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“¿Por qué siempre necesitaremos bibliotecas y archivos? Recorrido por la destrucción-conservación del conocimiento”


“Why Will We Always Need Archives and Libraries? A Journey through the Destruction-Conservation of Knowledge”

Manuel Suárez Rivera*

* Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, Ciudad de México. México. manuelsr@unam.mx. https://orcid.org/0000-0003-2552-0611.

Burning the Books. A History of Knowledge under Attack. Ovenden R. Londres: John Murray, 2020, 308 p. ISBN: 9781529378764

Recepción: 14.09.22 / Aceptación: 22.09.22

Bg07.Sep.23; 6(2)


La acumulación, mejora y aplicación del conocimiento es lo que, entre otras cosas, diferencia al hombre del resto de los seres vivos del planeta. Distintas sociedades en diferentes periodos y zonas geográficas han desarrollado la tecnología necesaria para registrarlo en soportes que fijan dicho saber y permiten que sea recuperado por otros, desde el momento en que se plasma y hasta muchos siglos después: las bibliotecas son las depositarias habituales de este patrimonio. No obstante, a partir de que se comenzó a fijar en distintos soportes, el conocimiento también ha sido víctima de ataques deliberados que buscan la desaparición de la información contenida en ellos. Los motivos pueden ser variados, pero en general se concentran en la intención de un régimen o grupo en el poder de borrar la herencia y el patrimonio de otra sociedad o de la propia, para eliminar rastros de sus actividades autoritarias.

El libro de Richard Ovenden, actual director de la Bodleian Library, en la Universidad de Oxford, Reino Unido, representa un magnífico recorrido histórico por algunos de los capítulos más significativos de esta constante lucha por la destrucción y la preservación del conocimiento. Dicho recorrido se plasma en una necesaria y pertinente reflexión sobre nuestro presente, en el sentido de entender las bibliotecas y los archivos como componentes necesarios para las democracias y las sociedades informadas. Es cierto que las democracias efectivas necesitan el derecho a la información para desarrollar ciudadanos libres y esto se logra, en buena parte, a través de la existencia de centros de documentación que sirvan como contrapeso a la llamada “posverdad” y a las noticias falsas que inundan hoy en día nuestra cotidianeidad por medio de las redes sociales. De esta forma, Burning the Books es un llamado muy serio para que la sociedad valore las bibliotecas y no pierda de vista la necesidad de contar con ellas para tener siempre acceso a la verdad, al contraste de fuentes de información y al desarrollo de una “sociedad abierta”.

El libro está muy bien escrito, cuenta con una abundante bibliografía, que permite al lector profundizar en los temas de su interés, e incluye un aparato crítico ideal para un público más amplio y que, al mismo tiempo, sostiene con rigor la información compartida. Así pues, la obra comienza con una escena muy conocida ya en la historia de la destrucción del conocimiento: la quema de libros en la Alemania nazi, previa al inicio de la Segunda Guerra Mundial. Estas piras se han utilizado como un constante recordatorio de lo peligroso que puede ser para la preservación del conocimiento el fanatismo, desatado a partir de regímenes autoritarios. No obstante, los libros representan sólo una forma de dejar asentado el conocimiento; otro soporte esencial para el desarrollo de nuestras sociedades son los archivos. Aquí veo el primer gran acierto del profesor Ovenden al considerar no sólo los impresos, sino también los registros documentales como depositarios del conocimiento en nuestras sociedades, y por ello su obra está dedicada, en gran medida, a destacar ejemplos provenientes de estos dos tipos de repositorios. Parafraseando al autor, debemos entender que la sociedad puede y debe confiar en las bibliotecas y los archivos para preservar el conocimiento, y darse cuenta de que son cruciales para su sano funcionamiento, sobre todo en estos tiempos de privatización de la información -con las grandes corporaciones-, de precarización y de recortes presupuestales a las instituciones que lo resguardan.

Luego de una introducción provocadora y de gran reflexión histórica, Burning the Books está dividido en 15 capítulos que destacan, cronológicamente, momentos cruciales en la destrucción deliberada del conocimiento. El primer capítulo, “Cracker Clay under the Mounds” (“Arcilla rota bajo los montículos”), trata de uno de los primeros repositorios de los que se tiene registro, hacia el año 647 a. C.: la biblioteca mesopotámica de Ashurbanipal, en Nínive, Siria, la cual resguardaba una buena cantidad de tabletas de arcilla (algunas sobreviven hasta el día de hoy) y da indicios de una organización bibliotecaria muy temprana, incluso con elementos que podríamos considerar metadatos. No obstante, pronto sufriría ataques y destrucción, porque el propio Ashurbanipal tuvo una disputa con su hermano Shamash-Shum-Ukin, lo que provocó el secuestro del conocimiento a partir de su victoria. Pronto, el nieto de Shamash lograría vengarse, dejando en ruinas la biblioteca de Nínive. Ovenden utiliza este primer y muy temprano caso de destrucción deliberada del saber para plantear una cuestión muy significativa en toda la obra: las disputas bélicas suelen traer aparejada la destrucción o secuestro de los registros documentales por parte del vencedor.

El segundo capítulo, “A Pyre of Papyrus” (“Una pira de papiros”), nos transporta a una de las bibliotecas más emblemáticas, la de Alejandría. El autor la ubica como el arquetipo de los repositorios de la antigüedad, a pesar de que no tenemos mucha información al respecto. También ofrece una breve historia documentada y destaca que su destrucción ha sido tan paradigmática o más que su propio legado y existencia. Su relevancia emana no sólo de ser un centro de almacenamiento, sino también de desarrollo y generación del conocimiento en el Museo y el Serapeum, con bibliotecarios tan destacados como Zenodoto, Apolonio, Rhodius, Eratóstenes, Aristófanes y Aristarco. Tras analizar esta parte histórica, Ovenden concluye que la destrucción de la Biblioteca de Alejandría sería una advertencia para subsecuentes civilizaciones. El capítulo avanza en el tiempo y trata sobre comunidades cristianas, explicando la forma en la que el conocimiento era copiado y diseminado entre pueblos judíos e islámicos. La idea de una etapa oscura tras la quema de Alejandría (falsa, en realidad) es completamente desechada en este capítulo, y su lectura nos enseña a reflexionar sobre la importancia de la expansión de las bibliotecas en los siglos posteriores; no obstante, la biblioteca alejandrina sí inspiró a muchas generaciones futuras para emular un recinto que resguardara todo el conocimiento, como sucedió con Thomas Bodley, fundador de la actual biblioteca de la Universidad de Oxford.

Respecto a la época tardo medieval, el capítulo “When Books Were Dog Cheap” (“Cuando los libros eran una ganga”) se enfoca en la historia inglesa y el papel de Enrique VIII como renovador de la Iglesia británica, tras la reforma que llevó a los Tudor al trono inglés. En ese momento era de suma importancia conocer los manuscritos resguardados en los diversos monasterios, con objeto de construir una argumentación seria y separarse de Roma. En este proceso, John Leland fue factor clave para lo que pasaría con miles de manuscritos tras su visita a más de 140 bibliotecas monacales, dentro de las más de 600 que había en la isla; una de las más destacadas, sin duda, era la de la Abadía de Galstonbury. Por ejemplo, uno de los manuscritos medievales más espectaculares y que da cuenta de la historia intelectual de Inglaterra está hoy en día conservado en la Bodleian y se le conoce como Saint Dunstan’s Classbook. Por desgracia para el cúmulo de manuscritos resguardados en dichas bibliotecas, el periodo de reforma y la separación de Roma, tras el Acto de Supremacía decretado por Enrique VII, trajo como consecuencia la destrucción y dispersión de miles de ejemplares, al igual que uno de los episodios más sanguinarios contra Thomas Cromwell, abad de Glastonbury que, de manera similar a su biblioteca, terminó devastado y desmembrado.

Este proceso en la historia inglesa es de relevancia para el estudio de la dispersión de las bibliotecas, ya que es un ejemplo muy claro de que una reforma de gran calado suele implicar la destrucción de lo que se está buscando cambiar, y ello está usualmente plasmado en la letra manuscrita o impresa. Ejemplos como éste abundan en la historia universal; en México tenemos un proceso similar en el siglo XIX, cuando la exclaustración de conventos durante la Reforma ocasionó la dispersión masiva de las bibliotecas conventuales y colegiales, aunque al final se logró conjuntarlas en la Biblioteca Nacional de México, lugar donde hoy se resguarda la mayor parte de dicho patrimonio. La similitud de estos procesos es clara y sirve como guía para estudiar el fenómeno de la disgregación de colecciones.

Ahora bien, la destrucción de manuscritos conventuales durante la reforma inglesa también tuvo grandes defensores del conocimiento, como el propio John Leland, sin los cuales la pérdida hubiera sido mucho más cuantiosa. Éste es otro elemento fundamental del libro de Ovenden, la referencia a esos actores que arriesgaban su vida (sin exagerar) por salvaguardar la información y el patrimonio bibliográfico, lo que también es una constante en esta historia de la destrucción deliberada del conocimiento, llena de héroes gracias a los cuales tenemos evidencias que nos permiten entender mejor nuestra historia. Se trata de personajes que comprenden la atrocidad que representa esa destrucción y que suelen enfrentar una adversidad o un régimen autoritario, exponiendo su vida.

El cuarto capítulo nos habla de “Un arca para salvar el conocimiento” (“An Ark to Save Learning”) y es justamente una breve historia de la biblioteca de la Universidad de Oxford y el papel que jugó sir Thomas Bodley en la construcción de este maravilloso recinto que aún sigue creciendo y cuenta con más de 14 millones de ejemplares, muchos de los cuales son únicos en el mundo y revisten un inigualable valor patrimonial. La historia de esta biblioteca inicia en 1601, y gran parte de su éxito se debió al papel protagónico de su creador, quien contruyó una verdadera arca para resguardar el conocimiento, incluso no dejaba salir libros de su recinto ni en préstamo para el rey. Por su parte, los bibliotecarios también tuvieron un papel fundamental en la construcción de un ambiente fiable para la sociedad, y ello generó la confianza en los bibliófilos y coleccionistas de que era seguro legar libros y manuscritos valiosos. Algunos rituales del siglo XVII siguen vigentes hoy en día en esa biblioteca, como la campana que anuncia la pronta recogida de los materiales en la sala de lectura. En cuanto bibliotecario de Bodley (así se llama desde sus inicios al director de esa institución), Ovenden nos relata la historia del acervo que dirige dentro del contexto de la creación de las universidades y la construcción de un nuevo paradigma bibliotecario.

El siguiente episodio de destrucción del conocimiento narrado por Ovenden es sobre la quema de la ciudad de Washington, capital de Estados Unidos, y la devastación de la Biblioteca del Congreso en 1814, a manos de Robert Ross. Hasta la fecha, este incidente ha quedado registrado como la única vez que una potencia extranjera ha ocupado la capital estadounidense. Este capítulo hace un breve recorrido por la historia de los primeros años de la Biblioteca del Congreso y cómo su destrucción, en realidad, fue el detonante para iniciar un proyecto mucho más grande. El papel de Thomas Jefferson en el proceso de reconstrucción de dicha biblioteca es notable, debido a la venta que realizó de su colección particular como base para el nuevo acervo. Que la destrucción de un repositorio detone el inicio de un proyecto más ambicioso es común en otros momentos de la historia, como vemos a lo largo del libro, tal es el caso de la biblioteca universitaria de Lovaina, tratado en el capítulo “The Twice Burned Library” (“La biblioteca dos veces quemada”), aunque la del Congreso también sufrió dos destrucciones en un periodo breve.

En efecto, en el caso de la biblioteca de Lovaina, el profesor Ovenden narra cómo su destrucción por parte del ejército alemán repercutió significativamente en la opinión pública. A diferencia de la quema en Washington, 100 años antes, la forma de difundir las noticias había cambiado drásticamente y en esta ocasión las consecuencias de la desfavorable opinión por el “crimen cometido contra el mundo” generó una ola de empatía y apoyo hacia la academia neerlandesa, que se concretó en la creación de un acervo que sustituyera al recién destruido edificio. En este proceso, la ayuda de diversas potencias -como Estados Unidos, Francia y Reino Unido- jugó un papel fundamental para incidir en la reconstrucción. De manera trágica y asombrosa, la biblioteca de la Universidad de Lovaina fue nuevamente bombardeada y destruida en 1940, por el ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial. La trágica devastación de la biblioteca de Sarajevo en 1992 también merece un capítulo completo en este libro. La similitud que vemos en la destrucción de las bibliotecas del Congreso, Sarajevo y Lovaina es el deseo por parte del enemigo de infligir daño moral a sus adversarios, lo cual lograron con creces en el corto plazo, pero que se revirtió a la larga.

El autor dedicó algunos capítulos no sólo al asolamiento de acervos, sino a documentos de diversa índole. Tal es el caso del capítulo enfocado a explorar la inminente destrucción y eventual conservación de archivos personales de eminentes escritores, como Franz Kafka, Lord Byron, Philip Larkin y Sylvia Plath, entre otros. En efecto, en “How to Disobey Kafka” ("Cómo desobedecer a Kafka") y “To be Burned Unread” ("Ser quemado sin haber sido leído"), Ovenden narra cómo los propios autores deseaban deshacerse de sus manuscritos por diferentes razones. En algunos casos la destrucción se concretó y en otros ciertos actores intervinieron para rescatar ese patrimonio invaluable que nos permite conocer más a fondo a autores destacados en nuestra literatura.

En lo que toca a los archivos, debo enfatizar que el esfuerzo de Ovenden es notorio en la segunda mitad del libro, ya que en esos capítulos es evidente la relevancia de conservar los documentos con objeto de que las sociedades tengan herramientas para dar sentido a su historia y cotidianeidad; no obstante, muchas veces se encuentran obstáculos para que estos archivos estén a disposición de la sociedad en la que salieron a la luz, debido a que es común que los regímenes en que fueron creados luchen por destruir la evidencia que pueda implicarlos en crímenes y ser juzgados con posterioridad. Tal es el caso de la llamada “Brigada de papel” que se encargó de rescatar archivos generados durante el periodo nazi y que intentaba colectar todo lo relacionado con “la cuestión judía” en un instituto designado para ello. Asimismo, el capítulo explora la creación de Yivo (Yidisher Visnshaftlekher Institut) en la ciudad de Vilna, Lituania, y su eventual traslado parcial a Nueva York.

El esfuerzo de Ovenden por ofrecer una visión amplia desde el punto de vista geográfico y temporal se concreta gracias a la gran cantidad de información que ofrece sobre archivos y bibliotecas en buena parte del mundo, como en el caso del capítulo “Flames of Empire” ("Flamas de Imperio"), donde aborda temas relativos al aspecto imperial de la apropiación de algunos bienes culturales en países de África, por ejemplo, o a los archivos generados durante la ocupación de un territorio y que después no podían ser consultados por la propia sociedad de origen. Asimismo, el capítulo “An Obsession with Archives” ("Una obsesión con archivos") destaca la figura de Kanan Makiya y Hassan Mneimneh en la revisión, clasificación y rescate de los archivos del Partido Ba’ath en Irak, trasladados a Estados Unidos tras la intervención del ejército de este país en Bagdad, en donde fueron digitalizados y puestos a disposición del público en la Universidad de Stanford.

Los últimos dos capítulos giran en torno a una situación actual y de la que todavía no conocemos los alcances: la cuestión digital. En efecto, hoy en día muchas bibliotecas ofrecen la consulta de colecciones híbridas, es decir, digitales y físicas, pero el asunto es mucho más complejo de lo que uno podría pensar de inicio. En primer lugar, debemos entender que no es lo mismo digitalización que preservación, especialmente en una sociedad que ha dejado la responsabilidad principal de la digitalización a las grandes compañías privadas, cediendo buena parte del control de nuestro patrimonio al sector privado. Hay algunos esfuerzos públicos que vale la pena rescatar, como Internet Archive, pero en general presenciamos un proceso en el que parece inminente la imposibilidad de preservar todo lo que se genera en Internet, como los contenidos en redes sociales y otras plataformas. En mi opinión, este capítulo es un llamado a reflexionar acerca del papel que le hemos dejado a la iniciativa privada en la responsabilidad de preservar la memoria, ya que los intereses particulares nunca se alinean con el interés público. Las bibliotecas y los archivos están a tiempo de “tomar el control de la digitalización del conocimiento en el siglo XXI para preservar el conocimiento y protegerlo de ataques y con esto, proteger a la sociedad misma”.

Por último, el profesor Ovenden reflexiona sobre la necesidad permanente de bibliotecas y archivos, arguyendo cinco funciones fundamentales que perderíamos irremediablemente si desaparecieran, a saber: apoyan la educación, proveen diversidad de conocimiento e ideas, contribuyen a formar una buena ciudadanía y una sociedad abierta a través de la preservación, proveen de un punto de referencia entre la verdad y la mentira con transparencia y verificación, y ayudan a la sociedad a entender sus identidades culturales e históricas, con la preservación de registros escritos. Durante esta conclusión, el autor ahonda en estos ejes que establecen la imperiosa necesidad de contar siempre con archivos y bibliotecas si queremos tener una sociedad abierta, y entender que el derecho al acceso a la información es fundamental y debe estar siempre garantizado. La destrucción y preservación del conocimiento es una lucha sin fin que a lo largo de la historia ha tenido episodios lamentables, pero también esperanzadores. Por fortuna, el libro de Richard Ovenden ya está traducido al castellano y debe ser entendido como un llamado a tomar conciencia de que sin bibliotecas y archivos simplemente la sociedad no sería igual.

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