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“El acto de leer en el mundo moderno”


“The Act of Reading in the Modern World”

Felipe Bárcenas García*

* Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, Centro de Estudios Antropológicos, Ciudad de México. México, fbarcenas87@hotmail.com, https://orcid.org/0000-0001-9331-2289.

De eruditione americana. Prácticas de lectura en los ámbitos académicos novohispanos. Suárez Rivera M. , coord. México: Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 2019, 268 pp. ISBN: 978-607-30-2350-4.

Recepción: 27.07.21 / Aceptación: 30.07.21

bg01.Sep.21; 4(2)


Lo primero que llama la atención al comenzar a leer este libro son los autores: Enrique González González, Marina Garone, Manuel Suárez, César Manrique, Laurette Godinas, Andrés Íñigo, Tadeo Stein y Mónica Hidalgo Pego. La mayor parte de ellos es un referente consolidado de la historia de la cultura escrita novohispana. La cereza en el pastel es Jean-Yves Mollier, reconocido especialista en la historia del libro, la edición y la lectura en Francia, cuya vasta producción, escrita en francés, cuenta con muy pocas traducciones al español. Hasta 2019, año en que fue publicada la obra aquí reseñada, sólo podían localizarse en las bibliotecas de la capital mexicana alrededor de tres textos de Mollier traducidos al español.

De eruditione americana, compuesta de nueve capítulos, nos invita a valorar el peso del acto de leer en la historia. Que en la obra se hable de actos de lectura, y no de lecturas per se, implica que se busca rescatar al lector como sujeto social y culturalmente construido, y al libro (ya sea impreso o manuscrito) como un objeto con múltiples usos, que van más allá de acceder al mensaje sustancial de la obra, tal y como fue imaginado por su autor.

No fue casual que Manuel Suárez coordinara una obra en torno a este enfoque. Desde 2013 -año en que lo conocí de manera azarosa en Río de Janeiro- hizo patente su intención de incursionar en las prácticas de lectura y escritura novohispanas; asimismo, manifestó simpatía por las investigaciones de Jean-Yves Mollier, con quien lo vi intercambiar unas cuantas palabras, sospecho que sobre la historia de la lectura y sus públicos. Desde entonces, Suárez creyó necesario traducir la obra de Mollier al español y promoverla en Latinoamérica, con la finalidad de impulsar la historia de la lectura y los lectores. Mencionar esta anécdota es importante para que el lector sepa que De eruditione americana es un libro bien pensado y trabajado, que se ha venido gestando durante casi una década, lapso en el cual los colaboradores han dialogado constantemente en diversos espacios, sobre todo del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la Universidad Nacional Autónoma de México. El título aquí reseñado surgió precisamente a raíz de un coloquio organizado por Suárez en dicho instituto.

Los artículos que componen De eruditione americana se centran en los ámbitos académicos de Europa y Nueva España de la época moderna, lo cual resultó un tanto ineludible si se piensa que en el Antiguo Régimen la lectura estaba estrechamente ligada a los espacios donde fueron instruidos tanto los burócratas como las personas que conformaron la denominada República de las Letras.

La organización de la obra es adecuada y amigable: solamente presenta dos divisiones, lo cual agiliza su lectura; hay que tener presente que los criterios editoriales siempre inciden en cómo se lee. La primera parte contiene dos estudios, escritos por Jean-Yves Mollier y Enrique González, que brindan una dimensión internacional a la publicación y en ellos se analiza el desarrollo y las particularidades del ámbito académico europeo. Mollier examina la transición de la República de las Letras del siglo XVII a los grupos de intelectuales del siglo XIX. Se enfatiza cómo el latín comenzó a ser sustituido por el francés hacia el siglo XVII, al mismo tiempo que el lector erudito, aficionado al mundo clásico y apegado a la autoridad eclesiástica, fue desplazado paulatinamente por el intelectual crítico y escéptico, que en los siglos XVIII y XIX ingresó a la comunidad letrada internacional a través de la masonería y las logias, grupos que tuvieron predilección por las novedades editoriales escritas en lenguas vernáculas. Enrique González analiza la importancia de la oralidad en las universidades de Europa y Nueva España, las cuales, al instituirse como corporaciones, ganaron el derecho a regular la docencia. Su texto evidencia que, a pesar de la ausencia de libros en dichas corporaciones y de que basaban su enseñanza en la escolástica, la oralidad posibilitó la crítica y la innovación de conocimiento dentro del aula. La disertación oral ocupaba un lugar central en la formación de los alumnos, a quienes se les enseñaba a discutir, cuestionar y generar nuevas ideas.

La segunda parte de De eruditione americana constituye la esencia del libro. Se compone de siete capítulos en los que se evidencian los usos de la lectura y escritura en el ámbito académico novohispano. Tres analizan, directa o indirectamente, la Real Universidad de México, se trata de los escritos por Manuel Suárez, Marina Garone y César Manrique.

Suárez explica qué autores debían discutirse en las clases durante el siglo XVIII, sugiriendo que en las aulas de la Universidad se accedió a lecturas que no pertenecían exclusivamente al ámbito universitario, e inclusive se debatió respecto a los autores polémicos en boga, por ejemplo Gaspar Melchor de Jovellanos (quien propuso en 1797 la supresión de la Inquisición), Voltaire y Adam Smith. Por su parte, Garone examina la relevancia de la Real Universidad para el aprendizaje de las lenguas indígenas, destacando el papel que desempeñó la institución como mediadora de la Corona en la asignación de curatos, cuestiones que vincula con la producción impresa de doctrinas, gramáticas, vocabularios y otros materiales necesarios para la impartición de clases desde el siglo XVI hasta el XIX.

El ensayo de César Manrique también profundiza sobre la Real Universidad, pero no se centra en la corporación, sino en las bibliotecas particulares de seis funcionarios reales (cuatro de ellos abogados asociados a la Real Audiencia) que detentaron puestos en la corporación durante la primera mitad del siglo XVII, ya sea como catedráticos, consiliarios e incluso como rectores. A lo largo del texto el lector podrá darse cuenta de cómo los funcionarios universitarios normalmente eran personas acaudaladas que poseían nutridos acervos, compuestos de los textos teóricos en boga que eran necesarios para el ejercicio de la praxis jurídica en Indias, y que también eran enseñados en las universidades de Salamanca y Alcalá. Eran, en suma, personajes de amplia cultura capaces de distinguir delito de pecado, algo complicado de disociar en ese periodo.

Si al leer los tres estudios anteriores se tiene presente el peso de la oralidad analizada por Enrique González, al lector le resultará imposible no plantearse nuevos horizontes historiográficos. Los textos polémicos que examina Suárez, ¿fueron debatidos en los pasillos de la Universidad?, si la respuesta es afirmativa: ¿aconteció lo mismo en otros centros de enseñanza? Ello explicaría por qué clérigos como José María Cos o Miguel Hidalgo, futuros promotores de la Independencia, estaban familiarizados desde el siglo XVIII con las tesis de la escolástica contra la tiranía. A tales personajes normalmente se les imagina leyendo obras prohibidas a escondidas, en algún rincón oscuro a la luz de una vela, pero De eruditione americana nos plantea que quizá pudieron discutir ideas políticas de manera abierta en los espacios académicos.

Por otro lado, analizar la apropiación de la producción impresa para el aprendizaje de las lenguas indígenas que estudia Garone puede ayudar a explicar por qué después de que se publicara la real cédula de 1770, a través de la cual se pretendía que el idioma español fuese único y universal en todos los dominios de la Corona, los curas criollos se empeñaron en practicar lenguas indígenas. Baste mencionar que el ilustrado José Ignacio Bartolache, médico y matemático novohispano, editor de El Mercurio Volante, respondió a dicha cédula publicando textos en náhuatl, mientras que el sacerdote y divulgador científico José Antonio Alzate propuso una nomenclatura botánica heredada de los aztecas.

De eruditione americana también nos invita a preguntar: ¿Los funcionarios que examina César Manrique transmitieron oralmente el conocimiento de sus libros en las aulas (aunque no fueran textos oficiales)? ¿Prestaron esos libros a copistas para la difusión del conocimiento a través de manuscritos? Resulta evidente que los estudios de la obra se complementan e inducen a profundizar en las temáticas tratadas.

La importancia de las copias hechas a mano es una cuestión analizada en otro capítulo del libro por Andrés Íñigo, quien subraya cómo el uso de manuscritos formaba parte de la práctica de lectura-escritura propia de los círculos letrados entre los siglos XVI al XVIII. A través del examen de un codex exceptorius, cuaderno de apuntes realizados mientras se conversaba con un maestro (los cuales estaban ordenados según ciertas categorías), Íñigo evidencia cómo la invención de Gutenberg de ningún modo abolió la copia manuscrita como soporte de transmisión de los textos, por el contrario, probablemente constituyó una competencia duradera para el impreso, sobre todo en las regiones periféricas de los virreinatos, donde no se contaba con prensas tipográficas y la circulación de impresos era exigua. Dicho esto, no es de extrañar que en los fondos antiguos de las bibliotecas estatales mexicanas se localicen múltiples libros redactados a mano. Quizá más que la imprenta, las copias manuscritas garantizaron el conocimiento de las obras en boga en los ámbitos académicos. El ensayo de Íñigo contribuye a reparar en torno a la importancia de estudiar los manuscritos resguardados en los fondos regionales de libros antiguos, los cuales pueden exhibir que los ámbitos académicos de las zonas alejadas de la capital novohispana eran más dinámicos de lo que solemos suponer.

La práctica de la escritura es un tema también abordado por Laurette Godinas en su estudio sobre el célebre bibliógrafo dieciochesco Juan José de Eguiara y Eguren. A través de la clasificación de los diversos materiales consultados por Eguiara para la elaboración de su Bibliotheca mexicana, Godinas nos recuerda que la producción de libros es un proceso que, más allá de la escritura, implica diferentes momentos e intervenciones, además de involucrar siempre a numerosos actores. En este sentido, la autora evidencia no sólo los documentos que permitieron componer la Bibliotheca mexicana, sino el trabajo colectivo que supone elaborar una obra de gran envergadura. El argumento no es menor, pues nos invita a pensar en el éxito editorial como un logro que va más allá del autor.

De eruditione americana cierra con dos ensayos sobre el ámbito académico jesuita, escritos por Mónica Hidalgo Pego y Tadeo Stein. La primera analiza el uso de los manuales para la enseñanza en el Colegio de San Ildefonso, en el contexto de las reformas borbónicas, demostrando cómo se renovó la enseñanza, por ejemplo, mediante la instrucción de la física y las matemáticas, lo cual es sintomático de una educación abierta a la modernidad, así como del surgimiento de un pensamiento que, sin romper con la teología, se abrió a la ciencia, tal vez con el propósito de obtener mayores riquezas, ya sea mediante la explotación sistemática de los recursos naturales o la formulación de directrices gubernamentales racionales.

Por otra parte, Stein examina la enseñanza de la poesía cristiana “decente” y “virtuosa” escrita en latín al interior de los círculos letrados jesuitas, labor que lleva a cabo a través del Poeticarum institutionum liber, de Bernardino de Llanos, publicado en 1605.

Stein analiza magistralmente sus fragmentos, detectando influencias de autores no ortodoxos para el dogma cristiano. Posteriormente, estudia el uso de dicho texto mediante su comparación con otros textos jesuitas, demostrando que, si bien estaba orientado a la poesía latina, fue utilizado para la escritura en español.

El lector encontrará en De eruditione americana un libro académicamente estimulante que, intuyo, será un referente importante para todos aquellos interesados en incursionar en la historia de la lectura novohispana.

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