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“Un metalibro sólo para bibliófilos (y bibliómanos)”


“A Metabook only for Bibliophiles (and Bibliomaniacs)”

Andrés Íñigo Silva*

* Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras, enanomorelos@gmail.com

The Book. A Cover-to-Cover Exploration of the Most Powerful Object of Our Time. Houston K. Nueva York; Londres: W. W. Norton & Company, 2016, XVIII + 428 pp. ISBN: 978-0-393-24479-3

Recepción: 16.01.19 / Aceptación: 18.01.19


Palabras clave: libros, historia del libro, materialidad del libro, partes del libro.
Keywords: books, history of books, book materiality, parts of a book.

En la “nueva” era en que vivimos, ¿por qué escribir y editar un libro sobre el libro? ¿Se trata de un homenaje o un epitafio? A pesar de las más recientes innovaciones tecnológicas, el libro no sólo está lejos de desaparecer, sino que su apasionante historia no deja de conmover a los lectores que continuamos amando los libros y las letras que cargan sobre su versátil superficie. Esta nueva historia sobre el libro como objeto cultural -el más poderoso de nuestro tiempo, según dice el autor en el subtítulo- no aporta ninguna novedad para los entendidos; sin embargo, está bellamente escrita, es muy amena y de fácil lectura, y lo que más llama la atención es que su diseño está muy cuidado y ha sido perfectamente impreso y encuadernado (hecho en China, por supuesto). Destacan el cuidado y calidad con los que está producido, el número de sus ilustraciones, vinculadas siempre al texto que explican; la impresión a dos tintas y, lo más singular, la aparición -desde la cubierta- de numerosos términos que definen las partes del libro mismo a todo lo largo del volumen (alrededor de 54 definiciones). Así uno puede ver cómo es una máquina industrial Fourdrinier para hacer papel, mientras aprende los nombres de las partes del libro, como ‘dingbat’ o ‘gutter’, floritura y canaleta, respectivamente.

Valga decir que, sin duda, se trata de un libro sobre la materialidad de estos objetos y no sobre el porqué los libros son cómo son. Para los expertos será una curiosidad llena de lagunas, en la que los temas no necesariamente figuran por su importancia sino debido a su cualidad para entretener, por ello la presencia o ausencia de ciertas partes de la historia del objeto en cuestión parecen aleatorias: se cuenta una cosa como podría contarse otra. Para los legos es una buena manera de aproximarse a la historia de este objeto y sentir suficiente curiosidad como para seguir investigando por cuenta propia.

El subtítulo está pensado para complacer los intereses de novedad del mercado, dado que Keith Houston no estudia por qué es el objeto más poderoso de nuestro tiempo, lo cual sólo podría determinarse bajo perspectivas sociológicas, económicas o antropológicas; simplemente es una línea pegajosa que pretende atrapar a los posibles lectores. Para justificar la presencia de tan ambicioso subtítulo, al menos debería mencionar a Elizabeth Eisenstein, Roger Chartier, Robert Darnton, Henri-Jean Martin, Lucien Febvre, o a alguno de los muchos y notables investigadores que sí se han dedicado a determinar por qué y cómo el libro es un objeto sociológicamente importante; sin embargo, ni una palabra sobre ellos. También es una lástima que no trate, para bien o para mal, sobre los libros electrónicos y la supuesta revolución que protagonizan, aunque a la fecha todavía imitan sin éxito a los impresos.

En 2013 Houston publicó Shady Characters: Ampersands, Interrobangs and Other Typographical Curiosities (Norton) sobre la historia de algunos signos de puntuación, libro que tuvo buena recepción. En ese caso no se trataba de una profunda historia crítica sobre el tema, para ello existen obras académicas como Pause and Effect: An Introduction to the History of Punctuation in the West (Berkeley: University of California Press, 1993) de Malcolm B. Parkes, maestro de paleografía en Oxford y recientemente fallecido. Shady Characters es un relato selecto sobre ciertos signos, algunos muy exitosos desde su primera aparición hace siglos, y otros de efímera fama y existencia. En total 10 signos y un capítulo para cada uno. En esta ocasión Houston escribe sobre el libro y las partes que lo constituyen. Ambas obras probablemente son más fruto del entusiasmo que de la investigación académica; sin embargo, su lectura es muy disfrutable y el lector termina por conocer pormenorizadamente ciertos aspectos y a algunos de los personajes que de alguna manera tienen que ver con la compleja historia del libro. A diferencia del ámbito hispanoamericano, para el que los libros de difusión tienen poca cabida, el público anglosajón puede disfrutar de un amplio espectro de textos para acercarse a muchos temas que no podrían dominarse en el transcurso de una vida.

The Book… tiene 15 capítulos divididos en cuatro apartados: “The Page“, en el que se da cuenta de los materiales con los que se ha hecho “la página“; “The Text”, sobre el texto que llena las páginas; “Illustrations”, de las imágenes que a menudo acompañan los textos; y “Form”, para explicar las formas que ha tenido. La narración de cada uno es más o menos cronológica y tratan, grosso modo, de todas las partes que constituyen un libro desde tiempos inmemoriales, pasando por los egipcios, sumerios, griegos, romanos y mayas.

El primer apartado es la historia de los soportes de escritura más importantes: el papiro y el pergamino, preámbulos necesarios porque son los precursores del papel; fueron desarrollados en la Antigüedad y conforman el testimonio de nuestros más antiguos textos. Curiosamente la escritura no surgió para resguardar los productos culturales de la humanidad, sino para llevar las cuentas de transacciones comerciales en signos cuneiformes sobre tabletas de arcilla, pues la lírica, origen de todo uso literario del lenguaje, ha sido cantada durante mucho más tiempo del que se ha escrito. The Book… está lleno de datos curiosos, como que con nuestra tecnología, supuesta solucionadora de todos nuestros problemas -en mayor medida causados por nosotros mismos-, seamos incapaces de reproducir la calidad de los papiros hechos hace 5 mil años.

Nos enteramos de que el cuero fue utilizado para escribir mucho antes de que inventaran el pergamino, suave y flexible como el papiro, pero mucho más resistente, especialmente en los climas europeos, y sobre el violento y complejo proceso para llegar al extraordinario resultado que crea un soporte resistente que permitió crear manuscritos iluminados muy bellos y contundentes, con el contraste que el papiro no permite. Finalmente el papel, inventado por los chinos, fue importado a Occidente luego de que los árabes vencieran en la batalla de Talas (751 d. C.) y tomaran entre sus prisioneros a unos fabricantes de papel. Siglos de desarrollo y de batallar por mantener la producción de papel al ritmo necesario, a partir de harapos y trapos de tela, que escaseaban cada vez con mayor frecuencia, condujeron a la creación de papeles suaves y blancos con características cada vez más óptimas, para empatar con los requerimientos de las imprentas. Por desgracia son ácidos y terminan por devorarse a sí mismos. Actualmente se somete a estos impresos del siglo XIX y principios del XX a procesos de desacidificación masiva para preservarlos, y por ello ahora se procura utilizar papel libre de ácido.

Con el paso de los siglos tuvieron lugar numerosos cambios, a partir de la revolución industrial, que obligaron al gremio de los impresores a modernizarse. Los artesanos que hacían todos los pasos de las labores de imprenta fueron reemplazados por máquinas, más rápidas y precisas. Otro de los grandes cambios iniciales fue la sustitución de la prensa de madera por una de hierro, y el primero en perfeccionarla fue Charles Stanhope. De aquella época es también la novedosa prensa “Columbian”, famosa por el águila que la adorna y sirve de contrapeso para elevar la platina después de cada impresión, que curiosamente fue la primera en Michoacán, y en la que fueron impresas Las vigilias de Tasso (Valladolid: Imprenta del Estado, 1827).1

La tercera parte de esta obra muestra la incorporación de las imágenes en los libros. Las primeras son las del egipcio Libro de los muertos, cuyos primeros ejemplares datan de alrededor de 1275 a. C. Después pasa a los hermosos manuscritos medievales, uno de cuyos más famosos exponentes es el irlandés Libro de Kells (actualmente en Trinity College, Dublin) y luego a los chinos nuevamente, quienes desarrollaron la impresión de imágenes a partir de grabados en bloques de madera (tanto imágenes como textos) que posiblemente llegaron a Europa durante los siglos XIII y XIV, gracias a alguno de los emprendedores europeos que llevó sus negocios hasta las fronteras más orientales del mundo entonces conocido, lo cual originó el desarrollo de grabados artísticos. Esto fue lo que puso fin a las iluminaciones hechas a mano, tanto como las innovaciones de la prensa de tipos móviles.

Resulta evidente que la historia del libro es también la de algunas personas entre los cientos de miles que participaron de alguna manera en el desarrollo e innovación del complejo proceso de la producción de libros. Houston ha espigado algunas, muy interesantes, que a veces llevaron a sus protagonistas a la ruina, a veces al éxito, otras a ser recordados como inventores, cuando de facto sólo impulsaron (o se apropiaron de) una innovación que existía desde hace tiempo. A cada capítulo corresponde al menos la narración de la vida de un personaje, como la del chino Cai Lun, a quien se atribuye la invención del papel; la del archiconocido Johannes Gutenberg; de la emperatriz japonesa Shōtoku Tennō, quien mandó imprimir un millón de oraciones; el inventor norteamericano de origen alemán Ottmar Mergenthaler, quien desarrolló el linotipo en 1883; o las casualidades que dieron pie a verdaderas revoluciones, como el descubrimiento de la litografía por parte de Aloys Senefleder, o aquello que llevó a la creación de la impresión offset. Otro de los notables personajes que aparecen es el decimonónico John James Audubon, autor del muy hermoso (y carísimo) The Birds of America (1827-1838), uno de los tantos libros cuyo costo sufragó el sistema de suscripción.

Por último, Houston nos recuerda que, actualmente, cuando leemos un libro también estamos viendo una imagen, dados los modernos métodos de impresión. Acompañan a esta historia 32 páginas de referencias (que no de “Notes”, como son llamadas), un “Index” y una sección de “Further reading”. Entre las referencias y las notas sugeridas es fácil concluir que Houston es un buen divulgador e hizo su tarea, pero no es un experto en el libro ni tiene experiencia profunda en alguno de los aspectos que permiten que éste exista como objeto.

En un par de momentos Houston afirma: “Books are rectangular because cows, goats, and sheep are rectangular too”; sin embargo, los libros son rectangulares desde mucho antes de que se inventara el pergamino y su forma quizá esté más relacionada con la anatomía de nuestras manos u otros factores que no son investigados, que con el cuerpo “rectangular” de esos animales.

En el ”Colophon” de tres páginas nos enteramos de que el papel de 120 gramos (libre de ácido), fue hecho por el grupo Yuen Foong Yu de Taiwán; se produjo en una sola fábrica, la Asia Pacific Offset de la ciudad de Heyuan en China (en una presa litográfica Komori SDP440) y fue cosido por una máquina a un precio mucho más bajo de lo que hubiera costado en el primer mundo; la tipografía predominante es Adobe Jenson Pro Light, en 11 puntos, creada por Robert Slimbach, a semejanza de la que elaboró Nicolas Jenson en el siglo XV, con ejemplos de muchas otras (desde jeroglíficos hasta chino y letra insular).

Todos estos datos fuera de contexto permiten que el lector perciba someramente la compleja realidad de la producción actual de un libro, sobre la que, de nuevo, nada se dice. Tristemente, después de varios días de lectura en mis manos, es evidente que el cartón del exterior comienza a gastarse y la pintura a desprenderse


Notas al pie
1

En 2016 el impresor Juan Pascoe y su primer oficial Martín Urbina se hicieron con un ejemplar de aquella primera edición y procedieron a realizar la propia a partir del original, en su taller Martín Pescador (Santa Rosa, Michoacán), cuya prensa de tipos móviles produjo notables joyas literarias.

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