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El Correo de Ultramar. Parte Literaria e Ilustrada Reunidas como repositorio de literatura de viajes. Algunos ejemplos españoles


El Correo de Ultramar. Parte Literaria e Ilustrada Reunidas as a Repository of Travel Literature. Some Spanish Examples

Beatriz Ferrús Antón*

* Universitat Autònoma de Barcelona, Facultad de Filosofía y Letras, Departamento de Filología Española, Barcelona. España. beatriz.ferrus@uab.es. https://orcid.org/0000-0002-0569-3120



Resumen

El Correo de Ultramar. Parte Literaria e Ilustrada Reunidas (1853-1886), publicado en París por editores españoles y pensado para difundirse en América Latina, reúne un importante conjunto de textos de literatura de viajes, con formatos diversos y destinos múltiples. Este artículo estudia el periódico como repositorio de ese género literario. Se centra en los viajes por España como ejemplo de las negociaciones identitarias que tenían lugar en la época, a causa de los cambios geopolíticos. Los recorridos por la península ibérica nos conducen a ciudades y paisajes con destacado significado nacional, que servían para reforzar la comunidad imaginada, además de divulgar una visión positiva del país, alejada de la tópica difundida por los visitantes extranjeros. Los textos dibujan un territorio con pasado glorioso y notables avances, donde comienza a emerger el turismo moderno.



Abstract

El Correo de Ultramar. Parte Literaria e Ilustrada Reunidas (1853-1886) was published in Paris by Spanish editors and designed to be distributed in Latin America. This journal brought together an important set of texts on travel literature with different formats that approached multiple destinations. The present article studies this periodical as a repository of the travel literary genre. It focuses on journeys throughout Spain, using them as an example of the identity negotiations that took place at the time due to geopolitical changes. The travels around the Iberian Peninsula led the reader to cities and landscapes of exceptional national significance, further strengthening the imagined community. Concurrently, this literature disseminated a positive image of the country that deviated from the cliché perpetuated by foreign visitors. These texts portrayed a territory with a glorious past and notable advancements, where modern tourism started to emerge.

Recepción: 21.02.23 / Aceptación: 03.07.23

bg07.Sep.23; 6(2)

Palabras clave: El Correo de Ultramar, literatura de viajes, comunidad imaginada, España, siglo XIX.
Keywords: El Correo de Ultramar, travel literature, imagined community, Spain, 19th century.

Introducción. El Correo de Ultramar. Parte Literaria e Ilustrada Reunidas: un archivo literario1

La prensa ilustrada en el siglo XIX, dado su carácter misceláneo, operó como repositorio de numerosos géneros literarios. Entre ellos, las descripciones de paisajes y de monumentos, los derroteros y la literatura de viajes -acompañados de grabados y litografías- ayudaron a dibujar los mapas nacionales y transnacionales de geografías que se estaban reimaginando, como resultado de los procesos de constitución y consolidación de las repúblicas en América Latina y de sus efectos sobre la antigua metrópoli, así como de las nuevas colonialidades que atravesaban el orbe, promovidas por Francia, Inglaterra y Estados Unidos.

Muestras de literatura nacional, biografías de personajes ilustres del pasado y del presente o apartados de revisión histórica, entre otros, completaron estos álbumes que, en la mayoría de los casos, iban dirigidos a un público local que se buscaba fuera “performado” como parte de una “comunidad imaginada”:2 “numerosas imágenes, paisajes, monumentos, mapas geográficos, retratos de personajes célebres, escenas políticas o de otro género, trajes vistosos”3 se prometían a los lectores en el primer número del suplemento que vamos a analizar.4 Como indican Montserrat Amores y Manuel Santirso, estas revistas fueron “mediadoras fundamentales de la identidad colectiva”, un conjunto “de representaciones nacionales”5 que nacía, muchas veces, de tópicos creados en el extranjero pero que resultaban desplazados hacia nuevos significados, al ser incorporados al discurso nacional.

En este contexto, El Correo de Ultramar. Parte Literaria e Ilustrada Reunidas (1853-1886)6 constituye un ejemplo muy interesante. Se edita en París, en español, en pleno momento de eclosión editorial de la capital francesa.7 No obstante, se enfoca en América Latina y se convierte en un archivo muy completo de textos de viajes. Este género nos merece especial interés, pues en él se retratan con singular claridad las mediaciones y transferencias culturales8 entre el Segundo Imperio francés, las repúblicas americanas y España,9 en tanto que las identidades nacionales experimentan su reconfiguración, porque “el proceso de construcción nacional fue, desde sus inicios, una gran empresa internacional […] imaginar la nación es imaginarla en un mundo de naciones”.10

Nació por iniciativa de Xavier de Lassalle y Mélan, como uno de los suplementos de El Correo de Ultramar. Periódico Político, Literario, Mercantil e Industrial (1842-1886).11 Llama la atención que la cabecera, como ha explicado Raquel Gutiérrez Sebastián,12 dibuje dos geografías separadas por un océano, representado con gran estrechez para simbolizar su cercanía. Un vapor funciona de puente entre ambos extremos, donde dos parejas con atavío costumbrista, dos paisajes y dos edificios monumentales evocan ambas orillas. Un ángel lanza páginas desde lo alto, como muestra de los vínculos culturales entre ellas.


Imagen 1. Cabezal de El Correo de Ultramar. Parte Literaria e Ilustrada Reunidas.

La nota titulada “A nuestros lectores” promueve este mensaje: “Dedicamos esta obra a nuestros compatriotas y a las poblaciones hermanas del continente americano, más ricas en porvenir que en recuerdos las europeas […]. Así, a igualdad de circunstancias, preferimos lo que lleve el carácter americano […]. Heredero del poder y civilización que le lega la vieja Europa”.13

El diálogo entre herencia y porvenir enmarca la aparición de la Parte Literaria e Ilustrada Reunidas. Raquel Gutiérrez dice sobre Juan Martínez Villergas, director durante el primer año, que “pretendió que su periódico fuera un nexo de unión entre quienes hablaban español a uno y otro lado del Atlántico”.14 El debate nacional/panacional atravesará el mapa de los países de habla hispana en el seno de esta publicación.

Desde aquí, el objetivo del presente artículo es servirse de la hemerografía como fuente para el estudio de la literatura de viajes, examinando su presencia en El Correo de Ultramar para, más tarde, revisar algunas muestras de recorridos por España. Se buscaba promover el conocimiento del continente, pero también “darse a leer” a éste, como veremos a continuación.

Un mapa global

Explica Beatriz Colombi la manera en que “viajar y narrar aparecen como dos acciones estrechamente relacionadas entre sí”.15 En el siglo XIX se vive la eclosión del fenómeno, derivada de un cúmulo de circunstancias: la revolución en el mundo del transporte, los cambios geopolíticos que hemos descrito, el nacimiento del turismo, etc., hicieron que las posibilidades de explorar el mundo -al igual que las ganas de leer sobre ellas- se incrementaran.

La Parte Literaria e Ilustrada Reunidas aglutina un amplio conjunto de escritos sobre viajes: excursiones a la campiña o a los alrededores urbanos, viajes literarios y culturales, periplos artísticos por Roma o Florencia, desplazamientos turísticos, peregrinaciones a los grandes sitios sagrados, exploraciones con fines científicos o coloniales, embajadas diplomáticas, itinerarios que conducen a termas y baños, o que están motivados por la cacería, las expediciones bélicas, los viajes históricos.16

Son múltiples las razones que llevan a la voz narradora, que se autodefine como “viajero”, requisito indispensable para el género, a contar el recorrido, sus aspectos prácticos, las dificultades con las que topa, los recovecos hermosos, etc. Reportes, reseñas, cartas, diarios o crónicas, traducciones o pseudotraducciones dan forma a la relación y se entrelazan con descripciones de parajes, monumentos y apuntes costumbristas. Los modelos de los grandes escritores del Romanticismo, pero también el recuerdo de las crónicas o los escritos de Humboldt, entre otros muchos materiales, actúan como poderosos intertextos. Algunos artículos saltan de un periodo a otro, reditándose en años y contextos distintos, y cobrando nuevos significados en el proceso.

De esta manera, si algo percibe el lector de El Correo de Ultramar es que se encuentra ante el despliegue de un mapa mundial, donde no solamente este género, sino aquellos que le son limítrofes, lo conducen por geografías heterogéneas. No obstante, el contexto de la publicación marca una serie de ejes. El primero nos sitúa ante el despliegue del Segundo Imperio francés, que erige una magna escenografía. Los movimientos del emperador y la emperatriz son narrados con minuciosidad, las reformas de París (paradigma de la modernidad) ocupan muchas páginas, además de las inauguraciones de edificios y monumentos que ensalzan el poder imperial, o de eventos que lo celebran. La guerra en Italia, la intervención en México, o en Cochinchina, de los ejércitos franceses, entre otras acciones bélicas, tendrán, asimismo, un destacado seguimiento.

En segundo lugar, los itinerarios por el continente americano son reveladores.17 La nota “A los lectores” dibujaba ciudades ricas en porvenir, así como en “restos fósiles olvidados”, especialmente en México y Perú. Añade que el suplemento: “penetrará en esas soledades en que la tierra ostenta su belleza sin más testigo que el sol que la mira, soledad en que resuena la voz de la catarata, el grito del cóndor, el rugir del trueno”,18 reeditando la tópica cronística del vergel y la maravilla. Los periplos que se cuentan son diversos, algunos están acompañados con cuadernos de apuntes que permiten a pintores esbozar volcanes, cataratas o grandes ríos; en otros se descubren posibilidades de explotación comercial, algunos describen ciudades multiculturales con un rico patrimonio virreinal, pero de costumbres “exóticas”, derivadas de la herencia indígena. Las ruinas incas, aztecas o mayas cobran relevancia. Las intervenciones militares nos dejan, a su vez, noticias sobre caminos y paisajes. Los exploradores son siempre extranjeros que se aproximan al continente, valorando sus posibilidades de explotación.19

¿Pero, qué destinos se escogen para contar en la vieja metrópoli? ¿Qué tipología de viajes por España encontramos? ¿Por qué se eligen? Éste será el tercero de los ejes. Nos centraremos en el análisis de la primera década de la publicación.

Los viajes por España

En “Retóricas del viaje a España, 1800-1900” Beatriz Colombi explica cómo Mérimée, Victor Hugo y Gautier “serán los constructores de la españolada que impregnará las representaciones de España a lo largo del XIX”20 y que seguirán otros escritores y viajeros. A través de la mirada hiperbólica de fray Servando y de la orientalista de Sarmiento,21 superadas por Darío, que “sustituye la hipérbole y la ironía que caracterizó al relato hispanoamericano sobre España en el siglo XIX por la metonimia. Con ella establece la contigüidad no sólo entre los fragmentos del propio país, sino también entre América y España”.22 Más tarde, Alfonso Reyes pensó España como un bello objeto. Estas miradas cambiantes describen una parábola que marca la metamorfosis de la tópica sobre el país, que impregna el relato del escritor hispanoamericano (y de otros autores).

El trabajo de Colombi muestra cómo toda narración de viajes carga con estereotipos predeterminados que se proyectan o transforman en contacto con el destino y sus gentes, al hilo de los procesos histórico-políticos, o de los propios movimientos literarios. El yo construye su visión desde una posición ideológica y culturalmente marcada, que puede ser más o menos cercana al punto de llegada. No es lo mismo transitar por el interior de la propia nación que por un territorio extranjero con tintes “pintorescos”.

De esto es muy consciente el narrador de “La Andalucía” -firmado por Don Emilio, pseudónimo de Martínez Villergas-,23 artículo que se mueve entre la descripción y el costumbrismo, y que dice: “Estamos de acuerdo con el escritor francés que ve en la célebre Sierra-Morena el límite puesto por la naturaleza entre las regiones templadas y las tropicales”, ya que si hay un pueblo que ha luchado por conservar su originalidad y costumbres es éste. Ahora bien, se denuncia que los andaluces han sido “calumniados de continuo por jueces incompetentes” y valorados de forma injusta e incluso burlesca, no solamente fuera de las propias fronteras, sino en España.

El artículo reconoce los efectos performativos que los relatos tienen sobre los territorios y sus habitantes, la mirada distorsionada que producen y la necesidad de confrontarlos. No es aleatorio que sea la Andalucía, como símbolo de “la españolada” que refiere Colombi, uno de los primeros espacios en ser descritos de manera crítica; tampoco lo es que se apele a los escritores franceses como sus promotores ni que se proclame el “carácter eminentemente español”24 del suplemento.

Raquel Gutiérrez comenta cómo Martínez Villergas practicó un “costumbrismo a la defensiva” y promovió, en su paso por El Correo de Ultramar, “la presentación de tipos costumbristas castizos, la crítica de la leyenda negra de nuestra historia acompañada de la difusión de una imagen positiva de España”.25 “La Andalucía” es un buen ejemplo de este proceder.

Pero todavía hay más: Jacobo García Álvarez expone cómo determinados paisajes y lugares adquirieron, durante el Romanticismo y la reinvención nacional del siglo XIX, el valor de emblemas que los “han dotado de significado identitario colectivo […] convirtiéndolos en lugares de memoria y en símbolos de la historia y el carácter nacional; y han contribuido, de este modo, a su valoración y protección como bienes patrimoniales”.26

En la primera década de su existencia, El Correo de Ultramar. Parte Literaria e Ilustrada Reunidas publicó dos tipos de viajes por España: a) Los de exploradores locales que recorrían “lugares y paisajes de valor identitario”, imprescindibles para sostener el andamiaje del “artefacto cultural de la nación”;27 y b) Aquellos otros donde ciudadanos de la vecina Francia visitaban el país, reforzando con su versión el mensaje nacional de los primeros, alejados de la tópica que habían impulsado los relatos de sus compatriotas. Se trataba de articular una doble estrategia para potenciar ese carácter “eminentemente español” ante propios y ajenos, que buscaba desdecir o revisar los arquetipos nacidos de ojos foráneos, respondiendo con una idea positiva de España, que aunaba tradición y modernidad. No obstante, este proceso estuvo atravesado por paradojas y fricciones, pues el mito romántico no pudo esquivarse del todo y acabó incorporándose, en cierta medida, al discurso que buscaba censurarlo.

Ciudades archivo y paisajes nacionales

“Una visita a Toledo” y “Valladolid”, además de, con algunas especificidades, “Un viaje a Simancas” y “Un viaje a Pastrana en recuerdo de Moratín” son ejemplos de recorridos por localidades que terminarán erigiéndose en enseñas de la historia nacional. Son dibujadas como ciudades archivo, donde la pintura, la literatura y la arquitectura de diversas épocas conviven; en ellas se proyecta el pasado en el presente, se invita a la meditación sobre el estado actual de las cosas y a fabular con un futuro que reavive las grandezas de antaño.

José Pedro Muñoz Herrera analiza cómo durante este periodo irían proliferando los cuadros en torno a las “ruinas de Toledo con un carácter de símbolo moral, triste remedo de lo que la ciudad fue en el pasado”.28 La llegada del tren en 1858 subsanaría, parcialmente, su aislamiento. Sin embargo, la urbe ya se había convertido en un “paisaje nacional” que acumularía capas de sentido hasta bien entrado el siglo XX.29

Desde aquí, no resulta baladí que “Una visita a Toledo” por Rafael Benjumea se abra con la referencia a ese recién fundado tren con el que “en siete cuartos de hora, salvamos las diez y ocho o veinte leguas que la separan de la coronada villa”. Tras bajarse de éste, la pintura de la localidad recuerda a la de sus postales más conocidas: “La primera vista que al viajero se presenta a la salida de esta ciudad es muy pintoresca. Divisase la imperial ciudad en una altura, teniendo a sus pies el famoso Tajo con su magnífico puente de Alcántara”. Se fija la estampa de su peculiar ubicación para la memoria colectiva.

A continuación, se habla de su rico patrimonio monumental e histórico: “La imperial Toledo, la venerable ciudad, está llena de monumentos históricos”, y aparece la referencia al pintor que tanto dará a la población: “La parroquia de Santo Tomás conserva un cuadro, a no dudar, de los mejor del Greco y representa el entierro del conde de Orgaz”.30 El nombre del Greco sería indispensable para su mitologización posterior.

Esta iglesia es bosquejada como un museo, que “afecta” al paseante con su energía espiritual. Toledo simboliza el reducto de la dignidad pasada y de la tradición, que, no obstante, guarda el secreto de la fortaleza necesaria para encauzar el porvenir.31

El ingente legado que alberga es testimonio de una etapa ilustre. Su preservación debería ser prioritaria: “Qué verían los egregios fundadores, los Reyes Católicos si viesen el estado lastimoso en que hoy la contempla el viajero”.32 La reivindicación de la conservación del patrimonio artístico y natural irá ganando relevancia en el suplemento, y coincide con la conciencia estatal de esta necesidad. La visita concluye con el pitido de la locomotora, signo de progreso, llamando al retorno.

Dicho texto demuestra que los “lugares y paisajes con valor identitario” proyectan el tiempo histórico en el instante actual, superponiendo al ahora el poder regenerador del ayer. Como comenta Xavier Andreu,33 los autores del periodo diferenciaron entre una dimensión espiritual de la patria y otra material; anhelaban avances, pero se entendía que un exceso de materialismo podría ser perjudicial para la energía anímica. Esta doble vertiente se encuentra en Toledo. “Valladolid” es referida desde las mismas premisas:

Valladolid conserva muchas señales de su antiguo esplendor. Todo el que visita esta ciudad no puedo olvidar que hasta principios del siglo XVII fue teatro de la grandeza de la monarquía española. Una infinidad de monumentos y de edificios, testigos de la opulencia y prodigalidades de otros tiempos, recuerdan los brillantes reinados de Carlos V, de Felipe II y de Felipe III, época gloriosa para nuestro país, donde el genio de la nación se manifestó de un modo tan notable en la guerra, en las ciencias, en la literatura y en las artes.34


Imagen 2. “Portada de la Iglesia de san Pablo en Valladolid”, El Correo de Ultramar. Parte Literaria e Ilustrada Reunidas, núm. 314 (1859): 24.

El visitante describe paseos por iglesias, conventos, colegios y espacios monumentales, y evoca a los grandes hombres de letras y armas que habitaron estas calles. Se ensalza el legado histórico, cuya contemplación despierta los sentimientos nacionales. Los grabados que acompañan el texto se fijan en fachadas y artesonados, que operan como alegoría. La presencia humana es observada de lejos, empequeñecida ante la magnitud del eco de la Historia.

Si el pitido del tren invocaba el progreso en el artículo anterior, “Enumeradas ya las antiguas grandezas de esta ciudad que el tiempo ha respetado, recorramos ahora las obras de su naciente civilización”,35 un nuevo canal, hermosos almacenes y modernas fábricas demuestran lo pujante de una ciudad que hace de la remembranza el motor del porvenir que ha llegado ya a sus calles.

La narración “Jerez de la Frontera” podría ser considerada de “turismo enológico”: “Hoy voy a desquitarme hablando de Jerez y de su rico vino”. El paseante que busca conocer los monumentos del lugar descubre un vigoroso negocio: “Salí por aquellas calles buscando algún monumento curioso y pintoresco que dibujar, pero solo encontré grandes, enormes bodegas”. A partir de este hallazgo, “no sentí el tiempo perdido, pues por las anchas ventanas de estas bodegas se escapaba un fuerte perfume que embalsamaba toda la ciudad y que yo saboreaba con un sensualismo insaciable”.36 Aquí se describe con diligencia esta industria, apreciada por su alto valor gastronómico. Los procesos de producción, la vida de sus jornaleros y las posibilidades de exportación merecen atención. El texto se acompaña de grabados donde se plasma la vendimia, la fabricación del vino, la confección de los barriles, etcétera.


Imagen 3. “Fabricación del vino de Jerez. - Los lagares”, El Correo de Ultramar. Parte Literaria e Ilustrada Reunidas, núm. 52 (1853): 82.

Las últimas líneas del artículo mencionan como edificios destacados la catedral y la Cartuja, situada en las afueras de la ciudad, pero sobre todo, primordialmente esta última, como reducto de resistencia heroica ante “los infieles” en 1264: “suficiente para recordar el espíritu caballeresco de aquellos hombres y el encarnizado valor de los castellanos”.37 Hay lugares que se tiñen de aura al vincularse a sucesos bélicos de particular recuerdo:

Esos lugares y paisajes de valor identitario, y en los que suelen integrarse escenarios de batallas, asedios y otros episodios bélicos considerados claves en la historia nacional; lugares de nacimiento de héroes, santos o figuras históricas relevantes; santuarios y centros religiosos de especial importancia; territorios fundacionales o protagonistas en el proceso de conformación de los estados correspondientes.38

No solamente estamos en las “tierras del Cid”, sino ante un país que produce un vino delicioso y que es capaz de atraer capitales extranjeros con este negocio. Frente a “Una visita a Toledo” o “Valladolid”, los equilibrios han cambiado, el grueso del artículo está dedicado a esta próspera industria. Sólo unas líneas finales recuerdan que “Jerez de la Frontera” cuenta, además, con una dimensión histórico-monumental susceptible de dotarla con sentido identitario. Es esta dualidad entre tradición y progreso uno de los ejes de tensión de este grupo de textos. El desafío radica en mantener una herencia patria que impida el desdibujamiento de la identidad propia ante los avances de otras naciones sin perder, al mismo tiempo, el ritmo del desarrollo.

“Un viaje a Simancas”, escrito por Juan Martínez Villergas, y “Un viaje a Pastrana en recuerdo de Moratín”, por Ramón Mesonero Romanos, otorgan a sus destinos la misma condición memorialística que venimos apreciando. En el primero, el archivo histórico por el que se conoce la ciudad la potencia, aunque el autor juega con la sátira y el costumbrismo, desliza al género hacia sus bordes:

una historia ampliamente repetida en los artículos costumbristas, la del viajero culto que llega a un lugar remoto de España y relata asombrado las curiosas costumbres de los atrasados lugareños. Se recrea en este caso Villergas en la inusitada denominación de franceses que los de Simancas otorgan a todo visitante, pues fueron los del país vecino quienes primero visitaron el pueblo y su Archivo Histórico.39

El segundo, en dos entregas, dialoga con las biografías y los textos críticos en torno a Moratín, cuyo recuerdo motiva el paseo. Se cuentan sus orígenes, desde el matrimonio de sus padres, pasando por su propia historia personal, sus grandes esfuerzos por convertirse en un hombre de letras y sus vínculos familiares y afectivos con la villa:

Véase, sin embargo, por lo que queda referido, que un viaje a Pastrana no es indiferente a los amantes del estudio y de la gloria patria; porque aquel humilde y apartado pueblecito encierra todavía testimonios, envuelve recuerdos interesantes y gloriosos de nuestra historia religiosa, política y literaria, que se resumen, por decirlo así, en tres personajes insignes, aunque por bien diversos títulos; a saber, santa Teresa de Jesús, la princesa de Éboli y don Leandro Fernández de Moratín.40

Pero si hay un viaje que representa la promoción de los valores nacionales es, sin duda, “Una visita a Covadonga” (1860), por Bernardino Díaz de Rivera, lugar que cuenta con numerosa bibliografía crítica: “Se trata, podría decirse, no sólo de un lugar de memoria, sino de un ‘paisaje nacional’ y ‘nacionalista’; un paisaje impregnado de valores simbólicos identitarios”.41 Está cargado de significados religiosos e histórico-legendarios y también es un bello paraje con un importante valor natural.

Aquí, lo primero que se consigna es la dificultad del camino: “¿no es triste que, para hacer un pequeño viaje, una miserable jornada de seis leguas sea preciso confesar y comulgar por el mal estado de los caminos?”.42 Este aspecto se subsanaría con el correr del siglo, a medida que este sitio fuera recuperado como parte de las políticas estatales,43 porque evoca “nuestro patriotismo”:

Con mucho pesar abandonamos aquellos lugares solitarios, aquel venerable templo de nuestra independencia y nacionalidad, aquella custodia de la fe cristiana y de nuestro patriotismo, aquel monumento grandioso y sublime por las ideas y los gratos recuerdos que encierra: en ese monumento tenemos escrita la página más brillante y elevada que conserva la historia de la reconquista. Las naciones, como los hombres, deben mostrar su gratitud traduciéndola en hechos y grabando en los corazones este glorioso recuerdo que envidian los extranjeros.44

Más adelante, el autor denuncia el abandono de la basílica y sus sepulcros, con lo que, de nuevo, emerge en el suplemento la demanda explícita de mejoras en la preservación del conjunto monumental:45 “No sé si entraría en mi orgullo nacional; pero es lo cierto que me llené de tristeza al ver sepulcros tan pobres, mezquinos y miserables, y sentiría que los viesen los extranjeros que desean hallar la ocasión de censurarnos y rebajarnos ante el mundo civilizado”.46

Covadonga, como quintaesencia de “paisaje nacional”, nos demuestra que la elección de los rumbos en la literatura de viajes por España de la Parte Literaria e Ilustrada Reunidas no fue azarosa, sino que estuvo centrada en panoramas que promovieran la identificación y el apego de sus ciudadanos, al tiempo que revivieran ante el extranjero el esplendor de épocas pretéritas.

Otro conjunto significativo lo configuran “La vida de verano en España”, por Carlos Navarro, y “Excursiones veraniegas”. La primera comienza con una denuncia: “La moda nos lleva al extranjero. Tenemos un gusto y una consideración, como un deber en pensar, en sentir, en hablar, en vestir, como nuestros amigos los franceses. Somos el eco de París”. La imitación del gusto foráneo nos hace olvidar lo propio. De nueva cuenta se reivindican los “lugares patrios” como parte del discurso que buscan arraigar en los lectores:

Los que se paran extasiados ante Nuestra señora de París, no han otorgado quizás en su exquisito gusto y en su suprema sabiduría una mirada de indiferencia al acueducto de Segovia, a la Alhambra de Granada, a la antigua mezquita de Córdoba, al alcázar de Toledo, a esa infinita variedad de catedrales encargadas de transmitir a las generaciones futuras la fe de nuestros padres […]. Nosotros los españoles visitaremos nuestra casa cuando los extranjeros vengan a enseñarnos las magnificencias que en ella guardamos.47

La cita nos provee una lista de edificios emblemáticos, que actúan como depositarios de “la fe de nuestros padres”. El forastero es el espejo que permite descubrirse: “ellos están despertando a la España moderna”. Se utiliza al otro como contrapunto para afianzar al yo, para incitar la adhesión emocional. Además, en torno al mar y los paisajes locales se va avivando una idea de ocio y relax veraniegos asociados al nacimiento y la consolidación del fenómeno turístico: “Estamos en la época de los baños de mar”, “Yo he aprendido a amar la naturaleza de este hermoso país”.48

En el siglo XIX asistiremos al nacimiento del turismo. El abaratamiento en los medios de transporte y la llegada de servicios, como las agencias de viaje, que harían más sencilla la organización de los paseos, el acceso de la clase medias a ellos y la aparición de una ingente literatura que hacía apetecible el moverse para conocer el mundo sin una motivación específica, los promoverían. La clase media aprendería a disfrutar del tiempo libre. Mientras razones de salud y de cuidado fomentaban los destinos naturales, el deseo de educarse impulsaba los grandes tours en busca de formación cultural.49 El viaje no solamente considera, como en otra época, rumbos lejanos reservados a unos pocos, sino que revaloriza aquellos accesibles para todos, resignificando el propio territorio.

“Excursiones veraniegas. Portugalete” consolida esta idea. Aquí se cuenta la vida de playa en la costa cántabra, ahora llena de servicios que no existían antaño. El veraneo se va convirtiendo en costumbre y deseo:

Hermosos son en verdad los días de estío en nuestras costas cántabras, cuando el Nordeste despeja el cielo y adorna con fugitivas guirnaldas de espuma la azulada superficie del mar […]. Pero ¿quién hace aquí otra cosa que ir a la playa y volver a la playa, aspirar en ella la brisa marina, buscar caracolitos y dejar que la mirada vague por el abierto horizonte o se detenga complacida en los grupos caprichosos que forman al pie de la roca o a la sombra de las casetas las ricas bañistas.50

La que parece una segunda parte: “Excursiones veraniegas. Una visita al arsenal de Ferrol”, por Javier de Santiago y Hoppe, sorprende por el cambio de registro. El arsenal despierta el interés del narrador debido a sus posibilidades bélicas, las batallas que en él se libraron y por un futuro que ya no es el de los nuevos negocios o el de la mejora del entretenimiento, sino el de la guerra: “Nosotros, pobres y débiles, debemos pensar en el porvenir y poseyendo aún los restos de nuestro pasado poderío, tratar de utilizarlos para que en su día nos sirvan también para amenazar a los que intentan ofendernos o violentarnos. Que el arsenal del Ferrol completo, rico y cubierto de terribles navíos sea también una amenaza”.51

Es decir, este segundo grupo de artículos refuerza el mensaje del anterior en el contrapunto con “los extranjeros”, no sólo recurriendo a los “paisajes nacionales”, sino también a las obras públicas, como la del propio arsenal, o a un recreo de playa y naturaleza que no necesita de parajes exóticos.

La mirada legitimadora del viajero francés

El conjunto textual que acabamos de comentar invoca al forastero para legitimar lo nacional, al tiempo que habla de un gusto compartido o imitativo con/de lo francés -no debemos perder de vista que estamos ante un suplemento editado en París-. Mientras se buscaba definir una imagen-nación en un momento histórico de numerosos desafíos, el marco editorial parisino, asociado a una de las grandes potencias coloniales del periodo, servía de validación a una empresa cultural cuya literatura añoraba su propio pasado colonial. Por ello, podemos entender que entre los artículos de viajes por España se incluyeran narraciones de supuestos excursionistas galos, más todavía cuando habían sido los promotores de “la españolada”. Andreu Miralles explica que “como toda identidad, la nacional se construye en relación con la alteridad, en un proceso en que los ‘otros’ se constituyen al mismo tiempo que ‘nosotros’”.52

Así ocurre con “Los pirineos. Una excursión a los baños de Panticosa”, por P. L., que se inicia con el siguiente marco: “Un escritor francés que ha visitado últimamente ese famoso establecimiento termal de nuestro país hace la siguiente descripción de su viaje pintoresco”.53 Las traducciones o pseudotraducciones de visitantes de otras lenguas fueron una práctica común en la prensa ilustrada; Olivia Correa explica el papel que tendrían en esa época como conformadoras de imaginarios, pues los lectores nacionales se sentían preocupados por lo que se pensara de ellos en otros países. La inclusión de textos extranjeros “distorsionados” que podían ser contestados, o de otros con mensajes positivos que reforzaran el orgullo nacional, ayudó a la prensa ilustrada a promover su valor modelizador.54

De este modo, los Pirineos se pintan como una frontera porosa que invita a aventurarse al otro lado, a veces con más posibilidades de adentrarse en el país vecino, otras sólo de atisbarlo: “la tierra española tan interesante por la naturaleza de su terreno, por las costumbres de sus habitantes y por sus recuerdos históricos”. Como venimos indagando, naturaleza, costumbres e historia no solamente son la tríada que fomenta el turismo, sino sobre la que se erige la comunidad imaginada.

El visitante, guiado por la fama de los baños de Panticosa, describe las dificultades de la ruta, las postas, el refrigerio de chocolate que ayuda a coger fuerzas: “Nada más bello, nada más grandioso que el espectáculo que se disfruta en ese instante, espectáculo que no es posible reproducir ni con el lápiz, ni con la pluma”. La naturaleza pirenaica, que asoma tras cada recoveco, lo cautiva. Los edificios del balneario se describen con morosidad. Se refiere cómo la práctica de los baños va ganando adeptos.

La mayor sorpresa radica en que a unos pocos kilómetros de la frontera pueda descubrirse “el lugar más pintoresco que pueda imaginarse”, que “ofrece una fisonomía ya enteramente española”.55 La mirada del “otro” ratifica la diferencia, pero es contada con admiración, lo cual, otra vez, fortalece el orgullo colectivo. Además, el texto invita a experimentar el camino como proceso de revelación y goce. Los grabados que lo acompañan dan prioridad al paisaje de la cordillera, los seres humanos se retratan en lontananza:


Imagen 4. “Una excursión a Panticosa. La casa de baños”, El Correo de Ultramar. Parte Literaria e Ilustrada Reunidas, núm. 145 (1855): 240.

El paraje es, nuevamente, fuente de vanagloria para sus naturales. Panticosa tampoco es un lugar elegido al azar, sino que posee su propia mitología histórico-literaria.56

Por último, “Apuntes de un viaje a España”, por M. de Ribeyre de Villemont (1862),57 en varios episodios lleva adjunta una nota de los redactores:

Con gusto traducimos para nuestro periódico los apuntes del viaje por España que acaba de hacer M. de Ribeyre de Villemont, pues si bien como extranjero encuentra chocantes algunos de nuestros usos y costumbres que regularmente él mismo concluye por explicarse de un modo neutral y por lo tanto favorable para nosotros, en el fondo su escrito está redactado con sano juicio y contiene exactas y verídicas apreciaciones sobre los hombres y las cosas de nuestro país en la época del presente, al paso que consigna los progresos materiales que se han realizado en España en los últimos diez años.58

El motivo por el que se traduce y publica el texto es bien claro, ante la visión tendenciosa que se denunciaba en “La Andalucía”, ahora es “favorable para nosotros” y consigna “los progresos materiales”: “Hace diez años, el viajero más intrépido, en el momento de emprender un viaje a España, solía vacilar ante la perspectiva de caer en manos de los ladrones del camino real”. Los bandidos dibujados por los románticos franceses han desaparecido, los transportes son tan modernos como los de las capitales europeas: “En todo se conoce que renace una gran nación que en breve volverá a tomar en Europa el puesto que le corresponde”. Se admira un país que tiene sólidas instituciones políticas y buenos servicios, pero que no renuncia a sus tradiciones.

Barcelona seduce como gran capital: “Los catalanes están muy orgullosos con su Barcelona, y la proclaman la más hermosa y primera ciudad de España por su comercio y su industria, no se equivocan. Barcelona es digna de figurar al lado de sus hermanas de las costas de Francia y de Italia”.59 Si Francia se erige como el paradigma de cosmopolitismo y eje cultural europeo de referencia, sus turistas validan a España cuando emiten una opinión positiva sobre su territorio y sus gentes, lo cual aúna el reconocimiento de su legado histórico, encarnado en las ciudades archivo, y de su potencial futuro, a través de los “adelantos” que sus urbes acumulan, o de paisajes por descubrir.


Imagen 5. “Vista general de Barcelona”, El Correo de Ultramar. Parte Literaria e Ilustrada Reunidas, núm. 473 (1862): 78.

Tarragona deslumbra por sus vínculos con el Imperio romano. Los caminos por la Comunidad Valenciana revelan la belleza de sus fértiles tierras: “¡Qué magníficos arbustos resplandecientes de verde y oro, esparciendo por todas partes sus ramas libres y vigorosas, y sembrando el suelo con sus frutos que cuelgan en racimos enormes hasta la tierra!”.60

La llegada a Andalucía activa el estereotipo y los ecos literarios: “Ya estoy en Andalucía, el país de las guitarras, de las navajas, de las mantillas, de los ojos negros, de las citas nocturnas, de los paseos para tomar el sol”, pero al observar atentamente se descubre una sociedad industriosa, enfocada en el porvenir. La Alhambra provoca sensaciones semejantes a las del visitante nacional, en tanto encrucijada de ricas culturas: “¡La Alhambra! ¡Granada! ¡nombres mágicos, recuerdos poéticos, que apenas son inferiores a los de Grecia y Roma! ¿Quién no ha soñado una vez en su vida una peregrinación a ese santuario de arte árabe en España?”.61


Imagen 6. “Vista general de la Alhambra tomada más arriba de la iglesia de san Pedro y san Pablo”, El Correo de Ultramar. Parte Literaria e Ilustrada Reunidas, núm. 480 (1862): 187.

La última parte se inicia con la siguiente afirmación: “Nadie más sensible que el español a un puntillo de honra nacional y le felicito por ello”.62 Las primeras líneas están destinadas a la capital, con una parada en la Puerta del Sol, punto de encuentro cultural, de internacionalización y renovación,63 que cautiva porque marca el pulso del acontecer urbano. El Paseo del Prado se compara con las grandes avenidas parisinas. Su museo es inabarcable y retiene al aficionado a la pintura, que “retarda su marcha día a día temiendo no llevarse bastantes impresiones, bastantes recuerdos”.

Tras detenerse en Aranjuez, el artículo se cierra con los paseos por Toledo: “Quería hallar en España una ciudad que fuese un recuerdo vivo aun de las cuatro civilizaciones del país […] vasto sepulcro de todas las esperanzas y las grandezas de tantas generaciones”.64 La ciudad-símbolo descrita por el escritor local activa ensoñaciones semejantes en el francés: “Clausurados los grandes ciclos artísticos, las ciudades históricas españolas se convierten en zonas sagradas de la mentalidad anticuaria y erudita”,65 mientras se consolida como destino turístico: “Los viajeros y las guías me repetían sin cesar: id a Toledo”.66

Conclusiones. Un paisaje nacional en un álbum plural

El Correo de Ultramar. Parte Literaria e Ilustrada Reunidas constituye un prolijo repositorio de literatura de viajes (entre otros temas), que cuenta todavía con escasas aproximaciones críticas. Su adscripción a la capital francesa y la nota titulada “A los lectores” delinean un juego de triangulaciones culturales e identitarias de gran complejidad. Dice Tomás Pérez Vejo, en uno de sus ensayos sobre prensa ilustrada mexicana, que ésta crearía una imagen-nación gracias a “la identificación de una historia nacional, un paisaje nacional y unas costumbres nacionales”.67

Este mismo uso es el que encontramos en los textos de viajes por España, pues la península se enfrentaba a su metamorfosis y lo hacía, como hemos analizado, invocando paisajes nacionales y ciudades archivo, cargados de símbolos, que hacían de los ecos de la historia pasada parte del presente. Se esbozaba un futuro que debía recuperar la “grandeza de los antecesores” sin renunciar al progreso, aunque este equilibrio nunca resultara sencillo, pues se corría el riesgo de dejarse llevar por tendencias foráneas. El progreso se colaba en los recorridos gracias a la llegada del ferrocarril, a la mejora de los caminos y de los servicios, además de la emergencia del turismo, especialmente de veraneo. Lo “pintoresco” convivía con lo cosmopolita. Esta dualidad servía para consolidar en el lector el sentimiento de pertenencia. Energía espiritual y transformación material se combinaban en equilibrio.

Por eso Toledo, Valladolid o Covadonga, en tanto ciudades de dimensión aurática, fueron algunos de los destinos escogidos, los periplos a poblaciones famosas por los literatos que vieron nacer los acompañaron. Las excursiones de verano eran cada vez más frecuentes.

Junto a los viajeros nacionales, los narradores franceses, en tanto representantes de una de las grandes potencias europeas, autorizaron con su mirada afectuosa el país ante el lector local y ayudaron a cuestionar una mitologización que ellos mismos habían gestado. Ahora bien, su cancelación no era sencilla, pues esa España trazada por los románticos, “que es a la vez un pueblo vital y abatido; incapaz de controlar sus instintos, de acceder al mundo moderno”,68 siguió pesando en la visión europea, al tiempo que muchos de sus símbolos acabaron paradójicamente incorporados al discurso de los españoles.

El Correo de Ultramar. Parte Literaria e Ilustrada Reunidas conforma un friso de composición y descomposición de imaginarios nacionales -que encubrían realidades híbridas y contradictorias, tras una pretendida apariencia de homogeneidad-, de nuevas y viejas colonialidades, de discursos imperialistas que tienen en los escritos de viajes un corpus todavía por estudiar de forma profunda y que además requiere de una aproximación comparatista.


Notas al pie
1

Este trabajo es el resultado de las líneas de investigación del proyecto Negociaciones Identitarias Transatlánticas: España-Francia-México (1843-1868)”, con referencia PGC2018095312-B-I00, financiado por el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades de España. Debemos una primera aproximación a la problemática de este artículo a la participación en el congreso Leer y Escribir la Nación: Mitos e Imaginarios Literarios de España (1831-1879), celebrado en la Universidad de Cádiz en 2021.

4

Un ejemplo de los géneros que se incluían en este tipo de publicaciones y de las negociaciones que tenían lugar en su seno puede verse en Montserrat Amores, Rebeca Martín y Laura Pache, eds., De ida y de vuelta: imágenes transnacionales. México-Francia-España (1843-1863) (Barcelona: Universitat Autònoma de Barcelona, 2022), acceso el 22 de agosto de 2023, https://ddd.uab.cat/pub/llibres/2022/268497/idavue_amores_a2022.pdf.

6

Tal y como consta en la ficha de la Biblioteca Virtual de Prensa Histórica, a partir del número 27 del año 12 el subtítulo es Parte Literaria Ilustrada.

8

Usamos ambos conceptos, como propone Raquel Sánchez en Mediación y transferencias culturales en la España de Isabel II: Eugenio de Ochoa y las letras europeas (Madrid: Iberoamericana / Vervuert, 2017), 353-354. De mediación se nos dice que “por el momento es la categoría de análisis que más utilidad ha proporcionado en el estudio de la circulación de las ideas y de los bienes culturales” y de transferencia que “apela a romper el mito de la homogeneidad cultural de la nación, mostrando el carácter híbrido de las realidades políticas, económicas, científicas y culturales de los países”. Al respecto puede revisarse, asimismo, el número coordinado por Montserrat Amores y Manuel Santirso, Mediadores transatlánticos, España-Francia-México, 1843-1863, Nuevo Mundo / Mundos Nuevos (2021), journals.openedition.org/nuevomundo/83348, que incluye nuestro trabajo: Beatriz Ferrús, “Estrategias de mediación cultural en la prensa ilustrada: El Álbum Mexicano (1849), viajes y paisajes”, Nuevo Mundo / Mundos Nuevos (2021), https://doi.org/10.4000/nuevomundo.83509, dedicado al género que estudiamos. El volumen también analiza cómo estos procesos tuvieron lugar en otros formatos textuales de la prensa ilustrada.

Usamos ambos conceptos, como propone Raquel Sánchez en Mediación y transferencias culturales en la España de Isabel II: Eugenio de Ochoa y las letras europeas (Madrid: Iberoamericana / Vervuert, 2017), 353-354. De mediación se nos dice que “por el momento es la categoría de análisis que más utilidad ha proporcionado en el estudio de la circulación de las ideas y de los bienes culturales” y de transferencia que “apela a romper el mito de la homogeneidad cultural de la nación, mostrando el carácter híbrido de las realidades políticas, económicas, científicas y culturales de los países”. Al respecto puede revisarse, asimismo, el número coordinado por Montserrat Amores y Manuel Santirso, Mediadores transatlánticos, España-Francia-México, 1843-1863, Nuevo Mundo / Mundos Nuevos (2021), journals.openedition.org/nuevomundo/83348, que incluye nuestro trabajo: Beatriz Ferrús, “Estrategias de mediación cultural en la prensa ilustrada: El Álbum Mexicano (1849), viajes y paisajes”, Nuevo Mundo / Mundos Nuevos (2021), https://doi.org/10.4000/nuevomundo.83509, dedicado al género que estudiamos. El volumen también analiza cómo estos procesos tuvieron lugar en otros formatos textuales de la prensa ilustrada.

10

Xavier Andreu Miralles, El descubrimiento de España. Mito romántico e identidad nacional (Madrid: Taurus, 2016), 331. Este libro es decisivo para entender la mitologización de España y el peso que tendrá sobre la historia y el relato identitario nacional.

16

Tan solo en 1853 encontramos: “Escenas y croquis de viaje: El Perú”, “Las cascadas del Niagara”, “Un paseo por Levante. Alejandría, el Nilo, Palestina, Libano, Sporades, Smirna”, “La Sonora”, “El Perú y Bolivia”, “De Gibraltar a Lisboa. Viaje histórico”, “Excursión en Venezuela”, “Recuerdos de la Saboya”, “Viaje al archipiélago de las Orcades y Shetland”, “La isla de Java”, “Notas y Recuerdos. De cómo se embarca en Key West y desembarca en La Habana”, “Fragmento sobre Australia”, “Expedición. Salida en busca de sir John Franklin”, “Recuerdos de viaje a la Tartaria y al Thibet” [sic], “Recuerdos de Holanda”, “La Francia pintoresca. El jubileo de nuestra señora de Puy-en-Velay”, “Recuerdos de Brasil. Río de Janeiro”, “La Alsacia”, “El valle del Danubio”, “Excursión sobre las costas septentrionales del Mar Negro”, “Relación de un viaje al Japón”, “Establecimientos de baños. Hamburgo”, “Rápida ojeada doble. Constantinopla”, “El álbum de Moldovaquia”, “Recuerdos de California”, “Viaje por Ecuador, por el Napo y el río de las Amazonas”, “Moscú”, “Expedición alrededor del mundo de la corbeta dinamarquesa de guerra: La Galatea”, “Una ascensión al Monte Sinaí”, “Viaje geológico a Wisconsin, Sowa y Minesota”, “San Petersburgo”, “Viajes. Los conventos de Lima y Santa Rosa, patrona de las Américas”, “La Persia”, “Viaje y recepción de sus majestades a Arras, Valencienes y Lilla, Lille”, “Cartas sobre Escocia”, “Un viaje a Simancas”, “El valle de Josafat”, “Dinamarca. Viaje del rey Federico a la isla de Moen”, “El Caucaso”, “El valle del Sixto (Saboya)” y “Jerez de la Frontera”, entre otros temas.

20

Beatriz Colombi, “Retóricas de viaje a España, 1800-1900”, Iberoamericana 3, núm. 9 (2003): 119, 123, https://doi.org/10.18441/ibam.3.2003.9.119-133. La autora se refiere a “españolada” como “panderetas, manolas, bandidos en los caminos, pobreza y grotesco”.

21

Raquel Gutiérrez nos recuerda cómo Juan Martínez Villergas publicaría un soneto en respuesta a las duras críticas que Sarmiento vertió sobre España, Gutiérrez Sebastián, “Un satírico vallisoletano…”, 268.

23

Juan Martínez Villergas, “La Andalucía”, El Correo de Ultramar, núm. 2 (1853): 19-22; se incluye también en el apartado “Costumbrismo literario”, en Montserrat Amores et al., De ida y de vuelta (Barcelona: Universitat Autònoma de Barcelona, 2022), 171-175, donde se dan detalles del funcionamiento de este género en el marco de la prensa ilustrada, que permiten compararlo con la temática que estamos abordando.

45

Como explica García Álvarez, con la Real Orden del 19 de abril de 1884 se declararía a la Colegiata de Nuestra Señora de Covadonga monumento nacional; en 1872 comenzó la restauración de la basílica y en 1918 el paraje sería declarado parque nacional. García Álvarez, “Paisajes nacionales...”, 193-212.

54

Olivia Correa, “Traducción de literatura de viaje en El Álbum Mexicano (1849): un análisis sobre el papel de la traducción como espejo de identidad”, Verbum et Lingua, núm. 11 (enero-junio de 2018): 64-74. Correa explica cómo la pseudotraducción ayudó a reforzar este corpus. En ocasiones, era una simple imitación de las traducciones que las completaba; otras, se jugaba con valores satíricos.

57

Un fragmento del texto se incluye en el apartado “Literatura de viajes”, en De ida y de vuelta, donde se contextualiza en un juego especular con otros ejemplos en prensa ilustrada.

Referencias
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Amores, Montserrat yManuel Santirso , coordinadores. Mediadores transatlánticos, España-Francia-México, 1843-1863. Nuevo Mundo / Mundos Nuevos (2021). journals.openedition.org/nuevomundo/83348.
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