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Una experiencia bibliográfica: José Toribio Medina y su imprenta en la Puebla colonial


A Bibliographical Experience: José Toribio Medina and His Printing House in Colonial Puebla

Rafael Sagredo Baeza*
Guillermo González Donoso**

* Pontificia Universidad Católica de Chile, Instituto de Historia, rsagredo@uc.cl
** Pontificia Universidad Católica de Chile, Instituto de Historia, gdgonzalez@uc.cl



Resumen

Con base en la bibliografía sobre la imprenta en Puebla de José Toribio Medina, presentamos un ejercicio metodológico que muestra la potencialidad analítica de las fuentes y prácticas propias de los eruditos y bibliógrafos que, como el historiador chileno, contribuyeron decisivamente a dar forma al americanismo en el cambio de siglo entre el XIX y el XX.



Abstract

By using the bibliography on José Toribio Medina’s printing house in Puebla, this article offers a methodological exercise that shows the analytical potential of sources and practices typically used by scholars and bibliographers who, like the Chilean historian, decisively contributed to shape Americanism at the turn from 19th to 20th Century.

Recepción: 26.06.18 / Aceptación: 27.11.18


Palabras clave: José Toribio Medina, imprenta, México, Puebla, prácticas bibliográficas.
Keywords: José Toribio Medina, printing house, Mexico, Puebla, bibliographical practices.

Introducción

Aprovechando, en lo esencial, un libro, ejemplificaremos una de las posibilidades que tiene la historia de utilizar la prolífica y heterogénea producción bibliográfica de José Toribio Medina sobre los impresos en América colonial. Así, la fuente esencial de esta monografía,1 también destinada a valorar la obra del erudito americanista, es La imprenta en la Puebla de los Ángeles (1640-1821), publicada en 1908 por la Imprenta Cervantes en Santiago de Chile, obra que enseguida del título incluye un escudo de impresor, en una de las tantas formas de representación propias de su quehacer que el autor utiliza a lo largo del texto.2


Figura 1. Portada de J. T. Medina, La Imprenta en la Puebla de los Ángeles (1640-1821) (Santiago de Chile: Imprenta Cervantes, 1908).

Nuestro ejercicio metodológico se basa esencialmente en las posibilidades y perspectivas que la historia cultural ha abierto en las últimas décadas, algunas de cuyas manifestaciones han sido para nosotros un ejemplo muy ilustrativo. Hemos apreciado en particular lo relativo a aprovechar el libro, su contenido y materialidad, su texto y paratexto, para hacer una historia que supere el “qué se hizo” y avance hacia el “cómo, para qué, por qué”, y comprenda el significado social del impreso.3 En otros trabajos hemos abordado el desafío, también sobre la base de alguna imprenta de Medina, de identificar las prácticas del historiador y bibliógrafo al componer sus catálogos, mostrando además las formas de sociabilidad que ellas propician.4

Postulamos, asimismo, que la oportunidad analítica que las imprentas creadas por J. T. Medina ofrecen para reconstruir y apreciar los trabajos del bibliógrafo deben complementarse con otros testimonios salidos también de su mano o provocados por su actividad, como lo son la correspondencia enviada en medio del periplo bibliográfico que da origen a la respectiva imprenta, las fichas, noticias y textos intercambiados durante su elaboración, así como los comentarios, las dedicatorias, los reconocimientos y libros remitidos antes, durante y después de concluida su tarea. Sin perjuicio de revisar, pues no es posible prescindir de ellos, los estudios bibliográficos e investigaciones en acervos documentales y el acopio de títulos y textos para su obra, emprendidos y reunidos por Medina para la realización de La imprenta en América. Todas ellas actividades que por su reiteración en el tiempo delinean formas de sociabilidad propias de, entre otros, los bibliógrafos y bibliófilos, transformándose así también en vestigios para la historia.

Fuentes que se complementan con el contenido de los propios libros de J. T. Medina, que en el caso de su texto La imprenta en México, publicado en ocho volúmenes entre 1908 y 1912, tiene en la obra de Emma Rivas sobre los que llama “varones eruditos”, un elocuente ejemplo de uso y aprovechamiento para identificar el “trabajo del bibliógrafo” al “estudiarla en su composición interna y externa”, con el añadido de hacerlo, además, comparándola con las obras de otros autores de bibliografías novohispanas.5

José Toribio Medina y La imprenta en México

A lo largo de su prolífica existencia José Toribio Medina (1850-1930) recopiló, describió, estudió, introdujo, presentó, tradujo, editó, imprimió y publicó cerca de medio millar de obras con información histórica, bibliográfica, geográfica, biográfica, miscelánea, documental, archivística y científica.6 Todas ellas fruto de su agudeza, talento y persistencia como investigador, historiador, bibliógrafo, coleccionista y erudito. Cualidades que desplegó en archivos, bibliotecas, museos, colecciones, acervos y librerías -tanto públicas como privadas- de América y Europa, gracias a los numerosos viajes de investigación que emprendió entre 1875 y 1929. Durante esas ocasiones también conoció historiadores, coleccionistas, bibliógrafos, eruditos y personalidades que, al igual que él, cultivaban la historia, particularmente la historia colonial americana. Con ellos mantuvo correspondencia y esto le permitió acceder a más información, libros, documentos, piezas, datos, referencias, indicios, objetos y materiales que completaron y documentaron sus numerosas y heterogéneas, obras.

Estos trabajos abarcan los más diversos soportes literarios y materiales, pues escribió, editó, imprimió y acuñó crítica literaria, ensayos, memorias, monografías, introducciones, biografías, traducciones, estudios históricos, catálogos, índices, notas, dedicatorias, advertencias, colofones, reseñas, bibliografías, descripciones, prospectos, apuntes, prólogos, discursos, adiciones, ampliaciones, esbozos, epítomes, fotografías, mapas, monedas, medallas, planchas, clisés y cuños. Todos objetos materiales coleccionados, escritos, publicados, recopilados, impresos, anotados o mandados a hacer por el historiador y bibliógrafo, la mayor parte de los cuales se conservan en la Biblioteca Americana José Toribio Medina de la Biblioteca Nacional de Chile, la que -como él mismo afirmó- representa “la mitad de mi vida”.


Figura 2. Vista de la Sala José Toribio Medina, Biblioteca Nacional de Chile. Fotografía de Max Donoso, 2015.

Los libros de Medina, que a su vez dan lugar a informes y catálogos de y sobre ellos, además de contener en su materialidad los diversos géneros literarios a través de los cuales se expresó el investigador, tanto como en su formato, diseño y tipografía, sus estrategias, preferencias, valoraciones y otras tantas representaciones menos evidentes e implícitas que también reflejan su carácter, prácticas, relaciones, intereses, concepciones, aspiraciones, posiciones y valores, entre otros elementos asociados a su situación como intelectual y sujeto en una coyuntura particular, son tal vez una de las principales fuentes para conocer su trayectoria.

Con el fin de cumplir sus objetivos, componer sus libros, Medina viajó y entabló numerosas relaciones personales y remotas, de las cuales da cuenta la correspondencia conservada en el Archivo Documental de la Sala Medina en la Biblioteca Nacional de Chile. Ahí se encuentran cientos de cartas remitidas a Medina por las más variadas personalidades interesadas en la cultura e historia americanas, al igual que de instituciones culturales, acervos documentales y bibliográficos, coleccionistas privados y particulares interesados en los libros y sus autores, libreros y editores, hombres de Estado, publicistas y amigos literatos. A través de ellas se conoce el tráfico de información histórica y bibliográfica. Un intercambio expresado en fichas, papeletas, un nombre, una frase, un párrafo, páginas, reproducciones, pero sobre todo -y esencial para toda esta comunidad de autores, investigadores y estudiosos- libros, libros y más libros. Todos, hasta ahora, obras, hechos dispersos, fragmentos de una historia sin aparente sentido, anécdotas, situaciones, actividades, todas posibles de orientar a través de una pregunta, un objetivo que permita dar coherencia al heterogéneo conjunto de experiencias y objetos, libros, reunidos y publicados a lo largo de la trayectoria de J. T. Medina, por ejemplo preguntándose cómo trabajó el historiador para componer su imprenta en Puebla, una de las partes fundamentales de su trabajo sobre la historia de México y América.


Figura 3. Portada de José Toribio Medina, La imprenta en México. Epítome (1539-1810) (Sevilla: Imp. de E. Rasco, 1893).

El proceso de acopio por parte del bibliófilo para su imprenta en México, y por tanto de la Puebla colonial, tiene un hito en la publicación en 1893 de un epítome en el cual da cuenta a la comunidad de americanistas, bibliógrafos y bibliófilos, de las obras referentes a la imprenta colonial en México que ya conoce.7 Con una tirada de cien ejemplares La imprenta en México. Epítome (1539-1810) fue impreso en Sevilla por Enrique Rasco, cuyo taller era uno de los lugares más frecuentados por los bibliógrafos en sus visitas a la ciudad. Connotado impresor, así como editor y diseñador de tipografías, llegó a ser el impresor oficial de la Sociedad de Bibliófilos Andaluces, con la que Medina también se relacionó y de la cual recibió colaboración e información para sus libros. Desde la muerte de Rasco en 1910, sus trabajos y publicaciones se convirtieron en elementos de colección entre los bibliófilos; además, sus vínculos con grandes personalidades, como Marcelino Menéndez Pelayo y el marqués de Jerez, reflejan el prestigio que significaba imprimir una obra en sus prensas.8

El compendio relativo a las prensas en la Nueva España colonial formaba parte de la estrategia destinada a obtener títulos para la futura Imprenta, además de comentarios, correcciones, referencias y adiciones que la mejoraran y prolongaran su vigencia. Y como el epítome sobre las prensas mexicanas no contiene ningún texto introductorio o explicativo, es citando el dedicado a la imprenta en Lima, aparecido en 1890, lo que hace posible conocer el objetivo de estas listas de impresos. Ahí, en un texto destinado “A los bibliógrafos”, es donde Medina escribió: “antes de decidirme darla a la prensa, deseoso de salvar las omisiones inevitables en las obras de este género, me ha parecido conveniente imprimir primeramente un epítome en que de una manera tan compendiada como fuese posible, sin sacrificar la cabal inteligencia de los títulos, pudiese comunicar a los bibliógrafos el resultado de mis notas, mis desideratas y mis dudas”; asegurando, “recibiré siempre con agradecimiento cualquiera noticia, por insignificante que sea, relativa al tema de que trata”.9

Iniciada en la década de 1870, La imprenta en América tuvo sus primeras expresiones en los epítomes dedicados a las de Lima y el virreinato del Río de la Plata, aparecidos en 1890, en los cuales Medina advirtió sobre el proyecto destinado a dar a la luz la bibliografía de las prensas americanas desde sus orígenes hasta 1810. El objetivo último de Medina era la historia del imperio colonial español que -sostuvo- se expresaba y manifestaba a través de los impresos, todos ellos -afirmó- reflejo de la trayectoria intelectual y social de América, cuyas manifestaciones todavía se dejaban sentir en su época.

Entre 1891 y 1892 Medina precisó sus propósitos y plan de acción cuando publicó sucesivamente la Bibliografía de la imprenta en Santiago de Chile y la obra en la que dio cuenta de la Historia y bibliografía de la imprenta en el antiguo Virreinato del Río de la Plata, donde escribió que tenía prácticamente concluida La imprenta en Lima, agregando: “seguiremos después con la historia de la imprenta en la Capitanía General de Quito, en Santa Fe de Bogotá, en La Habana, en Guatemala y, Dios mediante, con el Virreinato de México y, al fin, publicaremos la historia general de la imprenta en las antiguas colonias españolas”.10

El conocimiento y la descripción de las obras publicadas por las imprentas americanas habían comenzado en Lima, ciudad a la que José Toribio Medina llegó como secretario de la Legación de Chile en 1875. En la antigua capital virreinal fue donde el joven diplomático entró en contacto con personalidades de la cultura peruana, eruditos, historiadores y literatos como Manuel Mendiburu, Manuel Odriozola y Ricardo Palma, quienes lo introdujeron en los estudios históricos y bibliográficos, estimulando su vocación.

Aunque Medina hizo a lo largo de su vida diversas y distintas evocaciones sobre el momento en que inició su tarea, nunca se confundió respecto de cuál había sido su objetivo: “formar el catálogo bibliográfico de las producciones de la imprenta en las antiguas colonias españolas de América desde su establecimiento hasta que aquellas se independizaron de la metrópoli”.11

En La imprenta en México (1909), el ya reconocido erudito americanista que era Medina ofreció más detalles del origen intelectual de su obra. En “Las palabras al lector”, el bibliógrafo confirmó el origen de su vocación al explicar las circunstancias que lo habían llevado a escribirla. Ahí afirma que luego de la publicación de la Bibliografía de la imprenta en Santiago de Chile fue el “examen de los documentos del Archivo de Indias, que desde antes de 1891 habíamos hecho para el estudio de la historia de Chile” lo que le reveló la “existencia de papeles tan curiosos como interesantes respecto de autores y libros americanos”, lo cual, finalmente, lo llevó a componer sus sucesivas imprentas americanas.12 Programa estimulado por otras circunstancias como su estadía en Buenos Aires cerca de Bartolomé Mitre y Francisco Moreno, el conocimiento de sus afanes intelectuales y el acceso a sus valiosas colecciones de impresos argentinos, que culminaron con la imprenta en el Río de la Plata,13 pero también la sistemática recopilación de papeletas sobre libros relativos a la América española, una voluminosa colección incrementada en acervos de América y Europa de la cual -explicó- se desprendían los títulos mexicanos que entonces daba a conocer.14 Impresos cuya búsqueda, identificación y estudio lo habían persuadido de ampliar y prolongar su trabajo incluso hasta Oceanía, “que la tipografía de Filipinas estaba tan ligada a esa parte de América, que no era posible ocuparse de una sin tocar forzosamente la otra”. Una constatación que lo llevó a publicar en 1896 La imprenta en Manila pues, en definitiva, su irrenunciable erudición lo hizo concluir que “no era posible profundizar un tanto la bibliografía mexicana sin penetrar en el campo de los impresos filipinos”.15

Esta edición, junto con el hecho de ejemplificar las relaciones que las fuentes le permitieron realizar, refleja que Medina prácticamente desde el inicio de sus peregrinaciones por bibliotecas y archivos en América y Europa comenzó a acumular la información que con los años iría vertiendo en sus colecciones documentales, particularmente las bibliográficas que, como La imprenta en México, pese a ser una de las últimas en publicarse, había sido una de las primeras en iniciarse al constituir México la cuna de las imprentas americanas y el virreinato de la Nueva España el principal centro de poder español en América.


Figura 4. Portada de José Toribio Medina, La imprenta en México (1539-1821), t. I (Santiago: Impreso en casa del autor, 1909).

J. T. Medina y la recolección de impresos en México

La excursión bibliográfica por México que Medina, acompañado de su mujer y colaboradora fundamental Mercedes Ibáñez, inició el 10 u 11 de abril de 1903, fue la penúltima etapa de un periplo que los había llevado por América del Sur y Centroamérica, y que culminaría en Europa.

En la correspondencia a su “querida mamá” el bibliógrafo no solamente le participó sus planes y detalló su travesía, también le proporcionó información sobre sus actividades, prácticas e inquietudes, reflejando no sólo las preocupaciones del estudioso, también las de los eruditos e intelectuales en general.

Desde Guatemala, el 4 de abril, avisó que su estadía en México debería prolongarse por tres meses, pero sobre todo informó que había despachado dos cajones de libros hacia Santiago de Chile, rogando, “quiera Dios que no se pierdan”. La reiteración en la correspondencia a su madre sobre sus despachos de libros, como la ansiedad por tener noticias sobre la llegada de éstos, muestra la verdadera angustia que Medina experimentaba a propósito de ellos, propia, por lo demás, de los bibliófilos y bibliógrafos de todos los tiempos. Tal vez debido a lo anterior, el historiador que era Medina, prefiriendo evitar la tensión y sobre todo una pérdida irreparable, optaría -como también le comunicó a su madre- por “llevar conmigo los manuscritos con mis trabajos”. Precaución que sin embargo no siempre tomó, pues desde Lima envió “por el correo los que junté allí”, reflejando así la falta de confianza que le inspiraba despacharlos desde Centroamérica.16

Al igual que con otras situaciones que por la actividad de Medina son una constante en sus viajes, en Guatemala aseguró a su madre que también “dejó algunos amigos que se han esmerado en que nuestra permanencia nos fuese agradable”.17

Los Medina Ibáñez pensaban permanecer en México al menos tres meses pues, “me propongo visitar todo el país, y el trabajo será abundante, según sospecho”, escribió a su madre el historiador recién llegado a la capital. Las que llama “excursiones”, al norte y al sur, estaban entre sus planes porque, aseguró, “me propongo visitar las ciudades más importantes del país”.18

A los 20 días de su arribo a la capital mexicana, el historiógrafo se reunió con el jefe de Estado, entrevista que estuvo precedida por algunos gestos como el envío al presidente Díaz, por parte del representante chileno en México, Marcial Martínez, de una nota fechada el 15 de mayo que anunciaba su visita, acompañado de Medina, comunicación que el gobernante respondió al día siguiente, asegurando que el lunes 19 “tendrá el gusto de recibirlos su servidor y amigo Porfirio Díaz”.19 En la siguiente, con la misma fecha del 19, Díaz agradece los “veintitrés volúmenes que se sirvió enviarme -el día 16- de la interesante historia de Chile escrita por el señor Medina”.20 Seguramente estas diligencias contribuyeron a que Medina y Díaz se acercaran, aunque no puede descartarse que su acogida en el palacio de gobierno fuera también una forma de reconocimiento a la fama que precedía al americanista cuya obra Díaz ya conocía a través del libro, con una dedicatoria autógrafa, que la autoridad había recibido años antes. Esta inscripción se encuentra en el ejemplar del Ensayo acerca de una Mapoteca chilena. Ó sea de una colección de los títulos de los mapas, planos y vistas relativos á Chile arreglados cronológicamente, con una introducción acerca de la geografía y cartografía del país, conservado en la Biblioteca Nacional de México y en el cual se lee la siguiente frase: “Al Excmo. Señor General Don Porfirio Díaz. Presidente de los E.E. U.U. Mexicanos. S. S. S. S. México”.21


Figura 5. Dedicatoria de José Toribio Medina a Porfirio Díaz.

Según Guillermo Feliú Cruz, discípulo dilecto y biógrafo de Medina, “Porfirio Díaz lo recibió en audiencia a los pocos días y ordenó se le dieran todas las facilidades necesarias para sus investigaciones e, incluso, la ayuda precisa para la publicación de las obras que tuviera preparadas sobre el país”,22 actitud que hace pensar en la trascendencia que entonces se atribuyó a sus trabajos en México. Sin embargo, el tono utilizado por Medina para referir la audiencia con el jefe de Estado es mucho menos elocuente. En una carta escrita desde la Ciudad de México el 19 mayo de 1903, le relata a su madre: “tuve una conferencia con el Presidente de la República, quien me trató con harta amabilidad”.23

La parca alusión que Medina hace de la entrevista no debe interpretarse como una expresión de decepción o molestia. De hecho, y una manifestación de las relaciones cultivadas, dos años después, en octubre de 1905, tuvo la consideración de enviar al que considera su “amigo”, una carta acompañada de su Historia del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición en México, la cual incluye una dedicatoria impresa “Al excelentísimo señor Don Porfirio Díaz”, firmada el 16 de septiembre de 1905; el jefe de Estado la agradeció a través de una comunicación fechada el 7 de diciembre.24


Figura 6. Carta de Porfirio Díaz a José Toribio Medina.

Con sólo dos semanas en Ciudad de México, el bibliógrafo advirtió que “es mucho el material que he hallado ya para mi trabajo”, afortunada situación que lo llevó a considerar y reiterar la necesidad de prolongar su estadía en “razón del mucho material que aquí se me ofrece”.25 Libros entre ellos, asegurando a su madre que “aquí he encontrado muchos”, los que, adelantaba el 25 de junio, “me los llevaré a Europa para enviarlos desde Francia”.26 El 18 de julio aseguró “estar muy atrasado para concluir pronto, pues la tarea me ha resultado más larga de lo que pude imaginarme”.27

Luego de 20 días de excursión por el norte de México -antes habían visitado Cholula, Tlaxcala, Puebla y Oaxaca, entre otras ciudades, en la llamada visita al sur-, el 12 de agosto Medina escribió a su madre contándole que estaba de regreso en Ciudad de México después de pasar por Guadalajara y Morelia, que todo había salido bien y que “he adquirido bastantes libros”, además de que estaba “contento, al saber que llegó el segundo cajón de libros”.28

Antes de dejar México, Medina despachó hacia París los libros que había adquirido durante su travesía bibliográfica, diligencia que una vez en Europa lo mantuvo pendiente de ellos, como le escribió a su madre el 19 de septiembre de 1903, pues en algún momento estuvieron “atrapados en el Havre y no saldrán antes del 26”.29 En una nota anterior, fechada el 8 de septiembre, ya le había notificado que “ocho cajas de libros van a llegar a Leonor -la encargada de su casa en Santiago- por conducto de Havre”, indicándole también que “lo anuncie a ella, a fin de que las coloque en el comedor o en el pasadizo”, y pidiéndole: “avíseme usted cuando lleguen las cajas” y los 14 paquetes certificados que también pensaba despachar.30 Estas advertencias, instrucciones y admoniciones reflejan algunas de sus prioridades vitales.

En correspondencia a su amigo Domingo Amunátegui Solar despachada desde Veracruz el 8 de octubre de 1903, en vísperas de salir hacia Europa, luego de cinco meses de “campaña” Medina se admira de “¡cuántas cosas he visto!”, aunque también alude a que “algunas decepciones he tenido”, lo cual sin embargo no le impide estar “plenamente satisfecho del resultado final”, y sobre todo esperanzado de que “quiera Dios conservarme la vida para que el fruto de tanto trabajo no sea perdido”, y agregó que había “trabajado sin descanso, día y noche, logrando, a pesar de la variedad de climas y del cambio abrupto de vida, y de tantas molestias anexas a un largo viaje, gozar de completa salud.31 Tal vez fueron todas las peripecias experimentadas en México las que llevaron al sistemático Medina a escribirle a su madre: “estoy descansando yo de las fatigas de mi largo viaje, y sobre todo de las de México, país verdaderamente endiablado”.32

Veinte años después de su periplo bibliográfico, en 1923, José Toribio Medina evocó ante Armando Donoso la travesía que realizó a fin de avanzar decisivamente en el acopio de los títulos que darían forma a sus libros sobre las imprentas novohispanas. Entonces aseguró que “de pintoresca y peligrosa manera, cuando no había ferrocarril, a simple lomo de mula, visité Puebla, Guadalajara, Oaxaca, Guanajuato, Veracruz, Querétaro, en busca de noticias para mis volúmenes sobre La imprenta en Méjico, que algunos años después di a la publicidad”.33

Todo lo referido representa un elocuente ejemplo de sus experiencias como bibliógrafo y erudito, lo cual sus libros también permiten reconstruir, particularmente lo relativo a su itinerario intelectual. Reflejo además de convenciones, prácticas, usos y costumbres propias de una comunidad intelectual, por ejemplo la de los americanistas, entre el cambio del siglo XIX al XX.

Pero la recolección de impresos, incluidos los poblanos, era una práctica que Medina venía realizando desde mucho antes de su viaje a México pues, ya en 1888, en el catálogo que llamó “de mi colección de libros”, sostuvo que con él sólo trataba de “guardar memoria de los relativos a la América Latina que con paciente labor de no pocos años he logrado acopiar”. Entonces, también aludió a “aquellos títulos que, en el curso de mis investigaciones en diversas bibliotecas y archivos, tanto del Antiguo como del Nuevo Mundo, había conservado apuntes”. A continuación de lo cual enumeró aproximadamente 2 928 títulos que ya formaban parte de su biblioteca personal y al menos otros 340, fruto de sus anotaciones bibliográficas.34 De los primeros, poco más de 70, además los tenía repetidos o ya no le interesaban, pues en el mismo año de 1888 edita en su casa un Catálogo de una pequeña colección de libros antiguos sobre la América Española, a través del cual los ofrece a la venta en “moneda chilena” y advierte que “los gastos de envío por el correo, serán de cuenta del comprador”, lo cual refleja no sólo sus intereses y el afortunado resultado de sus investigaciones y búsquedas, sino también algunos de los usos de los bibliógrafos y bibliófilos de su época, como la publicación de catálogos con sus títulos y la adquisición de impresos a través de ellos.

Esta costumbre explica que Medina hiciera anotaciones, bajo el respectivo título, sobre las páginas faltantes en el impreso y ofreciera noticias sobre su autor, contenido, características materiales, daños que había sufrido y otra serie de indicaciones útiles a los eventuales interesados en adquirirlos.

Revisando y comparando el contenido de los catálogos de 1888 con La imprenta en la Puebla de Los Ángeles, de 1908, comprobamos que en ese año J. T. Medina poseía al menos 12 impresos poblanos, el más antiguo -numerado 192 en su Catálogo breve- es descrito como un sermón de fray Juan de Ávila pronunciado en la Catedral de Puebla en 1689 y publicado 1690. El mismo que en La imprenta en la Puebla de los Ángeles corresponde a la ficha 128, aunque ahora con su título in extenso y la descripción de su portada, contenido y formato, además de la mención de otros géneros literarios incluidos en él, como dedicatorias, pareceres y licencias. Asimismo, tiene la noticia del lugar en donde lo revisó, referencias bibliográficas donde encontró información sobre él y, por último, la no menos útil indicación de que “para la biografía del autor”, los interesados debían “ver el número 1.934 de nuestra Biblioteca hispano-americana”, concluye Medina.


Figura 7. Portada de J. T. Medina, Biblioteca Americana. Catálogo breve de mi colección de libros relativos a la América Latina. Con un ensayo de bibliografía de Chile durante el periodo colonial (Santiago de Chile: Typiis Authoris, 1888).

Si consideramos que en la imprenta dedicada a Puebla Medina indicó poseer en su biblioteca 880 de los 1 928 impresos descritos, y que en el catálogo que en 1926 editó con todos sus libros donados a la Biblioteca Nacional de Chile 907 corresponden a impresos salidos de las prensas poblanas, podrá identificarse la época en que acopió la mayor parte de los títulos que le pertenecían de aquellas imprentas, así como apreciar el significado que para su obra tuvo su paso por México, sin perjuicio de que una revisión y análisis de los títulos y de los años en que fueron publicados, todos en relación con la Biblioteca Americana de Medina, permitirán advertir que el bibliófilo poseía valiosas piezas bibliográficas y que la mayor parte de sus impresos poblanos corresponden a los salidos de las prensas a finales del periodo colonial. La exhaustiva revisión del catálogo permite conocer además el tipo y características de los impresos que contiene, al igual que los rasgos distintivos de la producción editorial de la Puebla colonial y, a través de ellos, de la sociedad y época en que las prensas desarrollaron su trabajo.

En el catálogo de 1888 con los títulos de su Biblioteca Americana en formación, se constata que antes de iniciadas sus ediciones sobre las imprentas coloniales J. T. Medina ya tenía entre sus libros la valiosísima pieza bibliográfica Historia real sagrada, luz de príncipes y súbditos del obispo Juan de Palafox, impresa por Francisco Robledo en 1643. En La imprenta en la Puebla de los Ángeles es el cuarto impreso descrito, siendo su portada la primera reproducción facsimilar que el bibliógrafo incluyó en su libro, ejemplo del valor que le asignó. Y al menos desde el año 1888 poseía también el Sermón de la Purísima Concepción de la Virgen de Antonio de Peralta Castañeda, impreso en 1654, y cuya portada también está reproducida en el libro.

La imprenta como fuente del bibliógrafo y del historiador

Un problema esencial del bibliógrafo es determinar la fecha de la introducción de la imprenta en el lugar objeto de su estudio; tratándose de la Puebla de los Ángeles, escribió Medina, quienes “hasta ahora se han ocupado de estudiar andan en desacuerdo respecto a la fecha en que tuviera lugar”, y no debe sorprender que iniciara su “Introducción” atendiendo ese problema, hecho que permite comenzar a identificar las fuentes bibliográficas, documentales, institucionales e individuales a las que Medina recurrió para acceder a los impresos poblanos que identifica y describe en su texto.

La enumeración de autores y títulos, una etapa esencial en el trabajo de un bibliógrafo, comienza con Nicolás Sotwel, autor de la Bibliotheca Scriptorvm Societatis Jesu de 1776; luego Nicolás Antonio y su Bibliotheca hispana nova, más adelante el Epítome de la Biblioteca Oriental y Occidental de González de Barcia y el Catálogo de los escritores angelopolitanos de Diego Bermúdez de Castro, así otros, siempre con comentarios críticos y eruditos sobre los hechos que los citados asientan. Su evaluación es que “en cuanto a los bibliógrafos que nos han precedido, merece el primer lugar, tanto por su prioridad, como por la especialidad del tema, don Diego Antonio Bermúdez de Castro”.35

Se sirvió también de la Bibliotheca Mexicana del erudito Juan José de Eguiara y Eguren quien, en la capital novohispana, conociera la obra angelopolitana de Bermúdez de Castro y la del padre Arochena sobre la bibliografía guatemalteca;36 ambos son referentes que Medina utilizó reiteradamente en su acopio de menudencias bibliográficas. Sin embargo, la fuente más efectiva para el conocimiento de los impresos de Puebla es el bibliógrafo mexicano José Mariano Beristáin y Souza y su Biblioteca hispano-americana septentrional. Para Medina es “el verdadero fundador de la bibliografía angelopolitana”, cuya obra, empero, contenía “defectos inherentes al sistema que siguió y con los vacíos propios de su trabajo propiamente biográfico y no descriptivo”, todo lo cual se materializaba en vaguedades y equivocaciones, las que, pese a todo, no invalidaban la utilidad de sus noticias para el investigador: “es justo reconocerlo”, concluyó el erudito chileno.37

Según Medina, aun cuando los autores tuvieran el año 1639 como el de la introducción de la imprenta, los antecedentes disponibles a comienzos del siglo XX indicaban que el primer impreso en Puebla de los Ángeles databa de 1640 y era el Arco triunfal: Emblemas, geroglíficos y poesías con que la ciudad de Puebla recibe al Virrey de Nueva España, Marqués de Villena, del jesuita Mateo Salcedo. Un título que sólo pudo referir, pues nunca lo tuvo entre sus manos, como hubiera sido su deseo y se lo dictaba el método que había adoptado para componer sus bibliografías. Las noticias existentes en las obras mencionadas, aunque parciales y contradictorias, son las que le sirven a Medina para deducir los hechos que señala; para ello, se sirve además de su experiencia como historiador y bibliófilo. Por ejemplo, cuando descarta la autoría que Beristáin atribuye al primer impreso poblano aludiendo a la confusión que en ocasiones provocaba que los textos quizá salieran a la luz como anónimos, “según aconteció muchas veces con otros de su misma índole en aquellos años en la tipografía mexicana”.38

La condición de autoridad que Medina atribuía a Beristáin explica que en 1897 haya realizado una reedición de su Biblioteca.39 En ella el polígrafo ofreció un Estudio bio-bibliográfico del erudito, hecho que permite apreciar una de las formas en que accedió al conocimiento de los impresos poblanos, pero también cómo un asunto va llevando a otro, estimulando la vocación del investigador por tratar de cubrir, a través de la investigación y los libros, todas las aristas del tema objeto de su interés.

En su estudio biobibliográfico hay eruditas referencias a Beristáin, con noticias como que hizo imprimir cuatro pastorales del obispo de Puebla, que “en su Biblioteca cita sólo tres como obra del prelado” y, por último, e indicativo de su condición de bibliófilo, que “nosotros poseemos cuatro autorizadas por él, las que a su tiempo describiremos en nuestra Imprenta en Puebla. La última es de 14 de marzo de 1791”.40 Finalmente, y cumpliendo con lo ofrecido, en la imprenta dedicada a Puebla el polígrafo reseñó nueve pastorales, lo cual demuestra no solamente su acuciosa investigación, o el hecho de que los bibliófilos aprovechan la tarea de sus antecesores, sino también que Medina va desarrollando un plan editorial bibliográfico e historiográfico sistematizado y de antigua data.

J. T. Medina dispuso de numerosos trabajos bibliográficos para sus estudios sobre los impresos mexicanos. Desde 1888 por lo menos contaba con la Bibliotheca hispana nova de Nicolás Antonio, los Historiadores primitivos de las Indias Occidentales de González Barcia, el Epítome de la biblioteca oriental y occidental de Antonio de León Pinelo y la Bibliotheque des écrivains de la Compagnie de Jésus de los hermanos Backer, publicada en siete volúmenes en Lieja, entre 1853 y 1861, obra que le sería muy útil para las disputas sobre el primer impreso poblano.

Asimismo, hizo uso de la Bibliotheca Americana or a Chronological Catalogue of Books Relating to North and South America, publicada en 1831; del Catalogue of Books, Maps, Plates on America de Frederik Muller, editado en Ámsterdam en 1872; de la Bibliotheca Americana de Leclerc, publicada en 1878, y de la muy citada, por Medina, Bibliotheca Americana Vetustissima (1866) de Henry Harrisse, incluidas las adiciones (additions) de 1872.41 Además, adquirió en 1885 la Historia crítica de la literatura y de las ciencias en México desde la Conquista hasta nuestros días, de Francisco Pimentel.

La lista de obras de consulta utilizadas por el erudito es extensa, y no es necesario referirlas todas si, como en este texto, nuestro propósito es ejemplificar la potencialidad de la imprenta en Puebla como fuente para el historiador, y de paso mostrar la gran cantidad de referencias que poseía y utilizó el polígrafo para sus trabajos bibliográficos sobre México.

Como Medina era consciente de la tradición intelectual y bibliográfica que representaban sus antecesores, su obra abunda en atribuciones y en una retórica que está constantemente aludiendo y “conversando” con ellos. Si lo que distingue su tarea es su vastedad, erudición y organización, en lo relativo al diálogo entre eruditos y con las “comunidades del pasado”, no hace más que continuar una larga tradición, lo cual Medina efectúa de diversas formas. Por medio de una mención directa en la introducción, del tipo: “en cuanto a los bibliógrafos que nos han precedido”, o “nuestro buen amigo emite la opinión”; una pequeña alusión en la descripción de un impreso como “TERNAUX, Bibl. Amér.”, “ANDRADE, Ensayo” o “EGUIARA, Bibl. Méx.”, o bien, y a lo largo de todo el texto, con la enumeración de los autores y títulos consultados para describir los impresos al final de la ficha de cada uno.

Las referencias de Medina son también para sus propios libros, y en la imprenta dedicada a Puebla se encuentran menciones a la Biblioteca hispano-americana, La imprenta en México y La imprenta en Manila, así como a documentación que encontró y revisó en el Archivo de Indias, y a papeletas con información que le transmitió alguno de sus corresponsales, “como mi buen amigo el canónigo D. Vicente P. Andrade”.

En la sección que Medina llama “Explicación de las abreviaturas”, última antes del catálogo como tal, se encuentra otra gran fuente de información sobre las prácticas, proceder y acervos consultados por el investigador en su peregrinaje tras los impresos de la Puebla colonial.42 Ahí puede constatarse que estuvo en el Archivo de Indias, en la Biblioteca del Seminario de Sevilla, en la de la Universidad de Granada, en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia en Madrid, en la de los padres Agustinos en Valladolid y en el Museo Británico.43 Muestra, asimismo, que aprovechó la Biblioteca Nacional de Chile -a la que denomina “Biblioteca de don J. Toribio Medina” y que abrevia “B. M.”- y, obviamente, la Palafoxiana en Puebla, que no aparece en las abreviaturas pero sí aludida bajo las fichas de cada título, la “B. Palafoxiana”. Lo mismo ocurre con la “B. de Oaxaca”, la “B. Andrade” y la “B. Ágreda”. Y puesto que una parte importante de los impresos descritos en la obra que nos sirve de fuente pertenecían a la B. M., no debemos olvidar que tal vez un número significativo de ellos los adquirió o recibió durante su estadía en México, como lo demuestra también la citada correspondencia con su madre.


Figura 8. “Explicación de las abreviaturas”, página LI de La imprenta en la Puebla de los Ángeles.

A lo largo de su enumeración y descripción de impresos Medina va reflejando los desafíos a los que se enfrenta un trabajo como el que había emprendido hacía ya muchos años, y que ya mostraba resultados contundentes y reconocidos, como la monumental Historia y bibliografía de la imprenta en el antiguo Virreinato del Río de la Plata, que le valió reconocimiento internacional por su erudición y buen método como bibliógrafo. Entre los problemas más comunes que se reflejan en la obra sobre Puebla, además de la fecha de la introducción de la imprenta, están los relativos a la datación de los títulos y las noticias biográficas sobre los autores; con el propósito de resolverlos, el principal método que Medina siguió fue el de tener a la vista el impreso en cuestión, su prolija y completa descripción y el uso de documentación para fundar sus afirmaciones sobre los problemas planteados.

Por lo anterior, a lo largo de su obra se encuentran frases como “si nuestro amigo hubiese visto el presente impreso”, “hay sin duda en eso un error”, “parece que el sabio bibliógrafo se equivoca y que aquella edición no existe”, “copio este título del”, “no conoció esta obra”, “debemos rectificar la fecha”, “daremos algunos datos biográficos de”.

Su experiencia como bibliógrafo le permitió también deducir hechos gracias a su conocimiento acerca de las prácticas, épocas, usos y costumbres. Por ejemplo, cuando duda sobre una autoría y el lugar de impresión, concluye que “la manera como está redactada la portada parece indicar que Asenjo no es el autor del opúsculo. Tampoco puede afirmarse por la misma razón, si las tres impresiones anteriores fueron hechas en Puebla.44 En otras oportunidades su gran conocimiento de los impresos le permite corregir hechos asentados por otros, como cuando sentenció: “tenemos por muy dudosa esta edición, ya que la pieza a que alude Beristáin figura en el libro que con el título de El segundo quinze de Enero, etc., se imprimió en México ese mismo año”.45 Erudición que en ocasiones le permitió agregar que “hay otros trabajos de [un determinado autor] que se imprimieron en México”.46

El positivismo de José Toribio Medina se manifestó de manera categórica cuando criticó afirmaciones sin fundamento, una cuestión decisiva, pues comprometía el método de los historiadores, eruditos y bibliógrafos americanistas de la época. Por ejemplo, al rebatir una afirmación de Beristáin sobre la fecha de un impreso que llevó al clérigo y bibliógrafo a conclusiones equivocadas. Refiriendo autores y obras, Medina develó la equivocación presente en la Biblioteca hispano-americana septentrional, criticando además que la datación y localización que en ella se ofrecía de la Relación histórica de la solemne proclamación de D. Felipe IV no podía confirmarse, entre otras razones porque “Beristáin no señala fecha alguna de la cual pudiera deducirse la época en que hubiera vivido Ambrosio de Montoya”, su autor, justificando de paso la razón para proporcionar datos biográficos de los autores de los impresos, como él comúnmente ofrece en sus catálogos. Así, y criticando que Beristáin solamente se basara en una obra de referencia para asentar 1622 como fecha de publicación del impreso, a partir de lo cual señala ese año como el de la introducción de la imprenta en Puebla, el bibliógrafo reafirmó el método correcto, reprochando: “Esto viene a confirmar cuán deleznables son las deducciones históricas que no se hallan basadas en documentos”.47

Su afán por “presentar pruebas que alejen toda duda”, como escribió en 1909 en la nota “Al lector” de La imprenta en México, explica por qué en la introducción a la dedicada en Puebla, Medina ofreció la disputa entre cinco bibliógrafos sobre la fecha del primer impreso en la ciudad. Discusión a la que suceden 23 breves estudios de impresores, libreros y grabadores, los que se sustentan y complementan con citas de reales cédulas y reproducciones de la legislación colonial sobre el libro.

Como señalamos, el interés del erudito por la datación del primer impreso de la ciudad, y con ello de la introducción de la imprenta, es una práctica indispensable en su obra bibliográfica e incluso condiciona el estilo y organización de las presentaciones de sus imprentas, en las cuales se suceden repeticiones léxicas como “desacuerdo”, “hasta ahora”, “introducción”, así como el reconocimiento de quienes lo han precedido en el trabajo y terminan por eso conformando una comunidad de estudiosos, los llamados “bibliógrafos” o “historiadores”.

En trabajos en los que determinar la fecha del primer impreso se vuelve una tarea difícil, como es el caso de Puebla, Medina se obligó a dar cuenta de las disputas bibliográficas existentes, aludir a las diferentes conjeturas planteadas y a terminar con su propio juicio, como puede apreciarse en el caso de La imprenta en México, donde escribió:

Aunque en la portada de esta obra se lee que en ella se trata de libros impresos en México a contar desde el año 1539, en realidad se citan también y se afirma la existencia de tres o cuatro de fecha anterior, y con especialidad uno de 1535, pero como el hecho es tenido hasta ahora por dudoso por algunos bibliógrafos y no nos es posible presentar pruebas que alejen toda duda al respecto, hemos preferido fijar este año de 1539 como inicial en los anales de la tipografía mexicana.48

Las interrogantes sobre el primer impreso y los intentos por responderlas son manifestaciones de las prácticas y usos del erudito. En el caso de la imprenta en Puebla, inicia la discusión con los jesuitas y su Biblioteca Scriptorum Societatis Jesu, publicada en Roma en 1776, y continúa con las bibliografías de González de Barcia, Ternaux-Compans y los padres Backer, que conoce desde antes de 1888, puesto que ya se encuentran en su Catálogo breve.49

Otra práctica de Medina es ilustrar sobre los autores e impresores de los títulos que enumera y estudia. Ahí, en la reconstrucción de sus vidas, genealogías y contextos de producción, en la identificación de sus impresos más relevantes, también se refleja su experiencia y erudición. Con un estilo que lo acerca a la prosa, estas pequeñas biografías son a menudo intervenidas con la reproducción de documentos y la mención de los trabajos de archivo realizados por el estudioso, transformando así parte de su texto en una obra de naturaleza biobibliográfica.50

Medina justifica la información biográfica en una razón metodológica y práctica, pero definitivamente en su concepción del oficio. En 1891 escribió: “Siempre que se trata de trabajos de alguna consideración he anotado también los datos biográficos que poseía de sus autores; encontrándome así cierto de que los eruditos y aficionados al estudio de nuestra historia, a la vez que hallaran en él un guía para sus investigaciones, habrán ahorrado de antemano la mitad de sus tareas”.51 Reflejo de lo asentado en 1890, en uno de sus epítomes recomendó “la conveniencia de auxiliarse recíprocamente, desechando pequeños egoísmos que han de redundar en perjuicio general y producir inevitablemente temprana muerte a todo libro bibliográfico, costoso de por sí, tanto por su labor intelectual como por los gastos que su publicación exige”.52

En La imprenta en la Puebla de los Ángeles, la tarea de biógrafo de Medina puede ilustrarse con el caso del impresor Diego Fernández de León, quien fuera el mayor tipógrafo de Puebla en el siglo XVII. En su biografía reproduce la real cédula que contiene los permisos de impresión, acompañados de una nota al pie que entrega las referencias del documento en el Archivo de Indias. Luego Medina advierte: “A continuación insertamos los documentos relativos a la concesión del privilegio de que disfrutó Fernández de León y al incidente de traslado de parte de su taller a la Casa Profesa de México”.53 El documento reproducido por el historiador contiene más de siete folios de largo, y su inclusión es explicable, pues se trata de la fuente en la cual funda lo que ha relatado.

Las notas a pie que Medina inserta respecto a Diego Fernández de León son valiosas porque permiten comprender sus usos y prácticas como autor, editor e impresor. El polígrafo relata que “en 1688 renovó su material, habiendo recibido de España tipos sin duda de origen holandés, pues desde entonces la llamó Plantiniana. Probablemente junto con ella llegara también el escudo que usó después en algunas de sus obras, siendo así el único impresor angelopolitano que gastara ese lujo”. Luego de “Plantiniana”, el erudito coloca una nota en la que escribe: “este nombre de Plantiniana se deriva del célebre impresor Cristóbal Plantin, a quien Felipe II otorgó, junto con una pensión, el título de ‘architypographus’. Tuvo su establecimiento principal en Amberes y una sucursal en Leyden. Falleció en 1589”.54 Medina llamó a la principal de sus imprentas “Elzeviriana” por los Elzevir, la reconocida familia de impresores del siglo XVII de la ciudad de Leiden. También tuvo escudo de impresor, el que reproduce en la portada de La imprenta en la Puebla de los Ángeles. La relación que apreciamos entre el bibliógrafo chileno y la historia y prácticas de “ilustres” impresores refleja las filiaciones, las formas de legitimación y de reconocimiento, así como las representaciones de que Medina hizo uso. Todo ello en un contexto en el cual el arte de imprimir también se transforma en un medio para otorgar significados y asignar valoraciones.

Siempre considerando el documento como la base de cualquier afirmación bibliográfica e histórica, en otra nota a pie sobre Fernández de León, Medina trató del fin de sus tareas tipográficas y de las diferentes fechas que ofrecían los textos que había revisado, así como de su conocimiento de fuentes que revelaban el interés de otros impresores por reemplazarlo. Entonces el erudito se vio obligado a dejar sin respuesta la bibliográfica cuestión, no sin antes afirmar: “Dudas son éstas llamadas a desaparecer cuando se examinen los archivos notariales de la Puebla, tarea que no nos fue posible realizar, tanto por falta de tiempo como por la tenaz negativa que se nos opuso en el curato de la Catedral para buscar las fees (tasas) de defunción, y por ellas haber desde luego tratado de hallar en las escribanías los testamentos de los impresores angelopolitanos”. Para a continuación, advertir, lamentándose: “¡Cuántas de estas desazones hemos tenido que sufrir en nuestra carrera de bibliógrafo!”.55

La mención, a lo largo de La imprenta en Puebla, de bibliotecas mexicanas permite afirmar que el viaje de 1903 le permitió a Medina revisar in situ la gran mayoría de los impresos poblanos que sólo conocía por referencias bibliográficas. Investigación en la cual, como en otras ocasiones, por ejemplo en Buenos Aires y La Plata, se benefició del contacto y trato con los eruditos y bibliotecarios que entonces conoció.

Como han confirmado sus biógrafos, durante el periplo mexicano Medina estuvo acompañado por el canónigo de la Colegiata de Guadalupe Vicente de Paula Andrade, autor de un Ensayo bibliográfico del siglo XVII, quien puso gran parte de su biblioteca a disposición del chileno.56 La abreviatura “B. Andrade”, al igual que las referencias a las obras del sacerdote, como “Andrade, Ensayo…” y “Andrade, Bibl. Méx…”, reflejan la revisión de los impresos que pudo conocer a través del bibliógrafo. De hecho, la gran mayoría de las fichas que componen La imprenta en la Puebla de los Ángeles tienen referencias a la obra o a la biblioteca de este eclesiástico y erudito.

Confirmación de esta relación, así como de otras consecuencias del contacto personal, es la revelación que en la carta que seis años después del viaje por México, el 25 de febrero de 1909, José Toribio Medina le escribió a su biógrafo Víctor Manuel Chiappa. Entonces le refirió lo que llamó “un hecho curioso”: “El Canónigo Andrade, también bibliógrafo, publicó en un periódico de México un trabajo similar al del Dr. León, pero sin consultarme, le puso mi firma al pie. ¡Ahí tiene usted como se me atribuyó la paternidad de un trabajo que no es mío!”.57


Figura 9. Página 15 de La imprenta en [la] Puebla de los Ángeles.

Otras relaciones “mexicanas” de Medina fueron José María de Ágreda, entonces segundo director de la Biblioteca Nacional de México, y poseedor de una de las más valiosas bibliotecas privadas del país; y Nicolás León, quien había iniciado en 1902 la publicación de su Bibliografía Mexicana del siglo XVIII.58 También trató a Luis González Obregón, el reconocido autor de México viejo, obra que Medina conocía muy bien, y al que años después calificaría como “uno de los escritores más distinguidos de México y el más sabio de todos”, aunque en la misma correspondencia donde hacía saber que éste le había escrito a propósito de su Inquisición en México.59

Entre sus diligencias Medina intentó obtener, pero no la consiguió, autorización para consultar la biblioteca del historiador Joaquín García Icazbalceta, debiendo conformarse sólo con la revisión de la Bibliografía Mexicana del bibliógrafo fallecido en 1894; pero no cejó en su afán por obtener noticias desde sus fondos. Así lo demuestra que siete años después de su viaje, en medio de la preparación de La imprenta en México, le escribiera a George Parker Winship el 18 de agosto de 1910, informándole que “para proceder a la impresión del tomo I de La Imprenta en México, sólo faltan los datos pedidos al Museo Británico, y los que trato de obtener de la biblioteca del finado señor García Icazbalceta, que creo no lograré al fin, pues su actual poseedor don Luis García se halla, como de costumbre, en Europa”.60 Sin duda que el no poder acceder a esta colección del bibliógrafo mexicano fue lamentado por Medina y la constante mención de esta situación por parte de sus biógrafos, cercanos suyos e informados por él, lo demuestra.

En cambio, sí pudo consultar impresos en la gran Biblioteca Palafoxiana, que aparece constantemente en su Imprenta en la Puebla de los Ángeles como “B. Palafoxiana”.

Medina dio particular importancia a la obra del obispo Palafox y Mendoza, a quien cita cuando explica, en la “Introducción” de su libro, las peripecias bibliográficas que ha pasado para resolver las dudas respecto a la introducción de las prensas en Puebla. Entonces es cuando afirma que sería un documento la carta de autorización para imprimir del prelado, encontrada por él en el Archivo de Indias, una prueba fehaciente para establecer el año de 1640 como la fecha del primer impreso poblano. Además, el primer dato sobre un impresor de Puebla lo deduce por una obra de Palafox impresa por Francisco Robledo en 1643, quien, por cierto, es el primer biografiado en su estudio introductorio. Dieciocho impresos de Palafox, de entre 1643 y 1786, describe el polígrafo en La imprenta en la Puebla de los Ángeles.

El obispo le ofrece además variados datos, que Medina toma en cuenta en sus biografías de impresores. Por ejemplo, y refiriéndose a Robledo, escribió que las relaciones que entre él y el obispo Palafox existieron “fueron, sin duda, las que causaron el que Robledo llevase parte de su material a la Puebla de los Ángeles para imprimir allí, bajo inmediata inspección del prelado una obra tan voluminosa como la Historia real y sagrada y, acaso de ocasión, algún otro folleto de los que en ese año de 1643 salieron a la luz en esa ciudad y con más probabilidad la Carta pastoral, de 20 de abril, del mismo Palafox”.61

Conclusiones

Que las adiciones a la imprenta en Puebla de José Toribio Medina alcancen 952 títulos muestra que una de sus máximas, la referida al carácter incompleto y efímero de las bibliografías, es una verdad indisputable que él mismo tuvo oportunidad de comprobar. Sin embargo, los métodos, medios, usos, costumbres y formas de sociabilidad intelectual que su obra permite ilustrar representan prácticas de muy larga data entre los estudiosos y literatos. Todas ellas necesitan ser identificadas para cada caso particular, y comprendidas en el contexto en que se expresaron. Todas también formas de representación de épocas y sociedades, plenas de significado y sentido, a la espera de ser reconocidas a través de las fuentes que hemos expuesto en este trabajo.

Demostración de lo que concluimos son las palabras de Francisco González de Cossío quien, en las adiciones que realiza a La imprenta en México de Medina, escribió:

Es Medina quien, haciendo uso magistralmente de las investigaciones y estudios de sus predecesores, aumentando considerablemente el caudal de las noticias de nuestras producciones literarias, desvaneciendo los errores en que aquellos incurrieron, y unificando, en fin, los esfuerzos de todos los que contribuyeron en la noble y bella tarea de enseñar al mundo la riqueza de nuestras letras, da a la estampa el estupendo monumento de La imprenta en México.62

Por todo lo anterior fue que la Universidad Nacional Autónoma de México decidió conceder a José Toribio Medina el grado de Doctor Honoris Causa en 1923, argumentando “que ese título era el mejor medio de que dispone el Gobierno para honrar a los extranjeros ilustres, y que en ningún caso ha sido más atinadamente concedido”. Justificación a la cual se agregó la que acompañaba el diploma que acreditaba el honor, donde se explicó la distinción “en vista de sus altos méritos y de los importantes servicios que ha prestado a América Latina, especialmente a la nación mexicana, contribuyendo a su historia durante la época colonial”.63

Elocuente valoración de la historia nacional a través del elogio a un americanista que intentó una perspectiva histórica continental, hecho que aunque no se refleja siempre en los títulos y en la organización de sus libros, es evidente en sus investigaciones. Entre otras razones, porque las heterogéneas referencias que le sirvieron de fuentes, aparecían en cualquier lugar y sobre las más diversas temporalidades y contextos espaciales. Pero también porque las empresas bibliográficas, incluso las nacionales, implican formas de contacto y sociabilidad transnacionales, transoceánicas, que incluso traspasan y trascienden épocas, como el caso del quehacer de José Toribio Medina lo demuestra.64


Notas al pie
1

Trabajo elaborado en el contexto del Seminario “Historia cultural de la Biblioteca Americana J. T. Medina”, ofrecido en el Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile el año 2017.

2

El Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la Universidad Nacional Autónoma de México publicó una edición facsimilar del libro en la Ciudad de México, en 1991. Entonces también reeditaron las Adiciones a La imprenta en la Puebla de los Ángeles de J. T. Medina de Felipe Teixidor, que databan de 1961. Las ediciones, según se lee en los colofones, fueron para conmemorar los 450 años del establecimiento de la imprenta en México. Agradecemos a Lilia Vieyra habernos proporcionado ejemplares de ambos libros. Por último, en 1997 Francisco Ziga y Susano Espinosa publicaron, editado por la UNAM a través de la Coordinación de Humanidades y el Instituto de Investigaciones Bibliográficas, sus Adiciones a La imprenta en México de José Toribio Medina. Puebla, Oaxaca, Guadalajara, Veracruz y de la insurgencia, 1706-1821.

3

Entre nuestros referentes más inmediatos se encuentra la obra de Robert Darnton sobre la Enciclopedia y las ediciones en el Antiguo Régimen.

4

Rafael Sagredo Baeza, “Travesías de un erudito. J. T. Medina y la imprenta en el Río de la Plata”, Anales de Literatura Chilena 24 (2015): 211-252, y “Las prácticas bibliográficas de José Toribio Medina y las imprentas novogranadinas”, próximo a aparecer en Trascendiendo fronteras. Circulaciones conexiones y espacio en el mundo americano, ed. de Ricardo Arias y Fernando Purcell, originalmente presentado en el Seminario Internacional Espacio y Circulaciones, Bogotá, 27 y 28 de noviembre de 2017.

5

Véase Emma Rivas Mata, Bibliografías novohispanas o historia de varones eruditos (México: INAH, 2000). Esta autora se ocupa sobre todo del contenido de las bibliografías, mientras que a nosotros nos interesan, en particular, las prácticas asociadas a su elaboración, las cuales también pueden deducirse de su contenido. Otro texto que también aprovecha abundantemente la obra de Medina es el de Marina Garone Gravier, Historia de la imprenta y la tipografía colonial en Puebla de los Ángeles (México: UNAM, IIB, 2018) que, como su título indica, se ocupa esencialmente del estudio de la tipografía y todo lo relacionado con ella.

6

Carl H. Schaible, en su Bibliografía de José Toribio Medina, enumera 448 títulos de ediciones del polígrafo.

7

José Toribio Medina, La imprenta en México. Epítome (1539-1810) (Sevilla: Imp. de E. Rasco, 1893).

8

Véanse Rafael Laffon, “La imprenta en Sevilla. El impresor Enrique Rasco por el conde de Colombi”, ACB Edición de Andalucía (2 de mayo de 1956): 26; José María Gutiérrez Ballesteros, El impresor Enrique Rasco 1847-1910 (Sevilla: Ediciones Universidad de Sevilla, 2013) y Joaquín Álvarez Barrientos, “José Marchena y Menéndez Pelayo. La invención de un personaje”, Bulletin of Spanish Studies 86 (2009): 105-117.

9

Medina, La imprenta en Lima. Epítome, 1584-1810 (Santiago: Impreso en casa del autor, 1890), 5, 6, 11.

10

Véase Medina, Historia y bibliografía de la imprenta en el antiguo Virreinato del Río de la Plata (La Plata: Anales del Museo de la Plata, 1892), V-VI.

11

Medina, La imprenta en Manila. Desde sus orígenes hasta 1810 (Santiago: Impreso y grabado en casa del autor, 1896), V.

12

Medina, La imprenta en México (1539-1821), t. I (Santiago: Impreso en casa del autor, 1909), X-XI.

13

Sagredo Baeza, “Travesías de un erudito…”.

14

Medina, La imprenta en México…, X-XI.

15

Medina, La imprenta en Manila…, V-XIII.

16

Las citas en la correspondencia referida, Sala Medina, Archivo Documental (AD), núm. 20382; pero sobre el tema de los envíos de libros también cartas del 19 de mayo, 25 de junio y 12 de agosto de 1903, en Sala Medina, AD, núms. 20389, 20388 y 20385.

17

Las citas en la correspondencia referida, Sala Medina, AD, núm. 20382.

18

Cartas fechadas en México el 20 de abril y 3 de mayo de 1903. Sala Medina, AD, núms. 20391 y 20390.

19

Sala Medina, AD, núm. 12478.

20

Ibid., núm. 12477.

21

El texto se publicó en 1889 y, según un timbre que contiene la obra, fue despachado a su destinatario en 1891. Agradecemos a Lilia Vieyra las facilidades para la revisión de las obras de J. T. Medina existentes en la Biblioteca Nacional de México, y a su personal la diligencia para poner a nuestra disposición los libros.

22

Guillermo Feliú Cruz, José Toribio Medina. Historiador y bibliógrafo de América (Santiago: Nascimiento, 1952), 118. Armando Donoso, quien lo frecuentara en sus últimos años, relata que “Medina pudo trabajar a sus anchas en México, en libre paz, colmado de atenciones por el todopoderoso don Porfirio Díaz, que mantenía al país en el puño, gobernado como cualquier simple cuartel de milicias”. Otro de sus amigos, además de colaborador entusiasta, Víctor Manuel Chiappa, afirma que “en todas partes recibió Medina espléndida acogida, sobre todo en Méjico, donde el excelentísimo presidente Díaz le concedió una entrevista, y ofreció amplia ayuda para la publicación de las obras que sobre México tenía preparadas”. Véase Chiappa, Noticias acerca de la vida y obras de Don José Toribio Medina (Santiago: Imprenta, Litografía y Encuadernación Barcelona, 1907), XL.

23

Sala Medina, AD, núm. 20389.

24

Ibid., núm. 20966.

25

Cartas fechadas en México el 3 y 19 de mayo de 1903. Sala Medina, AD, núms. 20390 y 20389.

26

Ibid., núm. 20388.

27

Ibid., núm. 203387.

28

Ibid., núm. 20385.

29

Ibid., núm. 20379. Desde París esperaba despachar a Chile, escribió en la misma carta.

30

Ibid., núm. 20382.

31

Ibid., núm. 20381.

32

Nota fechada el 15 de septiembre de 1903, luego de su llegada a París. Sala Medina, AD, núm. 20379.

33

Armando Donoso, José Toribio Medina (1852-1930) (Santiago: Imprenta Universitaria, 1952), 23, edición realizada con los fondos de la Comisión Nacional de Conmemoración del centenario de Medina, pero condensa la original de Armando Donoso, Vida y viajes de un erudito. Recuerdos de don José Toribio Medina, más tarde publicada como “Recuerdos de la vida intelectual de Don José Toribio Medina”.

34

Véase Medina, Biblioteca Americana. Catálogo breve de mi colección de libros relativos a la América Latina. Con un ensayo de bibliografía de Chile durante el periodo colonial (Santiago de Chile: Typiis Authoris, 1888), V-VI. Nótese el genérico con que Medina nombra su biblioteca, el cual permanece hasta la actualidad. El ensayo que indica en el título no se incluye en el catálogo.

35

Medina, La imprenta en la Puebla de los Ángeles (1640-1821) (Santiago de Chile: Imprenta Cervantes, 1908), XLIV.

36

Agustín Millares Carlo, Cuatro estudios bibliográficos mexicanos (México: FCE, 1986), 233.

37

Medina, La imprenta en la Puebla de los Ángeles..., XLV-XLVI.

38

Ibid., VII.

39

Medina, D. José Mariano Beristáin de Souza. Estudio bio-bibliográfico (Santiago: Imprenta Elzeviriana 1897).

40

Ibid., XI.

41

Sobre los vínculos de Medina con la obra de Henry Harrisse y otros bibliógrafos contemporáneos véase José Carlos Rovira, José Toribio Medina y su fundación literaria y bibliográfica del mundo colonial americano (Santiago: Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 2002), 44-45.

42

En las abreviaturas, al final, Medina incluye, explicando lo que corresponde, conceptos como “anteportada”, “vuelta o verso en blanco” y “escudo del impresor”, ilustrando así sobre términos propios de las disciplinas que cultiva.

43

Como hemos mostrado, las fuentes para reconstruir los viajes de José Toribio Medina son numerosas y heterogéneas, entre las principales están sus libros, correspondencia, entrevistas, informes oficiales y los textos de sus biógrafos.

44

Medina, La imprenta en la Puebla de los Ángeles…, 200, ficha 311.

45

Ibid., 237, ficha 379.

46

Ibid., 256, ficha 414.

47

Ibid., VIII-IX.

48

Medina, La imprenta en México…, V.

49

Medina, Biblioteca Americana. Catálogo breve…

50

Sobre la labor biográfica en la obra de Medina véase Sarah Elizabeth Roberts, “Los estudios biobibliográficos de Medina”, en José Toribio Medina, humanista de América, ed. de Maury A. Bromsen (Santiago: Editorial Andrés Bello / Unión Panamericana, 1969), 95-104.

51

Medina, Bibliografía de la imprenta en Santiago de Chile (Santiago: Impreso en casa del autor, 1891), XI.

52

Medina, La imprenta en Lima…, 6-7.

53

Medina, La imprenta en la Puebla…, XXIII.

54

Ibid., XVIII-XIX.

55

Ibid., XXII-XXIII.

56

Feliú Cruz, José Toribio Medina. Historiador y bibliógrafo…, 118.

57

Sala Medina, AD, núm. 20319. Medina no menciona en su carta el título del periódico.

58

Lo anterior según Rovira, José Toribio Medina y su fundación…, 72.

59

Véase la carta a Víctor Manuel Chiappa, fechada el 30 de enero de 1906. Sala Medina, AD, núm. 20353.

60

Sala Medina, AD, núm. 20296.

61

Medina, La imprenta en la Puebla…, XII.

62

Francisco González de Cossío, La imprenta en México (1553-1820). 510 adiciones a la obra de José Toribio Medina en homenaje al primer centenario de su nacimiento (México: Universidad Nacional de México, 1952), XVI.

63

La documentación sobre esta distinción se encuentra en la Sala Medina, AD, piezas núms. 20863 a 20869. Incluye cartas fechadas entre el 5 de febrero y el 21 de marzo de 1923, del Secretario de la Universidad Nacional de México, del Ministerio de Relaciones Exteriores y del representante de México en Chile, Carlos Trejo Lerdo.

64

Rafael Sagredo Baeza, “José Toribio Medina, un erudito americano transreal”, en Literatur leben. Festschrift für Ottmar Ette, ed. de Albrecht Buschmann, Julian Drews, Tobias Kraft, Anne Kraume, Markus Messling y Gesine Müller (España: Iberoamericana-Vervuert, 2016), 473-479.

Referencias
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