Literatura y visualidad: entre el diario La Nación y sus suplementos (1902-1909)
Literature and Visuality: Between the Journal La Nación and Its Supplements (1902-1909)
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Universidad Nacional de la Plata, Conicet, Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales, Buenos Aires. República Argentina. mariamascioto@gmail.com. https://orcid.org/0000-0003-3766-9974.
Resumen
Este artículo analiza la relación entre los textos literarios y la visualidad en el diario argentino La Nación y el espacio de sus suplementos. Se indaga si la publicación de imágenes -ya sea en el cuerpo del diario, ya en los dos suplementos (el literario y el ilustrado)- afectó realmente la literatura, atendiendo tanto a los relatos escritos especialmente para el periódico como los textos extranjeros traducidos, adaptados o publicados en su idioma original. El artículo se compartimenta en tres partes: la primera estudia la distribución de la literatura entre el cuerpo del diario y el suplemento literario en 1902, considerando la continuidad con los años anteriores; la segunda, la redistribución de textos a partir de la inclusión de literatura en el suplemento ilustrado; y finalmente la relación entre texto, imagen y visualidad en su cuerpo central durante el periodo 1902-1909.
Abstract
This article analyzes the relationship between the literary texts and the visuality in the main body of the Argentine newspaper La Nación and its supplements. It seeks to determine whether the placement of images within the main body of the journal or in its literary and illustrated supplements actually impacted the literature featured in La Nación. This analysis takes into consideration that some of its texts were written especially for the newspaper, while other foreign texts were adapted, translated, or published in their original language. This paper is divided into three parts. The first part examines the distribution of literature in the main body of the diary and its literary supplement in 1902 while also regarding its continuity with the previous years of publication. The second part analyzes the changes in the texts’ arrangement after the introduction of literature in the illustrated supplement. Finally, the third part focuses on the interplay between text, image, and visuality in its central body, particularly during the period from 1902 to 1909.
Recepción: 30.03.23 / Aceptación: 01.07.23
Palabras clave: Literatura argentina, visualidad, publicaciones periódicas, La Nación, siglo XX.
Keywords: Argentine literature, visuality, periodicals, La Nación, 20th century.
Introducción
Durante mucho tiempo la historia de la literatura argentina se enfocó en los libros. Sin embargo, desde finales del siglo XIX,1 y especialmente con la entrada en la modernidad cultural durante las primeras décadas del siglo XX, una parte importante de los textos literarios circuló en distintos tipos de publicaciones que proliferaron como correlato del crecimiento del público lector y la democratización de la producción, distribución y consumo culturales (diarios, magacines, revistas).2
En este proceso, la expansión de la prensa desde 1870 tuvo un rol fundamental en toda Hispanoamérica, sobre todo como medio de profesionalización para los escritores y en el incremento de la lectura.3 Por otro lado, particularmente en Argentina, el surgimiento de los profesionales de las letras gracias a la prensa periódica se dio “de una manera que no se ha dado en otros países latinoamericanos”, en tanto y en cuanto se concentró “en treinta años un proceso que en Francia o Inglaterra había llevado mucho más tiempo -por citar sólo los dos modelos paradigmáticos de la modernización cultural occidental para América Latina”.4
Además de que los diarios favorecieron, en parte, el mutuo conocimiento de los escritores hispanoamericanos,5 escribir en sus páginas y en otros tipos de publicaciones periódicas constituyó una práctica decisiva para la autonomización del campo literario local, gracias a la cual los escritores modernos pudieron tomar conocimiento de las demandas del público y experimentar con el lenguaje periodístico.6
La redacción se constituía, asimismo, en un espacio de escritura tanto periodística como literaria. Desde sus orígenes, el diario argentino La Nación fue uno de los principales medios en los que aparecieron los escritores locales y extranjeros más reconocidos de comienzos del siglo XX. Sylvia Saítta señala como uno de los rasgos más notables de este periódico “la presencia de escritores en su staff de redacción, dato que lo convierte, según Blasco Ibáñez, en ‘el más literario de todos los órganos de publicidad de la Argentina’”.7 Asimismo, sus posteriores suplementos literarios históricamente se encuentran entre los más prestigiosos.
Desde el siglo XIX la literatura publicada en la prensa estableció, paralelamente, una estrecha relación con la visualidad de la página. A comienzos del siglo XX, la modernización técnica de los periódicos permitió que una mayor cantidad de imágenes y tipografías, así como una progresiva redistribución de las columnas, se convirtieran en factores relevantes de la visualidad de los textos. En cuanto a la presencia de ilustraciones, un antecedente del vínculo entre texto e imagen en los diarios argentinos fue la prensa satírica del siglo XIX. Semanarios como El Mosquito fueron los primeros medios de difusión de representaciones gráficas cuyo objetivo no era ni estético ni informativo, sino político.8
Como ha observado Claudia Román, en este tipo de publicaciones decimonónicas se dio la apropiación, la copia y en ocasiones la resignificación de ilustraciones provenientes de periódicos europeos como Le Charivari o Punch or the London Charivari,9 práctica que La Nación continuaría durante la primera década del siglo XX -especialmente en su segunda página, donde solía replicar una ilustración ya de Punch, ya de otros medios europeos, además de incluir numerosos anuncios publicitarios ilustrados-.10
En coincidencia con la aparición de La Nación, el vínculo entre texto e imagen constituyó un rasgo particular de la materialidad de las revistas ilustradas que comenzaban a circular con gran éxito, por ejemplo, Caras y Caretas, en la cual, como señala Sandra Szir: “Ilustraciones y fotografías intervenían los espacios de las páginas interactuando con lo verbal, proponiendo a menudo efectos en el proceso de construcción de sentido”.11
Respecto a la visualidad, de acuerdo con Alejandra Ojeda y Julio Moyano, fue principalmente entre 1894 y 1904 cuando se dio en Argentina una renovación en la tecnología gráfica que impactó en el ámbito periodístico local.12 En esa década, tanto en La Nación como en La Prensa, los dos diarios más relevantes del periodo: “se sistematizó la búsqueda de armonía estética entre avisos y contenidos de redacción, los géneros de la imagen visual, la optimización de las distintas tecnologías disponibles, la profesionalización de los oficios ligados a la imagen y su uso con funciones comunicacionales específicas (ilustrar, informar, argumentar)”.13
En este sentido, desde una perspectiva teórica, el artículo sigue la mirada de Antonia Viu según la cual la literatura que se publica en un determinado medio no podría leerse sin todos los elementos gráficos, visuales, que conforman ese espacio. Al hablar de “elementos gráficos” Viu se refiere a los elementos de comunicación no verbales en un impreso.14 Asimismo, como he mencionado en trabajos previos, la materialidad de la prensa dispone de paratextos que operan como “señales indicadoras”, marcas que jerarquizan las notas en el espacio de la página y atraen la atención del ojo lector.15 La visualidad de la página puede pensarse, pues, como un ensamblaje de elementos gráficos y paratextuales: espacios en blanco, imágenes, titulares, subtítulos, secciones, columnas y otras marcas producto de una misma tecnología de impresión que comparten cualidades dadas por la superficie visual en la cual se inscriben.16 Y, como señala Antoine Faure, el análisis de estas y otras “materialidades” de la prensa (entrefiletes, epígrafes, tipografías, anuncios, etc.) permite “rastrear el proceso de fabricación de los medios y de esta manera las lógicas subyacentes de este proceso”.17
En este artículo me interesa estudiar la relación entre los textos literarios y la visualidad en el cuerpo del diario La Nación y el espacio de sus suplementos literario e ilustrado, de 1902 a 1909, dos publicaciones cuyas particularidades literarias y visualidades aún no han sido exploradas con detenimiento. Investigadores como Jorge B. Rivera han observado que el suplemento semanal ilustrado de La Nación, cuyo periodo de publicación coincide con el que abarca este estudio, ofreció a los lectores la novedad gráfica de la imagen como un complemento de la palabra impresa,18 aspecto novedoso en lo que refiere a la visualidad de los periódicos que en ese entonces circulaban en Argentina. Por otro lado, desde el punto de vista literario, Martín Greco indica que: “El ‘Suplemento ilustrado’ agrega progresivamente las colaboraciones de escritores de renombre, argentinos y extranjeros, acentuando su carácter misceláneo”.19
Queda por indagar si los cambios visuales del periódico afectaron efectiva y recíprocamente la literatura ilustrada en el cuerpo del diario o en los dos suplementos que circularon a comienzos del siglo XX, considerando los relatos que fueron escritos especialmente para el diario y los publicados en su idioma original, o bien las traducciones o versiones de textos extranjeros.
La presente investigación se divide en tres partes: distribución de la literatura entre el cuerpo del diario y el suplemento literario ilustrado en 1902, cuando éste surge; redistribución de los textos a partir de la inclusión de literatura en el suplemento, así como las modificaciones generadas por su cambio de formato; y, por último, la relación entre texto, imagen y visualidad en el cuerpo central del diario en el periodo 1902-1909.
La literatura entre el cuerpo del diario y el suplemento literario ilustrado (1902)
Desde sus comienzos, La Nación incorporó la literatura en sus ejemplares, por un lado, mediante la publicación de una sección diaria, de muy corta duración, destinada a la vida literaria; por otro, publicando crónicas y folletines, y con la aparición del suplemento literario. Respecto a la primera, Federico Bibbó señala que:
simultáneamente a la proyección y el surgimiento del Ateneo, los dos diarios más importantes de Buenos Aires (La Nación y La Prensa) comenzaron a publicar con frecuencia casi diaria y en el espacio de las noticias, una sección exclusivamente dedicada a la literatura. “Vida literaria” (La Prensa) y “Movimiento literario” (La Nación) son los títulos de estas secciones especiales en las que dominaría, desde la perspectiva de aquel resurgimiento proclamado, la actualidad de la literatura nacional.20
Por su parte, la crónica y el folletín nos permiten identificar los distintos espacios del periódico en los que circuló la literatura que puede vincularse con la ampliación y estratificación del público lector, tal como ha observado Gabriela Mogillansky: “Medio de prensa de la clase culta, vocero de la modernización, [La Nación] acoge las crónicas de Darío junto a los folletines de Dumas o las novelas costumbristas”.21
En cuanto al folletín, incluyó, principalmente entre los últimos años de 1800 y los primeros de 1900, novelas, muchas de ellas traducidas. Algunas se encontraban acompañadas por copias de imágenes originales, implementando: “una práctica usual que era la de la reproducción -con o sin autorización- de publicaciones europeas o norteamericanas en los diarios locales”.22 Este espacio tuvo continuidad durante la primera década de 1900 y en él se publicaron textos por entregas tanto de autores extranjeros (Rudyard Kipling) como locales (Ricardo Rojas). En este sentido, Alejandra Laera señala que los folletinistas, junto con los periodistas y cronistas, integraron entre 1880 y 1910 “el pelotón intelectual de fines del siglo XIX y comienzos del XX, y las actividades que llevan a cabo están comprendidas dentro de las profesiones intelectuales del momento”.23
Además del cuerpo central del diario, desde finales del siglo XIX los lectores recibieron bimensualmente el “Suplemento literario”, que circuló desde los números iniciales de La Nación, se mantuvo en 1902 y apareció de manera coetánea al suplemento ilustrado. Un aspecto relevante de la visualidad del primero fue su formato, de tamaño mucho menor al del periódico y en papel de mejor calidad, aspectos visuales y táctiles que lo separan del cuerpo central. Tenía cuatro columnas, a diferencia de las siete de La Nación, ocho páginas y escasas imágenes y publicidad. Sus ejemplares también estaban numerados y se promocionaban como elementos de colección.
Desde el 4 de septiembre de 1902, el diario ofreció a sus lectores todos los jueves un “Suplemento ilustrado”. Este material adicional gratuito para los suscriptores fue presentado como “un órgano de publicidad muy interesante para los avisadores, pues además de circular mucho será conservado en manos de los subscriptores como se conservan y coleccionan las revistas ilustradas” -según señala el anuncio del día anterior a su aparición-, y replicó el formato y el tipo de papel del suplemento literario de ocho páginas con menor tamaño, cuatro columnas y paginación propia, rasgos que los separaban material y visualmente del cuerpo de La Nación.24
Tanto en el folletín como en el suplemento se nota una relación entre periodicidad y literatura. Marie-Ève Thérenty señala que la novela folletinesca introdujo a ésta en un ritmo periódico.25 Asimismo, puede observarse que en el traslado del cuerpo central del diario al suplemento se esboza una reorganización espacial y temporal de las lecturas de la crónica literaria como un tipo de texto con publicación ya no diaria sino bimensual, pensado para ser conservado y coleccionado. Estos aspectos materiales y visuales dan más valor a esas contribuciones escritas.
Las distintas visualidades de los suplementos implicaron una relación diferente de los textos con la página y con el público lector. Los diferenció la proliferación de imágenes y la variedad de viñetas, ornamentos y tipografías del suplemento ilustrado, que lo asemejaban por su organización visual a los magacines que circulaban en Buenos Aires. El suplemento literario, en cambio, era sobrio. En sus páginas fue rara la presencia de imágenes y fueron escasos los textos ficcionales. Se publicaron cotidianamente las crónicas de viajes y notas de actualidad literaria, social o política en la pluma de reconocidos escritores de la época, como Enrique Gómez Carrillo, Ernesto Quesada, Miguel Cané o Rubén Darío. Éste fue uno de los espacios de publicación de la crónica modernista, cuyos principales exponentes (por ejemplo, José Martí y Darío) fueron corresponsales de La Nación, tal como ha analizado Julio Ramos.26
Su título era El Suplemento, pero se anunciaba en el cuerpo del diario como “Suplemento literario”. Si en 1870 algunas crónicas literarias habían ocupado “un lugar privilegiado en la primera plana del periódico” y si entre 1880 y 1890 incluía “contribuciones de los escritores latinoamericanos (no sólo argentinos) más ‘nuevos’ de la época”, convirtiéndose en el espacio de la “‘vanguardia literaria’ […], con el mismo movimiento que tecnologizaba su producción material y discursiva, cristalizando, en más de un sentido, el proceso de modernización del Buenos Aires finisecular”,27 a comienzos del siglo XX la crónica literaria se trasladaba a este espacio específico del suplemento literario numerado, coleccionable y que disponía de un índice. Así, se observa que, en 1902, la presencia de la literatura se da casi exclusivamente en este espacio y en el folletín, y desaparece de otras secciones.
Por otra parte, si la salida del suplemento ilustrado en 1902 resultó una novedad respecto a la visualidad de La Nación, en tanto y en cuanto se caracterizaba por predominar la imagen sobre el contenido textual -en especial la fotografía,28 la diversidad de tipografías y ornamentaciones de estilo Art Nouveau-, en principio, su surgimiento no interfirió en la frecuencia bimensual del suplemento literario ni en la literatura publicada en el cuerpo central.
El tipo y la organización del contenido también permite observar indicios de la estratificación del público lector. En sus primeros números, el suplemento ilustrado no publicó textos literarios y la crónica continuó teniendo su lugar privilegiado en el suplemento correspondiente, mientras que las novelas y relatos siguieron apareciendo en el folletín. Fue el 5 de noviembre de 1902 cuando se anunció que: “Teniendo en cuenta […] las conveniencias del diario y del público, hemos resuelto refundir en uno solo los dos suplementos”.29 A partir de ese momento, de manera más evidente y continua, la literatura, que antes se presentaba a los lectores en el cuerpo del diario y en el suplemento literario, se trasladó al ilustrado.
Independiente del diario y sus suplementos, se ofreció también durante este periodo la Biblioteca La Nación, una extensa colección de libros de tapa dura y tamaño pequeño -en la que este artículo no se detendrá- cuya salida, de acuerdo con Margarita Merbilhaá, se liga a la expansión de la prensa periódica y de los semanarios ilustrados.30
1902-1909, reestructuraciones visuales entre el diario y el suplemento
El impacto del suplemento semanal ilustrado sobre la literatura publicada en el periódico se puede identificar en la simultánea desaparición del suplemento literario y su asimilación al ilustrado.
La inclusión de la literatura no implicó, sin embargo, solamente la absorción. Por el contrario, podemos ver en esta fusión una persistencia de la visualidad del texto y una clara reestructuración de la organización visual del suplemento ilustrado, manifiesta en la reducción del contenido total de ocho páginas a cuatro y, dentro de esa restricción general, en una compresión del espacio misceláneo y fotográfico, para incorporar en él los temas y autores del otro suplemento. Estos cambios implicaron una reorganización y modificación de los contenidos. El suplemento semanal ilustrado pasó a convertirse en un espacio anfibio que se repartía visualmente entre el contenido misceláneo en sus dos primeras páginas y el literario en las dos últimas. Desde su portada prometía al lector una estética de revista, mientras que en su contratapa lo devolvía a la estética sobria y principalmente textual del suplemento literario.
Por un lado, desde sus orígenes en 1902, la incorporación del suplemento semanal ilustrado rompía con la homogeneización visual del cuerpo del diario, novedad relacionada estrechamente con la competencia entre las revistas ilustradas que proliferaron en la época. Según Geraldine Rogers: “La Nación invadió el campo del magazine ofreciendo una miscelánea que tenía mucho en común con el contenido del semanario: un suplemento ilustrado que salía los jueves, cuyos rasgos (frecuencia, composición miscelánea, tamaño reducido, carácter coleccionable, centralidad de la fotografía) copiaba indudablemente a los semanarios como Caras y Caretas”.31
Rogers identificó una lucha por el lectorado y “una dinámica interrelación entre magazines y periódicos que -aun siendo muy diferentes- se disputaban parte del público y de los anunciantes, se copiaban los formatos y compartían el staff de periodistas, estableciendo con ello un área de superposición”.32 Como también observó Laura Giaccio, la aparición del semanario Caras y Caretas en 1898 “y su rotundo éxito, motivó que La Nación tuviera que repensarse como publicación periódica”.33 El diario ofreció tímidamente al público mayor cantidad de contenidos propios del magacín, además de otros destinados a competir con esas publicaciones, enfocados especialmente en la visualidad. Asimismo, a partir de ese momento los principales periódicos de la época comenzaron a sacar distintas publicaciones anexas y a promocionar su carácter ilustrado.
Por otro lado, si la portada asemejaba el suplemento ilustrado a los magacines de la época, puede observarse que la contraportada de los primeros ejemplares presentaba escasas ilustraciones y volvía visualmente a su versión literaria. Conformados principalmente por un contenido textual que predominaba sobre el ilustrativo, los textos literarios se distribuían en una visualidad que replicaba la sobriedad del encolumnado y de los títulos del suplemento literario, mientras las páginas antecedentes mantenían la proliferación de imágenes fotográficas, viñetas e ilustraciones que imitaban la estética de los magacines.
Un último cambio de formato afectó al suplemento ilustrado y su lectura: el traspaso del formato menor al de sábana propio del periódico y, en consecuencia, la incorporación de columnas que replicaban las del cuerpo central del diario, como se registra en los ejemplares del suplemento de 1908. Con este nuevo formato, la diferencia respecto al cuerpo de La Nación devenía ahora en una separación principalmente gráfica: el título, las imágenes y la ornamentación de la tapa, así como el tipo de papel, eran los únicos rasgos que permitían distinguir que se trataba de una publicación anexa y que no correspondía con el resto del periódico, con el que la contratapa, en cambio, compartía el predominio textual y se integraba visualmente.
Todos estos cambios paulatinos en la visualidad del suplemento ilustrado aportaron a su original carácter anfibio, que no sólo se asemejaba a las revistas misceláneas, sino que también las ponía en diálogo con algunos aspectos propios de la sobriedad del suplemento literario, para luego, en 1908, integrarse visualmente al cuerpo del diario.
De manera paralela, puede encontrarse que el suplemento literario compartió con el ilustrado, a lo largo de los años, algunos cambios: los textos de las contratapas, desde la fusión de ambos suplementos, ya no sólo eran crónicas, sino que se orientaban a la ficción y presentaban títulos llamativos para el lector, como “El ladrón a la fuerza”, de E. R. Punshon, acompañado por tres ilustraciones de Will Owen, o “Las extraordinarias aventuras de Raffles Holmes”, publicación firmada por Juan Kendrik Bangs y acompañada por dos dibujos, que se publicó de forma seriada durante abril de 1906.
“Las extraordinarias aventuras de Raffles Holmes” resulta un caso relevante para analizar el carácter anfibio del suplemento ilustrado, en el que la literatura emplea estrategias que no sólo copian al magacín, sino que retoman aspectos relevantes de los textos publicados en la prensa diaria, especialmente teniendo en cuenta tres aspectos: en primer lugar, nos permite observar la incorporación del folletín, género que antes tenía exclusividad en el cuerpo del diario. En segundo, una estrategia visual de la prensa: la copia de formatos. Así como en el cuerpo de La Nación se tomaban y exponían imágenes de otros periódicos como Punch, encontramos en este texto la apropiación de imágenes y personajes importados ya de otros medios, ya de otras tradiciones literarias, en tanto y en cuanto se toma de la literatura extranjera -en este caso policial- un protagonista detective cuyo apellido copia al del reconocido Sherlock Holmes, y los dibujos -de un ilustrador que no es mencionado- reciclan escenas de las novelas policiales que circulaban durante esa época en el circuito masivo europeo. En tercer lugar, este texto publicado en serie en distintos números del suplemento ilustrado durante 1906 deja en evidencia que la nota de actualidad literaria y la crónica modernista, que pocos años antes habían tenido su auge en el diario y en su suplemento literario, cedían su espacio a la ficción policial, género que cobra interés en las revistas ilustradas y en la prensa diaria. Mientras tanto y de manera simultánea, en La Nación se publicaban en su sección de folletín relatos firmados por el reconocido escritor de series policiales Arthur Conan Doyle, como “El misterio de Cloomber”.34
En cuanto a la publicación de textos ficcionales en el suplemento, podemos observar que los textos ilustrados eran principalmente aquellos traducidos de autores extranjeros y acompañados por dibujos en los que se puede distinguir la firma de ilustradores foráneos, aspecto que permite identificar que han podido ser tomados de otras publicaciones. Con respecto a los textos ilustrados, en general, los relatos publicados en el suplemento se acompañaban de tres imágenes escalonadas de tamaño mediano que representaban escenas narrativas del texto, así se observa, por ejemplo, en “El espejo de plata”, de Arthur Conan Doyle:
De este modo, si la publicación de relatos ilustrados lo asemejaban a los magacines que circulaban en Buenos Aires durante la misma época, los textos del suplemento, en cambio, retomaban además dos estrategias de recorte propias del diario La Nación y del periodismo en general,35 aspecto que refuerza el carácter anfibio del suplemento ilustrado y literario. Por una parte, en éste se publicaban extractos de novelas o de textos más largos. Un ejemplo es “En la cárcel”, de Máximo Gorki, que se presentó al público de la siguiente manera: “Extractamos una página conmovedora del último libro de Máximo Gorki. El novelista se halla en la cárcel a consecuencia de los acontecimientos que son de dominio público. En una trágica visión se le aparecen los héroes de sus diferentes libros y le hablan”.36 Por otra, como se ha observado con “Las extraordinarias aventuras de Raffles Holmes”, al igual que en los folletines dentro del diario, en el suplemento aparecía la literatura seriada. Estos rasgos visuales, materiales y escriturarios permiten identificar los traslados del cuerpo del diario al suplemento y las continuidades de las modalidades visuales y escriturarias entre uno y otro hasta 1909, último año de publicación.37
La literatura en el cuerpo del diario: ilustración y visualidad
Además del suplemento semanal ilustrado, de 1902 a 1909 La Nación fue paulatinamente incorporando nuevos elementos visuales en su cuerpo central. A partir de 1904 aumentó la cantidad de anuncios publicitarios e incluyó más fotografías; también publicó esporádicamente textos literarios ilustrados, generalmente entre la cuarta y quinta página, que comenzaron a ser las más innovadoras en cuanto a la visualidad -luego de la segunda página, que ya desde 1902 tenía gran presencia de anuncios publicitarios ilustrados-. En cuanto al aspecto material, en 1904, “La Nación incorporó un recurso técnico decisivo, el fotograbado con máquina rotativa, que le permitió publicar fotos de actualidad en la edición diaria y suprimirlas del Suplemento Ilustrado, que se volvió entonces exclusivamente ‘literario’”.38
En efecto, a partir de 1904 hubo un cambio en la visualidad del cuerpo central de La Nación. Si en 1902 la única página con mayor predominio de imágenes era la segunda, donde la publicidad de distintos tamaños prevalecía y se extendía en dos o más columnas,39 a partir de 1904 se incorporaron más imágenes al diario, no sólo dibujos publicitarios sino también fotografías. Asimismo, la publicación de literatura en el suplemento ilustrado no impidió el aumento de la cantidad de textos literarios en el cuerpo del periódico durante ese mismo año.
Como mencionamos, en 1902 la página del diario con más ilustraciones e innovaciones visuales era la segunda, donde aparecían los anuncios publicitarios y una noticia ilustrada, y en 1904 se incorporarían entre la cuarta y quinta página textos ilustrados literarios o no literarios, como puede verse a continuación.
Fotografías y dibujos, indistintamente, predominaban en estas páginas que se separaban visualmente del resto del periódico, en el que la tipografía tenía mayor peso. A diferencia de lo que ocurría dos años antes, ahora la publicación de literatura al interior del diario no se limitaba al espacio del folletín, sino que a veces aparecía en esta cuarta o quinta página algún texto literario ilustrado. En 1906 se produjeron también cambios materiales relevantes que afectaron la distribución visual del periódico, como el aumento en la cantidad de páginas (de 8 a 16), la reducción de las páginas del suplemento (de 8 a 4) y la incorporación de una segunda sección. Asimismo, algunos folletines presentaban título a partir de ese año, con tipografía diferente e ilustrada.
Si bien hubo poca literatura en La Nación de 1902 a 1909, puede observarse la publicación esporádica de algunos textos ilustrados cuya particularidad fue, en general, que abarcaban la totalidad -o la mayor parte- de la página. Así, los textos ilustrados que no eran folletines solían ocupar una sola página de gran tamaño, lo cual permitía al lector mayor expansión del recorrido del ojo, que podía enfocar la atención en distintos espacios, como se observa en el relato ilustrado “Juan el Cándido”.
Podemos identificar dos innovaciones visuales relevantes en este texto ilustrado y otros presentados en el cuerpo del diario, que los separan de la visualidad de otros textos narrativos como los folletines y de la organización en el suplemento ilustrado. En primer lugar, dado el tamaño sábana de La Nación, aunque en ciertos casos los relatos fueran acompañados con grandes ilustraciones, el peso visual del contenido textual e ilustrativo era de tamaño similar. Por tanto, no hay jerarquía entre texto e imagen y ambos se ensamblan en la mancha de la página con similar protagonismo. En segundo lugar, durante este periodo las ilustraciones de los textos literarios publicados al interior del diario y fuera de la sección del folletín fueron las únicas que, sin ser publicidad, lograron romper con las columnas, a diferencia de las fotografías o dibujos que ilustraban los folletines y las noticias, que se presentaban principalmente enmarcados, como puede observarse a continuación:
La novedad visual se encuentra, pues, en una compaginación de la ilustración literaria en el cuerpo del diario que incipientemente flexibilizaba y horizontalizaba el espacio vertical y rígido de las columnas de La Nación, un tipo de experimentación que llegaría a su máximo exponente varios años después en el diario Crítica.40
Tanto en el diario como en el suplemento de 1902 a 1909, al igual que en las revistas ilustradas, podía suceder que “a los textos de ficción les correspondían ilustraciones por lo general de carácter realista”,41 pero también que no fueran necesariamente realistas o que imitaran (por ejemplo, "Juan el Cándido") las imágenes de relatos infantiles o en otros casos, como en el cuento “Un caso de conciencia” (véase Imagen 5), copiaran las ilustraciones de los relatos policiales y de intriga que circulaban en la época.
A diferencia de las revistas ilustradas, los dibujos comúnmente no estaban firmados por el ilustrador, o bien pertenecían a ilustradores extranjeros. En este sentido, puede observarse que, tanto en el cuerpo de La Nación como en su suplemento, la mayor parte de los textos literarios ilustrados eran importados. Este dato no sólo evidencia la falta de incorporación de firmas locales, sino también la continuidad en un diario de prestigio como La Nación de una práctica propia de la prensa y extensamente difundida en el siglo XIX: tomar prestados textos e imágenes de diarios foráneos.42 Esta circulación de imágenes y textos extranjeros se complementaba con la llegada de técnicas y recursos nuevos mediante la inmigración, que -señala Ojeda- diarios como La Nación aprovecharon: “dibujantes, grabadores o impresores con negocio propio traen de sus países de origen saberes, trucos, novedades o recursos de optimización que adquieren valor de novedad en el país”.43
Conclusiones
Durante el recorrido por los cambios visuales en el cuerpo central de La Nación y sus suplementos, entre 1902 y 1909, hemos podido observar que la visualidad aportó al traslado y la reorganización de los espacios destinados a la literatura. Se ha constatado que la relación del texto y la imagen en la prensa se encuentra intervenida también por los cambios visuales en la distribución espacial: se han encontrado en el folletín y en los suplementos literario e ilustrado marcas que orientan la lectura de los textos y jerarquizan su presencia ante los ojos de los lectores, en relación con otros textos e imágenes.
En principio, hemos observado cómo el espacio de la literatura estaba visualmente delimitado en el folletín y en el suplemento literario. Hasta 1904 el lector podía identificar, además de rasgos visuales como la línea que demarcaba la diferencia con el resto de la página, sábana en el caso del primero, y el formato menor y cuatro en lugar de siete columnas en el caso del segundo, una frecuencia diferente en el suplemento literario y seriada en el folletín.
Los cambios que sufrió el formato del suplemento ilustrado (de tamaño, cantidad de páginas y distribución del contenido), así como su reorganización visual y la del diario, nos han permitido identificar el lugar de la literatura en el suplemento y la renovación que ésta ha generado en él. Los textos literarios aportaron, en efecto, mayor peso visual al contenido tipográfico en las dos últimas páginas. Desde esa misma visualidad, la literatura aportó a la conformación de este suplemento como una publicación anfibia, con algunas características que imitaban a las revistas ilustradas -como la presencia de grandes fotografías, ornamentaciones e ilustraciones-, pero también con la incorporación de textos que mantenían una visualidad propia del suplemento literario, por un lado, y del folletín por otro. Pese a las transformaciones mencionadas, fue justamente la incorporación de la literatura y la redistribución de los contenidos que se generó a partir de ella lo que aportó una estabilidad formal y novedosa a dicho suplemento, otorgando dos páginas a la información miscelánea, con gran hegemonía de la imagen, y dos más a la publicación de relatos y crónicas, con predominio del texto.
La reestructuración del diario a partir de los avances materiales y visuales de comienzos del siglo XX se evidenció claramente en la, si bien escasa, relevante presencia de textos literarios en el cuerpo de La Nación, significación fundamentada en la extensión por un espacio en la página superior al del folletín, al igual que en la presentación al público lector, junto con grandes ilustraciones, de similar peso visual que los textos literarios.
Por otra parte, se presentaron mayormente textos traducidos con sus ilustraciones, las cuales orientaron la lectura y otorgaron nuevos significados; en este sentido podemos decir que la incorporación de traducciones aportó rasgos significativos a la visualidad del cuerpo de La Nación y de su suplemento. En los textos ilustrados de este periodo no se evidencia aún la presencia ni de autores locales ni de ilustradores argentinos.
Una última conclusión se desprende de la incorporación de las ilustraciones. Como señala Alejandra Ojeda, hacia mediados de 1903 la imagen fotográfica habría desplazado al dibujo “como principal formato de representación de la imagen visual, al menos en la función informativa (pues la imagen publicitaria, dado el requerimiento de síntesis visual que supone, todavía puede hacer del dibujo su principal herramienta)”.44
Separándose de la noticia, la literatura ilustrada conservó en La Nación el dibujo como principal elemento visual con el cual ensamblarse, aspecto que se mantendría en posteriores suplementos literarios e ilustrados de la prensa argentina durante la primera mitad del siglo XX, momento de auge de la fotografía. Con la incorporación de las ilustraciones de gran tamaño, la página del periódico empieza a adquirir otro orden visual, el recorrido del ojo ya no es solamente guiado por las columnas, sino que su extensión es interrumpida por estos nuevos elementos paratextuales visuales.
Sylvia Saítta, “La arena del periodismo”, capítulo 1 en Regueros de tinta. El diarioegueros de tinta. El diario Crítica en la década de 1920 (Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 2013), 30. Cabe recordar el caso de Rubén Darío, quien publicó en La Nación varias de las composiciones que luego se incluyeron en Prosas profanas y que en su Autobiografía recuerda haber concluido poemas como “El Coloquio de los ‘Centauros’” en la redacción de ese diario, específicamente “en la misma mesa en la que Roberto Payró escribía sus artículos periodísticos”, Martín Prieto, Breve historia de la literatura argentina (Buenos Aires: Taurus, 2006), 153.
Además de la relevancia que ha tenido El Mosquito respecto al desarrollo de la cultura visual local, en periódicos contemporáneos se observa una relación específica entre literatura e imagen. Así lo señala Pas: “el Correo del Domingo fue la primera publicación ‘magazinesca’ que procuró conjugar el sistema de las novelas ilustradas por entregas con la edición periódica”; Hernán Pas, “Crímenes ilustrados: folletín e imaginario visual en la prensa rioplatense, 1846-1880”, Bibliographica 4, núm. 2 (segundo semestre de 2021): 17.
Esto es: “la irrupción de las máquinas linotipos y monotipos para la composición en caliente, los nuevos adelantos en rotativas, mejoramiento en las técnicas de cromolitografía y de fototipia, el patentamiento de las máquinas de huecograbado para la impresión color de calidad, el patentamiento y generalización de la fotocromía y de la técnica de half tone para la impresión de fotografías en las masivas tiradas de prensa, son sólo algunas de las transformaciones, que a su vez se ven acompañadas por nuevos dispositivos y prácticas de uso”; Alejandra Ojeda y Julio Moyano, “Del Estado al mercado: el periodismo mitrista en la modernización de la prensa argentina (1862-1904)”, en De la piedra al pixel. Innovaciones y reciclamientos en el campo de la historia de los medios (Buenos Aires: Hiscomalc, IEALC, 2020), 268, edición en PDF.
Retomo estos conceptos de los textos de Mascioto y Viu mencionados en el mismo párrafo.
Alejandra Laera, “Cronistas, novelistas…”, 495, 499. Esta autora ha identificado dos aspectos relevantes de la publicación en folletín: “mientras el espacio folletinesco se presenta sumamente apto para la inclusión de géneros y temas variados, la publicación folletinesca permite sostener la atención a lo largo de las sucesivas entregas”.
Cabe recordar, como señala Saítta, que en este periodo La Nación había estabilizado el formato de “tamaño sábana (63x47 cm) con la tapa y la primera página cubiertas por avisos clasificados (diagramación de La Nación desde el 1° de setiembre de 1894 y lo modifica el 8 de mayo de 1919, cuando reemplaza los avisos clasificados por los cables de noticias). Una diagramación cuidada pero poco llamativa”, Saítta, “La arena del periodismo”, 34.
De acuerdo con Ojeda y Moyano: “Los grandes diarios, como La Nación y La Prensa incorporarán la fotografía a partir de 1901, primero tímidamente, luego en la presentación de suplementos especiales y finalmente en forma regular”, Ojeda y Moyano, “Del Estado al mercado…”, 269.
Dice esta autora: “De noviembre de 1901 a febrero de 1920, la Biblioteca de La Nación sacó cuatro títulos mensuales, conformando un total de 875 números. Roberto Payró la dirigió hasta su partida a Bélgica, en 1907”. Margarita Merbilhaá, “1900-1919. La organización del espacio editorial”, en Editores y políticas editoriales en Argentina (1880-2010), dir. de José Luis de Diego (Buenos Aires: FCE, 2014), 32, 40.
Si bien la bibliografía sobre La Nación indica el periodo 1902-1909 para la salida y cierre de este suplemento, hemos identificado su continuidad en 1917, cuando el suplemento ilustrado conserva las mismas características visuales que el de 1904 (tamaño menor al del diario, proliferación de imágenes en las primeras dos páginas y publicación de literatura en la contratapa).
“Entre 1898 y 1904 numerosas empresas acrecientan el esfuerzo creativo puesto en sus avisos, que gozan de fácil visibilidad en la página por medio de creativos contrastes, afirmaciones sorprendentes o imágenes llamativas, pero su tamaño decrece rápidamente”, además de que “en la publicidad se configuraron los primeros elementos que superaron el ancho de columna y que en un par de décadas se hicieron extensivos a los formatos de bloques de texto”. Ojeda y Moyano, “Del Estado al mercado…”, 296, 310.
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