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Recuerdos y usos políticos de la Guerra de 47 en la prensa del Porfiriato


Memories and Political Uses of the Guerra de 47 in the Porfiriato Press

Adán Rodríguez Ávila*

* Universidad Nacional Autónoma de México, Programa de Posgrado en Historia, Ciudad de México. México. adancliodriguez@gmail.com. https://orcid.org/0000-0003-2917-5448



Resumen

Este artículo es un análisis de la perspectiva de la prensa en torno a la guerra de Estados Unidos contra México. Las publicaciones seleccionadas fueron editadas en el Porfiriato, medio siglo después del conflicto. Se buscó caracterizar los periódicos como fuentes de valor particular sobre el tema y analizar las tendencias de los escritos relacionados con la guerra contenidos en dichas fuentes. Se encontró que las publicaciones simpatizaron con las posturas identificadas en la historiografía previa, pero no se limitaron a secundarlas, sino que actuaron de acuerdo con su contexto político. Sus aportes radican en la recuperación de las conmemoraciones y el uso de la historia para fines políticos, así como en el reconocimiento de la prensa para acercarse a la historiografía.



Abstract

This article analyzes the perspective of the Mexican press on the Mexican-American War through a selection of texts published during the Porfiriato, half a century after the conclusion of this armed conflict. The investigation sought to characterize newspapers as valuable sources on the subject and examine the trends in their content concerning the war. The findings are that the publications aligned with the positions identified in previous historiographical accounts, but were not confined to merely replicating them. Instead, these newspapers acted in accordance with their own political context. The contribution of this paper is the retrieval of commemorations and the utilization of history for political purposes, as well as the study of the press as a means to approach historiography.

Recepción: 15.12.22 / Aceptación: 12.06.23

bg07.Sep.23; 6(2)

Palabras clave: Prensa, México, Porfiriato, conmemoraciones, usos políticos.
Keywords: Press, Mexico, Porfiriato, commemorations, political instrumentalization.

Introducción1

La guerra de Estados Unidos contra México es el episodio trágico, por antonomasia, de la historia mexicana. A diferencia de las otras dos grandes catástrofes históricas, señaladas por el discurso nacionalista-oficial, que han calado hondo en el imaginario de los mexicanos -a saber, la Conquista de Tenochtitlán y las intervenciones francesas-, la invasión estadounidense no cuenta con un desenlace victorioso -como lo fue la apoteosis del Cerro de las Campanas- ni con una secuela simbólica que funcione como acto de revancha -como sí se llegó a concebir la Independencia, en cuanto vindicación de lo conquistado-; además, la permanente consecuencia física, es decir, la pérdida del territorio, ha servido a mexicanos, ya sean intelectuales o estén poco familiarizados con la historia académica, a lo largo de los años, como recordatorio y potenciador de la desgracia.

En cuanto tema, la producción historiográfica sobre el conflicto se ha beneficiado de fuentes militares y diplomáticas; de éstas se han nutrido en gran medida los esfuerzos académicos, que cada cierto tiempo (por razones conmemorativas) amplían la oferta de temáticas y perspectivas acerca de un proceso que no se caracteriza por acaparar los reflectores. En las últimas décadas, además, han profundizado en la relación de este episodio bélico con su similar texano; han explorado las actitudes y medidas de los plenipotenciarios protagonistas; han presentado las particularidades de historiar los estados de la república; han revisitado, en fin, los testimonios de una época otrora firmada por las pasiones de sus testigos y primeros historiadores. En este caso, sin embargo, no es el hecho histórico en sí mismo el tema central, sino lo que sobre éste se escribía a propósito de su cincuentenario.

Las publicaciones periódicas son adecuadas para ahondar en este paisaje historiográfico, debido a la diversidad que ofrecen, a priori, en cuanto a perspectivas. Hace ya un par de décadas, aproximadamente, que la historia de la prensa comenzó a instalarse como campo de investigación bien definido y organizado, de la mano de congresos y otros esfuerzos colectivos,2 sobre todo, relacionado con el auge de una renovada historia política. Su valor como fuente histórica toma forma cuando se dejan de lado los señalamientos sobre documentos tendenciosos y realidades distorsionadas; cuando se reconoce como “objeto cultural” necesario para la construcción no de hechos en sí mismos, sino de representaciones de hechos políticos y culturales, entre otros, así como su papel protagónico en el escenario político-social.3 Las publicaciones periódicas manifiestan creencias, ideologías, sentimientos y reflexiones de los vaivenes y permanencias de la vida cotidiana. De ahí su papel fundamental, durante el siglo XIX, en la formación de la opinión pública. Si bien determinar el alcance de los contenidos impresos en el público lector excede las intenciones de este trabajo, el interés se centra en recuperar las noticias relacionadas con la Guerra de 47 y en identificar tanto las maneras como los fines políticos que tuvieron los periódicos al publicar dicha información.

Los objetivos del presente artículo son caracterizar las publicaciones periódicas como fuente de valor particular sobre el tema, por su cotidianidad y su alto grado de politización, así como analizar las principales tendencias de dichos textos, referentes a la Guerra de 47, escritos durante el cincuentenario; también, dar cuenta de las formas que empleó la prensa para recordar el conflicto, medio siglo después de sucedido.

La prensa no suele ser protagonista en los estudios de esta índole.4 Una de las excepciones a la norma es una tesis sobre los periódicos de Ciudad de México ante la invasión estadounidense, entre 1845 y 1848; un trabajo que, por cierto, ronda ya los 50 años.5 El autor, Jesús Velasco Márquez, reconstruyó las preocupaciones y propuestas de los mexicanos a partir de las publicaciones periódicas, que fueron concebidas como una forma de acercarse a la opinión pública articulada de la época, pues la prensa era el medio de comunicación por excelencia, producida y consumida por una minoría, pero con un peso significativo en las decisiones del país. Otros dos trabajos de grado han tenido materia prima e intenciones semejantes: el primero se enfocó en los periódicos estadounidenses impresos en México durante la guerra y ocupación;6 el segundo, más reciente, se centró en la prensa nacional.7 Ambos estudios buscaron recuperar las reacciones, temores y reflexiones del pueblo ante la invasión, y su resolución. Además, comparten aspectos con Velasco Márquez: la primera obra también se interesó en indagar sobre la opinión pública y los proyectos después de la desgracia; la otra hizo énfasis en la presión política de la prensa y la agenda de sus impulsores.

Respecto a las conmemoraciones sobre la guerra, el texto que ha empleado significativamente los impresos periódicos como fuente es un artículo sobre el centenario del conflicto en Ciudad de México, publicado recién en 2022, año del 175 aniversario sobre los hechos.8 Su autor, Cristóbal Sánchez, se centró en el significado político que tuvieron los actos solemnes para el gobierno de Miguel Alemán; ahondó en la manera en que se recordó la guerra y ligó el discurso presentado por el gobierno y el ejército con dos hechos significativos ocurridos en 1947: la visita del presidente estadounidense Harry S. Truman y el supuesto hallazgo de los cráneos de los llamados niños héroes. En esa obra, la prensa destaca como fuente histórica, pues de sus páginas se recuperan discursos e itinerarios en torno a las ceremonias, aunque no fue propósito del autor colocarla en un rol protagónico de su contexto. La crítica al discurso de las conmemoraciones recuperada por Sánchez vino, más bien, de otros textos publicados a propósito del centenario; uno de sus hallazgos es que la prensa, en general, reprodujo las directrices marcadas por la administración.

El presente estudio se enfoca en el periodo de 1896 a 1898, que corresponde a los cincuentenarios de los años 1846 a 1848, respectivamente. Si bien la cronología no ha sido rigurosa, concedí una extensión hacia 1895, para considerar el contexto previo y dar mayor espacio de análisis a publicaciones notables que cerraron sus imprentas justo dentro del periodo inicialmente seleccionado; asimismo, una ampliación hacia 1899, para el caso de las temáticas que se prolongaron más allá de los tres años más importantes. El lapso estudiado supone una coyuntura para la prensa mexicana. En 1896 desaparecieron los viejos lobos de mar -El Siglo Diez y Nueve y El Monitor Republicano-, caracterizados por la prensa doctrinal y de combate, con especial hincapié en las columnas de opinión. A la par de esto surgió El Imparcial, con la tecnología para imprimir tiradas más grandes a un menor precio y un énfasis colocado, más bien, en las secciones de noticias y reportajes. Los años del cincuentenario de la Guerra de 47 estuvieron marcados por una transición entre las antiguas y modernas formas de hacer periodismo. La implementación de nuevas tecnologías y la estrategia de concentración de las subvenciones del gobierno ocasionaron un declive progresivo en el número de publicaciones;9 sin embargo, la cantidad de diarios todavía era considerable en los últimos suspiros del siglo XIX, al igual que la diversificación de sus manifestaciones ideológicas.

Indagué sobre la manera en que se conmemoraba anualmente la guerra en las publicaciones, por qué motivos se traía a colación en los artículos y qué valoración, en general, recibía por parte de los escritores. Esto con el fin de aproximarme a la multiplicidad de posiciones contenidas en la prensa, más allá de la tradicional búsqueda de la postura gubernamental. Para ello, el corpus analizado está compuesto de 20 publicaciones encontradas en la Hemeroteca Nacional Digital de México (HNDM), todas impresas en la capital, salvo un periódico poblano. Se trata de 16 diarios, tres semanarios y un bisemanario, de los cuales 16 son de tendencia liberal, tres se clasifican como católicos y uno de ideología indefinida -El Chisme, en espera de un estudio que ahonde en su característica manera satírica de comentar las noticias-.

Entre la prensa liberal había títulos efímeros y duraderos; otros cambiaron su periodicidad, por ejemplo, El Correo Español, que primero fue semanario y luego se transformó en diario. Destacan publicaciones como El Monitor Republicano, que representaba a los liberales de la Reforma, independiente, con muchos años de recorrido y no siempre de acuerdo con los liberales porfirianos en el poder; y El Siglo Diez y Nueve, también longevo, pero ya en su última etapa y bajo directrices diferentes a las de su principal figura, Ignacio Cumplido, fallecido una década antes del cincuentenario. Otros títulos de la misma ideología política, nacidos en el Porfiriato, sostenían nuevos conceptos sobre la política misma, por ejemplo, El Partido Liberal y El Municipio Libre. También los había enfocados en temáticas particulares, como La Semana Mercantil, con cuestiones económicas; El Continente Americano, centrado en la difusión de la Doctrina Monroe y los intereses estadounidenses en general, además de El Nacional, que fue un intento por conciliar los antagónicos pensamientos religioso y liberal.

Las publicaciones católicas, por su parte, compartían la cualidad, poco común en el contexto, de no contar con las subvenciones del gobierno. No obstante, solían tener sus diferencias y se dividían en dos vertientes: una abiertamente conservadora, fundada antes del Porfiriato y representada por La Voz de México; otra, encabezada por El Tiempo, con redactores más jóvenes, preocupados por temas sociales y con ganas de participar en el juego político impuesto por el régimen liberal. El Amigo de la Verdad, impreso en Puebla, solía aliarse con ambos y enfatizar cuestiones morales; su principal impulsor, Francisco Flores Alatorre, fue también colaborador en El Tiempo y algunos de sus artículos publicados originalmente en El Amigo de la Verdad fueron reproducidos en La Voz de México.

Es menester advertir que algunos periódicos se pronunciaron en reiteradas ocasiones sobre el tema en cuestión, mientras que otros lo hicieron muy pocas o, incluso, sólo se recuperó de ellos una referencia pertinente. La mayoría de los artículos de interés para el presente trabajo fueron escritos en fechas conmemorativas o en días cercanos a ellas. Con la lectura de las menciones sobre la guerra pretendí reconocer las diferentes actitudes discursivas y establecer relaciones entre las ideologías de las publicaciones y su contenido. Decidí respetar el tradicional mote Guerra de 47, en lugar de referirme al proceso histórico con otros nombres célebres como Invasión Yankee, Guerra de Estados Unidos contra México o Guerra entre México y Estados Unidos. Esto, en primer lugar, porque la denominación seleccionada fue recogida de los propios periódicos y mi intención era priorizar el lenguaje de la época y buscar sus significados, en lugar de anteponer categorías contemporáneas. Me planteé cuestionar por qué llamaban así al conflicto, cuando duró más años de los que da cuenta su mote. De igual forma, he respetado el lenguaje escrito de la época en las citas que inserté.

Tras el análisis de la prensa, identifiqué cinco temáticas en las cuales se dividen los artículos y notas: actos conmemorativos, relaciones históricas sobre la guerra, mexicanos destacados en el conflicto, prensa liberal enfrentada con la católica y comentarios al respecto de la guerra hispano-estadounidense. A pesar de que las clasificaciones no son inflexibles, se puede afirmar que las tres primeras están enfocadas mayormente al recuerdo del pasado, mientras que las últimas dos ejemplifican de mejor manera los usos políticos de las imprentas y los directores de las publicaciones. Cada una de las temáticas conforma un apartado en la estructura de este estudio, junto con un previo acercamiento a la historiografía porfiriana sobre el tema y las conclusiones.

La historiografía porfiriana

Los primeros textos sobre la intervención estadounidense fueron contemporáneos al proceso o aparecieron muy poco tiempo después. Un silencio historiográfico se prolongó durante las décadas subsecuentes, hasta el Porfiriato, cuando algunos autores publicaron sus obras, motivados por retirar la condición de tabú impuesta sobre el tema.10 Hubo dos momentos clave. El primero coincide con los procesos de pacificación del país y la consolidación del general Porfirio Díaz como la máxima figura de autoridad política; es el gobierno de los tuxtepecanos, engrosado con figuras beneficiadas por la política de conciliación. En cambio, el segundo impulso historiográfico inició con la nueva centuria, en medio del apogeo positivista y la injerencia de los “Científicos” en el discurso oficial; tuvo entre sus exponentes a Justo Sierra, Francisco Bulnes, Genaro García y Francisco del Paso y Troncoso.

La primera oleada de obras es la más cercana al contexto del cincuentenario y puede tomarse como antecedente de los artículos periodísticos; la componen seis textos. El grupo de autores es, más bien, diverso, a pesar de que hay un marcado predominio de la perspectiva liberal en la mayoría de las obras. Escribieron sobre la Guerra de 47 militares, políticos y literatos; algunos de ellos eran figuras prominentes en administraciones anteriores a la de Díaz. Llama la atención de manera particular el hecho de que ninguna publicación coincidió con los años del cincuentenario; las últimas en ver la luz lo hicieron, aproximadamente, siete años antes de la susodicha conmemoración. Por otra parte, los dos primeros textos sí se pueden ligar a un momento clave en la construcción de la memoria histórica sobre la intervención estadounidense.

El 13 de septiembre de 1882, el presidente Manuel González inauguró el primer monumento dedicado a la memoria de los participantes en la defensa de Chapultepec. Según Elena García y Ernesto Fritsche, el obelisco se terminó de construir en 1881, aunque no proporcionan una fecha exacta;11 es probable que fuera después de septiembre, pues González esperó hasta el próximo aniversario para inaugurarlo. Sorprendentemente, los registros de la prensa periódica no hacen mayor eco del monumento ni de la ceremonia de 1882. Sin embargo, puede pensarse que este hecho sirvió como aliciente para publicar los primeros textos de la nueva oleada historiográfica, los cuales aparecieron apenas un año después. Dicho sea de paso, el gobierno de González promovió estas celebraciones, cuando hasta entonces no habían sido tomadas en cuenta por la administración federal. El 3 de marzo de 1884 fue emitido un decreto que ordenaba al Colegio Militar pasar lista a los caídos en defensa de la institución.12

De cualquier forma, en 1883 aparecieron Recuerdos de la invasión norte-americana (1846-1848): por un joven de entonces y La invasión americana o 1846 á 1848. Apuntes del subteniente de artillería Manuel Balbontín.13 José María Roa Bárcena publicó el primer título, con la marcada intención de “rectificar la opinión de sus compatriotas”.14 Su investigación concluyó que la defensa militar no había sido tan terrible como los mismos mexicanos juzgaban; en cambio, la codicia estadounidense y sus acciones alejadas del ideal de civilización tuvieron más importancia para el autor al momento de explicar el proceso. Este texto hizo énfasis en averiguar las razones del conflicto.

Por otra parte, los apuntes de Balbontín se centran completamente en la acción bélica, sin reparar en los antecedentes o en cualquier otra dimensión del conflicto. La narración, orientada a describir las campañas, atiende los objetivos de “arrojar alguna claridad” sobre un proceso poco comentado y apuntar los errores cometidos para prevenir a los militares mancebos.15 El juicio de Balbontín difiere del de Roa: aunque el autor fue consciente de la inestabilidad política nacional, dirige el peso de la derrota hacia la falta de habilidades y al paupérrimo estado material del ejército mexicano. Balbontín esperaba que la siguiente invasión no los tomara por sorpresa, como juzgó que fue el caso estudiado, y que debían prepararse ante cualquiera que quisiera “violar”, de nuevo, a la nación.16

Roa y Balbontín difirieron en el veredicto sobre la defensa armada y en las temáticas rectoras de sus obras. El primero dedicó un apartado especial a las “causas y pretextos”, mientras que el segundo comenzó escribiendo: “por causas conocidas de todos, [Estados Unidos] había invadido”.17 Sin embargo, ambas obras coincidieron, más allá del año de publicación, en que los dos autores mencionan que sus primeros manuscritos habían esperado alrededor de siete años para ser publicados y, de igual modo, mostraron la reserva de considerar sus textos, libros de Historia: para Roa, “artículos varios” e impresiones; para Balbontín, el suyo era un texto sin “pretensiones de género”, con la disculpa del lector.18 Tanto la disparidad en el tratamiento de la guerra como las semejanzas anteriores nos dan cuenta de un ambiente historiográfico novedoso; de los primeros pasos, a modo de tanteo, sobre una temática desenterrada.

Un año después comenzó a imprimirse México a través de los siglos, que también trató el tema en su cuarto tomo,19 aunque sobre la guerra, como tal, contiene poco, en comparación con el espacio dedicado a la inestabilidad política interna. El tomo expone una situación caótica: México hizo frente a Estados Unidos con gobernantes incompetentes, una lucha interna de partidos, falta de espíritu de defensa y bajas por deserción. A juicio de los autores, los mexicanos hubieran vencido al ejército estadounidense si hubieran sido guiados por líderes capaces -independientemente de la fuerza y recursos del invasor-. La lectura del texto da la impresión de que se escribió sobre la guerra con incomodidad: “nada realmente hay de que admirarse contemplando el resultado fatal”.20 Además, ciertas figuras opuestas al discurso liberal fueron severamente criticadas, como Santa Anna y los llamados partidos moderado y conservador. En cambio, los escritores determinaron atribuir a los liberales “ninguna responsabilidad”.21

En 1886, Guillermo Prieto publicó sus Lecciones de historia patria, pensadas expresamente como libro de texto para los cadetes del Colegio Militar.22 El autor consideró sus páginas un complemento de las exposiciones orales de los profesores, que tendrían que ser las protagonistas del curso. Por esto, los apartados fueron construidos con lo esencial, como una guía de fechas y nombres que dieran cuenta de las fases del progreso histórico de la nación. No obstante, Prieto sí se refirió a su obra como una “historia”, porque, según él, excluyó elementos polémicos y situaciones que no se pudieran comprobar. Las lecciones octava, novena y décima tratan episodios sobre la guerra y su discurso se asemeja al planteado en México a través de los siglos: una época caótica, con falta de líderes políticos aptos y tecnología de vanguardia. Aunque el autor cita en algún momento la obra de Roa, su visión es, más bien, partidista y liberal. Retrata al clero como estorbo, adulador de Estados Unidos y punto determinante en la derrota mexicana; los conservadores son tildados de antipatrióticos. El texto sostuvo ideas recurrentes en el imaginario mexicano, por ejemplo, que el conflicto fue iniciado por la ambición estadounidense -ocasionada, a su vez, por el progreso que experimentaba aquel país- y que el robo, la mutilación de México, quedaría en la historia como una de las más grandes injusticias. Fue reeditado en varias ocasiones.

Por último, al filo de la siguiente década se sumaron dos autores más: Eduardo Paz dio a conocer La invasión norte-americana en 1846. Ensayo de historia patria-militar, mientras que Emilio del Castillo Negrete publicó, en cuatro tomos, Invasión de los norte-americanos en México.23 El primero, militar, condensó las principales explicaciones de Balbontín y los autores de México a través de los siglos: el fracaso de la defensa tuvo origen en los pésimos estados y organización del ejército, pero también en “los odios de partido”; sí resaltó actitudes heroicas, aunque “aisladas” e “inútiles”.24 Además, se diferencia de Roa y Balbontín en la expresa búsqueda de la verdad histórica, un carácter imparcial y el alejamiento de las rencillas políticas; y sin la timidez con que incursionaron los primeros autores, que pensaban en sus textos como apreciaciones personales, alejadas del quehacer histórico.

Emilio del Castillo Negrete propuso un origen novedoso para la guerra: no fueron la cuestión texana o las previas concesiones españolas la causa primera, sino “el modo de ser de aquella nación”, que habría encontrado cualquier pretexto para facilitar una campaña de despojo.25 El autor se apoyó en reiteradas ocasiones en la obra de Balbontín. No simpatizó con la propuesta de Roa sobre la defensa armada, pero sí secundó al resto de sus colegas en la opinión de que México perdió por su lucha partidista interna, su carencia de compromiso militar y la falta de organización, de recursos y de líderes aptos. Señaló que el derrotado sufrió un “espantoso abuso” y las pocas acciones patrióticas no valían ante la mar de errores cometidos.26 De esta forma, se terminó por formar un incipiente panorama historiográfico dividido en dos posturas: una, marcada por la tendencia liberal, hizo énfasis en la caótica organización política y militar mexicana; la otra, solamente abanderada por Roa, esperaba matizar dicha opinión.27

Actos conmemorativos

En materia de prensa, el primero de los rubros identificados atiende a las formas del recuerdo solemne. Los textos consultados para elaborar este apartado dan cuenta de los rituales cívicos, cómo se realizaron las ceremonias en honor a la Guerra de 47, pero también de la mirada de los periodistas al respecto. Es característica del Porfiriato la búsqueda de legitimidad en el poder a través de las conmemoraciones, sobre todo en el caso de las fiestas dedicadas a Cuauhtémoc, la Independencia de México y a Benito Juárez. Sin embargo, los honores a la memoria de los participantes en el conflicto con Estados Unidos no alcanzaron la pompa ni la diversidad de los ejemplos anteriores, y menos aún el alcance internacional que algunas otras festividades sí tuvieron.

Las publicaciones periódicas dieron cuenta de un par de eventos anuales, impulsados por dos diferentes agrupaciones. El primero se enfocaba en la batalla de Churubusco, verificado en el pueblo del mismo nombre y organizado por una comisión militar de la Asociación de Defensores de la Patria, ayudada por la Secretaría de Guerra y Marina. El segundo ocurría en el bosque de Chapultepec, recordaba las jornadas del 8 al 13 de septiembre y estaba a cargo de la Asociación del Colegio Militar. Esta última organización fue la más antigua y es la mejor conocida por la historiografía. Estuvo conformada en 1871 por exalumnos del colegio, con miras de índole “fraternal y filantrópica”; acordó celebrar un banquete cada 8 de septiembre, para honrar lo acontecido el 8 y 13 del mismo mes, de 1847.28 Las ceremonias que encabezó fueron, más bien, discretas, hasta que en 1880 el gobierno de Manuel González mostró interés en enriquecerlas con la construcción de un monumento y diversos números que se hicieron costumbre, como la música y las descargas cerradas. Durante los años del cincuentenario, fue presidente de este grupo Jesús S. Jiménez; vicepresidente, José Manterola y su secretario más notable, Florencio Castillo.

Por su parte, la Asociación de Defensores de la Patria fue fundada en 1886, compuesta por veteranos desde los encuentros bélicos de Texas hasta los de Chapultepec, pero también por algunos otros miembros que no participaron en dichos acontecimientos. En esos tiempos, El Siglo Diez y Nueve refirió que el nombre completo de aquel organismo era “Asociación de defensores de la República de 1836 á 1848”,29 aunque también se le llamó “Asociación de defensores de México de 1836 á 1848”, “Asociación de defensores de la Independencia de 1836 á 1848”, “Asociación de defensores del Territorio Nacional en los años de 1836 á 1848” y otras variaciones semejantes.30 Además de las tareas más reconocidas en torno a la Guerra de 47, este grupo también contó con representantes durante los festejos en honor a los aniversarios luctuosos de José María Morelos y Benito Juárez, así como en las fiestas dedicadas a la Independencia de México.31 La asociación tuvo un carácter más bien oficialista, si reparamos en que llegó a utilizar edificios federales para sus actividades;32 también, a dos años de su fundación, otorgaron a Díaz una medalla de oro y el nombramiento de presidente de la Asociación, con motivo del cumpleaños del entonces presidente de la república. Otro acontecimiento que camina por la misma línea fue el nombramiento de “socio protector” otorgado al gobernador de Puebla, Rosendo Márquez.33

Cada asociación trabajaba por separado, aunque los integrantes de una pudieron asistir como espectadores o invitados al evento de la otra. De igual forma, ambas organizaciones llevaron a cabo actividades no relacionadas con la Guerra de 47. Por ejemplo, los exalumnos del Colegio Militar hacían obras de caridad, como cuando donaron dinero a favor de los damnificados por las inundaciones en Guanajuato;34 y, por su parte, los veteranos concurrían a otras ceremonias que organizaba el oficialismo. Los miembros de la asociación del Colegio Militar eran, más bien, de perfil político bajo; en cambio, los de la Asociación de Defensores, aunque eran también militares, contaban entre sus filas con personalidades importantes de la administración porfiriana. No es posible sostener que existiera alguna especie de rivalidad política entre los dos grupos, pero es cierto que la Asociación de Defensores surgió cuando la administración federal quiso hacerse protagonista de las ceremonias en torno a la Guerra de 47. Quizá la fundación de este grupo fue una medida para reducir y hacerse con el poder simbólico que por entonces ejercían los militares exalumnos. También estaba formada por militares, sí, pero actuaban con intereses mayormente políticos, a diferencia de los exalumnos y sus intenciones especialmente solemnes para con su gremio; además, era apoyada en la organización de las ceremonias por el titular de Guerra y Marina.

De cualquier forma, ambas reuniones tenían cierto grado de exclusividad, pues se requería de una invitación para poder abordar los vagones en el Zócalo y ser trasladados al lugar, fuera Churubusco o Chapultepec. Entre los invitados estaban militares, políticos, veteranos, reporteros y directores de publicaciones periódicas. Los vecinos y el público en general también eran bien recibidos y se colocaban carteles en las calles que instaban a asistir, aunque no contaban con invitación para acceder a los trenes, que facilitaban el acceso y ofrecían comodidades y platillos exclusivos. Los periódicos solían reproducir tanto la invitación como el programa de la ceremonia, y luego escribían sobre el desarrollo del evento. Las jornadas consistían en la enunciación de un discurso oficial y algunos poemas, siempre alternados con piezas musicales; al final, se colocaban coronas de flores y buqués (ramilletes) en el monumento de turno, mientras sonaban las descargas cerradas. La diferencia entre el rito cívico de Churubusco y el de Chapultepec es que el primero da la impresión de ser un evento descuidado o, al menos, con menor consideración.

La solemnidad de agosto no anticipaba la música que se interpretaría, como sí lo hacía el programa de la fiesta de septiembre, aunque se sabe que fueron interpretadas las marchas Viva México y Nezahualcóyotl. Esta última, perdida hoy en día, aparentemente fue compuesta por el general Manuel Bustamante, subteniente en 1847 y uno de los principales organizadores de las ceremonias en el Porfiriato. Pese a la disposición de veteranos miembros de la Asociación de Defensores, como Bustamante, lo cierto es que la importancia de aquellas fiestas era inferior para el oficialismo, de donde se nutría la organización. Díaz tuvo a bien faltar en ocasiones, aunque su asistencia fuera previamente confirmada.35 En general, la prensa se abstuvo de reproducir las oraciones y poesías, como sí lo hacía con otras celebraciones. Una de las intervenciones orales más comentadas -que no reproducida- fue el discurso “cansado é incorrecto” de Manuel Gutiérrez Zamora, mal recibido por tratarse de un panegírico al presidente, en lugar de enfocarse en los participantes de la batalla.36 En 1895, un par de publicaciones señalaron la “menor significación” que se le estaba otorgando a la ceremonia;37 dos años después, fue noticia la mala organización en los vagones que partían del Zócalo; y en 1898 la conmemoración estuvo cerca de cancelarse, por problemas que no fueron esclarecidos.

Respecto a los actos celebrados en Chapultepec, tampoco fue costumbre hacer eco de las lecturas manifestadas por los oradores. Sí, en cambio, conocemos la música que engalanó los ritos. En 1896, por ejemplo, la parte sonora incluía fragmentos de Ludwig van Beethoven (Adagio assai, de la tercera sinfonía, y una marcha fúnebre), Richard Wagner (Der fliegende Holländer), Giacomo Meyerbeer (L´Africaine) y Georg Friedrich Händel (Lascia ch´io pianga). Un año después se escuchó a Daniel Auber (Fra Diavolo), a Giuseppe Verdi (Ernani), de nuevo a Meyerbeer (Le Prophète), a Charles Gounod (Faust) y el himno nacional. Por último, en 1898, Verdi repitió (La Traviata), acompañado de Franz von Suppé (Pique Dame) y Francesco Paolo Tosti (romanzas sin especificar).38 La cúpula político-militar tenía noticia de las melodías más destacadas al otro lado del Atlántico; el uso de la música formaba parte del repertorio que la legitimaba como un agente civilizatorio, relacionado con un ideal europeo.

Pocas notas recuperan los pormenores que se escapan a la formalidad de los programas establecidos; de cómo se configuraba la ceremonia y la manera en que la vivían sus espectadores, más allá del cumplimiento, punto por punto, de las piezas musicales y la oratoria. En ese sentido, destaca un texto de El Tiempo sobre la conmemoración de Churubusco en 1897: resalta la pobreza de los adornos con banderas y los arreglos florales, junto con el hecho de que arribó un gran número de vendedores ambulantes con bebidas, frutas y otro tipo de comidas. Al finalizar el acto, casi todos los asistentes abandonaron la lona que los cubría del sol y partieron hacia los trenes; casi nadie se quedaba en Churubusco tras las formalidades.39

El impulso para realzar las conmemoraciones anuales de la guerra de Estados Unidos contra México vino, más bien, de la prensa misma. En sus páginas destacan las notas que evidencian la carencia de eventos y monumentos para recordar los hechos históricos, así como la falta de cuidado en los espacios existentes; también reseñaban el surgimiento de proyectos de monumentos.40El Demócrata reprodujo el descontento veracruzano porque no se homenajeara a los caídos, el 2 de noviembre, en la tumba que guardaba las cenizas de los soldados.41El Diario del Hogar avisó sobre el visto bueno de Hacienda para construir una plataforma y terrado, a fin de mejorar el monumento de Chapultepec; también, dio cuenta de la inauguración de la estatua al general Miguel Negrete, por iniciativa de sus amigos, y de las donaciones que recaudaron.42 Entonces había dos pequeños monumentos en Churubusco y Chapultepec, inaugurados por Ignacio Comonfort y Manuel González, respectivamente.

Una de las principales preocupaciones de los periodistas fue la situación del antiguo convento de Churubusco. El Monitor Republicano y El Diario del Hogar se limitaron a secundar el parecer de El Universal -el primero en publicar la noticia-: Gobernación pensaba demoler el edificio para construir un asilo de pacientes psiquiátricos.43 Los periódicos sugirieron salvar la construcción por su importancia histórica y, dado que las visitas de turistas generaban ingresos para Coyoacán, una remodelación/adaptación podría mantener el recinto y servir, de igual forma, para el cuidado de los internos. El Tiempo fue más radical, se opuso a la propuesta de reforma y pidió que el edificio se quedara “tal como está”; además, denunció las condiciones de descuido en que se encontraba el lugar.44

Relaciones históricas sobre la guerra

Durante los aniversarios, la prensa también publicaba relaciones históricas sobre el hecho acaecido. Existen tres tipos de textos en esta temática: los relatos pasionales, los de tendencia objetiva y los generados por testigos de la guerra. En realidad, los últimos dos fueron menos comunes; sólo El Imparcial y El Universal se apegaron a la tendencia objetiva, desprovista, en gran medida, de adulaciones a la mexicanidad y de insultos al vecino invasor -aunque a veces no lo lograran del todo-.45 Esto, por supuesto, de acuerdo con el tipo de diario moderno que constituían.

En cuanto a los textos generados por testigos, destacan dos relatos: uno del asalto al alcázar de Chapultepec y otro, publicado un par de años después, sobre Molino del Rey. En el primero, el autor se refirió al año 1847 como “funesto”, representado en un monumento “modesto” cuya función no pretendía despertar pasiones en los mexicanos, sino dar cuenta al extranjero de la gloria mexicana, equiparable a cualquier episodio de valentía en la historia mundial.46 El segundo escrito fue firmado por el político y periodista Juan García Brito, recuperado de sus memorias “Apuntes para un cuaderno”.47 Son escasos los textos de esta naturaleza, debido a la edad de los veteranos en los tiempos del cincuentenario. El ejemplo anterior se diferencia de los textos clasificados como relatos pasionales solamente por la calidad de testigo del autor, pues sus ideas principales y los calificativos que utiliza son semejantes a los empleados por los periodistas porfirianos.

Como documentos elaborados por testigos, también se cuentan los textos de carácter oficial. El caso más destacado es uno que publicó El Tiempo, firmado en 1881 por el general Miguel de la Peña -quien participó en aquel entonces como cadete-, ya que refería partes poco conocidas de las jornadas de Churubusco. Según el diario católico, era extraño que el gobierno se empeñara en recordar la defensa del convento de Churubusco, mientras que cada año olvidaba la resistencia en el puente homónimo.48 Es probable que esto se debiera a que la primera batalla evocara mayor heroísmo y tragedia, pues los refugiados del convento eran sólo algunos miembros de la Guardia Nacional, voluntarios no entrenados de la mejor manera; mientras tanto, el puente fue defendido por el ejército regular, comandado por el presidente Antonio López de Santa Anna, personaje antagónico en el discurso histórico-político liberal.

Respecto al último grupo de artículos, los pasionales, la batalla más comentada es la de Churubusco, seguida por las de Chapultepec y Molino del Rey.49 Las relaciones históricas, en general, retrataron con más frecuencia los enfrentamientos próximos a Ciudad de México, probablemente porque la prensa que se manifestó y se analiza en este trabajo es mayoritariamente capitalina. Se puede intuir, de igual modo, que el proceso histórico recibió en las páginas el nombre de Guerra de 47 debido a que, en ese año, de los tres que abarcó el conflicto bélico, se registraron las batallas más cercanas y significativas para la capital. En estos textos se encuentran matices en la forma de los relatos, como el énfasis del católico Amigo de la Verdad en que los estadounidenses constituían un pueblo “ambicioso y degradado”;50 la prensa subvencionada prefirió ocupar sus adjetivos en el engrandecimiento nacional, en lugar de establecer juicios de valor negativos hacia el invasor. A pesar de los desencuentros, existe cierta uniformidad entre las diferentes publicaciones periódicas. En primer lugar, coinciden en que su propósito era mostrar al pueblo mexicano el ejemplo de patriotismo por excelencia; buscaban, además, que las batallas alcanzaran reconocimiento mundial.

El pensamiento sobre la Guerra de 47 oscila entre la gloria y la humillación; según El Nacional: “derrotas que son victorias”.51 La caída mexicana fue motivo de engrandecimiento, por el temor que infundía en el orbe el “coloso del norte”. La prensa enalteció el resultado, apelando a la valentía de los derrotados; se presumía de la admiración y los elogios estadounidenses hacia el ejército mexicano -como la presencia de una placa en Nueva York, en honor a Churubusco-. Sin embargo, el discurso no carece de nostalgia. La pretendida gloria no podía sostenerse si la derrota no se asumía como contundente. La patria aparece en los textos como un ente feminizado y con sentimientos, que cada año “se conmueve” por su humillación; como si de una mujer se tratara, le han tomado el cuerpo y luego lo han desmembrado;52 le han robado todo, menos -quería jactarse la prensa- el honor.

Mexicanos destacados en el conflicto

Dentro de este tema caben las notas consagradas a los veteranos. Ya las relaciones históricas solían anexar listas sobre los actores del conflicto, pero hubo artículos centrados en el recuerdo exclusivo de los nombres. Un ejemplo de esto fue el “Cuadro de honor”, lista de los fallecidos en Molino del Rey.53 En general, los artículos de esta temática eran breves y daban cuenta de los decesos de excombatientes;54 cada uno recibía el trato de “patriota sin tacha”, aunque poco más se comentaba.55 Sólo La Patria -en una ocasión- y El Tiempo se explayaron para hacer notar las paupérrimas condiciones en que los veteranos se sostenían, a pesar de sus heroicos servicios prestados.56 Para entonces, los héroes ya pasaban los 65 años, varios de ellos con algún miembro mutilado; no se tiene información sobre sus actividades más que la organización y participación en ceremonias.57 Los reclamos de la prensa sobre el estado económico de los veteranos, dicho sea de paso, ya se hacían desde antes del cincuentenario, sobre todo durante 1886: a propósito del banquete por la fundación de la Asociación de Defensores, El Tiempo propuso una manutención para ellos. El diario católico sostenía que los excombatientes merecían un trato como el que habían recibido los participantes en la guerra de Independencia; que no podía excluírseles de semejante honor, aun cuando hubieran formado parte de las filas del Imperio de Maximiliano, porque ese gobierno no se llevaba bien con los estadounidenses y porque dos décadas eran suficientes para que cualquier rencor hubiera terminado.58

En 1897 El Tiempo recibió una carta de un suscriptor, Abraham Tello de Meneses, veterano del Puente de Churubusco, que agradecía al director de la publicación por sus llamamientos al presidente sobre la situación de los ancianos, a propósito de la nota que visibilizaba a los soldados de esa batalla. El exteniente coronel Tello lamentaba la omisión de los nombres de sus compañeros en las conmemoraciones que se centraban en la batalla del convento: el capitán de artillería permanente José Gabriel Martínez y los alféreces de artillería ligera Filomeno Malagán y José M. Rodríguez. Este último había “fallecido hace pocos años casi ciego y en la miseria”, desposeído de su empleo militar, como el propio autor.59

El Municipio Libre, por su parte, contaba con la sección Mexicanos Distinguidos, que no trataba directamente sobre la Guerra de 47, pero no escatimaba en exaltar las hazañas que en esa época realizaron los biografiados. Tales fueron los casos de Francisco M. de Olaguíbel,60 Luis de la Rosa y Jean Cano; haber participado en el bando perdedor durante “esos días de duelo para la patria” realzaba la memoria de estos “defensores ardientes”.61 El patriotismo era concebido como la virtud por antonomasia; la defensa contra la invasión se consideraba la mejor manera de abrazarlo. Sin embargo, el acontecimiento histórico, como tal, es tratado como un pasaje más en la vida de los distinguidos Olaguíbel y Rosa; es decir, un logro personal, pero deshonra nacional, que no conviene desarrollar. En el caso de Cano, hay un poco más de profundidad en la temática, porque precisamente falleció tomando las armas en contra de Estados Unidos.62

En esta sección también cabe un texto del poeta Juan de Dios Peza, dedicado a su primo Ignacio de la Peza, alumno del Colegio Militar durante la invasión. El artículo es valioso porque reproduce los testimonios del padre del poeta, también veterano de aquella ocasión. El relato hace especial énfasis en las acciones heroicas de los más jóvenes cadetes, de entre 13 y 17 años. Por la exaltación de la gesta, las edades de los militares y el ánimo de conmover al lector, puede considerarse un aporte a la formación del mito de los niños héroes, una tendencia que, en realidad, casi no apareció en la prensa durante esos años: “Hubo chiquitín que al querer atravesar con la bayoneta á un soldado invasor, apenas le desgarró el uniforme, porque no tenía la fuerza necesaria para traspasarlo!”.63

Las referencias a los niños héroes son mínimas. Esto es comprensible, porque el mito nacional adquirió mayor significación a partir del siglo XX, hasta encontrar su hipérbole de la mano del presidente Miguel Alemán, en cuya administración se llevó a cabo la conmemoración del centenario de la guerra. La fórmula “niños héroes” ya era empleada, aunque no con mayúsculas -como mito o nombre propio de los miembros de un panteón nacional-, sino como descripción -un honorífico recurrente, prefabricado-. A pesar de lo anterior, causa sorpresa la poca atención que tuvieron, pues años antes del cincuentenario se dieron algunos momentos clave en la elaboración del relato nacional: la construcción del monumento de Chapultepec dedicado a ellos, impulsada por la administración gonzalina; luego, en el mismo periodo presidencial, la orden decretada de pasar lista anualmente a los fallecidos, en el Colegio Militar; por último, la aparición en la prensa de la primera referencia al cadete que supuestamente se envolvió en la bandera mexicana.64

La mayor expresión de aquel mito, recabada en los diarios, es una descripción sobre los arreglos de la ceremonia septembrina de 1898: un semicírculo bajo una lona roja, sostenida por seis mástiles, junto con varios arreglos florales, trofeos y escudos militares. Además de esto, en el centro de la media rotonda se colocaron banderas mexicanas con los apellidos Montes de Oca, Barrera, Suárez, Melgar, Márquez y Escutia.65

Católicos contra liberales en torno a la Guerra de 47

Hay artículos que dan cuenta de la manera en que los periódicos integraban la historia de México a sus discursos políticos. Existe una relación entre las publicaciones liberales y la minimización del hecho histórico, así como otra entre la prensa católica y el uso de la historia para criticar al gobierno liberal. Las diferentes visiones dieron lugar a un par de polémicas, aunque rara vez la prensa liberal se enfrascó en ellas con los católicos. En general, éstos acusaban a los liberales de tergiversar la historia y apoyar el expansionismo estadounidense. Los liberales, por su parte, escribían que Estados Unidos ya no era el terrible enemigo y que México, como nación madura, podría defenderse ante un hipotético y poco probable nuevo embate; de igual forma, acusaban al clero de traidor y de ser un estorbo durante la invasión.

En el encuentro de posturas, también se hacían presentes otras nociones sobre los estadounidenses, de acuerdo con las ideas decimonónicas acerca del carácter de los pueblos y el discurso de civilización. Así, El Amigo de la Verdad, semanario católico, publicó un par de artículos sobre los excesos y la actitud poco civilizada de los invasores de medio siglo atrás, en los que daba a entender que el pueblo estadounidense se comportaba así naturalmente, a diferencia de otros pueblos. La publicación de estas páginas era, por supuesto, una pedrada a las administraciones liberales que, según la prensa opositora, vendían el norte como un modelo a seguir, cuando sus abusos históricos no los respaldaban.66 Los católicos creían que los estadounidenses y los mexicanos eran esencialmente incompatibles porque sus culturas y religiones habían formado, a través de la historia, diferentes modos de ser: anglo y protestante, por un lado, latino y católico, por el otro.

Los periódicos de orientación liberal, por el contrario, evitaron semejantes comparaciones. Dos opiniones de la prensa pueden ejemplificar la visión oficialista, liberal, antagónica a la de los católicos, respecto a los estadounidenses. Primero, El Mundo publicó en varias partes el diario de un viaje hecho por Justo Sierra a Estados Unidos en 1895. El autor trajo a colación los acontecimientos de 1847 durante su paso por Washington, en una reflexión encaminada a establecer que los orgullosos violadores de lo mexicano habían recibido su merecido en tierra propia, tras el triunfo sobre los confederados durante la Guerra de Secesión.67 Sin rencores y con una suerte de justicia histórica hacia personajes en particular, así fue el juicio de Sierra sobre los estadounidenses. La otra opinión no se encuentra en uno o varios artículos, sino en toda la línea editorial de El Continente Americano, que juzgaba la visión negativa de los mexicanos hacia los estadounidenses como una maniobra de los conservadores: sostenía que sólo se recordaba lo malo del vecino y desviaba la atención sobre la Guerra de 47, al referir que los españoles tendrían que ser los verdaderos villanos para el mexicano.68

En la temática del presente apartado, la polémica más importante se originó cuando El Diario del Hogar dio cuenta de la inauguración de un templo masón en Puebla. La ceremonia estuvo apadrinada por Díaz y Luis Pombo, quien sostuvo en su discurso que durante la guerra de Estados Unidos contra México, el obispo y los curas, al contrario del resto de los poblanos, recibieron con bajo palio al ejército invasor y pronunciaron un Te Deum69 por la derrota mexicana.70El Amigo de la Verdad solicitó pruebas de dicha acusación, pero no obtuvo respuesta satisfactoria; declaró que el obispo Vázquez ni siquiera estaba en la capital poblana en aquel entonces y que el general Scott no tuvo ni las intenciones de dirigirse a una supuesta misa de gracias católica, pues era protestante.71 La presunta y contradictoria posición del clero poblano a favor de la invasión de los protestantes estadounidenses se convirtió en un arma retórica para descalificar a la prensa católica.

Dos años y medio después de la inauguración del templo, los protestantes hicieron circular una hoja suelta en contra de los católicos. El Amigo de la Verdad demandó fundamento, especialmente sobre una de las acusaciones del folleto: “Suplicamos á los protestantes que, si no quieren ser tenidos por embusteros, se sirvan demostrar históricamente que el clero de Puebla recibió bajo de palio á los invasores norteamericanos el año de 1847. Este párrafo aparecerá hasta que demuestren su aserto los sectarios del error”.72

La pequeña nota fue publicada por lo menos 40 veces, hasta 1899. Sin embargo, El Hijo del Ahuizote decidió contestar cuando el párrafo apenas se había reproducido por segunda vez. En un par de ocasiones, el periódico ofreció como fuente histórica la autoridad de una personalidad contemporánea: Jacinto Pallares y Daniel Cabrera. El Amigo rechazó las pruebas de El Hijo, porque no se basaban en documentos históricos y las personas referidas no eran historiadores ni testigos del acontecimiento. Entonces, los liberales dieron a conocer que sí tenían una fuente que demostraba la afirmación y que pronto la publicarían. Después del anuncio, El Hijo volvió a manifestarse, pero para dejar en claro que ya no presentaría la fuente y que le bastaba con lo que había hecho; volvió a citar a Pallares y decidió ignorar a su interlocutor.73

La otra gran controversia se originó cuando Francisco Bulnes causó revuelo al aseverar que “los Estados Unidos hicieron muy bien, y procedieron con plena justicia al anexarse Texas”.74 Las palabras fueron pronunciadas el martes 26 de abril de 1898 en la Cámara de Diputados, en un ambiente tenso por la guerra hispano-estadounidense y la discusión sobre lo que esto significaba para México. Más allá del temor de que el expansionismo yanqui se fijara de nuevo en el país, la mera intervención en Cuba reanimaba las pasiones sobre los acontecimientos ocurridos medio siglo atrás. Bulnes exponía que las recientes palabras del presidente William McKinley sobre la independencia texana no eran mentira, y que éste tenía el derecho de usar la historia en su discurso según le conviniera. Después de todo, los mexicanos también se exaltaban e incluso mentían sobre España en sus discursos nacionalistas con motivo de su independencia.

Las palabras de Bulnes que alebrestaron el ambiente periodístico, lamentablemente no fueron recuperadas en ningún diario de debates de la Cámara de Diputados ni en discursos publicados posteriormente, debido a que fueron pronunciadas en un corrillo, entre poca gente, de manera menos formal y sin mayor ánimo de hacerse públicas. Las personas con las que Bulnes estaba, los también diputados Rafael Herrera y Juan Bribiesca, no gustaron de lo que dijo su interlocutor y temieron que el revuelo que causó en toda la cámara escalara a un nivel más serio. En la sesión de aquel día no se trató tema alguno relacionado con la Guerra de 47 ni con el conflicto cubano; fue, más bien, una reunión común que revisó la situación de las obras de saneamiento en Ciudad de México y los contratos, y se aprobó una parte del proyecto de egresos.75

Tanto los liberales de la Cámara de Diputados como los periodistas católicos mostraron indignación. Estos últimos calificaron las afirmaciones de Bulnes de blasfemias y en contra del patriotismo, la razón y el derecho,76 sobre todo porque no consideraban, como McKinley, que Estados Unidos hubiera actuado con prudencia y neutralidad durante la rebelión texana.77 A propósito de esto, La Voz de México recordó que el historiador estadounidense George Bancroft había juzgado la política de su país como el robo propio de un “bully”.78

En general, al escribir sobre la guerra, la prensa liberal se deshizo de las recriminaciones al invasor. El Partido Liberal consideró “absurda” la interpretación que relacionaba la doctrina Monroe con el expansionismo de Estados Unidos; aseguró, además, que otra guerra era improbable, porque al vecino le bastaba su territorio.79La Patria aseguró que México ya se había convertido en una nación joven capaz de rechazar cualquier incursión.80El Nacional coincidió y remarcó que el resultado de la Intervención francesa minaba el ánimo de cualquier potencial invasor.81La Semana Mercantil también juzgó un nuevo trauma casi imposible, pero aconsejó fortalecer los lazos económicos, para reducir aún más las probabilidades de discordias.82

Los católicos actuaban de manera diferente y mencionaban la Guerra de 47 para criticar al gobierno “ayankado”,83 al que acusaban de comprometer la soberanía mexicana a través de contratos económicos y la difusión del protestantismo. El Tiempo fue el más incisivo. En un artículo reafirmó ante The Mexican Herald sus convicciones “antiyankees”, derivadas de la experiencia histórica, la raza latina y los ideales políticos; “por amor á nuestra patria que fué humillada, destrozada, ultrajada y pisoteada por los filibusteros norteamericanos en 1847”.84The Mexican Herald era una publicación especialmente editada en inglés, para la colonia estadounidense en México.

Según El Tiempo, las secuelas de la guerra la hacían un hecho presente. En 1896 publicó una carta sobre el temor que causó un barco estadounidense al arribar a Baja California, pues el presidente municipal creía que los estaban invadiendo nuevamente, hasta que la tripulación presentó un permiso para mapear la costa.85 De igual forma, externó su queja por el dinero destinado a las fiestas nacionales y los sueldos de los diputados, cuando podrían emplearse en una política de repatriación para los mexicanos discriminados que se habían quedado en los territorios tomados por Estados Unidos.86 Posteriormente, escribió con motivo de la visita de unos estudiantes estadounidenses a una ceremonia en honor a Cuauhtémoc: “si fuéramos profesores en esas escuelas […] les recordaríamos que Veracruz fue bombardea […] les enseñaríamos por dónde asaltaron á Chapultepec los invasores […] les enseñaríamos lo que nos quitaron de territorio”.87

Este periódico abanderaba el movimiento antiestadounidense; muchas de sus publicaciones tenían la intención de evidenciar la simpatía de los liberales por un antiguo invasor militar que, medio siglo después, volvía a invadir, pero a través de los contratos comerciales y las políticas económicas. Los católicos pensaban que el acercamiento histórico de los liberales a la política del país vecino ponía en riesgo la misma existencia nacional, no sólo por su expansionismo, sino por considerar que ambos pueblos eran esencialmente diferentes entre sí. Creían, asimismo, que la bifurcación cristiana entre el catolicismo y el protestantismo había dado origen a sistemas de valores incompatibles.

La guerra hispano-estadounidense

Las rencillas anteriores tuvieron auge ante la noticia del enfrentamiento bélico-diplomático entre Estados Unidos y España. Desde 1895, los insurgentes cubanos libraban un movimiento para emanciparse de la metrópoli europea, si bien las ideas independentistas ya se habían hecho presentes desde hacía tiempo. Cuatro años después, los estadounidenses intervinieron en el conflicto: bajo el pretexto del hundimiento de uno de sus acorazados, se unieron a los rebeldes y se encargaron del gobierno de la isla, una vez derrotada España. Las consecuencias de este proceso dejaron a Cuba bajo supervisión de Estados Unidos, junto con Filipinas, Guam y Puerto Rico. Las noticias sobre lo que ocurría entre los dos vecinos fueron seguidas por la prensa mexicana con mucho interés, como lo han expuesto un par de trabajos.88

Respecto al tema de este apartado, las noticias son tratadas solamente por referir los acontecimientos de 1846 a 1848. Sin embargo, es probable que buena parte del interés por comentar lo que pasaba en Cuba tuviera origen en la propia experiencia histórica de los periodistas mexicanos. También debemos tener en cuenta que en Ciudad de México existían publicaciones periódicas de colonias extranjeras y otras que no lo eran, pero mostraban afinidad hacia otros países, por su legado histórico o por las posibilidades de establecer lazos económicos. Entonces, principalmente en los círculos hispanos e hispanófilos, parecía válido preguntar: ¿Quién aseguraba que México, antes ya invadido, estuviera a salvo tras el pleito por Cuba? Más todavía cuando el vecino del norte se había hecho con el control no sólo de la propia Cuba, sino también del resto de las últimas posesiones hispanas de ultramar.

Si bien varios periódicos se manifestaron sobre el tema, los más activos en términos cualitativos fueron El Continente Americano y El Correo Español. El primero era redactado por alumnos mexicanos inspirados precisamente en el estallido independentista de Cuba. Sus poco más de cuatro años activos se basaron en una intensa campaña de desprestigio hacia España, y de los españoles radicados en México y los mexicanos simpatizantes de la cultura hispana, así como en una campaña paralela a favor de la emancipación cubana y el enaltecimiento de Estados Unidos, retratado sin mayores manchas y como víctima de las tergiversaciones de los rivales políticos del liberalismo mexicano. El segundo, por su parte, comenzó como un semanario informativo para los españoles residentes en México; un par de años después se transformó en diario y estuvo más comprometido con la esencia combativa de la prensa contemporánea. Su programa buscaba la unión de la raza latina y, en particular, de los países hispanohablantes en América y de España. Esto porque era más conveniente estar hermanado con pueblos que compartían un vínculo histórico, religioso y cultural, y para formar un frente conjunto ante las intenciones imperialistas de Estados Unidos.

Ambos actores se acusaban entre sí de redirigir la opinión pública sobre la guerra hispano-estadounidense y cómo ésta afectaba a México. Los estudiantes de El Continente Americano aseguraban que la doctrina Monroe había sido malinterpretada y que en realidad no implicaba problemas para el país, como lo concebían los hispanófilos.89 Y El Correo Español apelaba a las raíces hispanas como origen del patriotismo mexicano y una hermandad con Cuba,90 al tiempo que alertaba acerca de una nueva amenaza yanqui, un peligro latente, porque además de todos los territorios en los que había obtenido injerencia, continuaba en expansión, esta vez con Hawái.91 El resto de la prensa se acercó a las posturas de El Continente y de El Correo, según fueran liberales o católicos, respectivamente.

El conflicto traía a la mente, de manera inevitable, lo ocurrido 50 años antes. La Patria publicó el artículo -copiado después por El Continente Americano- “El desastre de 47 glorificado por el desastre de 98”, con motivo del fin de la guerra en Cuba.92 Su autor refiere que la guerra de Estados Unidos contra México era mayormente recordada por su funesto final; una injusticia para la gloriosa gesta que supuso resistir a “una nación temida en el mundo entero”. La rapidez con que Cuba fue tomada se atribuyó a la falta de heroísmo y sentimientos patrióticos, mientras que México, en cambio, había dado cátedra de cómo ser vencido con honor: durante mucho tiempo, frente a más soldados, con hambre, escasez de armamento y sin líderes aptos. La Patria sostenía que la derrota en la isla era vergonzosa y que los mexicanos sacaban de esto un reconocimiento histórico, por haber caído con dignidad. Este texto recuerda a uno publicado dos años atrás por El Siglo Diez y Nueve, que hacía una comparación similar, pero entre la Guerra de 47 y la franco-prusiana (1870-1871).93

Conclusiones

Durante el periodo estudiado, la guerra con Estados Unidos fue poco comentada, en comparación con otros procesos. La parte medular de este trabajo fue elaborada durante los meses más restrictivos de la pandemia de covid-19, cuando sólo se podía acceder a los periódicos del siglo XIX a través de la HNDM, que refiere como perdidos los números de El Tiempo correspondientes a 1897. Éste fue uno de los diarios que más leña al fuego echaba, por lo que el panorama de tema poco sonado en aquel entonces parecía aún mayor. Pasados los meses más aciagos y varias dosis de vacunación, pude consultar dicho título en su formato físico, en la Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada, y con ello reforcé mi idea de que, en efecto, esa guerra no tuvo muchos reflectores, si bien los pocos artículos que encontré fueron importantes en términos cualitativos.

A pesar de las complicaciones, la prensa periódica ha destacado como una fuente versátil; las omisiones han sido sugerentes para determinar la importancia otorgada a los ritos cívicos sobre la Guerra de 47. En sus páginas puede rastrearse la persistencia de ideas tradicionalmente reconocidas en los libros habituales para la historiografía. Además de recuperar descripciones de las conmemoraciones, los periódicos han sido de utilidad para explorar cómo los temas históricos servían de parque para las armas políticas de los grupos influyentes en la política y sociedad porfirianas. Dos cosas, en especial, quisiera resaltar del empleo de la prensa en los trabajos de este tipo. Primero, un elemento apenas sugerido, que no esperaba encontrar originalmente y convendría profundizar en trabajos futuros: el lenguaje pasional característico de la prensa de combate decimonónica es útil para indagar en las impresiones y sentimientos de los actores políticos. Esto quedó en evidencia porque las reflexiones de los periodistas giraron en torno a un evento particularmente traumático. En segundo lugar destaco la potencialidad de la fuente para reconstruir procesos que desbordan el campo de la tradicional categoría de política, cuando lo que se busca es relacionar el tema con una dimensión social; en este caso, qué significaba para los redactores mexicanos escribir sobre la guerra.

En cuanto a las conmemoraciones, en general, sorprende que las publicaciones periódicas no enfatizaron que la fecha llegó a su cincuentenario ni las ceremonias dieron la impresión de añadir un adorno extra con tal motivo. Algunas veces se encuentran frases como “Ayer fue el 50º. de la gloriosa jornada” u “hoy que se cumplen cincuenta años”,94 solamente para contabilizar los años, pero no se detienen en el número como una fecha especial. En cuanto a las ceremonias, fueron más bien modestas. A pesar del impulso obtenido durante la presidencia de Manuel González, parece ser que el interés oficial se apagó con la vuelta de Porfirio Díaz. Sin embargo, la prensa sí contribuyó al desarrollo historiográfico del tema, en una época en la cual el liberalismo triunfante consolidaba su poder político y su discurso histórico.

Existe una relación entre la ideología de los periódicos y la conjunción con alguna de las dos posturas encontradas en los libros porfirianos que tratan la guerra. Por una parte, las publicaciones confesionales simpatizaron con la versión de Roa, escritor asociado a los círculos católicos y colaborador de El Tiempo. Este mismo autor fue citado en otros textos, liberales, por la erudición de su trabajo, aunque sus reflexiones finales no fueran recibidas con la misma calidez. La principal idea que ronda en estas notas es la actitud de los estadounidenses. La culpa sobre el conflicto y sus perpetuas consecuencias mucho tenían que ver con el inicio de dicha pugna: la codicia y la manera de actuar poco civilizada de un país vecino que se presentaba como baluarte de la libertad y la civilización en este lado del Atlántico.

En cuanto a las publicaciones liberales, fueran subvencionadas o no, comparten un gran número de ideas con la postura del resto de los autores. En primer lugar, es más notorio que el conflicto se maneja con vergüenza: evitan mencionarlo o profundizar en él, tal como lo hizo México a través de los siglos. Estos artículos utilizan como principales explicaciones de la derrota mexicana el desbarajuste político interno y la desorganización militar. La culpa sobre el conflicto y sus perpetuas consecuencias recayó, en buena parte, en los propios mexicanos; menos se acusa a los estadounidenses y, de ellos, se habla más de la admiración que sintieron sobre su rival. En esta línea, es común referirse a México como una persona que ha sido violada y humillada; y también se omite cualquier incriminación a los liberales; por último, las acusaciones pueden interpretarse como pedradas hacia los rivales políticos del liberalismo. Por supuesto, la idea generalizada de que con otros líderes se pudo haber ganado la guerra fue una poderosa arma política para desprestigiar a los enemigos del gran relato histórico-político liberal. Puede pensarse que la opinión de Balbontín pesó de manera particular, porque había sido miembro de la Asociación de Defensores y un veterano sin el estigma político de haber apoyado el Imperio de Maximiliano, además de que la memoria de su fallecimiento -en 1894- seguía fresca.

Los periodistas leyeron las obras de sus contemporáneos, pero no se limitaron a reproducir sus opiniones. Los artículos que publicaron respondían a necesidades diferentes a las de los historiadores; esperaban orientar a sus suscriptores en cierta ideología política, a través de juicios acerca de un determinado hecho histórico o de las conmemoraciones sobre dicho acontecimiento. De ahí que exigieran o adjuntaran -según el caso- fuentes de su conveniencia, que no necesariamente eran los libros recién publicados. En las publicaciones periódicas también había dos posturas en torno a la guerra de Estados Unidos contra México, que remitían a actitudes políticas opuestas.

La prensa católica criticó que el gobierno liberal menospreciara el tema a favor de otros, con el fin de legitimar su poder. Sus artículos proyectan desdén, miedo y resentimiento hacia los estadounidenses. Los escritores se enfocaron en culpar al agresor de la tragedia, más allá de cualquier problemática interna que cargara México durante la primera mitad del siglo XIX; se esmeraban en que Estados Unidos no fuera perdonado, porque no ofrecía señales de arrepentimiento ni de dejar sus aspiraciones imperialistas. Cincuenta años después, aún se veía a los norteamericanos como enemigos invasores, pero usando medios pacíficos. En la visión de estos periódicos, el gobierno liberal era traidor por abrir las puertas a inversores y sectas herejes. Una de las características que mejor definió a los estadounidenses, según este tipo de prensa, fue la ambición, que se recalcaba con el conflicto cubano y las políticas económicas que ejercía; esto es, su manera de relacionarse con otros países.

Las publicaciones liberales, por su parte, tenían en mayor consideración las relaciones contemporáneas con Estados Unidos. Los comentarios sobre la guerra evitaban alebrestar los ánimos y enfatizaban que el vecino sí había cambiado para bien. La culpa de la catástrofe no la adjudicaban a los estadounidenses que decidieron irrumpir en México, sino a los mexicanos desorganizados ante tal situación, preferentemente de los que se oponían al discurso oficial. Los liberales atenuaron el pasado incómodo de un compañero presente y prefirieron retratar un México más poderoso que el de medio siglo antes, uno capaz de defenderse para no repetir la historia. No dejan de asomarse contradicciones en este relato o, cuando menos, cuestionamientos: critican la falta de patriotas y el desorden para defender al país, pero al mismo tiempo ensalzan el patriotismo, tan grande que incluso fue reconocido por el agresor; cuentan que el país se ha fortalecido lo suficiente para repeler una nueva invasión, pero que el rival no tiene la más mínima intención de invadir. ¿Por qué jactarse del poderío propio si se confía tanto en el vecino? El Siglo Diez y Nueve, por ejemplo, juzgaba “muy remoto” un nuevo conflicto bélico, pero aun así quería que la instrucción militar fuera obligatoria en el programa educativo, por si acaso.95

A pesar de las diferencias, existe un fondo común: ya sea que el rencor no se abandone o que el recuerdo se cubra bajo la alfombra, ambas posturas lidian con un pasado que no aceptan ni buscan comprender. La Guerra de 47 fue tratada como un tema incómodo, cuyas hazañas pueden exaltarse, pero evitan mencionar: “no recordaremos los desastres de nuestras armas en 1847…”, “no queremos hacer mención…”, “de buena gana no queremos hacer estas reminiscencias…”.96 No es temerario identificar un duelo no resuelto en las actitudes discursivas estudiadas. Una de las ideas más recurrentes es la percepción de México como un ser adulto, aún herido y traumatizado, que a menudo se repite a sí mismo que no volverán a abusar de él, como lo hicieron en la infancia. En general, imágenes muy graves recorren el pensamiento de estos autores. El dolor que proyectan sobre su país es comparado con el que siente una niña que ha sido violada y luego mutilada -y que debe vivir con ese peso, sin poder, ni querer, lidiar con él-, pero que debe mostrar un rostro fuerte al exterior, con la esperanza de que la desgracia no vuelva a ocurrir. Recoger las impresiones y actitudes discursivas de los autores en tales textos puede darnos información sobre el tremendo peso de los nacionalismos en el siglo XIX. Por último, la prensa frecuenta una idea también vertida en el prólogo al texto de Emilio del Castillo Negrete, tomada del rey Francisco I: “¡todo se ha perdido, menos el honor!”.97 El hecho de que a cada momento tal honor se presuma intacto, hace pensar que, en realidad, fue lo que resultó más lastimado.


Notas al pie
1

Una primera versión del presente estudio fue presentada como ponencia en el Coloquio virtual “1846-1848, reflexiones historiográficas 175 años después”, el 4 de febrero de 2022. El artículo ha sido ampliado y enriquecido a partir de dicha experiencia y los oportunos comentarios de la maestra Alicia Salmerón Castro.

10

Muy diferente fue el contexto estadounidense, de cierta forma conocido por los autores mexicanos, aunque poco referenciado —probablemente, debido al tono patriótico que los textos solían contener—. Tan sólo en 1850, Livermore dio noticia de 48 volúmenes estadounidenses en torno al conflicto, desde historias y ensayos hasta literatura de viajes, novelas y poesías; la mayoría, a favor de su país. En ese sentido, su propio libro destaca por una franca oposición a la política de entonces, sus juicios morales de carácter religioso y el uso de sus escritos como medio para combatir la esclavitud. Abiel Abott Livermore, Revisión de la guerra entre México y los Estados Unidos (México: Talleres Gráficos de la Nación, 1948), 203.

27

La supervivencia de la primera tendencia fue criticada por Valadés en un texto de difusión por el centenario de la guerra. Entonces, todavía se buscaba equilibrar la balanza sumida por “una historia pesimista”, más preocupada por resaltar un escenario desordenado con actores entre inoperantes y estorbosos. José C. Valadés, Breve historia de la guerra con los Estados Unidos (México: FCE, 2019), 9.

28

“Asociacion del Colegio Militar”, El Siglo Diez y Nueve, 14 de septiembre de 1871: 3. [N. E.: Por cuestión de espacio, los artículos de periódicos del siglo XIX que se citan sin autor identificado, están registrados en la bibliografía final sólo por título del diario y año].

32

Para una reunión, ocuparon la Escuela Teórico Práctica Militar, mientras que se instalaron en la Administración para revisar las constancias de quienes quisieran acreditar su condición de veteranos. Años después ya tenían su sede en el número 4 de la calle Cocheras y, posteriormente, Díaz, en calidad de presidente de la república, obsequió un terreno a las faldas del Cerro de Guadalupe, para depositar los restos de los veteranos fallecidos; antes de eso, había un acuerdo para dejarlos en el Panteón Civil de Dolores. “Asociación de defensores de la República de 1836 á 1848”, El Siglo Diez y Nueve, 7 de agosto de 1886: 3; “Asociación de defensores de la República en los años de 1836 á 1848”, La Patria, 9 de enero de 1887: 2; “Defensores de la Patria”, La Voz de México, 5 de junio de 1892: 3; “Cesión”, La Patria, 12 de enero de 1894: 3.

38

Hay un par de piezas que no lograron ser identificadas: en 1896, se tocó la obertura “Los secretos del maestro Corníll” [sic] y dos años después, una fantasía de “La cacería” del compositor “Boucelosi” [sic]. Independientemente de la ortografía propia de la época, que tendía a traducir las palabras extranjeras, los nombres de los compositores siempre eran omitidos y a algunos apellidos les faltaban letras; de igual forma, las obras no se escribían con el título completo y su respectivo fragmento. En el escenario planteado, podemos pensar cualquiera de las siguientes situaciones: los intelectuales de la época estaban tan relacionados con esa música que requerían de pocas palabras para saber qué se iba a tocar y podían escribir sólo apellidos, algunas veces mal, junto con ocasionales abreviaturas, debido a su nivel de familiarización; o bien existía poco conocimiento y los nombres de autores y obras pasaban, más bien, de boca en boca. Algunas referencias son inconfundibles, como “Hernani” y “Traviata”, otras son más difíciles de encontrar, por ejemplo, Lascia ch´io pianga aparece como “L. chio”, sin referir a su compositor. Además, esta última da la impresión, incluso, de haberse impreso como “L. chic”, lo que invita a pensar sobre el papel de los cajistas en esta situación, si ellos recibían así el texto o lo interpretaban erróneamente. “Glorioso aniversario”, El Siglo Diez y Nueve, 7 de septiembre de 1896: 3; “En honor de unos héroes”, El Correo Español, 7 de septiembre de 1897: 2; “La asociación del colegio militar”, La Voz de México, 7 de septiembre de 1898: 3.

57

Una nota de 1886 indica que la ejecución de un reo fue llevada a cabo por veteranos. Si bien no se especifica que hayan participado en la Guerra de 47, ésta pudo ser una de las prácticas que efectuaban, al menos, los que conservaban todas sus extremidades y no eran tan ancianos. “El reo Francisco del Moral”, El Tiempo, 10 de diciembre de 1886: 2.

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No confundir con su nieto homónimo, político y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

64

La mención se publicó en 1892, en El Nacional. En realidad, un poema de José Peón Contreras, no una obra histórica, refirió que un cadete se arrojó del edificio con tal de no ser aprehendido como soldado derrotado. El alumno no tiene nombre y el texto literario da a entender que la bandera mexicana lo empapó de honor por su acto, en lugar de que él literalmente se envolvió en la bandera y se tiró. García y Fritsche, “Los niños héroes…”, 56.

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Las notas de Sierra fueron publicadas entre 1897 y 1898; ese último año también se editaron como libro. Los personajes que el autor mencionó fueron Robert E. Lee y Jefferson Davies. Justo Sierra, “En Tierra Yankee. Notas a todo vapor. Washington — El capitolio — paseando”, El Mundo, 6 de marzo de 1898: 5.

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El Te Deum es un himno que los católicos reservan para dar gracias en ocasiones muy especiales.

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