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Educación, Estado y religión en el Diario de los Niños (1839-1840)


Education, State, and Religion in Diario de los Niños (1839-1840)

Kari Soriano Salkjelsvik*

* Universitetet i Bergen, Institutt for Fremmedspråk, Bergen. Norge, kari.salkjeslvik@uib.no, https://orcid.org/0000-0002-4327-4277



Resumen

Este trabajo se centra en el Diario de los Niños (1839-1840), primera publicación periódica infantil moderna de México. Aunque estudios anteriores lo han situado en el contexto de la formación de México como nación emergente, destacándolo como manifestación de los pensamientos liberales imperantes sobre la ciencia y educación de la época, este artículo propone una interpretación más matizada. Se argumentará que las tendencias liberales católicas evidentes en esta publicación, particularmente aquellas que abogan y promueven los roles sociales de la fe cristiana, son esenciales para entender la formación del niño como sujeto social y la importancia otorgada a la religión en la sociedad durante las convulsas décadas de 1830 y 1840. Se prestará especial atención a los textos que fomentan visiones religiosas y morales comunitarias.



Abstract

This article focuses on the Diario de los Niños (1839-1840), Mexico’s first modern children’s periodical. While previous studies have placed this publication in the context of Mexico’s formation as an emerging nation and emphasized it as an expression of the prevailing liberal thoughts on science and education of the time, this paper proposes a more nuanced interpretation. The argument presented here is that the clear Catholic liberal tendencies of the journal, particularly those advocating and promoting the social roles of the Christian faith, are essential for understanding the education of children as social subjects and the importance attached to religion in society during the convulsive decades of the 1830s and 1840s. Special attention is given to the magazine texts that promote communal religious and moral visions.

Recepción: 29.04.24 / Aceptación: 27.05.24

biblio07.Sep.24; 7(2)

Palabras clave: Prensa infantil, conservadurismo, religión, educación infantil, Diario de los Niños.
Keywords: Children’s press, conservatism, religion, children’s education, Diario de los Niños.

Introducción

Las revistas infantiles del siglo XIX constituyen una valiosa fuente para explorar la interacción de los medios impresos, en auge con el creciente interés público y académico por la infancia durante ese periodo. Estas publicaciones periódicas a menudo tenían un objetivo pedagógico autoimpuesto y buscaban no sólo difundir conocimientos académicos y culturales, sino también socializar a los niños, impartir principios morales y cultivar nociones de buen gusto. Parte de su singularidad, en el contexto de las publicaciones de esa centuria, es que crearon una intrigante tensión al reunir aspectos propios de las instituciones educativas, que buscaban instruir a los ciudadanos, con elementos de la prensa, que formaba consumidores de bienes.

En sus páginas, las revistas infantiles presentaban cuentos morales, artículos científicos, biografías ejemplares, descripciones geográficas, textos literarios y de cultura general, entre otros. En conjunto, estos contenidos muestran cómo se percibían la educación y el aprendizaje, al igual que su importancia para la sociedad del momento. En sus presentaciones, las revistas culturales y de divulgación científica prometían un futuro mejor a través de la instrucción y enfatizaban su valor social en términos liberales, abogando, al menos retóricamente, por la escolarización de todos los niños, incluyendo a aquellos de las “clases populares”.1 Sin embargo, como ya he argumentado en otro lugar, la selección de contenidos en este tipo de publicaciones educativas oscilaba entre enfoques liberales y conservadores.2 Por tanto, también son una buena herramienta para estudiar cómo las sensibilidades conservadoras y católicas, entrelazadas con iniciativas ostensiblemente liberales, dejaron su huella en el panorama cultural, editorial y literario del México decimonónico.

El presente estudio se enfoca en Diario de los Niños (1839-1840), la primera revista infantil moderna publicada en México. La crítica ha examinado esta publicación en el contexto de la consolidación de la joven nación mexicana y la ha destacado como manifestación material de las ideas liberales de la época sobre la ciencia y la educación, las cuales fueron consideradas instrumentos esenciales para el progreso del país.3 Sin embargo, me gustaría complejizar estas interpretaciones y mostrar que las sensibilidades liberales católicas presentes en la revista, especialmente las vinculadas a la defensa y divulgación de las funciones sociales de la religión cristiana, cumplen un papel crucial para entender cómo se construyó la idea del niño como sujeto social y el importante valor que se le atribuyó a la educación religiosa en la sociedad de las tumultuosas décadas de 1830 y 1840. Prestaré especial atención a los textos que promueven imaginarios comunitarios religiosos y morales.

En cuanto a la metodología, abordo el análisis del Diario de los Niños desde una perspectiva cultural y narrativa, incluyendo una breve contextualización histórica que proporciona al estudio un enfoque de la revista a la luz del pensamiento que guió las reformas educativas propuestas en México durante la primera mitad del siglo XIX. Específicamente, me interesa situar esta publicación en diálogo con los valores, problemas y soluciones de las prácticas educativas de la época. Sólo de esta manera se podrá identificar de qué tradiciones se nutre su misión pedagógica -más allá de que muchos de los artículos que publica sean traducciones del francés o del inglés- y cuáles son sus aportaciones originales. Además, para el análisis considero los contenidos de los tres volúmenes del Diario de los Niños en su totalidad y profundizo en los artículos que plantean cuestiones relacionadas específicamente con el papel de la religión en la sociedad. El enfoque disciplinario principal de este estudio proviene de las investigaciones de la narrativa desde un punto de vista cultural y literario, lo cual me brinda pautas para analizar los entramados escritos que se forman entre los diferentes textos e identificar la sintaxis de la revista.4

De adultos en miniatura a angelitos

Aunque Diario de los Niños fue una publicación periódica efímera que estuvo en el mercado menos de dos años, su importancia radica en que, además de ser pionera del género en México, evidencia los inicios de una nueva concepción occidental de la infancia y del papel de los niños en la sociedad mexicana.5 Desde finales del siglo XVIII, y muy influenciada por Émile, ou de l'éducation (1762), de Jean-Jacques Rousseau, había ido surgiendo en México una nueva noción de niñez.6 Para Rousseau, según las ideas de John Locke, el niño era una tabula rasa cuyo carácter moral y conocimientos se formaban a través de la experiencia y la educación. De ahí que la infancia fuera considerada un periodo de la vida naturalmente inocente, libre de las influencias corruptoras de la sociedad. Como resultado de estas nuevas ideas, los niños comenzaron a ser percibidos no como criaturas manchadas por el pecado original, sino como seres angelicales especialmente cercanos a Dios. La visión de Rousseau también resaltó la importancia de educar y cuidar a los niños, ya que representaban no sólo el futuro de las familias individuales, sino también el de la nación. Sin embargo, en el México independiente este cambio tuvo un proceso lento. Aunque la concepción de la infancia se fue transformando de percibir a los niños como “pequeños pecadores adultos” a ser vistos como “individuos inocentes” susceptibles al moldeamiento para convertirse en valiosos ciudadanos futuros, la visión generalizada seguía siendo, para muchos -como recuerda Beatriz Alcubierre Moya-, la de seres intelectualmente limitados con una propensión a enfermar y morir; es decir, un grupo socioeconómico poco productivo.7

A pesar de ello, quizá lo más relevante en este contexto es recordar que la infancia empezó a ser vista entonces como una categoría sociopolítica y los niños comenzaron a ser reconocidos como actores sociales independientes. Es más, esta nueva comprensión de la infancia se fue institucionalizando, convirtiéndose en parte de un aparato moderno de reproducción del conocimiento que legitimó la visión de los niños como seres inocentes y maleables. El cambio estaba conectado también a los avances de la ciencia -que concibió al niño como objeto de estudio- y a la creación de instituciones especializadas en el cuidado de los menores, como hospitales y escuelas.8

Estas nuevas ideas ilustradas sobre la infancia no trataban tanto sobre los niños en sí, sino más bien acerca de las actitudes que los adultos tenían hacia ellos. Los letrados decimonónicos sintieron el imperativo afán de participar en un proceso de modernización del sistema educativo, especialmente inspirado en Europa y Estados Unidos. Su aspiración, al menos a nivel retórico, era establecer una educación separada de la Iglesia católica que formara futuros ciudadanos disciplinados, laboriosos y moralmente íntegros, contribuyendo de esta manera a la conformación de la anhelada comunidad cívica a la que se suscribían los programas políticos ilustrados. Este objetivo originó un discurso político ampliamente difundido acerca de la importancia de la educación, que tendría un fuerte impacto en la promulgación de leyes educativas, en reformas políticas y en campañas de alfabetización.

Ahora bien, los años en torno a la publicación del Diario de los Niños constituyen un periodo de profunda incertidumbre política en el que los sistemas de educación, tanto públicos como privados, a duras penas lograban mantener una oferta estable.9 A pesar de los intentos gubernamentales para desarrollar un plan íntegro de educación, los conflictos políticos y bélicos que definieron las décadas de 1830 y 1840, junto con la escasez de fondos públicos, dificultaron el establecimiento de un plan de educación homogéneo en el país. En 1833, durante el mandato de Antonio López de Santa Anna, se había producido un cambio significativo en la instrucción pública con la introducción de la reforma liberal. Valentín Gómez Farías, vicepresidente en aquel momento, convocó a figuras liberales clave para delinear los principios fundamentales de la educación en México. Entre otras cosas, esta reforma significó el inicio del control estatal sobre la educación, restándole poder al clero; asimismo, estableció un principio de gratuidad de la enseñanza y se inició la creación de escuelas normales para la capacitación profesional de los maestros. A pesar de su impacto transformador a largo plazo, la reforma sufrió una revocación casi inmediata tras el Plan de Cuernavaca en 1834.10

Estos desajustes políticos causaban periodos de falta de oferta educativa generalizada, intensificada por la insuficiencia de maestros, la gran extensión del país y la limitada demanda social de escuelas.11 En este contexto, las publicaciones de divulgación cultural y científicas adquirieron un papel importante en el paisaje educativo del México decimonónico, pues cuando la oferta escolar era inestable, revistas como el Diario de los Niños proveían -al precio relativamente caro de 2 reales por cuaderno- acceso a contenidos académicos que de otro modo eran casi inaccesibles.12 Así, se puede entender que, en el entorno de las clases medias y altas, este tipo de revistas funcionaban como herramientas para la educación informal, entendida como aquella que tiene lugar en contextos sociales de la vida cotidiana, por ejemplo la familia o el trabajo, es decir, desvinculada de centros docentes institucionalizados.13

Con esta nueva perspectiva sobre la niñez se generó además un mercado de materiales especialmente producidos para niños: juguetes, ropa, libros de texto y otros tipos de publicaciones. Estos objetos no eran nada inocentes porque, como argumentaba Walter Benjamin, la nueva cultura material infantil atribuía características específicas a los menores y los involucraba en dinámicas sociales concretas.14 Los juguetes, por ejemplo, reforzaban la concepción de la infancia como una etapa de felicidad y entretenimiento, mientras que los libros de texto y las revistas de divulgación fortalecían la relevancia de la formación infantil. Teniendo esto en cuenta, surge la cuestión de qué tipo de educación cívica se proponía a través del Diario de los Niños. Es más, al recordar el carácter moralizante de la revista, cabe preguntarse si tenía contenidos que específicamente trataran sobre la relación entre la religión/Iglesia y el Estado. Lo que encontramos es que esta publicación periódica participa en un debate particularmente urgente sobre el papel social y la autoridad de la Iglesia, y su relación con la comunidad política.

Diario de los Niños, una nueva revista para una joven patria

Como sostiene Beatriz Sarlo, el momento fundacional de cualquier revista siempre se ve impulsado por el deseo de satisfacer una percibida necesidad específica y abordar un vacío cultural y social, con la intención de dar forma a la política cultural en el presente. Esta perspectiva se revela en lo que Sarlo ha llamado la “sintaxis de la revista”,15 que abarca no sólo el contenido textual que en ella se presenta, sino también la selección específica de textos, la paginación, la compaginación, el diseño, los tipos de letra utilizados y las ilustraciones, entre otros elementos, es decir, su materialidad. El análisis de esta sintaxis permite discernir los valores culturales fundamentales que representa la publicación. En el caso del Diario de los Niños, el eje sintáctico, como se ha señalado, gira en torno a la declarada necesidad de educación infantil para la joven nación, lo cual a su vez establece un diálogo con los debates políticos, culturales y de ideología pedagógica del momento.

Al hablar de una “política cultural en el presente” es importante recordar que durante las décadas de 1830 y 1840, las políticas culturales estatales formaban parte de la política educativa, si bien no existía una estrategia unificada para difundir y salvaguardar el patrimonio cultural del país. Es relevante destacar que ya desde la promulgación de la Constitución de 1824 se impulsaba la ilustración de los mexicanos a través de la educación (Artículo 50) y que en 1825, durante el mandato de Guadalupe Victoria, se creó el Museo Nacional Mexicano. Es más, en 1833 fue fundada la Biblioteca Nacional Pública, dos años más tarde se estableció la Academia Mexicana de la Lengua y, en 1836, la Academia Nacional de la Historia.16

En este contexto, cabe argüir que la política educativa estatal no sólo se limitaba a la alfabetización, sino que también incorporaba elementos culturales que contribuían a la cohesión nacional, como la historia, la lengua y la geografía, y, por ende, a la construcción y consolidación de una identidad cultural. Ahora bien, comprender las políticas culturales en un sentido amplio implica considerar las acciones llevadas a cabo por el Estado, al igual que las prácticas realizadas por diferentes sectores y sus actores. Desde este punto de vista, la cultura se convierte en un espacio de creación, negociación y disputa entre grupos que buscan legitimar sus propias prácticas culturales. Las revistas culturales, como la que nos ocupa, desempeñaron un papel crucial como actores culturales e instrumentos de educación informal, al introducir en México nuevas ideas pedagógicas que darían paulatinamente forma a una política estatal de cultura nacional.

En lo que se refiere al formato de la revista, aunque el Diario de los Niños comparte muchas características con las publicaciones estudiadas por Sarlo, desde un punto de vista genérico todavía no puede clasificarse estrictamente como tal. A pesar de su título, Diario de los Niños se publicaba semanalmente, con una media de 24 páginas, algunas ilustradas con litografías o grabados, y con foliación progresiva.17 Wenceslao Sánchez de la Barquera ha sido frecuentemente considerado el editor de los tres volúmenes compilatorios, los dos primeros publicados en la imprenta de Miguel González y el último en la de Vicente García Torres.18 No obstante, la participación de este último en la edición de los tres volúmenes de la revista ha sido demostrada por Othon Nava Martínez, y Alcubierre Moya apoya tal argumento.19

Es de subrayar que el proyecto editorial de la revista era claramente ecléctico, sobre todo cuando se considera la variedad de sus contenidos. El tercer tomo no llegó a completarse como había previsto el editor, al parecer por falta de litografías y los altos costos de la publicación.20 Las páginas de los textos, presentadas a dos columnas, se veían desprovistas de elementos decorativos, si bien los títulos a menudo cambian de dimensión y utilizan una tipografía ornamentada. Esto seguía los modelos editoriales del momento para este tipo de revistas y las asemeja más a un libro que a lo que en la actualidad concebimos como una revista. Y, efectivamente, la intención editorial desde un principio era encuadernar los números en volúmenes y darles forma de libro. Dicho planteamiento reduce el elemento de urgencia efímera en el presente que Sarlo asocia con las revistas,21 pues en este caso, el propio formato del Diario de los Niños muestra una intención de conservación y permanencia; es decir, su sintaxis revela que se considera una publicación valiosa y digna de preservación para una futura lectura o consulta. La inclusión de bellas imágenes litográficas, además de ser una innovación en este tipo de publicaciones para niños,22 reforzaba su valía.

Desde una perspectiva contemporánea, quizá pueda parecer que, en general, el editor prestó poca atención a la idea de hacer atractivo para los más jóvenes el formato del Diario de los Niños. En sus páginas escasean los elementos festivos que normalmente se asocian hoy en día con este tipo de publicaciones, aunque sí contiene numerosas historias protagonizadas por personajes infantiles. El enfoque recae así en el valor de la publicación como educadora informal, no como mera fuente de entretenimiento. Esto no sorprende, ya que eran los adultos quienes decidían comprar o no la publicación para uso educativo en el entorno familiar. En los hogares de las clases media y acomodada a los que iba dirigida la revista, los adultos comisariaban y leían textos a sus pequeños, fomentando así lo que César Coll ha denominado una “comunidad de aprendizaje” con responsabilidades compartidas.23 En este espacio no sólo se difundían conocimientos, también se intercambiaban emociones y respuestas sociales a los materiales leídos. Un ambiente cotidiano de lectura en voz alta tenía lugar después de la cena en torno a la mesa del comedor, donde se reunían los niños con otros miembros adultos de la familia y amigos.24 La familia servía, además, como entorno para la socialización de los niños y el cultivo de principios morales considerados esenciales para sus futuros roles dentro de la unidad familiar y en la sociedad en general.

Esta práctica fue evidente para los editores del Diario de los Niños, de ello tenemos como muestra el prólogo al primer volumen, donde se apunta que “trabajar en la instrucción de [la nueva generación mexicana], hacerle familiar el estudio de las obras europeas, formar sus costumbres, fijar sus principios religiosos y políticos, es hacer un riquísimo presente á la patria, es procurar su bien y su gloria”.25 En pasajes como éste, la relación entre niñez, educación, patriotismo y religión tiene marcada interdependencia, ya que se arguye que el desarrollo de una de las partes contribuye al engrandecimiento de las otras. Es más, aquí la conexión entre religión y política se resiste a separarse, más cuando el futuro de la patria se visualiza no sólo en términos de bienestar, sino también de gloria, vocablo cuya acepción religiosa no pasa desapercibida.

La función de la religión en el Diario de los Niños

La historiografía tradicional ha insistido en que, tras la Independencia, la Iglesia católica, junto con el Ejército, constituyó una de las herencias de España que frenaron el desarrollo y modernización de la joven nación mexicana, lo cual ocasionó grandes tensiones entre las cúpulas dirigentes del clero y la oligarquía en el poder. Desde dicho punto de vista, a partir de las luchas independentistas, la joven nación mexicana se fundamentaría ideológicamente ya no en la teología política católica que había regido durante el periodo virreinal, sino sobre un principio legal de soberanía popular en el que se proponía una separación entre las funciones del Estado y de la Iglesia. El primero reclamaba la supremacía del poder y las leyes civiles sobre las de la Iglesia, intentando limitar su dominio e influencia en asuntos políticos y sociales. No obstante, como señala Fernando Escalante, este tipo de narrativa simplifica la complicada relación que el Estado tuvo con la Iglesia católica, pues ésta:

tenía, y era evidente, una enorme influencia social, pero a la vez, una muy escasa eficacia política. Para decirlo de algún modo, podía crear problemas, pero rara vez tuvo soluciones. El catolicismo tenía un dominio sólido en el país, y ni siquiera entre los más anticlericales del grupo liberal hubo una genuina disidencia religiosa […] la unidad religiosa se mezclaba, en la conciencia de los letrados, y de los liberales en particular, con muchas otras cosas. Sobre todo con una profunda incomprensión de la religiosidad popular, y un temor parejo hacia sus posibles reacciones.26

Recordemos que la Constitución establecía el catolicismo como religión oficial en la nación mexicana.27 Incluso, para muchos liberales, la religión representaba un tema de importancia que transcendía las implicaciones políticas y económicas.

Dentro de este marco, el Diario de los Niños contribuía a pensar en la niñez como el contenedor de un próximo ciudadano imaginario cuyo futuro no se atisbaba exclusivamente en términos cívicos, sino también morales y religiosos. Las enseñanzas de la Iglesia se entrelazaban en los contenidos de la publicación, creando un aparato disciplinario y de modelación del conocimiento. Desde la primera página del primer volumen, el editor advierte que la revista contendrá lecciones de moral y pasajes instructivos sobre religión.28 Y, efectivamente, abundan los textos que abogan por valores cristianos como el respeto a los padres, la laboriosidad y la humildad, entre otros. Además, se promueve la preservación de instituciones tradicionales como la familia.

Es necesario subrayar que los valores morales y cristianos no son los únicos presentes en el Diario, pues pueden encontrarse algunos artículos de educación cívica con marcado corte liberal, como el titulado “Costumbres públicas”, lo que refuerza, de nuevo, la naturaleza ecléctica del proyecto editorial de la revista. En este texto anónimo, cuyo modelo de civilización es Europa, se arguye que la responsabilidad de moldear la sociedad recae en el Gobierno, pues es “únicamente á los gobiernos á quienes en el orden natural de las cosas está reservado formar las costumbres y darles toda la perfección de que son susceptibles las sociedades humanas”.29

La idea del Estado como moldeador de costumbres se opone específicamente a la manera en que el pensamiento conservador definía el origen de éstas y su función. El conservadurismo tradicional argüía que las costumbres arraigaban en la experiencia histórica de la comunidad, no en un proyecto estatal; es más, eran las que proporcionaban una base estable a la sociedad y sostenían instituciones construidas sobre la práctica histórica. Es decir, el artículo defiende el papel activo y deliberado que ha de tener el Gobierno en la configuración de las costumbres y la sociedad, en lugar de argumentar que las costumbres y las tradiciones siempre se han desarrollado y desarrollarán de forma natural e histórica, como sugerirían pensadores conservadores, por ejemplo Edmund Burke.30 Textos como el citado se aúnan específicamente al discurso liberal sobre la educación que el editor defendía en el prólogo a la revista.

No obstante, en la publicación que nos ocupa predominan artículos que defienden la religión, el conocimiento científico y el análisis racional en interdependencia, inscribiéndose así en el discurso de lo que Íñigo Fernández Fernández ha llamado el “liberalismo manifiestamente católico”31 que dominó entre 1833 y 1857, y que aspiraba a reconciliar las tradiciones religiosas católicas con el nuevo orden político en México.32 En el Diario de los Niños esta forma de liberalismo encontró un espacio propicio para articularse, utilizando el lenguaje del catolicismo para promover relaciones armoniosas entre la Iglesia y el Estado, siempre que no fuera en detrimento de la fe.

Hay que recordar que desde una perspectiva teológica, se postula que el “catolicismo liberal” surgió como resultado de “una interpretación moderada de la Revolución [francesa], que distingue la Constituyente y su obra (1879) de la Convención y el Terror (1793)”.33 Roberto di Stefano, por su parte, ha descrito el catolicismo liberal en Latinoamérica como “ese catolicismo profesado por fuera de las estructuras de la Iglesia e incluso en contraposición a ella”, postura que, para este investigador, fue más común que lo que los historiadores han sostenido hasta el momento y por eso debiera ser más estudiada.34 A pesar de que se trata de un término acuñado en Europa, en este trabajo se entiende por “catolicismo liberal” una corriente que buscaba conciliar la fe con las ideas liberales de la época, tales como la confianza ciega en los procesos científicos y la secularización de las instituciones sociales y políticas. Este término pretende aquí abarcar una pluralidad de posturas ideológicas que intentaron armonizar los preceptos cristianos con las ideas y prácticas surgidas de la Ilustración y las doctrinas liberales.

Tal equilibrio se logró en el Diario de los Niños, principalmente con la publicación de trabajos que establecían una clara conexión entre el raciocinio científico y la fe. Por ejemplo, un artículo anónimo titulado “Religión y filosofía” se inicia argumentando que la filosofía es un producto exclusivo de la civilización, y que toda civilización posee un sistema de creencias. A continuación, elogia el catecismo como contenedor ideal del conocimiento filosófico, religioso y científico; es más, el catecismo se presenta como un “librito” para niños que responde a todas las preguntas planteadas por el filósofo sobre el “[o]rígen del mundo, orígen de la especie humana y sus variedades, destino del hombre en esta vida y en la otra, relaciones del hombre para con Dios, deberes del hombre para con sus semejantes, derechos del hombre á la creación” y más.35 Enumeraciones como ésta conceden al texto cierto tono científico que, junto a la construcción ordenada de su argumento, refuerza la relación del catecismo con el pensamiento científico y razonado. De tal modo, se promueve esta obra de adoctrinamiento católico como herramienta clave para la educación infantil y, a su vez, como formadora de ciudadanos ilustrados.

Otro libro defendido fervientemente en el Diario de los Niños es la Biblia, pues “en ella está el rico é inagotable manantial de la sabiduría”.36 Para el autor del artículo “La Biblia”, quien firma como J. J. Ruz, esta sabiduría no es exclusivamente religiosa pues, al igual que en el catecismo, nace de la coalición entre lo “grandioso y sublime en el orbe físico y en el mundo moral”; o sea, entre el conocimiento objetivo y la fe. Y continúa: “La religión cristiana lejos de encadenar el entendimiento proclamó el desarrollo de la razón: su objeto es hacer feliz al hombre, y como no hay verdadera fe en la ignorancia, quiso fundar aquella en el indestructible cimiento de la ilustración”.37 Es importante recordar que tanto para los liberales como para los conservadores de la época la educación era una herramienta crucial para alcanzar el progreso y la felicidad de la sociedad, ya que se entendía que sólo a través de ella los individuos podrían ejercer sus libertades de manera informada y reflexiva. Lo que quiero destacar aquí es la manera en que con este tipo de artículos Diario de los Niños promueve la Biblia -compuesta de textos considerados guías espirituales y morales dictadas por Dios a la humanidad- no únicamente como texto sagrado, sino también como fuente de conocimiento razonado. Por otro lado, en el artículo mencionado se incita a las madres -calificadas de cariñosas, virtuosas y constantes-38 a que lean la Biblia, pues así podrán transmitir a sus hijos las enseñanzas que contiene, lo cual a su vez “produciria una verdadera reforma en las costubres [sic] sociales: los hábitos de comedimento, de templanza y de dulzura influirian poderosamente en la moralidad de los individuos; el deseo de ilustrarse seria mas intenso, y la honradez del título glorioso y la cifra del mejor linaje [sic]”.39

El papel de la madre en la educación de los niños en la clase alta del México decimonónico era decisivo. Por un lado, era a menudo idealizada como el ángel del hogar: una figura virtuosa que desempeñaba un papel central en la familia, que brindaba apoyo a su esposo y administraba la casa. Por otro, el ideal presentaba a una mujer íntegra, dedicada y portadora de un amor incondicional hacia sus hijos y esposo. La litografía que acompaña el artículo titulado “El amor maternal”40 sintetiza bien esa idea (Figura 1).41 El personaje central es una mujer vestida lujosamente al estilo occidental con encajes y mangas abullonadas, todo indicativo de solvencia económica. En sus brazos sostiene afectuosamente a un niño y una niña, una descansa la cabeza sobre los hombros de la madre y el otro aparece dormido en su regazo, lo cual enfatiza aún más el tema del amor y el cuidado maternal. La mirada de la mujer está dirigida hacia quien suponemos un espectador, y su expresión es suave y serena, transmitiendo una sensación de cuidado y protección. La imagen está enmarcada en una habitación oscurecida con una cortina parcialmente corrida en el fondo, lo que le proporciona una atmósfera íntima y doméstica, y así evoca respuestas emocionales relacionadas con la familia y los aspectos nutritivos del amor maternal.


Figura 1. “El amor maternal”, Diario de los Niños, t. 3 (1840).42

Ahora bien, en dicho texto no pasa desapercibido el concepto de linaje relacionado con la Biblia, la educación, los hábitos y la moralidad, valores altamente estimados para ese futuro “hombre de bien” que la mujer debía educar. El concepto del hombre de bien encapsulaba una serie de valores y comportamientos considerados esenciales para la élite social y política del momento, como su solvencia económica, su afiliación a la Iglesia católica, su honor y su fuerte sentido moral.43 Los hombres de bien eran considerados pilares de una sociedad moderna y moralmente sólida, por lo que la educación de los niños debía apuntar hacia esos valores. De este modo, se transcendía la esfera moral individual para abarcar su participación en la vida pública y su contribución al bienestar colectivo. La lectura de la Biblia, por tanto, se revela ligada a una espiritualidad interior y a una actitud social en concordancia con las tendencias del catolicismo liberal. Por otra parte, el catecismo y la Biblia, al igual que la revista, son tratados en estos artículos como espacios privilegiados para enlazar el conocimiento del mundo material, el uso de la razón y la fe.

Si consideramos que la educación tenía como objetivo el perfeccionamiento del ser humano, el artículo “La religión” postula que dicho propósito sólo puede alcanzarse a través de la práctica religiosa. En este sentido, se busca demostrar que la ciencia y la religión no son necesariamente incompatibles. El cristianismo es presentado como la religión preeminente sobre las demás, ya que, según el texto, “[n]inguna otra hay que haya contribuido á mejorar y extender la civilizacion, á destruir ó suavizar la esclavitud, á hacer comprender á todos los mortales su fraternidad ante Dios”.44 Una vez más, el Diario de los Niños dirige su foco a la relación entre el progreso de la civilización y la religión, en este caso vinculándolo con uno de los estandartes ideológicos del liberalismo: la oposición a la esclavitud, aunque con ciertas reservas.

A continuación, tras advertir a los jóvenes lectores que no deben desalentarse ante “una multitud de entendimientos vulgares, poco capaces de comprender toda la sublimidad de la religión”,45 el articulista anónimo procede a enlistar una serie de filósofos y científicos que profesaban el cristianismo. La presencia de algunos como santo Tomás o san Agustín no resulta sorprendente, pero la inclusión de otros podría generar asombro. Francis Bacon, destacado contribuyente al desarrollo del método científico y que según admite el texto estaba “ensalzado en la escuela empírica”,46 es presentado como ejemplo de un ferviente seguidor del cristianismo. Junto a él figuran Hugo Grocio, Gottfried Leibniz, Isaac Newton, Jean-Jacques Rousseau y otros notables, conformando un panteón que muestra que la ciencia y la filosofía no están reñidas con la práctica religiosa. Quizá asombre la inclusión de Lord Byron en este grupo, debido a su vida excéntrica y a menudo escandalosa. Más aún, es conocido que a lo largo de los años Byron experimentó cambios notables en sus preferencias religiosas, que fueron desde el calvinismo hasta el islamismo, pasando por el catolicismo, el escepticismo y el agnosticismo.47 No obstante, a pesar de esta vacilación, el texto hace hincapié en el hecho de que el poeta inglés optó por una educación católica para su hija y, “á pesar suyo”, llegó a venerar esta doctrina.48 Este aspecto aporta una perspectiva intrigante a su inclusión en el grupo de científicos católicos modelo.

Ese artículo menciona a otro miembro inesperado, Tomás Moore, de quien apunta que “incierto en la religión que debia seguir, estudió profundamente el cristianismo, advirtió que no podia uno ser Cristiano y buen lógico sino con condicion de ser católico”.49 Este detalle agrega otra capa de complejidad a la discusión y ofrece un contrapunto interesante a la narrativa general sobre la relación entre la fe cristiana y el pensamiento científico. Es más, el proceder narrativo de este texto se podría describir como científico, ya que presenta pruebas de que detrás los grandes personajes de ciencia de renombre internacional se encontraba la fe cristiana. Esta perspectiva desafiaba las percepciones estrictamente liberales sobre la relación entre la ciencia y la religión, abriendo espacio para una reflexión más profunda sobre la intersección entre ambos ámbitos.

En otros textos del Diario de los Niños, la defensa de una relación equilibrada entre la Iglesia y el Estado va más allá de las meras consideraciones de razón y moral, ciencia y fe, para adoptar un enfoque más directo. En el texto titulado “Principios filosóficos del cristianismo”, también anónimo, se habla del cristianismo como la religión “más perfecta”,50 añadiendo que “es una religión eminentemente humana, eminentemente social. ¿Queréis la prueba de ello? ¿Qué ha resultado del cristianismo y de la sociedad cristiana? La libertad moderna, los gobiernos representativos”.51 Con estas preguntas y respuestas, el artículo resalta la visión de la religión como guía para la interacción humana y la convivencia social moderna.

En el Diario de los Niños por cristianismo se entendería, implícitamente, catolicismo, por ello su Iglesia es presentada como una institución social favorable para el desarrollo de los ideales de libertad y democracia. Esta postura, en apoyo a la vez de formas de gobierno liberales y de lo religioso, muestra que si bien la “comunidad imaginada”, como proponía Benedict Anderson, se construía sobre la idea de un futuro secular compartido,52 y en México esta comunidad no estaba necesariamente cerrada a un fuerte imaginario moral y católico. Inclusive, en los artículos previamente citados acerca de la Biblia y el catecismo, se promueve la formación de una comunidad de lectores dedicada no a la lectura de información comercial y política, sino a la de textos religiosos. Así, la imprenta no es meramente una herramienta secularizadora en el periodo de consolidación nacional de México, también es un instrumento para la imaginación de una comunidad católica de lectores.

Polémica entre adultos: los ángeles custodios

La crítica ha señalado la presencia de artículos en el Diario de los Niños claramente orientados hacia un público lector adulto, el cual analizaba cuidadosamente las lecciones proporcionadas por la revista.53 Un ejemplo ilustrativo de esta dinámica es el conflicto que causó un texto publicado en 1840 bajo el título de “El ángel custodio”, en donde se relata la historia de los también llamados ángeles de la guarda, la cual inicia con la premisa de que cuando Dios creó el mundo, los ángeles custodios no existían, pero tras la muerte de Abel a manos de Caín decidió crear a estos seres “para que en lo adelante cuidasen á los débiles hijos de los hombres”.54 Continúa con la historia moral de un niño, Leopoldo, tan malvado que quiere matar a una antigua criada ya anciana e indefensa, Genoveva. Sin embargo, como el texto ya había advertido que los ángeles custodios no cuidan a los “viciosos é incorregibles”,55 Leopoldo termina sufriendo un accidente y, desprovisto de la protección de su ángel, muere ahogado.

La narración, a primera vista, parece ser simplemente una advertencia para que los niños se comporten bien con los ancianos y no sean egoístas. Sin embargo, el 11 de marzo de 1840 se publicó en el periódico El Cosmopolita una crítica contundente firmada por M. I., donde expresa su pasión por la educación infantil y opina que el artículo sobre el ángel custodio “vá á perjudicar á los niños que incautamente creen cuanto leen en la letra de molde”,56 y enumera sus objeciones al mismo. En primer lugar argumenta, con base en su lectura de la Biblia, que los ángeles fueron creados al mismo tiempo que los cielos y pone en duda que Dios haya tenido que esperar a que ocurriera un asesinato para crear a los ángeles custodios, considerando absurdo que hayan sido concebidos a partir de la sangre de Abel. Ante todo, discrepa de la idea de que haya dos tipos de ángeles, los “puramente espirituales” y los “hechos de sangre de un asesinato”.57 Además, no concuerda con la idea de que los ángeles custodios abandonen a los niños por sus pecados, ya que su función es guiarlos. Finalmente, critica el cuento sobre Leopoldo, el cual considera un “acopio de ridiculeces”.58

La carta en El Cosmopolita está redactada como una respuesta teológica al artículo sobre los ángeles, aunque su tono es casi beligerante, por lo que la respuesta en el Diario de los Niños no se hizo esperar. Comienza apuntando que “El ángel custodio” es una traducción del francés de una revista con el mismo nombre, publicada en 1834 y firmada por Eleonora de Vanlabelle. A continuación, los articulistas se disculpan argumentando que su revista no es ni teológica ni catequética, que “jamás pensamos se tomasen las expresiones y las palabras de un cuento con todo el rigor teológico”.59 Al elegir la historia, simplemente habían pensado que el cuento mostraba que la función de los ángeles custodios era proteger al hombre, cargo que recibieron cuando éste empezó a existir. Que salieran de la sangre de Abel, añaden, “nos pareció una metáfora ó un rasgo poético tan perceptible que no creimos pudiese nadie entender esta expresión en su sentido material”.60 Tras la insinuación sutil de estas explicaciones sobre lo que se considera una buena o mala lectura, el artículo entra en un debate de índole académica para enfatizar que no todos los teólogos concuerdan en que los pecadores tengan también un ángel custodio, concluyendo de manera contundente: “Esta doctrina es la que se encuentra en manos de todos los fieles de Méjico, y aprobada por sus autoridades eclesiásticas, en el Año Cristiano dia 2 del mes de octubre, página 18 edición de Méjico”. Con tal réplica, los editores se dan por satisfechos en cuanto a sus “principios ortodoxos”.61

Conclusiones

Traigo a la luz esta pequeña polémica pues ilustra cómo la comunidad católica de lectores influía, y a su vez era influenciada, por estrategias retóricas, teorías sobre la lectura, formas narrativas y nociones específicas acerca de la función de la educación y la religión. Asimismo, muestra la vitalidad pública de la defensa de la doctrina católica en un país que comenzaba a construirse sobre un programa político de inspiración liberal.

El Diario de los Niños desempeñó un papel crucial en la configuración de un nuevo entorno cultural y social destinado a la niñez, donde la unión equilibrada de valores religiosos y cívicos prevalecía ante propuestas liberales como la separación entre la Iglesia y el Estado, o una visión del mundo exclusivamente racional y empírica basada en la observación de fenómenos físicos y demostrables. Esta propuesta se expresó a través de una reinterpretación de la infancia como categoría sociopolítica. A partir de finales del siglo XVIII, los niños y niñas, vistos como actores sociales y seres inocentes destinados a convertirse en futuros ciudadanos, requerían de una educación tanto moral como cívica. Con este propósito, la revista promovió imaginarios cívicos donde la religión y la moral formaban parte intrínseca del proceso formativo del futuro hombre de bien.

Como es sabido, y como se indica en su prólogo, muchos de los artículos que aparecen en el Diario de los Niños eran traducciones de revistas similares publicadas en Europa y Estados Unidos. Aunque la mayoría de esos textos no contienen los nombres de sus autores y traductores, esto no disminuye la importancia de sus contenidos. La sintaxis de la publicación revela la postura que llevó a los editores a embarcarse en un proyecto tan novedoso en México como lo fue la publicación de una revista infantil a finales de la década de 1830.

En su conjunto, la selección de artículos, las ilustraciones, el diseño y sus titulares son producto de unos juicios de valor que defienden una idea de educación en la que la religión y la formación cívica -personificadas en el ideal del hombre de bien- van mano a mano. Más aún, esta sintaxis defiende la noción de que no existe contradicción entre el pensamiento científico razonado y la fe ni entre la observación de los fenómenos físicos y los divinos, ya que estos se complementan. Así, el Diario de los Niños subraya página tras página la importancia de que los padres eduquen a niños “racionales y virtuosos”, enriquecidos por las enseñanzas de la Iglesia.62


Notas al pie
1

En el contexto de este trabajo, el término “clases populares” se refiere a un colectivo de diferentes razas, edades y géneros distinto de las élites sociales privilegiadas y de la clase media-alta.

4

Para ello consideré especialmente lo que explica Beatriz Sarlo, “Intelectuales y revistas: razones de una práctica”, Cahiers du CRICCAL, núms. 9-10 (1992): 9-16. En este trabajo he cotejado diferentes versiones digitales del Diario de los Niños, esto porque no todos los ejemplares poseen la totalidad de las ilustraciones originales. Las colecciones digitales consultadas son: HathiTrust, Hemeroteca Nacional Digital de México y The Internet Archive. Para citar utilicé la versión de HathiTrust, por facilidad de uso.

9

En la década de 1830, México enfrentó una grave crisis política y económica. El tesoro nacional estaba agotado y los frecuentes cambios de cabeza de Estado eran a menudo el resultado de luchas armadas por el poder, lo que provocaba importantes gastos administrativos y de personal militar, exacerbando la inestabilidad económica y social del país. Durante el breve periodo de dos años de vida del Diario de los Niños, México fue testigo de cuatro cambios en la presidencia: Anastasio Bustamante (19 de abril de 1837-18 de marzo de 1839), Antonio López de Santa Anna (18 de marzo de 1839-10 de julio de 1839), Nicolás Bravo (11 de julio de 1839-19 de julio de 1839) y nuevamente Anastasio Bustamante (19 de julio de 1839-22 de septiembre de 1841). El comercio internacional se había hundido, debido a las restricciones nacionales e internacionales. El negocio de la plata, otrora orgullo de la Corona española durante el periodo virreinal, había menguado en las guerras de independencia y empezaría a recuperarse hasta la década de 1840. Las élites políticas se enzarzaron en extensos debates sobre cómo reconstruir la nueva nación independiente. Este periodo también marcó el establecimiento de un fuerte sistema centralista de gobierno que concentraba el poder en la capital, disminuía la autonomía de los estados e impuso restricciones comerciales que afectaron negativamente a varias regiones, entre ellas Yucatán y Texas. En 1836 Texas, poblada predominantemente por habitantes estadounidenses, declaró su independencia de México, lo que desencadenó tensiones en la frontera tejana a lo largo del río Bravo. En última instancia, como sabemos, esto condujo a la guerra entre México y Estados Unidos (1846-1848).

13

El concepto de “educación informal” proviene de la pedagogía. Para una breve introducción actualizada de esta noción véase José Luis Rodríguez Illera, “Educación informal, vida cotidiana y aprendizaje tácito”, Teoría de la Educación. Revista Interuniversitaria, núm. 30 (2018): 259-272.

17

El primer volumen (1839) tiene 472 páginas y está compuesto de 19 números, el segundo (1840) lo conforman 20 números con un total de 478 páginas, el último volumen (1840) únicamente tiene 332, ya que sólo compila 14 números.

18

La ficha técnica de la Hemeroteca Nacional Digital de México subraya que “[s]egún las obras consultadas Wenceslao Sánchez de la Barquera fungió como director y editor responsable de la publicación”, Diario de los Niños, HNDM, ficha técnica en PDF, https://hndm.iib.unam.mx/consulta/publicacion/verDescripcionDescarga/558ff92d7d1e325230861415.pdf.

27

Desde la Constitución de Apatzingán de 1814 la religión católica apostólica y romana es declarada religión oficial del Estado. Si bien en la Constitución de 1836 el catolicismo no es nombrado específicamente, el documento se declara en “nombre de Dios Todopoderoso, trino y uno, por quien los hombres están destinados a formar sociedades”, Leyes Constitucionales de 1836 (Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2014), https://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmc6x142.

30

Burke utiliza la noción de “prejuicio” para referir opiniones preconcebidas que no se consideran necesariamente prejuicios injustos, como el cariño por el propio país y sus tradiciones. Además, contrasta el prejuicio con la “razón desnuda”, sugiriendo que el prejuicio ofrece una base más sólida para la reforma que la revolución racionalista: “Prejudice is of ready application in the emergency; it previously engages the mind in a steady course of wisdom and virtue, and does not leave the man hesitating in the moment of decision, skeptical, puzzled and unresolved. Prejudice renders a man’s virtue his habit; and not a series of unconnected acts. Through past prejudice, his duty becomes part of his nature”, Edmund Burke, Reflections on the Revolution in France, ed. de Thomas H. D. Mahoney (Nueva York: The Liberal Arts Press, 1955), 99.

32

Fernández Fernández analiza en su artículo los periódicos El Demócrata, El Monitor Republicano, El Siglo Diez y Nueve y El Zurriago, y muestra cómo proporcionaron un espacio de expresión para el catolicismo liberal, argüyendo que en México se podía ser católico en asuntos religiosos y liberal en lo político. Independientemente de las posturas moderadas o radicales de sus editores y escritores, dichos periódicos presentaban contenidos anticlericales, pero nunca antirreligiosos, demostrando la coexistencia del catolicismo y el liberalismo en el ámbito público.

41

La imagen no parece tener origen mexicano. Según Melinda Barlow, pertenece a la revista Godey’s Lady’s Book, donde apareció alrededor de 1840 con el título “The Best at Home”. Desafortunadamente, Barlow no ofrece más información sobre la imagen y a pesar de que consulté todos los números digitalizados de Lady’s Book de 1831 a 1840, cuando apareció en la revista que nos ocupa, no he podido encontrar el original. Melinda Barlow, “Who Was that Masked Woman? Rediscovering the Hidden Mother”, Flow. A Critical Forum on Media and Culture, 17 de octubre de 2011, acceso el 1o. de agosto de 2024, https://www.flowjournal.org/2011/10/masked-woman/.

42

Dominio Público, digitalizado por Google, cortesía de HathiTrust, https://babel.hathitrust.org/cgi/pt?id=hvd.hn4d45&seq=116&view=1up.

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