894). Con la publicación de ésta, El Partido Liberal extendía sus columnas dominicales hacia el espacio de la toilette femenina, del decoro estético ganado a golpe de positivismo.

Nuestra entrañable y rumbosa capital -en poco más de medio siglo- había transitado del cuadro de costumbres dinámico de Prieto a la “Linterna mágica” de José Tomás de Cuéllar, pasando por el “Kinetoscopio” de Ángel de Campo, Micrós (peatón y cronista que sube por vez primera al velocípedo en la Alameda central en 1896 y relata su locomoción vertiginosa), y recalando en la visión cinematográfica de Luis G. Urbina, “viejecito” entre contertulios, pero atinado observador e intérprete del fin du siècle.

La causerie française desplegada por Justo Sierra en sus “Conversaciones del domingo”, en 1868, se había decantado 30 años más adelante -entre venenos etílicos- en El bar de Rubén M. Campos. Este fascinante periplo culmina en las columnas de la “Psiquis enferma” de Urbina, quien allí expone círculos concéntricos inmiscibles entre la “ciudad letrada” y la “ciudad real”, cuyas “patas velludas” se ramificaban ya a fin de siglo, a decir de Manuel Gutiérrez Nájera en La novela del tranvía. Ana Elena Díaz Alejo escribe sobre este relato imprescindible de la bella época que el porfirismo idealizó: “El choque moral con la sociedad exige al escritor el enjuiciamiento crítico, si bien el desprecio a esta sociedad queda velado por la supuesta irrealidad. Todo ha sido imaginado. El espectador de la sociedad y el crítico social aparecen aquí claramente representados en el viajero del tranvía. Bajo un argumento sin trascendencia, la mirada penetrante, reflexiva, se mantiene alerta”.5

El autor de Por donde se sube al cielo, urbanita y flâneur evanescente de un París etéreo, se muestra -a una vez- soñador y lapidario con Ciudad de México. Al tiempo que El Duque Job idealizaba la moral irreprochable y aun sublime de algunos de sus personajes -pasajeros del tranvía-, asimismo, enjuiciaba sin piedad a una presunta adúltera, demostrando que el patriarcado decimonónico colocaba en el centro de la litis a la detentadora de la honra familiar: la madre y esposa, y exoneraba a priori al varón, como “motor del Estado y de la sociedad”.

Crónicas periodísticas del siglo XIX. Antología hace una contribución importante a la reflexión sobre el ejercicio cronístico de la centuria y sus posicionamientos académicos actuales; pone además en perspectiva el problema teórico de la “literariedad” del género. En su prólogo, Miguel Ángel Castro presenta dos aproximaciones enriquecedoras que dan luz sobre esta discusión en nuestros días. Por una parte, Álvaro Matute señaló en su momento que -en contraste con el género de talante histórico- la crónica publicada en la prensa durante el siglo XIX presenta rasgos mucho más literarios. Por su parte, Manuel Maldonado Guzmán evidencia el carácter evolutivo y relativo de esa “literariedad” como una categoría histórica, estrechamente ligada a su tiempo y circunstancia. En este sentido, Maldonado vislumbra la crónica -en su faceta de noticia- como la conciencia histórica del periodismo, al tiempo que -como construcción de la imagen nacional- destaca su poder de observación, fidelidad crítica y sanción moralizante para el público lector.

Por otra parte, el antologador y prologuista detecta con acierto otra particularidad del género en el siglo XIX. Se trata de la poderosa influencia cultural del exterior, es decir, de los modelos europeos que los cronistas mexicanos emplean para desarrollar sus producciones. De tal manera que el periodismo francés y su forja indudable de la “opinión pública” ejercen un papel determinante en la formación de autores, estilos, lectores, productores y consumidores de estos bienes -simbólicos y materiales por igual-. Asimismo, Castro advierte los aspectos de la materialidad del periódico y la revista; las instancias y procesos de impresión y distribución que requerían una industria de capitales considerables y relaciones comerciales con el Viejo Mundo. En este campo cultural se dan cita los privilegiados, tanto en el aspecto financiero como en el de la alta cultura de la “ciudad letrada”, y ésta se configuraba como otra “heterotopía” foucaultiana en la que el elitismo pergeñaba su visión idealizada de una urbe en incipiente industrialización y cosmopolitismo.

Considero que Crónicas periodísticas del siglo XIX logra el objetivo que se plantea como instrumento de investigación y problematización del género cronístico, especialmente diseñado para estudiantes de licenciatura y posgrado. Igualmente, me parece que el libro cumple con sus propósitos de teorizar sobre la crónica y sus posibilidades expresivas, sus variables temáticas, su estilo y carácter literario en la centuria de su mayor apogeo. Acierta también al exponer -tanto al lector general como académico- la multiplicidad de interpretaciones viables que posee en la actualidad, en concordancia con la univocidad de lecturas que tuvo a lo largo de su horizonte histórico. Nuestra independencia política se forjó sobre los hombros de gigantes históricos. Nuestra emancipación cultural se fraguó -lenta y concienzudamente- en las redacciones y talleres de la prensa. A los próceres del folletín y la edición dominical debemos tanto más. Es de celebrarse la publicación de esta Antología, que da fiel testimonio de todo ello.


Bibliografía
Castro, Miguel Ángel. “Prólogo. Hacia la reinstalación de Juan A. Mateos”. En Obras de Juan A. Mateos. Volumen I. México: Universidad Nacional Autónoma de México, Coordinación de Humanidades, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 2021.
Díaz Alejo, Ana Elena. “Manuel Gutiérrez Nájera, primer modernista de Hispanoamérica”. Literatura Mexicana 9, núm. 1 (1998): 76.
Foucault, Michel. “Los espacios otros”. Versión. Estudios de Comunicación y Política. Universidad Autónoma Metropolitana. Xochimilco, núm. 9 (1999): 17.
Foucault, Michel. “Des espaces autres”. Architecture, Mouvement, Continuité, núm. 5 (octubre de 1984): 46-49.
L. G. O. [Luis G. Ortiz]. “Revista de la semana”. El Siglo Diez y Nueve, 7a. época, año 25, t. 6, núm. 157, 18 de diciembre de 1867: 3.

Comentarios sobre este artículo

Sólo los usuarios registrados pueden opinar y comentar sobre los artículos académicos publicados en Bibliographica. Ingrese en Iniciar sesión.