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Un jardín de papel: la Historia natural o Jardín americano de fray Juan Navarro


A Paper Garden: The Historia natural o Jardín americano by Friar Juan Navarro

Laurette Godinas*
Elizabeth Treviño**

* Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, Ciudad de México. México. lgodinas@unam.mx. https://orcid.org/0000-0002-4417-9837.
** Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, Ciudad de México. México. elizabeth_trevino@comunidad.unam.mx. https://orcid.org/0000-0002-2461-9460.

Bg07.Sep.23; 6(2)


Lejos de ser tajante, el paso de la transmisión manuscrita a la impresa se caracterizó por su sutileza. En los albores de la época moderna, las prensas fueron el vehículo de una parte importante de la cultura escrita, desde los rentables efimera hasta las apuestas librescas más arriesgadas, pero la cultura ad vivum siguió imperando en tradiciones textuales cuya unicidad excluía el uso artificialiter scribendi como el ámbito de producción documental, la escritura epistolar, la circulación de géneros con cierto grado de clandestinidad como la poesía y, por supuesto, la redacción de apuntes y borradores, sea con fines de estudio o docencia, sea en una etapa pretextual.1 Así, hoy, con relativa distancia temporal, podemos remembrar prácticas textuales que evidencian la coexistencia del manuscrito y del impreso sin ser excluyentes, fenómeno que ha sido debidamente apuntado por Roger Chartier.2 Dentro de la tradición hispana, es posible pensar en casos emblemáticos, por ejemplo los Sueños de Francisco de Quevedo, un avatar filológico y bibliográfico exquisitamente estudiado por James Crosby, sólo por citar uno.3

Si la tradición novohispana rara vez nos legó estados complementarios de una misma obra (tal vez una excepción de gran valía son los manuscritos 44 y 45 de la Bibliotheca mexicana de Juan José de Eguiara y Eguren),4 en la colección de manuscritos de la Biblioteca Nacional de México (BNM) abundan los textos que se acercaron a un tris de las prensas para las cuales fueron preparados, aunque -como bien lo documenta Eguiara a lo largo de su summa de la bibliografía mexicana- a menudo la ausencia de una fuente de financiamiento implicó la permanencia en el estado pretextual (bastará con mencionar los manuscritos filosóficos y poéticos de Juan Antonio de Segura y Troncoso o la triste historia de la profusa obra del oratoriano Antonio Guillén de Castro).5 Sin embargo, entre nuestros tesoros manuscritos también hay obras que, es lícito pensar, no fueron hechas para imprimirse, sino que surgieron de la relación intrínseca entre la imagen y el texto con el propósito de compartir saberes específicos, por ejemplo históricos, como el Teatro de la Nueva España de García Panes o, como nos interesa más particularmente aquí, la Historia natural, subtitulada Jardín americano y elaborada por fray Juan Navarro, el bello manuscrito 1515 custodiado por la BNM, el cual homenajeamos en la portada de este número de Bibliographica.

La colección de Archivos y Manuscritos de la BNM abarca desde el siglo XV hasta el XX y alberga fuentes documentales de muy diversa índole y variedad lingüística: encontramos obras de tipo administrativo y legal concernientes al virreinato de Nueva España (cédulas, leyes, nombramientos, instrucciones, libros de cuentas), registros de la cotidianidad (diarios, memorias, crónicas, cartas) y testimonios de la penetración eclesiástica en las distintas esferas de la sociedad colonial (autos de fe, sermones), entre otras, que conforman un dilatado muestrario caligráfico de cursivas góticas y humanísticas. Y si en esta rica colección, a la vuelta de un folio, el lector curioso a menudo encuentra por casualidad probationes pennae con motivos animales o florales, también ocupan un lugar especial de entre los manuscritos custodiados por nuestra biblioteca los iluminados ex profeso, como Cantares mexicanos, el Teatro de la Nueva España y el manuscrito 1515: el Jardín americano, al que dedicamos estas líneas.

Puede apreciarse a simple vista en las imágenes elegidas para distinguir la portada de este número, que este manuscrito iluminado, producido en los albores del siglo XIX, concentra una exposición de la flora novohispana y hace hincapié en los atributos medicinales de las especies vegetales americanas. Curiosamente, la portada del documento presenta indicios de que se trata de un original de imprenta,6 por lo que nos parece el pretexto idóneo para reflexionar sobre la convivencia, a lo largo del tiempo, de diversas formas de transmisión escrita, además de que destaca por el deleite que ofrecen tan minuciosas ilustraciones al lector y espectador. Sin duda, de la pluma y creatividad del insigne franciscano sobresale una atención escrupulosa a los detalles de las plantas oriundas de las Indias Occidentales y la sesentena de láminas que nos legó dan cabida a casi 500 especies. Interesa tal vez más aún el hecho de que la labor de Navarro es, a su vez, una suerte de homenaje en sí misma a las proezas del doctor Francisco Hernández, referido desde la portada y en el prólogo que dedica “Al lector”, explicitando que es su guía quien fuera “protomédico general de todas las Indias, islas y tierra firme del Mar Océano”.7

El itinerario de Hernández, de 1571 a 1576 y por designio de Felipe II, en las tierras americanas recién conquistadas lo llevó a un legendario recorrido por el virreinato novohispano, documentando las especies vegetales y animales encontradas a su paso, a la vez que realizó un registro minucioso de saberes y costumbres indígenas relacionadas con la medicina y la herbolaria. Así vio la luz la Historia natural de la Nueva España, una obra que trascendería siglos, océanos y fronteras. Y los vestigios de puño y letra del protomédico alimentaron a científicos venideros,8 en ocasiones de forma indirecta, como sucedió con el autor de nuestro manuscrito. Y si bien hoy tenemos conocimiento de que el Jardín americano, compuesto en 1801, sigue a Hernández a través de la traducción del dominico Francisco Ximénez, dada a la estampa en la capital novohispana por la viuda de Diego de López Dávalos en 1615, bajo el título Quatro libros de la naturaleza y virtudes de las plantas y animales que están recibidos en el uso medicinal en la Nueva España, y la método y corrección y preparación que para administrallas se requiere con lo que el doctor Francisco Hernández escribió en lengua latina,9 no deja de asombrarnos el esfuerzo de Navarro por ilustrar con sumo detalle las plantas que no habían encontrado cabida en la edición de su fuente directa;10 un trabajo intelectual que corre además en paralelo con las nuevas expediciones botánicas encargardas por Carlos III a Martín de Sessé y su equipo de botanistas americanos, a quienes nuestro autor menciona en el Jardín americano.11

El misterioso apelativo de “quinto tomo” a nuestro manuscrito parece sugerir la existencia de cuatro volúmenes de los que no tenemos mayores noticias, acaso abonando a la encrucijada ecdótica y bibliológica de esta obra peculiar como pocas, lo cual no impide la correcta interpretación aislada del volumen, cuyo principio organizativo el autor explicita al inicio: “Pónense las plantas con sus nombres propios en la lengua mexicana y algunos tarascos por ser conocidas así de los indios y no variar el debido método. Los nombres que no van declarados en castellano es por carecer de su legítima interpretación”.12

La aportación de este científico difiere de la de sus antecesores, cuya influencia queda evidenciada en las páginas que componen el manuscrito, por el obraje de las ilustraciones y la inclusión de un índice que permite “ver que para tal mal es útil tal yerba, pues búsquese esa yerba en su índice, recúrrase a la página que cita, y léase su explicación”. Este indicador fue concebido partiendo de la consideración de que, según continúa Navarro, “una yerba sirve para tres o más enfermedades, con esta diferencia, que para un mal sirven las hojas, para otro el zumo, para otro su cocimiento, para otra su infusión, y estas circunstancias no pueden saberse sin leer, como digo, la explicación de la planta que necesita”.13 De este modo, en el Jardín se conjugan con soltura la intención botánica y la medicinal.

Por tratarse de una planta tan emblemática para la cultura mexicana y que se cosecha por las mismas fechas en las que sale a la luz el segundo número anual de Bibliographica, no podíamos dejar de rendir homenaje con nuestra portada y banner a la entrada correspondiente al maíz o tlaolli, una de las más extensas dentro del compendio:

maíz o trigo de las Indias, cuyos granos están prendidos a un estilo puntero y los hay muy diversos; vi un maíz en la hacienda de San Diego Notario (que está al pie de la sierra de Tlaxcala) [con granos] blancos y cristalinos o transparentes; hay granos muy blancos, otros rubios, otros rojos, negros, purpúreos, azules y mazorca hay que tiene granos de todos colores [...]. Debe preferirse el maíz como el mejor alimento en las enfermedades agudas, pues digiere y ablanda muy bien y mitiga el calor febril y más si el polvo de su raíz se pone al sereno en tiempo frío y se bebe.14

El vastísimo repertorio popular mexicano refleja la enorme versatilidad de esta planta fundamental para la cultura indígena, con adivinanzas como “Verde me crié, rubio me cortaron, prieto me molieron, blanco me amasaron”,15 y Juan Navarro acompaña su noticia con recetas para preparar “xocoatole”, “chileatole”, “izquiatolli”, “xocoatl, id est, agua aceda”, y desgrana los grandes beneficios que trae el consumo de dichas preparaciones, cumpliendo así con su propósito de “no solo poner el índice de las plantas, sino también de las enfermedades para que sirven”,16 como adelantó el propio autor en el referido prólogo.

Joya bibliográfica de excepción y representante, aunque tardíamente, del exquisito arte de la iluminación en Nueva España, el Jardín americano con el que se engalana nuestra revista -augurando al lector un disfrute sin dilación del material publicado en este número, similar al del elote nuevo para las fiestas patrias septembrinas- se destaca no sólo por su manufactura, sino también por la difusión y divulgación de la riqueza natural de nuestro país, que permite el patrimonio documental manuscrito desde las ricas colecciones de la Biblioteca Nacional de México.


Notas al pie
1

Así lo plantea Fernando Bouza a lo largo de su imprescindible estudio Corre manuscrito. Una historia cultural del Siglo de Oro (Madrid: Marcial Pons, 2001).

7

Así consta en la “Instrucción dada por Felipe II a Francisco Hernández, como protomédico general de las Indias, islas y Tierra Firme del mar Océano, y como historiador de las cosas naturales de estas partes”, firmada en 1570. El documento se localiza en el Archivo España (signatura Diversos-Colecciones, 25, N. 7).

9

En palabras de José Sanfilippo B., la importancia de la obra de Ximénez “es capital para el desarrollo y la transformación de la medicina mexicana, ya que ha estado presente en los hitos que han significado un cambio sustancial. Se puede decir que es la primera obra de divulgación popular del conocimiento científico que se hace en México, ya que en su contenido del doctor Francisco Hernández, se mencionan las aportaciones y los trabajos llevados a cabo por los médicos prominentes de la época”, Sanfilippo B., “Los Quatro libros de la naturaleza, de fray Francisco Ximénez, en los hitos de la ciencia médica moderna”, Boletín del IIB, nueva época, vol. 2, núm. 2 (segundo semestre de 1997): 31.

Referencias
Bouza, Fernando. Corre manuscrito. Una historia cultural del Siglo de Oro. Madrid: Marcial Pons, 2001.
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Crosby, James O. La tradición manuscrita de los “Sueños” de Quevedo y la primera edición. Indiana: Purdue University Press, 2005.
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