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Jocs de canyes, bous i lluminaries. La fiesta en la Valencia del Renacimiento y el Barroco a través de sus fuentes


“Bulls, Lights and Lances”. Feast in Renaissance and Baroque Valencia through its Sources

Helena Rausell Guillot*

* Universitat de València, Departamento de Didáctica de las Ciencias Experimentales y Sociales, Facultad de Magisterio, Valencia. España. helena.rausell@uv.es. https://orcid.org/0000-0003-1803-3487.



Resumen

Este artículo recorre las diferentes expresiones de la fiesta en la Valencia renacentista y barroca a partir de diversas fuentes, como los dietarios de la ciudad. Proporciona información de primera mano sobre el devenir cotidiano del lugar (bodas, nacimientos, entradas de autoridades, procesiones, defunciones), además de permitirnos conocer mejor las diferentes dimensiones (social, política, simbólica, literaria) de la fiesta en la época moderna. El estudio se complementa con textos literarios coetáneos, como El cortesano (1561) de Luis Milà o los Diálogos (1538) de Juan Luis Vives, mostrando un panorama rico y plural de algunas de las prácticas culturales del siglo XVI y principios del XVII.



Abstract

This article studies the various expressions of the feast in Renaissance and Baroque Valencia. It is based on different sources, such as the city’s dietaries. It provides first-hand information about the day to day of this place (weddings, births, official entries by authorities, processions, burials) and it also offers a greater understanding of the many dimensions (social, political, symbolic, literary) of the feast in Early Modern Valencia. The study is complemented with contemporary literary texts, such as El cortesano (1561) by Luis Milà and the Dialogues (1538) by Juan Luis Vives, which show a rich and plural view of some cultural practices of the 16th and 17th centuries.

Recepción: 22.10.21 / Aceptación: 01.12.21

bg.Mar.22; 5(1)

Palabras clave: Fiestas, prácticas culturales, monarquía hispánica, ciudad de Valencia, Renacimiento.
Keywords: Festivities, cultural practices, Hispanic monarchy, city of Valencia, Renaissance.

Introducción1

La Valencia medieval y barroca

La fiesta, expresión de alegría y sustento del poder, ha sido siempre un elemento consustancial a la ciudad de Valencia. En los siglos XVI y XVII poseía además otro sentido, “el de la cohesión y la participación colectivas”, en un momento histórico en el que la fiesta era “un instrumento, un objeto eficaz de expresión, de control, de afirmación y de poder”.2

Valencia era, a principios del siglo XVI, una de las ciudades más pobladas de la monarquía hispánica. El censo del año 1510 proporciona cifras de unos 50 mil habitantes intramuros y otros 19 mil en las alquerías, pueblos y lugares de la huerta que la circunda. Las 13 parroquias con las que contaba ejercían importantes funciones religiosas y asistenciales, mientras que la ciudad tenía una importante industria artesanal y era intrínsecamente deficitaria en grano. Su desarrollo comercial fue también importante: participaba en la ruta de las especias, en aquélla que conecta con los mercados orientales de la Corona de Aragón (Cerdeña, Sicilia y Nápoles) y en las rutas comerciales que unían Italia con Flandes. Esto explica la presencia de importantes colonias de mercaderes genoveses, alemanes y, andado el tiempo, también franceses.

Desde mediados del siglo XIV existía en la ciudad una creciente demanda de educación literaria, por las posibilidades que abría la carrera eclesiástica y el ejercicio del derecho. Es la razón por la que, en 1412, se estableció una escuela subvencionada por el municipio, que centralizaba la enseñanza. En 1499-1500 se erigió la Universitat de València, gracias a lo cual ya no era necesario emigrar a Lérida, París o Bolonia para conseguir los grados universitarios. El Estudi General llegará a ser especialmente reputado por su facultad de medicina, que introduce en la monarquía las enseñanzas anatómicas de Vesalio, pero también por el dinamismo de su facultad de artes, en la que se impartieron de forma anticipada cátedras de griego, hebreo, poesía e historia. Además, tipógrafos alemanes establecieron, en una fecha tan temprana como 1473, la imprenta de caracteres móviles, por lo que Valencia llegó a ser un centro de producción local importante, con el establecimiento en la ciudad de dinastías de impresores como los Mey o los Brocar.3

En este contexto se ubica nuestro estudio sobre la fiesta urbana renacentista y barroca, el cual hemos abordado a partir de una serie de fuentes primarias. Entre ellas destaca el Dietario de Jerónimo Soria, al que se añaden el Corpus documental de Germana de Foix y textos literarios como los Diálogos de Juan Luis Vives (1538) o El cortesano de Luis Milà (1561). Puntualmente, hemos incorporado alguna noticia también del Dietario de Pere Joan Porcar (1560-1629), que cubre un periodo posterior (1589-1628).4

El Corpus documental de Germana de Foix es un manuscrito de 1891 que se encuentra en la Biblioteca Valenciana de San Miguel de los Reyes. Consta de tres volúmenes encuadernados en rústica, con el título común de Germana de Foix. Los diferentes volúmenes están identificados como: I Texto, II Notas y III Ilustraciones. El primer volumen, escrito en folio, está a su vez dividido en tres partes que se corresponden con las diferentes etapas de la vida de la reina: desde su nacimiento hasta el fallecimiento de Fernando el Católico, su primer esposo; su viudez; su segundo y tercer matrimonios. Los volúmenes II y III están escritos en cuartilla, no en folio. El manuscrito ha sido recientemente editado por la Universitat de València.5

El cortesano (1561) es la obra más conocida de Luis Milà (Lluis Millà), autor también de un Libro de motes (1535) y un Libro de música de vihuela de mano (1536). Se trata de un diálogo que describe la corte de doña Germana de Foix y su tercer esposo, don Fernando de Aragón, duque de Calabria. Son obras de las que han pervivido pocos ejemplares. El cortesano no volvió a ser publicado hasta muy entrado el siglo XIX, en un volumen que incluía El libro de motes. En 2001 hubo una nueva edición de la obra completa, aparecida en dos volúmenes y acompañada de sendos textos de Vicent Josep Escartí y Antoni Tordera. Incluía el facsímil y la transcripción del original de 1561, en una edición de la Biblioteca Valenciana realizada en colaboración con el Ayuntamiento y la Universitat de València. En 2009 la Diputación de Valencia hizo una nueva edición, a cargo de Vicent J. Escartí, que incluía una modernización de las grafías y un glosario final. Más recientemente, ha sido objeto de una edición crítica en una tesis doctoral de la Universidad Complutense de Madrid.6

Por lo que respecta a los Diálogos de Juan Luis Vives, Exercitatione Linguae Latinae, fueron publicados por primera vez en Breda (1538). Forman parte de sus obras tardías, pero también son de las más populares, siendo uno de los escasos textos de Vives que fueron editados en su ciudad natal en el siglo XVI. De hecho, entre 1565 y 1581 se documenta su utilización para la enseñanza del latín en la Universitat de València. Nos hemos servido de la edición del Ayuntamiento de Valencia, suscrita por Francisco Calero, en ocasión del centenario del nacimiento de su autor, aunque también hemos suscrito un análisis propio sobre las propuestas pedagógicas de la obra en sí.7

Los dietarios

Son obras que dan fe del interés medieval y moderno por la historia. Con este término suelen designarse los libros en los cuales los cronistas de Aragón escribían los sucesos más notables de una villa o de un reinado. Se insertan en una tradición más amplia de crónicas y memoriales que entremezclan la historia sacra y profana, en la que destacan la Crónica de la Historia de Valencia de Pedro Antonio Beuter (1538) y la Crónica de Martín de Viciana (1546-1566). En el caso de la ciudad de Valencia, se conservan diferentes dietarios, concretamente tres. Su utilización como fuentes para conocer la historia se remonta a una tradición que se inicia con Gaspar Escolano y llega hasta Gregorio Mayans, lo que explica el interés por copiar y editar este tipo de fuentes a lo largo de los siglos.

Antes de ser publicados, los tres dietarios se conservaban manuscritos en un volumen en papel, con cubiertas de pergamino y letra de los siglos XVI y XVII, preservados en la biblioteca del antiguo convento de la Orden de Predicadores de Valencia. Sabemos que ya en el siglo XVI el manuscrito formaba parte de los fondos del convento y, al parecer, la idea de encuadernar los tres dietarios de forma conjunta fue de principios del siglo XVII. El hecho de que estuvieran encuadernados junto con los primeros los otros dos dietarios hizo que durante un tiempo se pensara que se trataba de una única obra, escrita a diferentes manos. De los dietarios existen copias manuscritas tanto en la Biblioteca del Colegio del Patriarca como en la Biblioteca Histórica de la Universitat de València (copia del P. Ribelles, y una segunda copia datada en 1742). Con la exclaustración de 1835, buena parte de los fondos de las bibliotecas y archivos conventuales pasaron a la Biblioteca Universitaria de Valencia, aunque parece ser que los manuscritos originales fueron a parar al convento de religiosas dominicas de santa Catalina.

El más antiguo de todos ellos es el Dietari del Capellà d´Alfos, que cubre hasta 1478. Debe su nombre al cargo de su autor como capellán de Alfonso el Magnánimo. El códice original está escrito a doble columna en cuadernos de 10 folios encuadernados en pergamino y consta de 195 folios de 300 x 220 mm. A principios del siglo XX, el Institut d´Estudis Catalans encargó la transcripción de la obra a Sanchis Sivera, aunque fue finalmente editada por Acción Bibliográfica Valenciana en 1932. El segundo, de 16 folios de 219 x 158 mm, es el Dietario de mosén Gaspar Antist, caballero valenciano muerto en 1575. El tercero de ellos, el Dietario de Jerónimo Soria, ha sido nuestra fuente principal y consta de 146 folios de diferentes tamaños. Se inicia con 23 hojas sin foliar, de 295 x 195 mm y dos escritas por una sola cara de 200 x 207 mm, que incluyen noticias hasta 1508. Salta entonces hasta el folio 13, comenzando nuevamente en 1516, debiendo corresponderse los 12 folios que faltan a las noticias de esos ocho años. El Dietari de Jeroni Soria fue editado en 1960, también por Acción Bibliográfica Valenciana, en una edición de 258 páginas, con prólogo de Francisco de P. Momblanch Gozálbez, académico de la Real Academia de la Historia y director de número del Centro de Cultura Valenciana.8

Jeroni o Jerónimo Soria fue un comerciante nacido en Valencia, hijo del genovés Simo de Sori y de Margarita Langlés. Tras una estancia en Génova, volvió a Valencia en 1508, tal y como consta en una de las primeras anotaciones del dietario. Se trata de un comerciante de paños de lana que es también censalista y arrendatario de los diezmos de la ciudad de Gandía desde 1525, lo cual le permite tener contactos tanto entre la nobleza local como con la castellana.9 El dietario da noticia de epidemias (1508, 1523, 1530, 1538, 1557 y 1558), incendios, inundaciones (1517) y demás acontecimientos de relevancia en la vida cotidiana de la ciudad. Igualmente, su autor guarda registro acerca de los funerales de personajes célebres (los virreyes, el gobernador, algunos nobles…), o sobre las entradas en la ciudad de los monarcas de la casa de Austria, los arzobispos o los virreyes. También da noticia de los autos de fe, de la guerra de las Germanías o de sucesos internacionales como las grandes paces de la monarquía o las reuniones del Concilio de Trento. La narración del dietario se extiende a lo largo de medio siglo, concretamente entre 1508 y junio de 1559. Se trata, como los otros dietarios, de una obra concebida sin un plan previo, en la que se anotan los sucesos en orden cronológico, en ocasiones de forma sucinta, aunque otras veces aparecen descritos con especial detalle.

La ciudad como escenario

Los dietarios también dan noticia de los fastos y festividades que acontecen en la urbe. Sus dimensiones son plurales: políticas, religiosas, burlescas, simbólicas, literarias… Sin embargo, bajo la apariencia del ornato y el espectáculo se esconde siempre su significación sagrada y política.10 La ciudad, que aloja diferentes poderes, se convierte durante las fiestas en un teatro en el cual dichos poderes se encuentran simbólicamente, se exhiben y se manifiestan.11

El primero de ellos es el poder real, ya que, pese a su ausencia, en la ciudad se encuentran los signos de su majestad y en ella se exhiben las manifestaciones que aseguran su presencia simbólica. Junto a él, la nobleza transforma su urbanismo al erigir sus palacios, además de esforzarse por tejer en ella sus redes clientelares, haciendo del linaje instrumento de acceso, ejercicio y transmisión del poder. Igualmente, la Iglesia, intermediaria entre lo sagrado y lo profano, amenazada por las diferentes reformas e inmersa pronto en su reconfiguración doctrinal hasta el punto de que ha llegado a decirse que el “espacio festivo es, sobre todo, espacio sacro”. Por último, la universidad, recién creada bajo el amparo real y episcopal, que proporciona el barniz de la propaganda y la alabanza, pero también la municipalidad, que goza de un peso singular en la ciudad y en el reino desde la propia conquista.12

Se construye, asimismo, una imagen de la ciudad a partir de un proceso de impostación en el cual los discursos desplazan a la ciudad real mediante una serie de prácticas entre las que la dinámica de la fiesta posee un lugar de honor. Los poderes encuentran en la fiesta el sitio para producir y reproducir sus discursos, al tiempo que la fiesta hace desaparecer la ciudad real, escondiéndola en sus relaciones y panegíricos. De alguna manera, fiesta y poder caminan juntos en la edad moderna: la una como expresión y práctica del otro; el uno como metáfora donde la ciudad puede mostrarse en su proceso de exhibición y construcción.13

La fiesta, además, es cara. Para los grandes festejos, la municipalidad se endeuda: 100 mil sueldos por la visita en 1528 del emperador Carlos V, mil libras para la visita de su hijo, el príncipe Felipe, en 1542…14 La fiesta posee también la potestad de paralizar la ciudad: en los días festivos se detiene la actividad comercial, económica y judicial. Durante tres días las cortes, la lonja, las tiendas y los talleres se mantienen cerrados, tal y como narra el dietario: “Y los días de trabajo nadie abrió las puertas, ni trabajó, y se encendieron numerosas luces, sobre los tejados, fanales, y en las calles los oficios danzaron”.15

Para las grandes ocasiones, la ciudad se transforma en escenario. A pesar de que, como todas las urbes modernas, puede ser sucia y maloliente, sabe también maquillarse, transmutándose para ofrecer su mejor rostro: expulsa del recinto de las murallas a mendigos y malhechores, limpia las canalizaciones, barre y riega sus calles, e incluso llega a adornarlas con mirto y narcisos.16 Para ofrecer su mejor imagen recurre a arquitecturas efímeras, luces, tapices, brocados, damascos… El objetivo de esta mutación estética es realzar su dignidad, ensalzándose a sí misma para alabar al poder.

La música y el alumbrado son elementos fundamentales de esta escenografía. Son los vecinos quienes deben hacerse cargo del alumbrado de las calles, pero es la Junta de murs e valls, una de las instituciones más antigua de la ciudad, la que se encarga de la iluminación de los principales edificios. Dicho alumbrado es caro, lo cual explica las constantes referencias del Dietario, que se detiene en el mismo especialmente cuando es más espectacular, como en el caso de las celebraciones nocturnas o de los castillos de fuegos de artificio; por ejemplo, en los juegos celebrados el 16 de enero de 1541 por el matrimonio del virrey, el duque de Calabria, con doña Mencía de Mendoza (1508-1554), hija de don Rodrigo de Bivar y Mendoza, nieta del gran cardenal don Pedro González de Mendoza y sobrina del conde de Melito, virrey de Valencia durante las Germanías: “la víspera celebraron juegos en el Palacio Real. Había muchísimas antorchas, tantas que parecía de día”.17

La música desempeña también su papel. Posee una larga tradición en la ciudad, tanto en su variante culta como en su expresión popular. Se cuenta con gran número de fanfarrias y los oficios poseen trompetas o timbales que acompañan procesiones y desfiles, danzas y colaciones musicales. El duque de Calabria albergó en su corte la mejor capilla musical de la monarquía hispánica, integrada por 28 cantores, tres organistas, ocho menestrales, ocho trompetas. Es también el virrey quien se hace cargo de los gastos generados por los músicos profesionales que tocan en las mascaradas celebradas en el Palacio Real.18

La fiesta y la monarquía

El vínculo entre la fiesta y la monarquía es fuerte: la villa celebra especialmente los nacimientos de los infantes reales, las bodas y las entradas reales. En el caso de los natalicios, destacan los de la infanta Juana en 1479; el del infante Fernando, hermano de Carlos, en 1503; el del príncipe Felipe de Habsburgo en 1527; el del infante Carlos, el 9 de julio de 1545; el 12 de agosto de 1556, el de la infanta Isabel Clara Eugenia; el de su hermana, la infanta Catalina Micaela, en 1567; el 4 de diciembre de 1571, el del infante Fernando… Tenemos noticias de una celebración de acción de gracias en ocasión del natalicio de la infanta Juana y de un tedeum por el infante Fernando.

El nacimiento del príncipe Felipe, el 21 de mayo de 1527, establecerá el modelo de festejo de los natalicios regios durante los siglos XVI y XVII: las cartas reales comunican a las autoridades de la ciudad y del reino (el virrey, el municipio y el cabildo) la buena noticia, y estos expresan la necesidad de celebrarlo y de realizar una acción de gracias. Las campanas de la catedral y de las parroquias anuncian la buena nueva, al tiempo que la responsabilidad de organizar las festividades recae en el Consell Secret de la ciudad, por delegación del Consell General.

La festividad mezcla actos sacros y profanos: el tedeum en la catedral, el alumbrado de las murallas, torres, portales y edificios públicos como el Ayuntamiento y la Lonja de los Mercaderes. A ello se añaden bailes y representaciones teatrales callejeras, juegos de cañas, corridas de toros en la plaza del mercado y fuegos artificiales. También es habitual celebrar una procesión a la Virgen de Gracia, sita en el convento de San Agustín. En ella participa toda la ciudad: oficios, parroquias, órdenes religiosas, cabildo catedralicio, autoridades municipales, el arzobispo y el virrey. En la procesión se porta una imagen de plata de la Virgen de los Desamparados, patrona de la ciudad. Una serie de cridas públicas llaman al pueblo llano, el “general del común”, para que participe en las festividades, a las cuales hay que sumar los actos organizados por el virrey, que incluyen fuegos artificiales en la explanada del Real, salvas de artillería desde el baluarte, comedias, danzas y representaciones en el Palacio Real.19

En el Dietario aparece un relato pormenorizado de dichas celebraciones. El viernes 24 de mayo de 1527, a las 2 de la mañana, los jurados de la ciudad recibieron: “Un correo del emperador y rey nuestro, notificándoles que la emperatriz, su mujer, había parido un hijo, pariendo el martes veintiuno de dicho mes a las cuatro, después de comer, y le llamaron de nombre Felipe, y así hicieron crida los jurados de que hiciesen cuatro días de fiestas de alegrías”.

Los festejos por el nacimiento del príncipe se extienden a lo largo de cuatro días, de jueves a domingo. El jueves 30 de mayo, fiesta de la Ascensión, se celebra la referida procesión, desde la catedral hasta la Virgen María de Gracia en el convento de los agustinos; participan todos los oficios de la ciudad, con las banderas y estandartes reales, el duque de Calabria, el arzobispo y el gobernador. Durante otros tres días (viernes, sábado y domingo) prosiguen las celebraciones.

El domingo, los oficios acuden con las banderas reales a la catedral, con bailes y disfraces, desfilando ante la reina, doña Germana, que se encuentra en el mercado. Tras esto, el duque de Calabria y muchos otros caballeros participan en los juegos de cañas.

No podríamos exagerar, tampoco, la importancia de los ritos asociados con la muerte en una sociedad tan sacralizada como la moderna, especialmente cuando alcanza a alguno de los personajes principales del reino. Hemos podido documentar referencias al fallecimiento de Fernando el Católico, el marqués de Brandemburgo, la emperatriz Isabel o el propio Fernando de Aragón, duque de Calabria, virrey de la ciudad. Fernando el Católico muere el 22 de enero de 1516 en Madrigalejo, camino de Guadalupe. En razón del fallecimiento, todos los oficiales de la ciudad se visten de luto, guardándolo desde el 26 de enero hasta el día de la capilla ardiente, celebrada en efigie el 5 de febrero. Igualmente en ocasión de la muerte de la emperatriz doña Isabel, esposa de Carlos V, que fallece el 1o. de mayo de 1539 en Toledo, será necesario comprar para los jurados “gramallas de paño negro, con las vueltas de tafetán negro, por el duelo de la emperatriz”.20

Las narraciones de los actos solemnes que acompañan los entierros son especialmente prolijas cuando el fallecimiento se produce en la propia ciudad. Así ocurre con el marqués de Brandemburgo, segundo esposo de la reina Germana de Foix, quien, como consta en el dietario, fallece temprano en la mañana del 5 de julio de 1525. Ese mismo día por la tarde, a las 6, lo visten con el hábito de san Francisco y lo llevan a enterrar al convento de los Hermanos de Jesús de Jerusalén, sito extramuros de la ciudad en el Portal de San Vicente, en cuya iglesia sería enterrado bajo el altar mayor. El traslado del cuerpo se refiere en estos términos: “Y fueron todas las parroquias y monasterios de Valencia, con las cruces, y cada sacerdote, tanto frailes como capellanes, portaba un cirio blanco en la mano de media libra, y en torno del lecho, antorchas amarillas”.

Sin embargo, la ceremonia con mayor relevancia y que más se repite son las entradas, de las que se ha dicho que son la ceremonia urbana por excelencia. En el Renacimiento, la entrada solemne se convierte en entrada triunfal, en la misma línea de los trionfi romanos.21 Pese a ello, mantienen todavía alguno de sus rasgos medievales, siendo especialmente estudiadas por la historiografía las de la casa de Borgoña.22 En el caso concreto de la ciudad de Valencia, en el siglo XVI la visitan Carlos V, Felipe II y Felipe III en 1528, 1564 y 1599, respectivamente; también el príncipe Felipe en 1542 y sus hijos en 1586. A ello se añade el que no sólo los reyes realizan entradas solemnes en la ciudad, lo hacen igualmente otras autoridades civiles y eclesiásticas: el infante duque de Segorbe (1521); Germana de Foix y su segundo esposo, el marqués de Brandemburgo (1523); los virreyes; Germana de Foix y su tercer marido, Fernando de Aragón (1526); el nuevo arzobispo de la ciudad, Jorge de Austria, que toma posesión de su diócesis (1539), y en 1525 incluso el rey francés Francisco I, tras su derrota en Pavía.23

El ritual es siempre el mismo. Para recibirlos, los representantes de la ciudad van a su encuentro a una de las 11 puertas de la muralla. Allí se celebran dos ceremonias: la entrada del rey en la ciudad y el besamanos, que se había producido ya en las fronteras del reino. Son habituales los arcos triunfales, arquitecturas efímeras en tela y pintados a la usanza romana, que se adoptan de Italia. El Dietario describe en estos términos la llegada de Carlos V, el domingo 3 de mayo de 1528: “Se hizo un arco con tela en las puertas de Quart, pintado a la romana, y dos niños, disfrazados de ángeles, descendían de la bóveda del portal, el uno con una corona y el otro con el cetro, y ambos bajaban cantando”.24

El soberano, bajo palio y montado en un caballo blanco, entra en la ciudad y la recorre, en un cortejo ordenado a partir de un complejo ritual simbólico. Lo reciben en las puertas los jurados y el clero de las parroquias y monasterios, en procesión y portando las cruces. El cortejo atraviesa las calles más importantes: Serranos, Bolsería… En su recorrido pasa por otros portales: el de la Bolsería, “de tela, pintada al romà”, el del convento de la Merced, donde los frailes han hecho confeccionar “hun portal de brocat al romà”, y otro más, también “a la romana”, en la plaza de los caxers. El destino final es la catedral, donde le espera el capítulo catedralicio y donde el emperador descabalga, para entrar en el recinto sagrado bajo un segundo palio. Allí adora el lignum crucis. Finalmente, el séquito con el monarca se trasladan hasta el Palacio Real, sito extramuros, donde el rey se alojará durante su estancia: “Entró en la Catedral, bajo otro palio que sacó el clero. Y en la catedral se había hecho otro portal en su puerta, de brocados y sedas, con las armas del emperador, muy rico”.25

Unos años más tarde documentamos una narración similar sobre la entrada del entonces príncipe Felipe de Habsburgo, futuro Felipe II. El príncipe viene a la ciudad para reunirse con su padre, llegado dos días antes, y entra de forma solemne el 6 de diciembre de 1542. La visita forma parte del recorrido de don Felipe por los distintos reinos de la Corona de Aragón, para jurar sus fueros y privilegios, y ser reconocido como príncipe heredero. En este caso, el recorrido del cortejo no lo lleva a la catedral, sino que pasa por las parroquias de san Martín y de santa Tecla: “Entró por la puerta de Serranos, y fueron a recibirlo los canónigos de la catedral, con un palio de damas. El príncipe iba a caballo, y bajo palio, y el caballo era blanco. Y colocaron un ronzal sobre la cabeza del caballo, de oro y escarlata, con dos cordones de tres palmos de largo cada uno”.26

Los festejos durante las visitas de los soberanos, príncipes o infantes, se extienden más allá de los tres días oficiales. En su ocasión, la urbe despliega toda su panoplia de juegos y espectáculos durante días e incluso semanas: jocs de canyes y justas en la plaza del mercado y en el Palacio Real, bailes y colaciones en la Lonja, mascaradas y comedias en las mansiones de los nobles. Al día siguiente de la llegada de Carlos V, los gremios acuden al Palacio Real, colocando bajo la ventana del emperador una torre hecha de cañas y cubierta de naranjas, mientras otros oficios representan entremeses y farsas, y los labradores hacen ondear una bandera de damasco blanco florentino con bordado de rosas de oro fino. Durante su estancia, que se extiende entre el 3 y el 20 de mayo de 1528, el monarca presidirá un auto de fe, en el cual se procede a la quema de conversos (37 penitenciados y 14 quemados en estatua). El 14 de mayo habrá juego de cañas en el mercado; el 16, sábado, tiene lugar el juramento real en la catedral y el 17 se celebran justas reales en el mercado. Curiosamente, se hacen procesionar las rocas del Corpus, carros triunfantes con imágenes religiosas en las que se representan los misterios. La fecha elegida, a despecho del calendario litúrgico, es el 15 de mayo, sea por la especial devoción de la Casa de Austria a la Eucaristía, sea por ratificar el celo contrarreformista, sea por la voluntad de mostrar al monarca algo característico de la devoción valenciana.27 Tanto en 1528 como en 1542, el príncipe y el rey cazarán en la Albufera, coto de codornices, francolines y conejos.28

Danzas, teatro y colaciones

Dentro de los festejos, las danzas juegan un papel fundamental. Se celebran en diferentes lugares: la Lonja de la seda, algunas casas de particulares, los jardines del Palacio Real o en las propias calles. Las documentamos en ocasión de los esponsales entre Mencía de Mendoza y el duque de Calabria, en enero de 1541; también en las festividades que acompañan la referida llegada de Carlos V en 1528, o la del príncipe Felipe, en 1542. Así, el emperador se reúne con 180 damas de la ciudad en la Lonja, en una velada que durará hasta medianoche. Entre las danzas, la alta y la baja, pero también la zarabanda o pavana, como refiere Luis Milà en la descripción de la corte virreinal que firma en su obra El cortesano.29

Se añade igualmente el teatro, importante hasta el punto de que se habla de un desarrollo específico de las artes escénicas dentro del reino durante el Renacimiento, que se produce en dos contextos diferentes: la corte virreinal y la universidad, en una tendencia a la laicidad que podría mostrar su afirmación como arte lúdico.30 El teatro cortesano es un teatro de autor, bilingüe, del cual se desconoce su continuidad. Se da en la corte de la reina Germana de Foix, siendo remarcables piezas como La visita de Juan Fernández de Heredia, que imita el teatro italiano. Por lo que concierne al teatro universitario, sabemos que las representaciones se celebraban con motivo de las festividades más importantes, o en ocasiones solemnes como el acto de apertura de curso, aunque tenemos poca información, salvo, en ocasiones, el nombre de los autores representados (Terencio o Erasmo, entre otros).31

Por lo que respecta a la comida, el término que más aparece en nuestras fuentes es “colación”, documentado con más frecuencia que “banquete”. Suele ser el colofón de la fiesta y se celebra en espacios como el Ayuntamiento, el palacio episcopal o la casa del gobernador; también encontramos referencias al banquete cortesano, de cuyos excesos habla Luis Vives en sus Diálogos; tienen lugar en la gran sala del Palacio Real, adornada con sus tapices y pinturas. En sus orígenes se ubicaba en su solar una finca de recreo de los monarcas mahometanos. A principios del siglo XVI, el palacio era un edificio grande, enmarcado por dos torres, con un gran número de puertas, balcones y ventanas. Contaba con dos patios, establos y un cuerpo de guardia, además de un zoológico.32

En este caso, la elección de los comensales es extremadamente importante. Además, gracias al ritual borgoñón, puede encontrarse en Valencia el bufet, que ofrece entre 15 y 20 platos diferentes.33 Especialmente memorable fue el banquete que la reina Germana de Foix celebró en honor de Carlos V: “y le ofreció una ingente colación, con muchísimos alimentos y hubo fiesta hasta las dos de la mañana”.34

Documentamos, igualmente, un sinnúmero de referencias a tejidos, vestimentas y trajes. Los más comunes son los paños de lana (llamados simplemente “draps”). Es, sin embargo, la seda la que concede una distinción particular a quienes la portan. Existen distintos tejidos (satén o terciopelo) y diferentes texturas, siendo los más preciados los brocados, en ocasiones bordados con hilos de oro y plata, e incluso con gemas y piedras preciosas.35 Así ocurre con los dos palios que acompañan a Carlos V en su entrada, elaborados en brocado y con bordados en seda y oro. También aparecen los brocados en las arquitecturas efímeras, en el revestimiento de los estrados, en las cubiertas y en los ropajes portados por los que participan en las festividades. Por su interés, transcribimos la descripción que ofrece la documentación de la vestimenta que Fernando de Aragón, duque de Calabria, luce durante su entrada en la ciudad como virrey, el 28 de noviembre de 1526: “El duque entró con una túnica de brocado cubierta de satén oscuro, con cuello. Y en la cintura, bandas de seda y botones de oro. El coste de la túnica era de 500 ducados en oro”.36

Consejeros y oficiales municipales precisan de nuevos trajes para las ocasiones solemnes, que corren a cargo del erario público. Se trata de túnicas largas hasta los pies, denominadas “gramalles” en la documentación. Son de diferentes colores (negro o rojo) y están elaboradas con distintos tejidos: lana, seda o terciopelo.37 El Dietari describe también las vestimentas utilizadas durante los bailes y los juegos. Es el caso, por ejemplo, del juego de cañas celebrado en 1528, para el que se refiere cómo don Juan de Coloma, señor de la Villa de Elda, “vistió 12 caballeros y 12 pajes con capas y túnicas de terciopelo amarillo, con las dos dobleces en satén blanco”.38

Justas, toros, jocs de canyes y procesiones

Entre los juegos, las justas poseen un rango superior. Como expresa en su Miscelánea Luis de Zapata, paje del príncipe Felipe II: “son la fiesta más hermosa, la más elegante y la que precisa de un mayor valor. Hacen bien en llamarlas reales, porque son una fiesta de reyes”.39 En Valencia son bastante frecuentes a lo largo del siglo XVI y se celebran en la plaza del mercado, el Palacio Real e incluso en las propias calles de la ciudad, en un campo adornado por telas de colores.40 Las fechas de las que tenemos noticia explícita en la documentación son 1528, 1542 y 1579.

A lo largo del siglo XVI las justas se popularizan y transforman. Cuando son celebradas en la corte, se introducen elementos parateatrales, imaginarios y literarios; en las de la ciudad se permite ocasionalmente la participación del pueblo llano. Así, Milà describe un torneo celebrado en la corte de Germana de Foix y Fernando de Aragón para reparar el honor de Cupido, presuntamente injuriado.41 Al mismo tiempo, en las justas de guerra financiadas por la ciudad y celebradas en el mercado en 1528 como homenaje a Carlos V se permite, el último de los tres días, la participación de algunos “aventureros”, caso del hombre de 27 años que “rompió 10 lanzas y se batió todo el día”, y “otros seis aventureros que rompieron cuatro lanzas cada uno y que justaron bien, sin daños”.42

Son, sin embargo, las corridas de toros las fiestas posiblemente más populares. Difundidas tras la anexión del Reino de Nápoles a la Corona de Aragón, suelen celebrarse también en la plaza del mercado. Para su preparación cerraban la plaza con carretas y gradas, de ahí el nombre del festejo, que deriva de la palabra “corro” (círculo). Para lidiar los animales se hacían diferentes suertes: las banderillas, el toro embolado, las lanzas o los juegos. El público pagaba por las localidades y, en ocasiones, eran celebradas con fines benéficos, como ocurre en las corridas del 22 y 23 de octubre de 1614 en la plaza de los dominicos, cuyos beneficios estaban destinados a la reconstrucción de la bóveda de la iglesia de san Esteban: “Y los toros eran de la Huerta de Valencia, que los llevaron los carniceros, al contrario de los anteriores, y de la caridad del corro se debían sacar para la obra de san Esteban doscientas ochenta libras, y lo demás para los toros y gastos”.43

Una que otra vez ocurren accidentes, como el hundimiento de las gradas en 1614, que causa la muerte de 60 personas. En 1605, con motivo de las celebraciones por el nacimiento del príncipe Felipe, las bolas de fuego del toro incendian los graderíos: “Salió un toro con alquitrán encendido y otro toro cargado de cohetes, y le prendieron fuego al corralillo en el que estaban, hiriendo a algunas personas que estaban cerca e incendiando el tablado”.44

Es habitual que participen los nobles en la lidia, lanceando los toros desde el caballo, en ocasiones asistidos por sus propios criados. Esto permite, excepcionalmente, el lucimiento de los últimos, como ocurre con el espectáculo protagonizado por el criado del conde Carlet, el 14 de julio de 1627: “Salió a torear un criado del conde Carlet llamado Paulo, de color más negro que blanco [sic], al que llamaban el indiano. Y toreó tres o cuatro toros que fue cosa de admirar, cuando todos pensaban que sería cosa de risa y de burla”.45

Corridas y juegos de cañas ­­-joc de canyes en la documentación­­- se celebran usualmente de forma conjunta. El joc de canyes era, según Castiglione y Ariosto, un juego típicamente hispánico. De origen musulmán, era muy popular en la ciudad de Valencia. Jerónimo Münzer lo describe como un simulacro de batalla: dos facciones, formadas por varios caballeros, se enfrentan lanzando largas cañas agudas como lanzas. Los jugadores montan a caballo y se adornan con turbantes y escudos de cuero. En la documentación aparecen referidos en 1524, 1528 y 1585.

Pese a su popularidad, las corridas y los juegos de cañas poseen un rango menor que las justas y los torneos, como proclama en 1592, nuevamente, el extremeño Luis de Zapata: “Porque los toros y juegos de cañas, aunque son de mucho contento y rregoçijo, al fin ber toros por los campos es cosa muy común a todos y también ber xinetes correr la carrera y escaramuçar, aunque son bonísima fiesta los regozijos, que no les quita su valor porque haya otra cosa más, y sean las justas en fiestas más raras y reales”.46

Otro elemento de relevancia, especialmente presente en las fiestas de guardar, son las procesiones, obligatorias para los oficios bajo pena de multa. Se celebran en gran número y con diferentes tipologías, siendo una de las más habituales la que se ofrece en acto de acción de gracias por una victoria, un nacimiento real o una paz. En estos casos, el punto de destino más usual de la procesión es la imagen de la Virgen de Gracia que se encuentra en el convento de los dominicos, pero si es una paz lo que se celebra, es obligado rendir homenaje a la Virgen de la Paz de la iglesia de santa Catalina. Así ocurre, por ejemplo, en el caso de los festejos organizados en razón de la paz de Niza de 1538: “Y procesionaron a la Virgen María de la Paz y de Gracia, con las banderas reales de los oficios y hubo dos días de fiestas, con muchos bailes y con muchas otras alegrías”.47

Los programas de festejos de las grandes paces de la monarquía incluyen fuegos de artificio, justas y luminarias en unas festividades que suelen extenderse, de forma oficial, hasta durante tres días.

En la procesión participan las autoridades de la ciudad acompañadas por la imagen en plata de la Virgen de los Desamparados, imágenes de los santos y, en ocasiones, los cautivos rescatados de manos de los musulmanes. Así acontece en el caso de la procesión celebrada en 1545 para agradecer el nacimiento del infante Carlos, hijo de Felipe II.48

Conclusiones

Entradas, entierros, justas, procesiones, bailes y corridas… no son sino algunas de las muchas formas y significados que poseen el luto, el júbilo o la religiosidad en la Valencia de principios de la edad moderna, en una ciudad volcada hacia el Mediterráneo cuyos ritmos y tiempos están marcados ya por la fiesta.

Como hemos podido observar a lo largo de nuestro estudio, la ciudad es objeto de construcción del imaginario colectivo, pero también objeto de modificación por parte de las autoridades, de tal forma que los festejos y la transmutación urbana se entremezclan en la práctica del poder. Lo anterior es evidente en la imagen de la ciudad que se aporta en los discursos políticos, literarios o religiosos, pero también en la forma en la que la ciudad misma se transforma, recurriendo a la iluminación o a las arquitecturas efímeras para las festividades, o bien introduciendo y realizando en su seno modificaciones urbanísticas.

La esplendidez de la ciudad con motivo de las visitas reales, la forma en la que en los agasajos se distinguen las personas principales de la ciudad (en justas o juegos de cañas), las justas poéticas y literarias o las relaciones de festejos no son sino algunas de las manifestaciones de la fiesta. Su vinculación con los diferentes poderes (real, eclesiástico, municipal, nobiliario, universitario…) la convierten en uno de los instrumentos más eficaces de propaganda, pero también en un modo de expresión de determinados valores, un teatro de las instituciones, un artificio o una imago.49

La utilización de los dietarios como fuentes de investigación nos ofrece una visión particular de la fiesta, más cercana al día a día que se narra y enriquecida con los datos aportados por las fuentes manejadas restantes, lo cual nos permite aproximarnos mejor a sus lenguajes artísticos, sus códigos simbólicos y sus múltiples dimensiones, políticas, religiosas, sociales, estéticas o literarias.


Notas al pie
1

Este trabajo ha sido realizado dentro del proyecto “Las representaciones sociales de los contenidos escolares en el desarrollo de las competencias docentes”, financiado por el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades, y cofinanciado por el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (Feder) de la Unión Europea (UE).

4

El título del dietario es Coses evengudes en la ciutat i regne de Valencia. Su autor, Pere Joan Porcar, fue beneficiado de la parroquia de San Martín de Valencia. El manuscrito de la obra se conserva en Madrid, en la Real Academia de Historia.

11

En relación a la influencia que ejerció la fiesta como elemento transformador de la ciudad entre 1500 y 1700, puede consultarse la tesis de Desirée Juliana Colomer, “Fiesta y urbanismo. Valencia en los siglos XVI y XVII” (tesis de doctorado, Universitat de València, 2017).

16

Las disposiciones municipales sobre la limpieza de las calles se suceden desde el siglo XIV, especialmente en ocasión de las festividades. José Hinojosa Montalvo, Una ciutat gran i populosa. Toponimia y urbanismo en la Valencia medieval (Valencia: Ayuntamiento de Valencia, 2014), 43-44. En 1528 las calles se adornaron con narcisos, por la entrada de Carlos V en la ciudad. También se utilizó el mirto para cubrir el suelo de piedra del recinto universitario, en ocasión de la apertura anual del curso académico, por San Lucas. Febrer Romaguera, Ortodoxia y humanismo.

32

Almela i Vives, El duc de Calàbria, 37-40. La forma en la que los palacios se configuran como espacios privilegiados para el desarrollo del ceremonial y la etiqueta cortesanos ha sido recientemente analizada en Inmaculada Rodríguez Moya, coord., El rey festivo. Palacios, jardines, mares y ríos como escenarios cortesanos (siglos XVI-XIX) (Valencia: Universitat de València, 2019).

33

Juan Luis Vives, Los diálogos, ed. de Francisco Calero (Valencia: Ayuntamiento de Valencia, 1994). En ocasiones, son los religiosos de los conventos de la ciudad y sus alrededores quienes ofrecen sus delicias culinarias por las fiestas. Ríos, Germana, 198-212.

37

Las túnicas podían ser de invierno y verano, de terciopelo o seda y, como hemos comentado, los jurados recibían dinero para su confección. A veces cambiaban sus colores: según una disposición municipal de 1416 podían utilizarse también el azul y el dorado. De color rojo eran las elaboradas en ocasión de la visita y entrada en la ciudad de Felipe II en 1542. Ríos, Germana, 256.

42

Justas celebradas en el mercado, el 17 de mayo de 1528. Soria, Dietari, 213.

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